Covid-19 and the Cloud. The internet is a fossil fuel industry
Tarnoff, Ben [2020], "Covid-19 and the Cloud. The internet is a fossil fuel industry", Progressive International, 21 de mayo, https://progressive.international/blueprint/d0b51aca-6c19-4216-b836-1974...
Sobre el autor
Ben Tarnoff escribe una columna en The Guardian sobre tecnología y política, y es co-fundador de Logic Magazine.
Aunque no todos pueden, casi la mitad de la población mundial está guardando cuarentena en sus hogares. Una de las consecuencias de ello es un incremento en el uso de internet. En enero, según el New York Times, durante la cuarentena impuesta en la provincia china de Hubei, epicentro del brote de Covid-19, la velocidad de banda ancha de los teléfonos celulares se redujo a la mitad. Situaciones similares de reducción de la velocidad de navegación se han presentado en Europa y Estados Unidos.
El internet que ya era parte integral de la vida diaria antes del surgimiento del virus SARS-CoV-2; con la cuarentena, se ha vuelto la principal fuente de interacción social, de cultura, de comida y provisiones. Incluso, para muchos, es el lugar donde se obtiene un ingreso. Aunque la cuarentena es una antigua práctica, la cuarentena conectada es una paradoja producto de la era de la red.
En ese sentido, es una bendición en la medida en que ayuda a que las personas puedan soportar largos periodos de aislamiento y se pueda contener el virus. Sin embargo, internet está distribuido de forma desigual. La pandemia ha resaltado estas desigualdades de conectividad tanto dentro como a través de los países, así como la importancia de considerar a internet un derecho humano básico.
Sin embargo, para el autor, la nueva realidad de la “cuarentena conectada” conlleva ciertos riesgos. El primero es social: la mayor dependencia de los servicios en línea otorgará más poder a las empresas de telecomunicaciones y a las plataformas digitales. El mundo digital se volverá menos democrático de lo que ya era, en la medida en que las empresas dueñas de las infraestructuras físicas y virtuales de internet medien y moldeen aún más nuestra existencia. El segundo peligro es ecológico. La demanda de recursos naturales por parte de internet ya es muy grande y, en la medida en que aumente su uso, esta demanda crecerá.
El autor del artículo advierte que en nuestros intentos por mitigar los efectos negativos de la pandemia podríamos terminar empeorando otras crisis. En la medida en que internet se vuelva más central en nuestras vidas, las empresas de tecnología ejercerán más influencia sobre nosotros. Además, el aumento vertiginoso del consumo de internet acelerará el colapso en curso de la biosfera al calentar el planeta.
Máquinas que calientan el planeta
Para explicar la forma en que internet contribuye al calentamiento global, el autor se sirve de un modelo simplificado de lo que es internet, esto es: un conjunto de máquinas que hablan entre sí. Estas pueden ser grandes o pequeñas, desde servidores hasta teléfonos inteligentes, y en unos años llegarán a ser 30 mil millones. Estas máquinas calientan el planeta de tres formas. Primero, están hechas con metales y minerales que necesitan grandes cantidades de energía para ser extraídos y refinados, energía que es generada por la combustión de combustibles fósiles. Segundo, su ensamblaje y fabricación también requiere grandes cantidades de energías fósiles. Tercero, para su funcionamiento estas máquinas también consumen grandes cantidades de energía y generan enormes emisiones de carbono.
Debido a que tomaría mucho tiempo mapear con precisión la totalidad de la huella de carbono de internet, el autor se concentra en un solo aspecto de ésta: la computación en la nube. Si internet es un conjunto de máquinas que hablan entre sí, la nube es el subconjunto de máquinas que hablan la mayor parte del tiempo. Concretamente, la nube son millones de edificios llenos de servidores, llamados centros de datos, que suministran el almacenamiento y ejecutan el cómputo del software que alimenta internet en innumerables actividades organizadas algorítmicamente: desde Zoom hasta ataques con drones, pasando por transacciones financieras.
Además, la mayor parte de la energía que consume la nube proviene de combustibles fósiles. Actualmente, los centros de datos consumen 200 teravatios-hora anuales, la misma cantidad de energía que consume Sudáfrica y dada la situación actual de “cuarentena conectada”, para 2030 el consumo de energía de la nube podría alcanzar los niveles de la India, el tercer consumidor de energía a nivel mundial.
El aprendizaje automático es una industria fósil
Para evitar el daño climático, muchos han propuesto que la nube se alimente de energía renovable. Si bien, esto ayudaría a reducir el impacto climático, no “descarboniza” los centros de datos pues aún dependerían de los combustibles fósiles para la construcción de los servidores. Aunque ha aumentado el uso de energías renovables por los centros de datos, es difícil medir el progreso en este sentido debido a que los compromisos corporativos no suelen cumplirse por la falta de transparencia y normas de presentación de informes. Cualquier empresa puede comprar compensaciones de carbono y publicar que se ha “ecologizado”. Los centros de datos en China, por ejemplo, se alimentan principalmente de energía proveniente del carbón, según Greenpeace.
Otra propuesta es aumentar la eficiencia de los centros de datos. Esta propuesta tiene la ventaja de ofrecer un incentivo financiero a las empresas, pues se trata de reducir sus costos de electricidad, que suelen ser cuantiosos. En años recientes se han ideado maneras de mejorar la eficiencia. Facebook desarrolló centros de datos de “hiperescala”, que representan el equivalente digital de la línea de montaje fordista, es decir, la racionalización de la nube en grandes instalaciones automatizadas y simplificadas que han desplazado las formas más artesanales de la década anterior. Estos centros, al ser altamente eficientes en su consumo de energía, han moderado el consumo de energía de la nube en los últimos años.
Sin embargo, esta tendencia a la eficiencia no continuará de forma indefinida, los centros de datos de “hiperescala” llegarán al límite de eficiencia pero la nube continuará creciendo. Incluso las empresas más responsables tendrán dificultad en conseguir cantidades suficientes de energía renovables para sostener la demanda. Es por esto que el autor contempla otra salida: no sólo alimentar a la nube de energías renovables o hacer más eficiente su consumo de energía, sino limitar su crecimiento.
A propósito, uno de los factores que han hecho que la nube crezca de forma acelerada ha sido el aprendizaje automático (machine learning), tecnología que está detrás del auge actual de la inteligencia artificial. El aprendizaje automático (en adelante ML, por sus siglas en inglés) es una poderosa herramienta de reconocimiento de patrones que puede ser usada en un sinfín de aplicaciones, desde reconocimiento facial hasta predecir las preferencias de los consumidores. La forma en que esta tecnología aprehende los patrones es por medio del análisis de grandes cantidades de datos, lo que exige una gran capacidad de cómputo. En ese sentido, la transmisión del contenido de Netflix no ejerce demasiada presión sobre los servidores, pero el modelo de ML que usa Netflix para ofrecer recomendaciones a sus usuarios sí implica mucha presión sobre los servidores, con la huella de carbono que esto conlleva.
Según una investigación realizada por la Universidad de Massachusetts, Amherst, el análisis de información ("entrenamiento") que necesita un modelo de procesamiento del lenguaje natural usado por distintos “asistentes virtuales” como Alexa, puede consumir hasta 284 019 kilogramos de dióxido de carbono, la cantidad producida en volar 125 veces de Nueva York a Beijing.
El ML también ha estimulado un proceso de digitalización de enormes cantidades información para atender la demanda de datos que requiere esta tecnología. El ML ha incentivado a gobiernos y corporaciones para adquirir grandes cantidades de datos pues gracias a esta tecnología se pueden derivar valiosa información de estos, desde cómo promocionar un producto, hasta “chatbots”, es decir, robots de servicio al cliente automatizados. Una forma de conseguir la información que esta tecnología requiere es instalar pequeñas computadoras en todo lados: hogares, oficinas, automóviles, fábricas, hospitales, etc. Estos datos permanecerán en la nube, con el alto consumo de energías fósiles que la nube implica, sin mencionar la energía requerida para fabricar y operar estas pequeñas computadoras.
Sin embargo, hay buenas noticias. Según el autor, ha aumentado la conciencia sobre los impactos climáticos del ML, al igual que el interés para mitigarlos. En este sentido, un grupo de investigadores ha demandado nuevos estándares para esta industria bajo el lema “inteligencia artificial verde”. Entre otras cosas, proponen agregar una etiqueta de “precio” de carbono por cada modelo de ML, esta etiqueta reflejaría los costos de construcción, desarrollo y ejecución de estos modelos, alentando el desarrollo de modelos más eficientes.
Si bien, es una propuesta importante, también debemos preguntarnos qué aplicaciones tienen estos modelos. Es decir, no solo concentrarnos en su dimensiones cuantitativas sino, también, en las cualitativas. Esto implica preguntarnos si estos modelos contribuyen a la autodeterminación de las personas, si cultivan la comunidad y la solidaridad, la igualdad y la equidad; o si, por el contrario, extienden la vigilancia y el control corporativo y gubernamental sobre la vida de las personas, si otorgan a los publicistas, los patrones y las agencias de seguridad nuevas maneras de control y manipulación, si refuerzan la dominación de clase, si intensifican el racismo, el sexismo y otro tipo de opresiones.
Resistencia con transformación
Para el autor, un primer paso para comenzar a contener el crecimiento de la nube es preguntarnos si las las actividades que conducen el crecimiento de la nube contribuyen a la creación de una sociedad más democrática. A la luz de la pandemia, esta pregunta adquiere un carácter de urgencia. Según el autor, la respuesta a esta pregunta no es de carácter técnico, no es un problema de optimización, sino que involucra decisiones importantes sobre valores de carácter político, por lo que necesitamos desarrollar mecanismos políticos para tomar estas decisiones.
En este sentido, la política implica necesariamente el conflicto. Muchos conflictos surgirán al tratar de descarbonizar y democratizar internet. Por un lado, la contradicción entre democratizar el acceso a internet y el imperativo ecológico de mantener los insumos energéticos para que esta tecnología funcione dentro de un rango sostenible. Por otro lado, en muchos casos restringir y eliminar muchos de los usos de internet contribuirá positivamente en lo que respecta a los fines sociales y ecológicos de esta tecnología.
Consideremos la lucha contra el software de reconocimiento facial alrededor del mundo, por ejemplo. Dicho software es incompatible con los valores democráticos básicos, además de contribuir al calentamiento global al depender de modelos de ML. La abolición de este tipo de software tendrá resultados positivos tanto para el planeta como para la sociedad.
Sin embargo, considera el autor, necesitamos ir más allá de la abolición. Necesitamos desarrollar un nuevo horizonte alternativo y empezar a construirlo. Un proyecto para descarbonizar y democratizar internet que combine la resistencia y la transformación. Mientras internet permanezca en manos de compañías privadas y su finalidad sea el lucro, continuará desestabilizando los sistemas naturales y fuera de los controles democráticos. La ley suprema del capitalismo es la acumulación por la acumulación misma. Mientras continúe este sistema el planeta no será más que un conjunto de recursos esperando ser transformados y la autodeterminación de las personas sobre su vida permanecerá cancelada, debido a que las elecciones de todos están circunscriptos al imperativo de acumulación infinita.
Si bien, disolver esta lógica y formular una nueva involucra una lucha mucho más amplia que la que implica construir un mejor internet, la lucha por otro internet podría convertirse en un aspecto central de una batalla más amplia. Aunque en el pasado internet no ha inspirado movilizaciones masivas, en la actualidad, su carácter altamente privatizado y los nuevos patrones de vida en la “cuarentena conectada” podría revertir esta situación, en la medida en que los servicios de internet se convierten progresivamente en la conexión con el mundo. Para el autor existe la posibilidad de que el internet se convierta en un lugar por el que vale la pena dar la lucha, así como una poderosa herramienta para transformar todo lo demás.
* Los centros de datos de la nube consumen 200 teravatios-hora anuales, la misma cantidad de energía que Sudáfrica, para 2030 se espera que esta cifra aumente de 4 a 5 veces.
*El análisis de información (entrenamiento) que necesita un modelo de lenguaje natural, usado por distintos “asistentes virtuales” como Alexa, puede consumir hasta 284 019 kilos de dióxido de carbono, equivalente a volar 125 veces de Nueva York a Beijing, según un artículo publicado de la Universidad de Massachusetts.
Ben Tarnoff presenta un análisis del papel que está jugando internet, y más específicamente la computación en la nube, en el calentamiento climático y en el retroceso de las conquistas democráticas. A raíz de la situación generada a partir de la pandemia de Covid-19, los servicios en linea han ganado una importancia capital para el sistema, lo que le da un sentido de urgencia a los señalamientos del autor. En ese sentido, se hace difícil compartir el tono optimista del autor frente a los retos que se presentan en el futuro. Si bien, el llamado para limitar el crecimiento de la computación en la nube y democratizar el internet debe ser escuchado, la posibilidad de conseguir estos objetivos dentro del actual sistema económico está prácticamente cancelada, como reconoce el autor. Se hace necesario construir entonces otro horizonte de futuro, otro proyecto civilizatorio, que pueda disputar y suceder al presente.