In an age of abundance, why do people starve?
Johnson, Bobby [2021], "In an age of abundance, why do people starve?", MIT Technology Review, 124(1): 74-79, Boston, enero.
Los premios Nobel tienden a causar polémica entre el público, pues en la mayoría de las ocasiones, quien recibe el premio no cumple con las expectativas de la audiencia o no era quien se esperaba. Este fue el caso del Premio Nobel de la Paz al Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas en 2020, pues esta noticia no convenció a las y los espectadores. No obstante, la justificación de la premiación por parte del Comité fue que “el premio se entregó porque durante la pandemia global por Covid-19, el Programa Mundial de Alimentos ha demostrado una capacidad impresionante para intensificar sus esfuerzos”.
Por su parte Robinson Meyer, escritor de The Atlantic, revista estadounidense y editorial multiplataforma, expreso su inconformidad diciendo que “cuando los organismos de la ONU ganan el premio Nobel de la paz, estamos dándoselo a la idea de los organigramas”. Mientras que Mukesh Kapila, profesor de salud global en la Universidad de Manchester lo describió como “un desperdicio total del premio”.
A pesar de que le dieron el premio Nobel al PMA -la agencia más grande de la ONU- por hacer su trabajo, este programa está muy lejos de cumplir su objetivo fundacional, que es “erradicar el hambre y la desnutrición”.
Es cierto que la producción de alimentos en la actualidad es suficiente para alimentar a todas las personas en el mundo. Sin embargo, el hambre y la desnutrición siguen causando la muerte de un gran número de personas, entonces ¿qué es lo que sucede? (Ver dato crucial 1).
En primer lugar, es importante reconocer que no se trata de números sino de personas sufriendo hambre y las dificultades que viven son reales y diversas. Julian Cribb, periodista australiano describió en su libro Food or War publicado en 2019, el proceso físico de sufrir hambre. El autor explica que, en búsqueda de alimento el cuerpo agota energía y manifiesta efectos secundarios que van desde la anemia hasta diarrea crónica. Además, “los músculos comienzan a desgastarse” y la debilidad comienza a expandirse por el cuerpo de la persona. Mientras que en los adultos el tiempo de muerte por inanición es mayor que en las niñas y niños, son estos últimos quienes pueden presentar mayores complicaciones durante su crecimiento.
En pocas palabras, “el hambre es una de las formas más agonizantes de morir, tanto física como mentalmente; de hecho, es mucho peor que la mayoría de las torturas, porque toma mucho tiempo e involucra la destrucción de prácticamente todos los sistemas del cuerpo humano”.
Oxfam, una organización que busca combatir la desigualdad y acabar con la pobreza y la injusticia, ha identificado 10 puntos calientes de hambruna extrema alrededor del mundo. Entre los países donde el hambre es más extendida se encuentran algunos con conflictos bélicos, como es el caso de Afganistán o Yemen, pero también otros con economías descompuestas y largos periodos de austeridad. No obstante, el número de personas con hambre y desnutrición también ha aumentado en países altamente industrializados.
Resulta contradictorio pensar que si la industria alimentaria ha tenido tanto éxito ¿cómo es que hay personas que mueren por inanición? A pesar del desarrollo de la tecnología alimentaria, la mecanización, la informatización de la agricultura, la aplicación de la bioquímica y la modificación genética, los índices de hambruna y desnutrición continúan siendo altos.
La incorporación de estas tecnologías a la agricultura elevó la productividad, logró que la disponibilidad de comida para las personas mejorara, al igual que el acceso a los alimentos para miles de millones de consumidores. Además, se considera que, a partir de la tecnología, la agricultura es más eficiente y productiva.
El siglo XX destacó por el avance tecnológico. Por ejemplo, a través del proceso de Haber-Bosch se aprendió a capturar nitrógeno del aire para convertirlo en fertilizante a gran velocidad; para 1930 las granjas comenzaban a utilizar vehículos y sistemas de riego mecanizados; 30 años más tarde, con la "revolución verde", se introdujeron cepas de trigo más resistentes a enfermedades. Todo ello ha llevado a una hiper industrialización de la producción agrícola y, además, a que la producción sea “casi sobrehumana en comparación con sus predecesores”. El aumento acelerado en la producción coincide con una disminución considerable en el número de agricultores y en el número de granjas.
Las cadenas de suministro de alimentos son otro de los sectores que se han modificado, pues actualmente es suficiente con visitar un supermercado para tener acceso a productos frescos traídos de todo el mundo. Incluso esta modalidad de suministro alimentario resistió durante la pandemia por Covid-19, mostrando su resiliencia.
Sin embargo, la industrialización de la producción de alimentos ha tenido consecuencias negativas en la salud de las personas y del ambiente. Los alimentos industrializados contienen grandes cantidades de calorías, que son dañinas para el organismo y han ocasionado obesidad, afectando sobre todo a las poblaciones pobres. Por su parte, la ganadería intensiva ha ocasionado que las emisiones de gases efecto invernadero aumenten. En ese mismo sentido, el medio ambiente también se ha visto afectado pues el uso excesivo de pesticidas y fertilizantes ha contaminado los suelos y los cuerpos de agua. Además, los megaproyectos hídricos no han hecho más que acelerar la sequía de las comunidades agrícolas responsables de abastecer de alimentos a las grandes ciudades.
Cribb expone en su libro Food or War que el escenario futuro es poco alentador: “la producción de alimentos ya está compitiendo con las grandes industrias y los centros urbanos, por el agua”, explica este autor. Encima de ello, la urbanización ha aumentado su densidad y si la tendencia continúa, el suministro de agua dulce destinada para los alimentos irá en declive, reduciendo la capacidad de producción (Ver dato crucial 2).
No obstante, estas predicciones que hablan sobre un futuro sombrío no dan cuenta de la hambruna y desnutrición actual. En cuanto a las causas del hambre y la desnutrición en la actualidad, el artículo señala que la industria agrícola está desigualmente distribuida. Por ejemplo, las tierras de cultivo en África Subsahariana producen menos toneladas de granos anualmente en comparación con Estados Unidos y Europa; ello no se debe a que las y los agricultores “de las regiones más pobres carezcan de los recursos naturales, sino a que están encerrados en un ciclo de subsistencia.” Se trata de un ciclo sin fin en el cual la falta de industrialización limita los cultivos, lo que reduce los ingresos de las y los agricultores, quienes no pueden invertir en herramientas, infraestructura y equipo, lo que redunda en que no puedan hacer crecer su producción alimentaria.
El problema se intensifica cuando la población crece a un ritmo acelerado en comparación con la cantidad de alimentos disponible, y la situación empeora con la pobreza, cuando la economía colapsa o los conflictos amenazan el territorio. A pesar de que el Programa Mundial de Alimentos se ha involucrado, no ha solucionado la situación.
En septiembre de 2003 durante las protestas en contra de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio, que tenían lugar en México, Lee Kyung Hae, un granjero coreano que se apuñaló en el corazón tras subir a las barricadas con un letrero que colgaba de su cuello y que se alcanzaba a leer “OMC, Asesina. Agricultores”. Lee protestaba por los efectos catastróficos del libre comercio para las y los agricultores de distintas geografías.
Después de la Segunda Guerra Mundial los gobiernos de los países europeos y de Estados Unidos subsidiaron a las y los agricultores; luego de algunos años, se alcanzaron niveles excesivos de producción, orillando a la exportación. Los subsidios ocasionaron que los precios disminuyeran y la competencia hacia los países pobres incrementara. Esto fue benéfico para los países europeos, pero catastrófico para los países pobres. Las potencias continúan subsidiando a sus agricultores, mientras manipulan los mercados globales y arruinan a la agricultura de subsistencia (Ver dato crucial 3).
Raj Patel y Maywa Montenegro, colaboradores del libro Bite Back, apuntan que el auge del populismo es consecuencia del desorden comercial de los últimos años. Por ejemplo, Donald Trump “se aprovechó de la disfunción neoliberal y canalizó la indignación hacia un gobierno autoritario”.
Al parecer, el escenario futuro no es muy alentador, pues los sistemas de producción que se han desarrollado en los últimos años sólo acentúan las desigualdades sociales, que irán en incremento si el cambio climático, la competencia por los recursos y la urbanización continua su ritmo acelerado. Bajo este contexto, la hambruna y desnutrición contrario a disminuir, aumentarán.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Una propuesta es ayudar a los agricultores de los países empobrecidos para que salgan de la trampa de pobreza y baja productividad en que se encuentran, proporcionándoles herramientas mecanizadas, semillas, pero también mediante la reducción de tarifas y subsidios de los países ricos. Otra propuesta es que el PMA, “no sea sólo un organigrama, sino una fuerza que ayude a reequilibrar este sistema”. Una propuesta más es que la comida necesita producirse de manera ambientalmente racional, renunciando a trucos que “aumenten los rendimientos a expensas de la ecología en general”.
Finalmente, es importante reconocer que la producción de alimentos no es igual para todas y todos y que se deben adoptar medidas para hacer un futuro mejor, para quienes hoy sufren de hambre y por el planeta.
1. Los índices muestran que el hambre en todo el mundo está lejos de mejorar. Por ejemplo, en 2000, 15% de la población no podía acceder a las calorías necesarias para vivir, mientras que en 2014 esa proporción disminuyó a 8.6%. Sin embargo, la cifra no ha disminuido desde entonces. El último informe de la ONU estimó que en 2020 al menos 688 millones de personas sufren hambre, mientras que en 2014 628.9 millones la padecían; la tendencia muestra que para 2030 al menos 840 millones de personas sufrirán desnutrición.
2. Si la producción de alimentos disminuye, se estima que, para la década de 2050, cuando se espera que haya más de 9 mil millones de bocas que alimentar, la producción no será suficiente para cubrir la demanda.
3. En 2020, Estados Unidos gastó 37 mil millones de dólares en subsidios a la agricultura en los últimos dos años de la administración de Trump, mientras que Europa gasta 65 mil millones de dólares en subsidios cada año.
En este artículo se reconoce que la producción de comida rebasa por mucho la capacidad de consumo; a pesar de ello, hay personas muriendo por inanición. Ello revela que la industria alimentaria es un terreno estratégico en la disputa hegemónica y, por lo tanto, responde a un sistema que no pretende más que enriquecerse sin considerar a las y los otros. Al contrario, eso le funciona. Sin embargo, de no repensar y rediseñar las formas de producción los escenarios futuros seguirán con el mismo patrón.