Tools and Weapons: The Promise and the Peril of the Digital Age
Smith, Brad y Carol Ann Browne [2019], Tools and Weapons: The Promise and the Peril of the Digital Age, New York, Penguin books.
Brad Smith es abogado y ejecutivo tecnológico. Actualmente se desempeña como presidente de la compañía Microsoft.
Carol Ann Browne es directora de comunicaciones y relaciones externas de la compañía Microsoft.
Introducción: La nube: el archivador del mundo
La civilización siempre ha funcionado con base en los datos; la habilidad de hablar, la escritura y la imprenta son ejemplos de ello. Sin embargo, a pesar de la importancia que los datos han tenido en la sociedad, estos nunca habían desempeñado el rol que cumplen en la actualidad. Este es el argumento con el cual los autores de este libro inician su obra. “Hoy en día, cada aspecto de la vida humana es alimentado con datos. Cuando se trata de la civilización moderna, los datos son más el aire que respiramos que el combustible que quemamos”. “A diferencia del combustible, los datos son una fuente renovable que los humanos podemos crear por nosotros mismos”, subrayan Brad Smith y Ann Browne. Para los autores, los datos han cobrado mayor relevancia y su crecimiento aumentará durante la década de 2020 debido a la inteligencia artificial.
A la infraestructura digital que sostiene los datos virtuales se le conoce como “la nube”, la cual requiere también de instalaciones físicas para sostenerla. Los autores nombran a estas instalaciones como “centro de datos” y, para describir sus características y funcionamiento, ponen como ejemplo a los centros de Microsoft ubicados en el poblado de Quincy, cerca de Seattle, en Washington.
Las instalaciones de Microsoft en ese poblado comprenden dos campus de centros de datos con más de veinte edificios. Cada uno de esos edificios es del tamaño de dos campos de fútbol. El complejo en su conjunto ocupa un total de dos millones de pies cuadrados. Por fuera de cada uno de estos edificios se encuentran algunos de los generadores de electricidad más grandes del mundo, que cumplen con la tarea de asegurar que los centros de datos no se detengan en caso que la red eléctrica de la región deje de funcionar. Cada uno de estos generadores mide más de seis metros de alto y tiene la capacidad de alimentar a más de dos mil hogares. Además, estos se encuentran conectados a tanques de gasóleo que permiten mantener a los centros de datos operando fuera de la red eléctrica durante 48 horas seguidas. Dentro de cada edificio hay cuatro o más grandes salas que funcionan como subestaciones eléctricas. Estas salas son divididas por puertas a prueba de balas y paredes a prueba de incendios. Además de las subestaciones eléctricas, cada edificio tiene también una sala que cumple la función de ser el “sistema nervioso” de las instalaciones. En ella, racks que van del piso al techo y que se extienden hasta donde alcanza la vista están repletos de computadoras y servidores. En ellos se resguardan los datos del mundo digital.
“En algún lugar de estas salas, en uno de estos edificios se encuentran los archivos que te pertenecen”, continúan Smith y Browne. Esos archivos ocupan solo una muy pequeña parte de un disco duro en una de esas miles y miles de computadoras; cada uno de ellos se encuentra encriptado, por lo que únicamente el personal autorizado puede leerlo ya que los centros de datos se encuentran altamente protegidos para que nadie copie o robe datos personales de ellos.
Los autores subrayan que en cada región hay más instalaciones de centros de datos como éstas, de manera que, de ocurrir algún siniestro en estos edificios (un incendio, un terremoto, etc.), los datos continuarán resguardados y accesibles en la nube. Para el caso de Microsoft, esta compañía es dueña, opera y arrenda centros de datos de todos los tamaños en más de 100 ubicaciones, en más de 20 países. De esta manera, Microsoft proporciona 200 servicios en línea y atiende a más de un billón de clientes de más de 140 mercados.
Desde su experiencia, Smith y Browne cuentan que, en un inicio, la creación de software no requería de mucho dinero; de esta manera, Microsoft comenzó siendo una empresa diminuta y creció hasta convertirse en la multinacional que es hoy en día. Hacia mediados de la década de 2000, las cosas cambiaron ya que, si bien aún es posible crear un nuevo software, proveer de las plataformas necesarias para la computación en la nube a escala global es una historia distinta. Lo anterior debido a que se requiere de grandes cantidades de dinero para construir y mantener las instalaciones de los centros de datos. Además, todo el equipo debe ser reemplazado de manera constante por versiones más actualizadas y eficientes: “un centro de datos nunca está terminado”.
Para los autores, el moderno centro de datos "se encuentra en el centro de la nueva era digital" que vive el mundo actualmente. “Su masiva acumulación de datos, almacenamiento, y la potencia informática ha creado una plataforma sin precedentes para el progreso en las economías del mundo. Y ha desatado muchas de las cuestiones más desafiantes de nuestro tiempo”. En este sentido, los autores se plantean una serie de preguntas relativas a la ética, la seguridad y la economía en el marco del uso de la tecnología. Para dar respuesta a estas preguntas, subrayan, es necesario comenzar con una mejor apreciación del cambio de la tecnología en la historia.
“Desde el origen de los tiempos, cualquier herramienta puede ser usada para hacer el bien o para hacer el mal. […] Entre más poderosa sea la herramienta, mayor será el beneficio o el daño que puede ocasionar". Es por eso que, los autores argumentan que la tecnología puede convertirse en ambas: una herramienta potente o un arma formidable.
Actualmente, los beneficios de la tecnología no se distribuyen de manera uniforme y los cambios tecnológicos acelerados representan un desafío tanto para los individuos como para las naciones enteras. Las sociedades democráticas se enfrentan a los mayores retos en un siglo. A eso se añade que otros países hacen uso de la tecnología para explotar estas vulnerabilidades. De esta manera, el objetivo del libro, subrayan Smith y Browne, es examinar estos temas desde la posición de una de las compañías tecnológicas más grandes a nivel mundial (Microsoft). En sus palabras, esta obra “cuenta la historia de un sector tecnológico que intenta llegar a acuerdos con fuerzas que son más grandes que cualquier empresa o que incluso toda la industria.”
Trayendo a colación la demanda antimonopolio que dos décadas atrás enfrentó Microsoft por parte del Departamento de Justicia de Estados Unidos y veinte estados, los autores argumentan que el sector tecnológico necesita cambiar. “Ha llegado el momento de reconocer un principio básico pero vital: cuando tu tecnología cambia el mundo, tienes la responsabilidad de contribuir a orientar a ese mundo que ayudaste a crear”. Sin embargo, siguiendo a los autores, el sector tecnológico no puede abordar estos retos por sí mismo, sino que el mundo también requiere de una mezcla de autorregulación y acción gubernamental. “Este es un momento en que los gobiernos democráticos deben avanzar con nuevas políticas y programas, de manera separada, pero también en conjunto y en una nueva forma de colaboración con el propio sector tecnológico.”
A pesar que los retos actuales son inéditos, existen aprendizajes que se pueden obtener de las experiencias pasadas, apuntan Smith y Browne. Así, señalan que el presente libro “habla de las oportunidades y desafíos del futuro, basándose en parte, en las lecciones del pasado.” Al tiempo, los autores establecen que la innovación tecnológica debe continuar, pero que la tecnología y las compañías que la crean deben estar sujetas a las sociedades democráticas y a nuestra “capacidad colectiva de definir nuestro destino”.
Capítulo 1. Vigilancia: Un fusible de tres horas
Este capítulo comienza con el registro que hacen los autores de las acusaciones que, en 2013, enfrentaron nueve compañías tecnológicas estadounidenses (entre ellas Microsoft) por supuestamente acceder de manera voluntaria a formar parte de un programa conocido como Herramienta de Planificación para la Integración, Sincronización y Gestión de Recursos (PRISM, por sus siglas en inglés). Según el reportaje de The Guardian que dio a conocer este hecho, PRISM garantizaba a la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, por sus siglas en inglés) acceso directo, por medio de un programa de vigilancia electrónica, a correos electrónicos, mensajes, videos, fotos, detalles de redes sociales y otros datos operados y resguardados por las compañías tecnológicas.
De acuerdo con los autores, ningún trabajador de Microsoft había escuchado algo sobre PRISM, por lo que decidieron buscar información al respecto acudiendo tanto a The Guardian, como a la Casa Blanca; sin embargo, esta tarea no fue exitosa. El único dato con el que contaban era que la fuente de The Guardian fue Edward Snowden, un empleado de 29 años del contratista de defensa Booz Allen Hamilton, quien había descargado y huido de Estados Unidos con más de un millón de documentos clasificados. La revelación de estos documentos causó conmoción en el público, debido a que contenían material como presentaciones para entrenar al personal de inteligencia y pruebas de que tanto el gobierno de Estados Unidos como de Reino Unido habían accedido a registros telefónicos y datos de líderes extranjeros y ciudadanos.
Tras hacer un recuento del origen y evolución de los derechos de privacidad modernos en Estados Unidos, Smith y Browne argumentan que la Cuarta Enmienda de la Constitución de este país garantiza a los ciudadanos estadounidenses la seguridad en sus “personas, hogares, documentos y efectos” de “registros e incautaciones sin fundamento” llevados a cabo por el gobierno. Ante esto, una pregunta relevante es: ¿esta protección se extiende a la información que no se encuentra en los hogares de los ciudadanos estadounidenses? En opinión de los autores, la respuesta a la pregunta anterior es un certero “sí”. Para argumentar su postura, los ejecutivos de Microsoft refieren la decisión de las cortes estadounidenses, en el siglo XIX, de extender la Cuarta Enmienda de la Constitución al servicio postal, dado que, al tratarse de cartas selladas, se asumía que los usuarios contaban con una expectativa de privacidad en el servicio. Así, los autores exponen que esta “expectativa de privacidad” es igualmente observable para el caso de los centros de datos, con las múltiples capas de seguridad física y digital con que cuentan.
Retomando el reportaje de The Guardian, los autores cuentan que, después del 11 de septiembre de 2001, la NSA buscó asociaciones voluntarias con el sector privado para recolectar datos personales fuera del procedimiento legal. Para Microsoft, lo anterior representó un gran dilema debido a que, por un lado, se encontraba un “clima geopolítico” excepcional y, por el otro, el derecho a la privacidad de los usuarios. Después de realizar un recuento de aquellos eventos históricos en los cuales los derechos de los estadounidenses fueron vulnerados ante momentos de crisis nacional, los autores concluyen que la postura de Microsoft fue (y ha sido): colaborar con el gobierno de los Estados Unidos únicamente a través de procesos legales.
Otro problema que los ejecutivos de Microsoft identifican respecto a la vigilancia cibernética por parte de las autoridades públicas es que, si bien un gobierno sirve a quienes viven en un área geográfica definida, las empresas tecnológicas tienen clientes en todo el mundo. Lo anterior redefine la relación del sector tecnológico con sus usuarios. Por lo anterior, Smith y Browne argumentan que, al igual que los bancos, las compañías tecnológicas deben sujetarse a la ley y a regulaciones claras, pero el alcance global de las compañías del sector dificulta la regulación y su ejecución.
En la medida en la que el descontento de los clientes alrededor del mundo crecía en 2013, los ejecutivos de Microsoft se dieron cuenta que debían clarificar los hechos. Es decir, aclarar que los datos fueron proporcionados a la NSA por órdenes de seguridad nacional. Sin embargo, el Departamento de Justicia de Estados Unidos prohibió a esta compañía hacer pública esta información por ser clasificada. Ante esto, Microsoft decidió demandar al gobierno estadounidense; una decisión que también fue tomada por Google. No obstante, en medio de este proceso, en octubre de 2013, un artículo de The Washington Post reveló que la NSA, con la ayuda del gobierno británico y probablemente sin una orden judicial, había intervenido un cable submarino de fibra óptica para copiar datos de redes de Yahoo! y Google. Para el caso de Microsoft, a pesar de que no se pudo verificar que sus cables submarinos hubiesen sido intervenidos, los documentos filtrados por Snowden sugerían que la NSA había accedido a más información de los servicios de correo electrónico y mensajería de Microsoft de la que la empresa había entregado por órdenes de seguridad nacional.
Como resultado de la sorpresa y el descontento, las compañías tecnológicas tomaron la decisión de anunciar que implementarían cifrados de mayor seguridad para proteger los datos de sus usuarios. Unas semanas después, líderes del sector tecnológico fueron invitados a la Casa Blanca. Representantes de Apple, Google, Facebook, Netflix, y otras empresas del sector, crearon una coalición llamada “Reforma de la Vigilancia del Gobierno” que tenía el fin de unificar sus esfuerzos para exigir la restricción de la colecta masiva de datos, una mayor transparencia y la imposición de medidas de controles y equilibrios para la NSA.
En enero de 2014, el presidente Barack Obama dio un paso importante hacía la reforma a la vigilancia. Respondiendo a las denuncias de Microsoft y Google, el gobierno estadounidense permitió que las empresas del sector tecnológico publicaran, en sus informes de transparencia, más información sobre las requisiciones y órdenes de seguridad nacional.
Para cerrar este capítulo, los autores mencionan que el robo de documentos por parte de Edward Snowden en 2013 fue un hecho que cambió al mundo; esto debido a que las personas dirigieron su mirada hacia la vigilancia gubernamental y las compañías del sector tecnológico fueron empujadas a tomar medidas como implementar cifrados más fuertes, demandar a su propio gobierno y trabajar juntas a pesar de ser competidoras en el mercado.
Capítulo 7. Diplomacia digital: la geopolítica de la tecnología
En este capítulo, Smith y Browne abordan la papel del sector tecnológico en la diplomacia internacional. En la actualidad, las compañías tecnológicas tienen un alcance es global y se han vuelto omnipresentes. Una consecuencia de ello es que el sector tecnológico se ve cada vez más inmerso en cuestiones de política exterior. “Claramente, cualquier asunto que sea fundamental para la seguridad nacional, impulsará más al sector tecnológico hacia el mundo de la diplomacia internacional.”
Lo anterior lleva a los autores a enunciar las estrategias que Microsoft ha adoptado para fortalecer la ciberseguridad de sus servicios. Estas estrategias son el fortalecimiento de sus defensas tecnológicas y la seguridad operacional (la cual incluye el trabajo de detectar amenazas, de compartir información con clientes y de tomar acción contra ciberataques). Respecto a esta última tarea, Smith y Browne argumentan que es necesario incluir a los gobiernos en ella debido a que la respuesta a ciberataques es un área que tradicionalmente ha sido abordada por estos. Ante esto, Smith y Browne consideran que las normas internacionales y la coordinación diplomática en materia de ciberseguridad deben fortalecerse para restringir los ciberataques y delimitar con claridad las responsabilidades. Asimismo, los autores consideran que, frente al alza del nacionalismo, las compañías globales requieren de un “fundamento intelectual” para actuar de manera global.
En este panorama, Microsoft decidió tomar acción en 2017 y promover la unidad de la comunidad internacional en torno al tema de la ciberseguridad. Para esto, la compañía resolvió impulsar un pacto homólogo a los Convenios de Ginebra de 1949, el cual pusiera al centro la protección de civiles frente a ataques cibernéticos (en el caso de los Convenios de Ginebra, estos estaban orientados a proteger a la protección civil frente a la guerra). Así, Microsoft hizo un llamado para el fortalecimiento de las normas internacionales para evitar los ciberataques dirigidos a ciudadanos, instituciones o infraestructura crítica en tiempos de paz, así como para prohibir la piratería para robar propiedad intelectual. De igual manera, la compañía buscó impulsar un mayor acompañamiento de los gobiernos para con el sector privado en la materia y la creación de una organización independiente para investigar ataques cibernéticos entre gobiernos.
Los autores cuentan que en 2017, algunos periodistas llamaron a la propuesta de Microsoft “Convenio Digital de Ginebra”. Sin embargo, no todas las respuestas fueron favorables a la propuesta planteada por la empresa: algunas autoridades del gobierno de Estados Unidos (especialmente aquellos que eran parte importante en el desarrollo de las capacidades cibernéticas de la nación), argumentaron que, si se creaban normas más estrictas en la materia y Estados Unidos las seguía, sus adversarios no lo harían. Frente a esto, Microsoft señaló que el gobierno de Estados Unidos ya se había posicionado en contra de los ataques cibernéticos dirigidos contra civiles. Asimismo, otras personas rechazaron el Convenio Digital de Ginebra al argumentar que las compañías tecnológicas debían ayudar a sus gobiernos de origen a cumplir sus objetivos de política exterior, más que proteger a los civiles alrededor del mundo. Sin embargo, Microsoft respondió que esto no sería favorable para los intereses comerciales de la compañía.
Conforme el Convenio Digital de Ginebra avanzaba, los autores cuentan que, como ejecutivos de Microsoft, se dieron cuenta que muchos puntos de este documento eran relevantes para cualquier forma de control de armas. Investigando sobre el tema, encontraron que durante los últimos años de la guerra fría, el clima geopolítico obligó a Estados Unidos a incursionar, por vez primera, en el tema de la ciberseguridad. No obstante, una vez terminada la Guerra Fría, el tema del control de armas retrocedió del escenario público y fue marginal durante años.
Otra enseñanza de la historia rescatada por los autores es que los gobiernos buscan evadir los acuerdos internacionales de control de armamento en la medida que les sea posible. Por ello, es necesario encontrar maneras para monitorear el cumplimiento y responsabilizar a los infractores del Convenido Digital de Ginebra. Una particularidad de las armas cibernéticas, que las convierte en el "arma perfecta", es que “los gobiernos no solo las perciben como útiles, sino también como difíciles de detectar.”
Todo lo anterior llevó a Microsoft a argumentar acerca de la importancia de identificar a quién pueden atribuirse los ciberataques, así como de incrementar las capacidades colectivas para responder a estos. Aunque Estados Unidos y otros gobiernos se encuentren trabajando en ambas tareas, Smith y Browne consideran que es más probable que estos contribuyan a la estabilidad cibernética si actúan basándose en acuerdos internacionales y consensos multilaterales.
De acuerdo con los autores, el rol prioritario que tiene la información del sector privado en el campo de los ciberataques, hace que las empresas del sector tecnológico se conviertan en una especie de “naciones” para la diplomacia internacional en la materia. “Si nuestras compañías son como naciones, entonces nosotros podemos fraguar acuerdos internacionales”. En este sentido, Microsoft optó por promover que el sector tecnológico debería adoptar un rol de “Suiza digital neutra”: así como Suiza se ha caracterizado por su neutralidad en los conflictos bélicos, las empresas deberían hacer lo mismo y priorizar la defensa de sus clientes independientemente de su nacionalidad.
El siguiente paso para la compañía fue establecer lo que llamaron un “Acuerdo Tecnológico de Ciberseguridad”. Dada la propiedad privada del ciberespacio, Microsoft reconoció que se requeriría no sólo la participación multilateral de gobiernos, sino también la de empresas y otras partes interesadas. Así, mientras la compañía esbozaba los principios del acuerdo tecnológico, esta despegó un equipo de diplomacia digital, encargado de explorar los intereses de la industria digital.
En principio, Microsoft pensó que el acuerdo debía comprometer a todos sus firmantes en dos conceptos generales que proveían el fundamento para promover y proteger la ciberseguridad en una base global: 1) la protección de usuarios y clientes independientemente de su nacionalidad, y 2) la oposición hacia los ataques cibernéticos contra ciudadanos inocentes y empresas de cualquier nacionalidad. Aunado a estos principios, el acuerdo contenía dos promesas “pragmáticas” para las empresas firmantes: 1) dar nuevos pasos para fortalecer la ciberseguridad en una forma práctica y 2) cooperar entre sí para lograr esta primera tarea y para responder a ataques cibernéticos.
A pesar que compañías como Google, Amazon y Apple no se sumaron al acuerdo promovido por Microsoft debido a que este era objeto de críticas, otras sí lo hicieron. Unas semanas antes de anunciar el Acuerdo Tecnológico de Ciberseguridad, este fue compartido con la Casa Blanca y otras autoridades de Estados Unidos y de diferentes gobiernos. Para mayo de 2019, cien compañías del sector tecnológico de distintas nacionalidades se habían adherido al acuerdo; entre ellas, compañías europeas como Siemens, Airbus, Deutsche Telekom, Allianza y Total. Para sorpresa de los ejecutivos de Microsoft incluso Hitachi, una compañía japonesa de tecnología de larga data, que tenía reputación de ser más conservadora que las compañías estadounidenses del ramo, apoyó el acuerdo.
Por otro lado, los gobiernos parecían mantenerse al margen en los esfuerzos de las compañías por impulsar el multilateralismo; un rol que típicamente les ha pertenecido. Con el fin de incluir a actores fuera del sector tecnológico, Microsoft resolvió que sería idóneo presentar el acuerdo en una conferencia internacional que se llevaría a cabo en París, en noviembre de 2018, llamada por Emmanuel Macron: “Foro de París sobre la Paz”. En esta última, Francia había convocado ideas para proyectos que “fortalecieran la democracia y el multilateralismo en el siglo veintiuno.” El gobierno francés se interesó por la propuesta de Microsoft y promovió el “Llamado de París para la Confianza y la Seguridad en el Ciberespacio.” En un día, el llamado de Macron reunió 370 firmantes; entre ellos, 51 gobiernos de todo el mundo. Estados Unidos no formaba parte de la lista de firmantes. Sin embargo, el Llamado de París representaba una innovación importante ya que unía a la mayoría de las democracias del mundo y las conectaba con gran parte del sector tecnológico y con organizaciones no-gubernamentales líderes alrededor del mundo con el objetivo de crear un cibersepacio más seguro.
Después de los atentados de Christchurch en 2019, la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, y su gabinete, se reunieron con los representantes de Microsoft para pensar en formas de prevenir el uso de internet con fines terroristas. Los autores cuentan que esto último representaba una gran tarea para la industria tecnológica. Google, Facebook y Twitter reconocieron que sus plataformas permitieron a los terroristas amplificar su violencia extremista. Para Microsoft, la tarea fue ardua debido a que los cambios en sus servicios tecnológicos debían equilibrar requisitos técnicos con las más amplias preocupaciones en derechos humanos y libertad de expresión. Luego de una serie de conferencias telefónicas, compañías del sector tecnológico aceptaron unir sus esfuerzos bajo nueve recomendaciones concretas, entre las cuales se encuentran abordar el contenido de extrema violencia y terrorismo, así como publicar sus informes de transparencia. El grupo también formuló cuatro pasos para toda la industria, que incluían el lanzamiento de un protocolo para responder a las crisis. Dos meses después de los atentados terroristas en Nueva Zelanda, líderes de distintos países lanzaron el “Llamado a la acción de Christchurch”, en el que gobiernos y compañías del sector tecnológico se comprometían a actuar juntos y de manera separada, en temas de terrorismo y violencia extremista en línea.
Los autores mencionan que los llamados de París y de Christchurch subrayan la importancia de la diplomacia digital en la sociedad contemporánea. Estos acuerdos no dependen sólo de los gobiernos: su particularidad es que otros actores no estatales, en especial las empresas tecnológicas, juegan ahora un rol importante en los asuntos humanitarios y de limitación de armas. Asimismo, estos llamados a la acción también incluían la participación de la ciudadanía, un tema que Microsoft considera importante para la era actual de diplomacia digital.
Finalmente, Smith y Browne apuntan que, además de aprender de las lecciones “esperanzadoras” de la historia, también es necesario hacerlo de los graves errores del pasado. Los fallidos intentos por generar condiciones para la paz en Europa en la década de 1930 obligan a pensar en la importancia de las decisiones conjuntas en cuanto al control de armas y para evitar los conflictos bélicos. A medida que la tecnología avanza y es utilizada en la guerra, la pregunta que sobresale es: ¿puede el mundo controlar el futuro que está creando?
Ante la llegada de un nuevo tipo de diplomacia digital, Microsoft considera que la mejor manera de abordar estos asuntos globales es incluyendo no solo a gobiernos, sino a todas las partes –particularmente a las empresas– que “definen la tecnología del futuro”.
Capítulo 14. Estados Unidos y China: Un mundo tecnológico bipolar
Cuando Xi Jinping realizó su primer viaje a Estados Unidos como presidente de la República Popular China, en septiembre de 2015, Microsoft, al igual que otras compañías estadounidenses tenían interés en tener un mayor acceso al mercado chino. Meses antes, se había anunciado en noticieros que piratas informáticos chinos habían copiado, de la Oficina de Administración de Personal (OPM, por sus siglas en inglés), los números de seguro social y otros datos personales de más de veintiún millones de estadounidenses. Este incidente había alertado a Estados Unidos de dos cosas: las capacidades de los hackers chinos para el robo cibernético y la falta de seguridad de la OPM. En agosto de 2015, el equipo de la Casa Blanca había ya cerrado una negociación en materia de ciberseguridad con el gobierno chino, aunque el tema se seguía concibiendo como una situación peligrosa.
Durante la visita de las autoridades chinas a Estados Unidos, Microsoft fungió como anfitrión. Así, en septiembre de 2015, la compañía tecnológica recibió en sus instalaciones en Seattle, no solo a representantes de los gobiernos de Estados Unidos y China, sino también a líderes de todas las compañías estadounidenses del sector tecnológico; entre ellos, Tom Cook de Apple, Jeff Bezos de Amazon y Mark Zuckerberg de Facebook.
Los autores señalan que, para esa fecha, ya era claro que China había emergido como una superpotencia tecnológica, lo que daba indicios de la creciente existencia de un mundo tecnológico bipolar. De acuerdo con ellos, China y Estados Unidos son los dos mayores consumidores de tecnologías de la información en el mundo y también se habían convertido en los dos más grandes proveedores de dichas tecnologías para el resto de los países. Sin embargo, la relación entre ambas economías “no se parece a alguna otra en algún otro lugar, ahora o antes”. Una de las razones de lo anterior, argumentan Smith y Browne, es que China ha utilizado su poder para controlar el acceso a su mercado, para prohibir la participación de empresas como Google o Facebook y beneficiar a los proveedores locales.
La única compañía estadounidense de tecnología que había tenido éxito en China era Apple, con la venta del iPhone. Esto lleva a los autores a preguntarse por qué es tan difícil para el resto de las compañías estadounidenses del ramo triunfar en China, en comparación con lo que sucede en el resto del mundo. “Esta ha sido una pregunta importante en todo el sector tecnológico por más de una década. Y cada vez más, en Washington D.C., los políticos de ambos partidos se preguntan si quieren que las empresas de tecnología de Estados Unidos tengan éxito allí, considerando la potencial transferencia de tecnología involucrada”.
Smith y Browne consideran que la relación tecnológica entre Estados Unidos y China ha surgido como una de las más complejas en el mundo (y probablemente en la historia). “En la medida en que la competencia crece, es crítico para cada país, entender al otro”. Existen muchas razones por las cuales las compañías de tecnología estadounidenses encuentran dificultad para incorporarse al mercado chino. Muchas veces, los consumidores chinos tienen diferentes necesidades e intereses en torno a la tecnología de la información, en comparación con consumidores de Estados Unidos, Europa y otras partes.
En este sentido, los autores relatan que Microsoft ha llevado a China productos diseñados inicialmente para usuarios estadounidenses, lo que ha resultado en fracasos para la compañía. Sin embargo, desde 1998, Microsoft cuenta con un centro de investigación en China, llamado Microsoft Research Asia (MSRA), el cual ha sido indicativo del rápido crecimiento del talento tecnológico en el país asiático. “Algunas veces, el MSRA va más allá de la investigación y desarrollo básico para pilotear nuevos productos diseñados específicamente para el mercado chino.” Smith y Browne cuentan que estos productos resultan, a menudo, sorpresivos para los estadounidenses.
Otro hecho que resaltan los autores en cuanto a la relación tecnológica entre China y Estados Unidos es el triunfo de los servicios digitales chinos sobre los estadounidenses; argumentan que esto se debe a que los servicios de las compañías del país asiático conocen de mejor manera los gustos de su mercado. Ejemplos de lo anterior son: Alibaba sobre Amazon en comercio electrónico, WeChat sobre los servicios estadounidenses de mensajería instantánea y Baidu sobre Google en búsquedas. También, Smith y Browne ven en la intensa competencia, la innovación y una ética del trabajo duro en el sector tecnológico en China, claves para entender su crecimiento en este ramo.
No obstante, uno de los obstáculos más grandes para las empresas tecnológicas estadounidenses en el mercado chino son las barreras comerciales. El país asiático ha puesto barreras a las empresas de tecnología para el acceso a su mercado. Con Donald Trump comp presidente, Estados Unidos también estableció barreras contra las empresas chinas. Las compañías tecnológicas estadounidenses frecuentemente se ven en la necesidad de incorporarse al mercado chino mediante inversiones conjuntas con empresas chinas. Lo anterior resulta problemático, debido a que, el sector tecnológico cambia rápidamente y, a menudo, involucra una elevada complejidad tecnológica. Asimismo, existe la dificutad de trabajar entre distintos países, culturas y lenguajes. También, el hecho de que las compañías locales no operen bajo los mismos obstáculos que las estadounidenses hace que sea casi imposible para estas últimas triunfar en el mercado chino. “En resumen, la obligación de servir a China a través de inversiones conjuntas opera como una barrera típicamente efectiva para acceder al mercado.”
Los autores argumentan que los asuntos tecnológicos entre China y Estados Unidos van más allá del acceso al mercado. Dado el rol que la tecnología de la información juega en la comunicación masiva, el gobierno de china ha regulado su uso, durante largo tiempo, en una manera distinta a como se ha llevado a cabo en occidente. Los ejecutivos de Microsoft resaltan que lo anterior ha puesto a ambos países en una situación de tensión; esta tensión evidencia que mientras en China se enfatiza el orden público, en Occidente se priorizan los derechos humanos. En algunos aspectos, estas diferencias tienen sus raíces en distintas filosofías y formas de ver el mundo.
Utilizando como sustento las observaciones de Henry Kissinger, los ejecutivos de Microsoft mencionan que algunos de los valores que guían en pensamiento oficial en China devienen de las enseñanzas de Confucio. Entre estas se encuentran “el compromiso con la regla compasiva, la devoción al aprendizaje y la búsqueda de la armonía basada en un código jerárquico de conducta social”. A pesar de que la filosofía griega, raíz del pensamiento político de occidente, comparta las enseñanzas confucianas de devoción al aprendizaje, estas fueron aterrizadas de manera distinta: en un sentido de libre albedrío y agencia personal de las personas. “Según lo desarrollado por Aristóteles y Sócrates, la misma definición de felicidad para los antiguos griegos ‘consistía en poder ejercer las competencias propias en búsqueda de la excelencia en una vida libre de limitaciones.”
Como una compañía fundada y cuya sede se encuentra en Estados Unidos, Microsoft no ha dudado en defender los derechos humanos alrededor del mundo. Así, una década atrás, ante la amenaza para los derechos humanos que suponía alojar sus servicios de correo electrónico en los servidores en China, la compañía decidió no hacerlo. La consecuencia de esa decisión fue que Microsoft quedó excluida de esos servicios en el país asiático. De manera más reciente, Microsoft también restringió el acceso a sus servicios de reconocimiento facial, ante el potencial que esta herramienta tiene para la vigilancia masiva.
En verano de 2018, durante un viaje a Beijing, los ejecutivos de Microsoft tuvieron la oportunidad de aprender más respecto a las diferencias en las tradiciones culturales e históricas de China y occidente. Investigando sobre la conexión de las más modernas tecnologías (inteligencia artificial) con las tradiciones filosóficas y religiosas antiguas, los directivos de la compañía descubrieron y hablaron sobre cómo los asuntos éticos y filosóficos en torno a la inteligencia artificial, pueden ser vistos de manera diferente en varias partes del mundo.
Las diferencias en las tradiciones son consistentes también en cómo cada sociedad piensa la regulación de la nueva tecnología, argumentan los autores. Mientras el “instinto estadounidense” es mantener al gobierno a la distancia, China opta por crear redes de regulaciones para sus empresas. Esta última es otra dimensión que Microsoft identifica como factor que dificulta la relación entre el gobierno chino y las compañías del sector tecnológico.
Por otra parte, las compañías tecnológicas también encuentran obstáculos para el comercio por parte de Estados Unidos. De manera creciente, en Washington DC, los dos partidos políticos ven con preocupación el alza de la esfera de influencia de China. Dicha preocupación se amplifica en cuanto a la transferencia hacia China de tecnologías de la información, debido a que, esta se vuelve cada vez más fundamental para el fortalecimiento de los poderes militares y económicos. Sin embargo, los ejecutivos de Microsoft consideran que “si bien estas preocupaciones son claramente importantes, existe un riesgo en ambos lados del Pacífico si se aplican respuestas simples a preguntas complejas.”
Para empezar, los directivos de Microsoft consideran que debería hacerse una diferenciación entre las tecnologías de la información cuyo uso dual las convierte en potenciales armas para la militarización, de aquellas que no lo son; actualmente, existe un régimen bien establecido para controlar las primeras. Asimismo, existen tecnologías de la información que son secretas, y otras que no. Otro tema es que mientras la preocupación en torno a la protección de la propiedad intelectual es importante en algunos campos de la informática como los microprocesadores, existen otros como el software en los que la propiedad intelectual tiene menor importancia. A lo anterior se suma que no todas las áreas tecnológicas conllevan a una preocupación en torno a los derechos humanos; el reconocimiento facial y el almacenamiento de datos en la nube son dos que sí lo hacen. Finalmente, China es una parte vital de la cadena de valor de los productos tecnológicos estadounidenses. “Mientras los hacedores de política pueden contemplar crear una nueva cortina de hierro en el medio del Océano Pacífico para dividir el desarrollo tecnológico en continentes separados, la naturaleza global de la tecnología hace que esto sea difícil de implementar”.
Tanto Estados Unidos como China se enfrentan, cada vez más, a enigmas acerca de cómo pensar el comercio de tecnología. Al respecto, los ejecutivos de Microsoft argumentan que existen tres dimensiones a largo plazo que deben tomarse en cuenta. Primero, ambos países han otorgado ventajas a sus compañías tecnológicas, por lo que es difícil hablar del libre acceso a sus mercados. La protección a los mercados nacionales es un gran apoyo para las compañías involucradas. Sin embargo, dado que la única forma de tener éxito globalmente es siendo respetado globalmente, si Estados Unidos y China continúan alegando que la tecnología del otro no es confiable, existe el riesgo de que el resto del mundo concluya que ambos están en lo correcto y se encaminen hacia otros proveedores de estos productos. Dejando de lado el control de la tecnología cuya naturaleza la hace objeto de asuntos de seguridad nacional y piratería cibernética, los gobiernos deberían ser más “circunspectos y cuidadosos” al perseguir criminalmente a firmas e individuos, ya que esto puede ser innecesario y contraproducente.
Segundo, el éxito de las compañías tecnológicas depende de su escala global, específicamente en la infraestructura y la difusión de la investigación y desarrollo. Es imposible alcanzar el liderazgo mundial sin dejar que los productos salgan del mercado nacional. Al respecto, los autores argumentan que la opción más viable, para proteger la seguridad nacional y promover el crecimiento económico al mismo tiempo, es permitir que cierto tipo de tecnología sea exportada con limitaciones y restricciones de disponibilidad para ciertos usos y usuarios. Finalmente, desde una perspectiva más amplia, Smith y Browne consideran que el mundo necesita una relación más estable entre Estados Unidos y China: “es casi imposible imaginar el término de este siglo en un mejor estado que como empezó sin una sana relación" entre estos dos países.
Todo lo anterior requiere de una construcción continua de una base educativa y cultural para conectar Estados Unidos y China. “Hoy día, la comprensión del otro es a menudo más limitada de lo que debería ser”; especialmente, para Estados Unidos. Los autores cierran el capítulo comentando que, a pesar de que la relación bilateral entre ambos países deba centrarse en los intereses de cada uno, cuando los gobiernos de las dos mayores economías del mundo se juntan, los efectos esta relación alcanzan al resto del mundo, quienes dependen de ella.
En años recientes, los ingresos de Apple en China han sido tres veces más grandes que los de la segunda compañía estadounidense con mayores ventas en China: Intel.
Las ganancias de Apple en China podrían ser mayores que las ganancias combinadas del resto de las compañías tecnológicas estadounidenses en ese país.
Como señalan los autores, la era digital moldea a la sociedad actual en distintas dimensiones, por lo que las tecnologías de la información no deben pasar por desapercibidas en los análisis sociales. El presente texto es relevante debido a que presenta la perspectiva de una de las compañías tecnológicas más importantes del mundo respecto a temas que cada vez ganan más terreno en las discusiones: el uso de datos digitales como herramienta geopolítica, la disputa tecnológica entre China y Estados Unidos, y el creciente rol de las compañías tecnológicas en la diplomacia mundial.