Ruptura. La crisis de la democracia liberal
Castells, Manuel [2017], Ruptura. La crisis de la democracia liberal, Madrid, Alianza.
Introducción. Nuestro mundo, nuestras vidas
Manuel Castells inicia su texto con la siguiente frase: “Nuestras vidas se tambalean en el torbellino de múltiples crisis”. Así, el autor comienza a relatar cómo es que nuestras vidas están inmersas en una crisis económica, de seguridad y medioambiental. De igual forma, señala que el mundo sigue en la constante amenaza de recurrir a guerras hostiles como la única forma de afrontar los conflictos. Diariamente las mujeres se enfrentan a una violencia estructural y “desenfrenada”. Existe la distorsión deliberada de una realidad a través de la posverdad. Vivimos en una sociedad sin privacidad, somos convertidos en datos e impera “una cultura reducida al entretenimiento”.
No obstante, “la ruptura de la relación entre gobernantes y gobernados” constituye una crisis todavía más profunda. El modelo político de representación y gobernanza se encuentra en un colapso gradual. Dada esta ruptura, la democracia liberal no representa más el “antídoto contra los estados autoritarios y el despotismo institucional”. Es importante recalcar que “[n]o se trata de un rechazo a la democracia, sino a la democracia liberal tal y como existe en cada país, en nombre de la democracia real”.
Existe un rechazo contra el sistema de partidos y la democracia parlamentaria en muchos países. Surgen alternativas políticas muy distantes de las instituciones políticas existentes y el orden político nacional y global. Se busca una “democracia real” que va más allá de los límites de las instituciones establecidas.
De acuerdo con Castells, algunas de las expresiones de “un orden o caos posliberal” son personajes como Donald Trump, Le Pen o Macron; partidos políticos como Podemos en España, Syriza en Grecia y el Movimiento Cinque Stelle en Italia; el Brexit; la desintegración total del sistema político de Brasil; el “narcoestado” en México; la crisis en Venezuela; la corrupción y el derrocamiento de la presidenta de Corea del Sur; las ejecuciones por el régimen filipino para combatir la inseguridad; la crisis de legitimidad del presidente en Sudáfrica, entre otras.
Asimismo, en Bolivia y Ecuador se buscó la articulación de “una nueva relación entre la representación parlamentaria y la social”. Por otra parte, China y Rusia son ejemplos de regímenes autoritarios que “se establecieron como alternativas eficaces a la democracia liberal”, mientras que en Medio Oriente algunos países están gobernados por teocracias y otros por dictaduras. Además, la Unión Europea se ve amenazada por el surgimiento de sentimientos nacionalistas y xenófobos, a la par de movimientos “neofascistas”. En este panorama mundial se encuentra “la distancia creciente entre la clase política y la ciudadanía”.
En este sentido, el libro Ruptura. La crisis de la democracia liberal analiza las causas y las consecuencias de la ruptura entre los ciudadanos y los gobiernos, al igual que la crisis de la democracia liberal y el colapso gradual del modelo de representación.
Capítulo I. La crisis de la legitimidad democrática: no nos representan
Érase una vez la democracia
En la democracia delegativa, el pueblo puede delegar el poder soberano que teóricamente tiene. Sin embargo, se aspira a algo más. Por esta razón, en el modelo de democracia liberal “pretende ofrecernos” el respeto de los derechos humanos y políticos (libertad de asociación, de reunión y de expresión); la separación de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y la libre elección de quienes gobiernan; la “sumisión del Estado, y todos sus aparatos, a quienes han recibido la delegación del poder de los ciudadanos”; la posibilidad de reformar la Constitución y evitar el conflicto de intereses entre los poderes económicos o ideológicos y los asuntos públicos. Para que el modelo hoy pueda ser una realidad en la práctica institucional y en la vida social, tuvieron que pasar muchos siglos. Aún así, se debe tener en cuenta que actualmente existen “numerosas desviaciones de los principios de representación” y de los postulados de la democracia liberal.
De esta manera, Castells menciona que la democracia se constituye en concordancia con las relaciones de poder social y “se adapta a medida que esas relaciones de poder evolucionan, al tiempo que privilegia el poder ya cristalizado en las instituciones”. De tal modo, la democracia puede llamarse representativa sólo si los ciudadanos se sienten representados. De igual manera, la fuerza y estabilidad de las instituciones están sujetas a la “validez inherente en la mente de los ciudadanos”. Por lo tanto, el vínculo subjetivo existente entre lo que los ciudadanos piensan y quieren y las acciones de los funcionarios se torna crucial para la legitimidad política. La crisis de legitimidad política tiene lugar en caso de una ruptura en el vínculo subjetivo y da paso al desconocimiento de los agentes del sistema político como representantes.
La democracia liberal teóricamente puede corregir el desequilibrio derivado de la crisis de legitimidad política por medio de la pluralidad y las elecciones. Sin embargo, Castells apunta que en la práctica, “la elección se limita a los que ya están integrados en las instituciones y en los intereses creados de la sociedad, con todo tipo de obstáculos en el camino para cualquiera que intente entrar en este dominio político bien definido”. Razón por la cual los partidos políticos, sin importar sus diferencias, siempre se articulan para “mantener su monopolio de poder” dentro del sistema preestablecido, se profesionalizan, sufren un proceso de burocratización interna y colocan sus intereses por encima de los intereses del pueblo.
Una vez que se ha completado el proceso de elección, los partidos políticos comienzan a funcionar de manera independiente de los ciudadanos. A menudo los partidos defraudan la esperanza que el pueblo depositó en ellos y, en consecuencia, la legitimidad comienza a erosionarse para luego pasar de la resignación a la indignación o a la ruptura.
Existe un sentimiento generalizado de rechazo a la política, (Dato crucial 1) con matices entre países y regiones. Sin embargo, de acuerdo con el contexto mundial, Castells asegura que cualquier institución humana, incluida la democracia liberal, está destinada a sufrir recurrentes crisis. Los ciudadanos quieren seguir creyendo en la democracia, pero únicamente encuentran desilusión o “desencanto” en las instituciones y modos de gobiernos, razón por la cual el pueblo busca una transformación. En este sentido, el autor encuentra relevante analizar las razones por las cuales se ha dado una ruptura entre los representantes y el pueblo y con ello el rechazo popular generalizado y sin distinción a cualquiera que esté en el poder.
Las raíces de la ira
De acuerdo con Castells, “[l]a crisis de la democracia liberal resulta de la conjunción de varios procesos que se refuerzan mutuamente”. Producto de la globalización de la economía y las comunicaciones, los Estados tienen limitado margen de acción ante problemas de carácter global. Paradójicamente fueron los Estados los que promovieron el proceso de globalización y ahora enfrentan los efectos negativos de la misma.
Han surgido nuevos tipos de clases sociales a partir de la conexión global entre los profesionales con mejor formación. Los trabajadores se encuentran “devaluados por la deslocalización industrial y la deslocalización, desplazados por el cambio tecnológico y vulnerables por la desregulación laboral”. El mercado nacional y mundial propicia la desigualdad y fragmentación social y polarización, establece lo que es útil o no para las redes globales del capital, la producción y el consumo.
En la actualidad ha surgido el Estado-red que articula las instituciones de los Estados-nación con la finalidad de aumentar su capacidad competitiva. La Unión Europea es un claro ejemplo. Sin embargo, Castells advierte que “cuanto más se distancia Estados-nación de la nación que representa, más se disocian el Estado y la nación”, lo cual deriva igualmente en una crisis de legitimidad, los ciudadanos se mantienen distantes de las decisiones y las instituciones de representación directa.
Además, se debe añadir una crisis de identidad producto de la globalización y una fragmentación social agravada por la “fractura cultural” que alimenta sentimientos xenófobos y la intolerancia. En este sentido, el autor menciona que “la identidad política de la ciudadanía, construida sobre la estatalidad, está siendo sustituida por diversas identidades culturales que transmiten un significado más allá de las fronteras de lo político”.
Por otro lado, la crisis económica de 2008 reveló las contradicciones en la economía y sociedad derivadas de la globalización. Con las crisis, difícilmente las fallas de un sistema pasan desapercibidas. Por lo tanto, la crisis de legitimidad política encuentra su origen en la crisis financiera de 2008.
La interdependencia de los mercados mundiales al igual que el uso de las tecnologías digitales son una de las bases del capitalismo financiero global y propician la creación de “un capital especulativo virtual que impuso su dinámica de creación de valor artificial a la capacidad productiva de bienes y servicios”.
Para hacer frente a los estragos causados por la crisis financiera, diversos gobiernos nacionales tuvieron que intervenir para rescatar la economía, aún cuando la ideología neoliberal enfatiza en que “la intervención estatal en los mercados es perjudicial”. Así, las políticas adoptadas por los Estados europeos para atender la crisis económica y sus consecuencias tales como el desempleo, la migración, las políticas de austeridad con recortes al gasto público, también fueron un factor determinante en la crisis de legitimidad política.
En el caso de Estados Unidos, hubo un aumento del gasto público, lo cual permitió al país recuperarse de la crisis a un ritmo más rápido en comparación con Europa. Las políticas de austeridad provocaron que el Estado de bienestar se derrumbara. Los ciudadanos que votaron por un partido político de izquierda se “sintieron traicionados” y, por lo tanto, perdieron la confianza en los políticos. En el caso de España, la corrupción sistémica de los partidos políticos y la corona, también contribuyeron a la crisis de legitimidad.
En este sentido, el autor argumenta que “la corrupción es un rasgo sistémico de la política contemporánea” y que con el auge de la democracia liberal ha habido un aumento y no una reducción en la corrupción. Según Castells, esta tendencia se debe a los elevados costos de la comunicación y de la política mediática, por lo cual, la financiación legal de los partidos no alcanza el coste real de la política profesional.
Sin embargo, sería difícil aumentar la proporción de fondos públicos destinados a los partidos, dada la opinión pública y poca confianza hacia los partidos políticos. Asimismo, Castells plantea que “es la ideología del consumo como valor y del dinero como medida del éxito que acompaña al modelo neoliberal triunfante centrado en el individuo y su satisfacción inmediatamente monetizada”. Los políticos buscan el éxito personal a través de la política. Por otro lado, las grandes corporaciones en todo el mundo propician y se benefician de los actos corruptos de las autoridades gubernamentales. Es así como la política se convierte en un negocio y “se difuminan los límites entre la esfera económica y la política”.
La autodestrucción de la legitimidad institucional por el proceso político
En las sociedades democráticas contemporáneas la lucha por el poder necesariamente tiene que pasar por la política mediática, la política del escándalo y la autonomía comunicativa de los ciudadanos. Nos encontramos inmersos en un “universo mediático” creado por la digitalización e interconexión de todos los datos, capaz de configurar nuestro comportamiento y decisiones debido a la construcción de realidad que realiza.
En la “sociedad red”, el mundo mediático multimodal nos muestra la única política que existe. Partiendo de la idea de que “la política es fundamentalmente emocional”, los mensajes transmitidos en los medios de comunicación y destinados a formar opiniones políticas deben ser capaces de establecer una relación de identificación y confianza. Una vez recibidos los mensajes, la información pasa a nuestro universo visual y emocional y, posteriormente, se configura el proceso de toma de decisiones. Las impresiones comienzan a solidificarse como opiniones. Las opiniones se someten a debate mediante redes sociales y otros medios de comunicación para ser corroboradas o refutadas.
La personalización de la política surge debido a que a menudo la confianza se genera en torno al potencial de liderazgo de una persona. Razón por la cual un ataque político siempre está encaminado a destruir la confianza a través de la “degradación moral del carácter y la imagen de alguien como líder”. Un mensaje negativo tiene cinco veces mayor fuerza que uno positivo. Así surge la “política del escándalo”, tal como lo describió y propuso el sociólogo John Thompson. En tanto los debates giran en torno a la política del escándalo, el pueblo opta por el candidato menos corrupto, partiendo de la idea de que “todos son iguales”, lo cual “inspira un sentimiento de desconfianza y reprobación moral hacia todos los políticos y la política en su conjunto, contribuyendo así a la crisis de legitimidad”.
En el mundo de la posverdad las redes digitales juegan un papel fundamental al permitir que cualquiera tenga libertad de expresión. Así es posible pasar de la incertidumbre de la verdad a la construcción de una verdad individual partiendo de las emociones únicas y personales que producen la “fragmentación de los mensajes y la ambigüedad de la comunicación”. Se destruye la conexión entre lo personal y lo institucional y se pone en duda todo aquello que no se puede verificar personalmente.
2. En España la desconfianza de los ciudadanos con relación a los partidos políticos aumentó de 65% en el año 2000 a 88% en 2016. La desconfianza en el parlamento y el gobierno pasó de 39% en 2001 a 77% en 2016.