Somini Sengupta cubre temas climáticos internacionales. Ha trabajado en Medio Oriente, África Occidental y el sur de Asia para The New York Times. En 2003 recibió el premio George Polk por su trabajo en Congo, Liberia y otras zonas en conflicto.

En tan solo una semana, ríos embravecidos se desbordaron en Alemania y Bélgica, cientos de personas murieron por una ola de calor en Estados Unidos y un incendio forestal destruyó una aldea completa en Canadá. Estos hechos han puesto la atención sobre la gravedad del cambio climático y sus consecuencias: "el mundo no está preparado para frenar el cambio climático ni para vivir con él".

Los sucesos devastaron a algunos de los países más ricos del mundo. Las inundaciones en Europa han causado 165 muertes y cientos de desapariciones; la mayoría de ellas en Alemania, la economía más fuerte de la región. Queda por ver si estos desastres influirán en las acciones de los países y las empresas con más poderío para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en el marco de las negociaciones climáticas que se llevarán a cabo en Glasgow, Escocia, en noviembre en 2021.

El calentamiento global, y los desastres naturales que ocasiona, ha dejado su rastro en gran parte del mundo. En el mundo en desarrollo ha arrasado con vidas y pérdidas materiales (Dato crucial 1) lo que ha llevado a sus representantes a pedir ayuda a los países ricos para enfrentar las consecuencias de los desastres climático de los que no son responsables. Ahora, los países más ricos también sufren de sus efectos.

Desde que se negoció el Acuerdo de París en 2015, cuyo objetivo era disminuir los efectos del cambio climático, las emisiones globales han aumentado. China es el mayor emisor y aunque las emisiones de Europa y Estados Unidos han disminuido gradualmente, no han alcanzado el ritmo necesario para restringir el aumento de la temperatura global.

A pesar la gravedad de los desastres climáticos, en el escenario internacional prevalecen la falta de cooperación y las tensiones diplomáticas. Por ejemplo, en julio de 2021, la Comisión Europea propuso leyes para prohibir la venta de automóviles que consuman gasolina y diésel para el año 2035, asegurar que la mayoría de las industrias paguen por las emisiones que producen y establecer un impuesto a las importaciones de países con políticas climáticas laxas. No obstante, se tienen pocas esperanzas de alcanzar su consenso tanto dentro de Europa como con los países afectados por los aranceles.

Las y los científicos han advertido durante décadas sobre la catástrofe que se asoma con el aumento de las temperaturas (Dato crucial 2). En 2018 un informe científico señaló la necesidad de reducir a la mitad de las emisiones para 2030, sin embargo, desde entonces éstas siguen incrementándose (Dato crucial 3) elevando la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos en todo el mundo, como los registrados durante el verano de 2021.

La falta de respuesta de los gobiernos, y del público en general, refleja una sensación de invulnerabilidad, sobre todo en los países más ricos, dando como resultado una evidente falta de preparación frente a los desastres climáticos. Si bien esa falta de respuesta puede explicarse por la incertidumbre de que el plan funcione, en ocasiones se debe a la falta de incentivos políticos para gastar dinero en la adaptación.