There is no 'green transition'
Plested, James [2022], "There is no 'green transition'", Red Flag, 19 de marzo, https://redflag.org.au/article/there-no-green-transition
James Plested es escritor y editor en Red Flag, Australia.
Cada vez es más común que se afirme que el mundo ya se encuentra en transición hacia una economía verde. Ejemplo de esto es el caso de magnate australiano, Andrew Forrest, que pretende sustituir el uso de combustibles fósiles por “hidrógeno verde” en su industria minera. Sin embargo, este “triunfalismo verde”, más que una solución, suele ser un obstáculo para conseguir el cambio radical que se requiere. Debido a que ya no es posible para los poderosos adinerados y sus servidores políticos negar el cambio climático, ahora es habitual que se hable de cualquier iniciativa verde, generalmente soluciones tecnológicas a pequeña escala.
La propaganda que respalda la transición hace énfasis en el gran aumento en la inversión en energías renovables en la última década (dato crucial 1). Sin embargo, si se analiza más ampliamente el panorama vemos que en realidad es bastante poco en comparación con lo que se sigue invirtiendo en combustibles fósiles (dato crucial 2). La velocidad de la “transición” es bastante lenta, solo ha habido un aumento de 5.4% en la proporción de energía procedente de fuentes renovables en las últimas tres décadas (dato crucial 3). Por otro lado, vemos un aumento de 64% en la producción de energía a partir de combustibles fósiles de 1990 a 2019 (dato crucial 4), mientras que el aumento en la producción de energía renovable ha sido de 180%, sin embargo, como los números netos son mucho más pequeños, ha tenido poco impacto en las emisiones globales.
Un reporte de la Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés), Global Energy Review: CO2 Emissions in 2021 muestra que en ese año las emisiones totales de dióxido de carbono aumentaron a un ritmo récord de 6% por lo que solo la inversión en energías renovables no supone una verdadera transición. En este sentido, observar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera es la forma más fiable de desmentir la dichosa transición, ya que las concentraciones de dióxido de carbono y metano evidencian la contradicción entre la creciente retórica de los políticos y empresarios y la alarmante realidad.
De acuerdo con las mediciones de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés), las concentraciones globales de dióxido de carbono en la atmósfera han aumentado gradualmente desde 1990 (dato crucial 5) y la tasa media de aumento anual continúa incrementando (dato crucial 6). La situación empeora si consideramos que también la concentración y la tasa media de aumento anual del metano se han incrementado (dato crucial 7), gas con un factor de calentamiento mucho mayor que el del dióxido de carbono.
Teniendo evidencias tan claras de que las concentraciones de gases de efecto invernadero siguen alcanzando nuevos máximos, resulta difícil creer las afirmaciones del greenwashing que quieren hacernos pensar que el capitalismo verde es la solución, cuando la realidad señala que el capitalismo sigue dependiendo de los combustibles fósiles.
Ahora bien, con las nuevas circunstancias que ha traído consigo el conflicto en Ucrania, los esfuerzos por enfrentar la crisis climática son aún menores. Las sanciones económicas que se le han impuesto a Rusia han provocado un aumento exorbitante en los precios del petróleo, gas y carbón, lo cual apunta a que se desencadene una ampliación en la producción de combustibles fósiles por parte de las potencias occidentales, entre las que destacan Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos y Australia.
Debido a que el desarrollo de nuevas infraestructuras para la extracción, procesamiento y distribución de combustibles fósiles es muy costoso, es poco probable que las empresas implicadas (y los gobiernos de los países en los que tienen su sede) acepten que sus inversiones tengan que ser canceladas si se reanuda la (supuesta) "transición verde". Por el contrario, seguirán haciendo lo que sea necesario para retrasar la acción climática lo máximo posible para poder exprimir hasta la última gota de beneficio.
En este sentido, la única esperanza es que no caigamos en el engaño del greenwasing y luchemos contra los magnates de los combustibles fósiles que se enriquecen gracias a un sistema capitalista que se define por la búsqueda incansable de beneficio y crecimiento a pesar de sus tendencias destructivas.
1. La Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés) reportó una inversión en energías renovables de 367 mil millones de dólares en 2021, en comparación con los 359 mil millones de 2020 y 336 mil millones de 2019.
2. En 2021 se gastaron 1.9 billones de dólares a nivel mundial en la producción de energía, de los cuales 813 mil millones fueron usados para combustibles fósiles.
3. La proporción de energía procedente de energías renovables aumentó del 6.6% en 1990 a 8.8% en 2010 y 12% en 2012. A este ritmo, solo llegará a 20% en 2050.
4. En 1990, la producción total de energía a partir de combustibles fósiles fue de 83.048 teravatios-hora (TWh). En 2019 fue de 136.131 TWh. La producción de energía renovable aumentó de 6.226 TWh en 1990 a 17.466 TWh en 2019.
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Con los datos expuestos en esta nota, queda muy claro que un abordaje meramente tecnológico ante la crisis climática no ofrece una verdadera solución. Debido a que una reducción sustancial en las emisiones de gases de efecto invernadero atentaría contra los intereses de las empresas y gobiernos implicados en la industria de los combustibles fósiles, evidentemente optan por "soluciones tecnológicas" que siguen el mismo discurso del capitalismo pero ahora pintado de verde. Las fronteras del capital se extienden hacia las energías renovables, pero sin soltar la verdadera fuente que aporta la mayor parte del crecimiento y acumulación, los combustibles fósiles.