Perspectivas teóricas y prácticas de los ecofeminismos latinoamericanos

Cita: 

Svampa, Maristella [2024], "Perspectivas teóricas y prácticas de los ecofeminismos latinoamericanos", Francisca Fernández y Florencia Puente (coordinadoras), Feminismos ecoterritoriales en América Latina. Ciudad, crear, re-existir, Buenos Aires, Fundación Rosa Luxemburg, pp. 21-52, https://rosalux-ba.org/wp-content/uploads/2024/04/Feminismos-Ecoterritor...

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2024
Tema: 
La construcción de la praxis de los ecofeminismos en América Latina
Idea principal: 

    Maristella Svampa es una socióloga ecofeminista, escritora e investigadora argentina. Es impulsora del Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur, miembro del CAJE (Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial) y de la Colectiva ecofeminista Mirá.


    El ecofeminismo es una perspectiva y movimiento social que nace de la interrelación entre la opresión de las mujeres y el trato hacia la naturaleza. Sostiene que tanto la subordinación de las mujeres, consideradas más vinculadas a la naturaleza, como la explotación de la naturaleza, feminizada y desacralizada, están profundamente conectadas.

    Así, la teoría ecofeminista pone de relieve el dominio patriarcal de los hombres sobre las mujeres y la naturaleza, fundamentado en un paradigma dualista binario y antropocéntrico (en la división jerárquica entre los humano y lo no humano, lo masculino y lo femenino, etcétera).

    La conexión mujer-naturaleza para el ecofeminismo se ve resignificada de forma positiva, subrayando la interdependencia, complementariedad y los cuidados en el contexto de la crisis socioecológica como lenguajes valorativos alternativos. También señala el paralelismo entre la explotación de las mujeres mediante el trabajo reproductivo, invisibilizado y desvalorizado, y la explotación de la naturaleza.

    El ecofeminismo abarca diferentes enfoques, desde aquellos que ven la relación entre mujer y naturaleza como natural y biológica, hasta los que consideran el patriarcado una construcción histórica y social ligada a la división del trabajo. No obstante, los ecofeminismos del sur, reconocidos como feminismos ecoterritoriales latinoamericanos por la autora, no se ajustan completamente a estos enfoques clásicos, ya que se centran en las luchas ecoterritoriales y las ontologías relacionales propias de la cosmovisión indígena.

    Devenires de los Ecofeminismos latinoamericanos

    Los ecofeminismos en América Latina son, ante todo, feminismos populares y contextualizados, centrados en la praxis colectiva y la protección de los territorios frente a los neoextractivismos. También tienden a promover una visión relacional impregnada de la espiritualidad ancestral de las mujeres indígenas.

    Las mujeres han jugado un papel cada vez más importante en las resistencias sociales de América Latina y el Caribe, feminizando estas luchas, especialmente entre los sectores populares (mujeres urbanas, rurales, campesinas e indígenas). Hay una desconfianza hacia los feminismos liberales y eurocéntricos, y muchas mujeres de estos sectores dudan en identificarse como feministas. A pesar de esto, se reconocen dentro de los feminismos populares, criticando el patriarcado, defendiendo la autonomía, e incorporando nuevos temas en la agenda feminista como el debate sobre las tierras, territorios, cuerpos y representaciones.

    El enfoque práctico y un carácter colectivo son rasgos importantes del ecofeminismo latinoamericano. La teóloga brasileña Ivone Gebara introdujo esta perspectiva en la región durante las décadas de 1970 y 1980, al criticar la teología de la liberación por no abordar suficientemente temas como el cuerpo, la sexualidad, y problemas específicos de las mujeres, tales como el aborto y el trabajo doméstico. Gebara propuso una nueva epistemología feminista basada en la interdependencia y la relacionalidad, fundamentada en su observación empírica de la vida de las mujeres pobres del nordeste brasileño.

    Gebara escribía:

    “Las preguntas que las feministas preocupadas por los temas ecológicos dirigimos a nuestras iglesias y a nuestras teologías tienen una conexión, tienen que ver con nuestra vida en nuestra oikia, es decir, en nuestra casa común, la tierra como lugar que nos contiene y nos permite vivir. Es desde este lugar geográfico vital desde donde nos damos cuenta de los ataques mortales a la Tierra, la enfermedad que le hemos impuesto a causa de la codicia de nuestros proyectos culturales y económicos. Es desde nuestra oikia común que nos damos cuenta de que todo está contaminado por esta enfermedad, que se manifiesta en la muerte de nuestros ríos, en la destrucción de nuestros bosques, en la mala calidad de nuestro aire, en los productos químicos introducidos en nuestros alimentos, etc.”.

    A pesar de su claridad y fuerza argumentativa, la influencia de Gebara ha sido eclipsada por Vandana Shiva, cuyo "Ecofeminismo de la supervivencia" ha tenido un impacto mayor en el Sur global. Shiva, conocida por su participación en el movimiento Chipko en India en los años 70 (de donde nace su reflexión). ha fortalecido sus vínculos con los movimientos ambientalistas populares del Sur. En América Latina, la unión de feminismo y ecología se potencia a través de la práctica situada en los movimientos sociales, mostrando que es la práctica concreta la que ilumina y enriquece la teoría ecofeminista.

    Los ecofeminismos en América Latina se destacan también por su enfoque anticolonial, centrado en la protección del territorio ante la expansión de actividades extractivas. Las mujeres, encargadas de tareas de cuidado y reproducción social, son las primeras en notar el deterioro ambiental y de la salud, denunciando los efectos nocivos de los proyectos industriales y extractivos. Por esto, la defensa de las condiciones de vida ante la contaminación y los impactos ambientales es el origen de los feminismos ecoterritoriales latinoamericanos. Mujeres indígenas, campesinas, afrodescendientes y vulnerables de áreas rurales y urbanas rompen su silencio, fomentan relaciones de solidaridad y autogestión colectiva, y se movilizan para denunciar los proyectos para el “desarrollo”. En este dinámico proceso, surge una nueva voz que desafía al patriarcado y coloca el cuidado en un lugar central, conectado con su condición cosmológica

    Aunque inicialmente se mostraban reacias a identificarse como feministas, estas luchas ecoterritoriales han progresado para enriquecer la crítica al patriarcado y reivindicar una voz propia. La movilización colectiva ha impulsado una democratización dentro del feminismo, adoptando nuevos conceptos y estableciendo redes de defensa ambiental. Estos feminismos descolonizadores se centran en proteger cuerpos, tierras y territorios contra la violencia y desposesión, promoviendo una visión basada en la experiencia colectiva y comunitaria.

    En una era marcada por el femicidio y otras violencias contra las mujeres, se evidencia una relación entre la explotación económica y la violencia de género. La expansión de la minería y la industria petrolera ha intensificado la trata, la prostitución y la violencia física contra las mujeres, reactualizando la matriz de dominacion patriarcal que exacerba sus mecanismos tradicionales de subyugación.

    La movilización social ha promovido la democratización y ha creado nuevos conceptos (Agua para los territorios, Cuerpo y Territorio, Territorialidad y Cuidados, Sanación y Naturaleza) y redes de defensa ambiental para el acceso a la tierra, soberanía alimentaria y justicia ambiental, entre otras. Para los feminismos descolonizadores, lo central es posicionarse contra la violencia y la desposesión, cuestionando el individualismo occidental y fomentando una visión basada en la colectividad y la comunidad.

    Un cuarto aspecto clave de los ecofeminismos del sur se vincula con la cosmovisión relacional y la espiritualidad ancestral de los pueblos indígenas. Esta perspectiva critica el individualismo de la modernidad occidental y destaca la ecodependencia, o interdependencia con la naturaleza. Las luchas ecofeministas han adoptado estos valores en una ontología relacional plurinacional y eco-ancestral que se extiende desde México hasta Argentina.

    Svampa cita a Francesca Gargallo Cellentani, quien menciona que las mujeres indígenas aceptan el feminismo si no las aleja de su historia y cultura, viéndolo como una herramienta para una buena vida. Este fenómeno también se observa en mujeres no indígenas que adoptan valores de los feminismos comunitarios plurinacionales, integrando ontologías relacionales y la espiritualidad indígena en sus luchas anticoloniales desde un proceso de conexión empática con ontologías capaces de dar una respuesta a la crisis socioecológica en la que la humanidad se encuentra.

    Argentina es un gran ejemplo de lo anterior. En el país, el movimiento "Ni una menos" ha denunciado femicidios y logró la aprobación de una ley de interrupción del embarazo en 2020. Además, los Encuentros Nacionales de Mujeres, federales y transversales, han incluido disidencias sexuales y se convirtieron en plurinacionales en 2019. El Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias de 2023 en Bariloche tuvo una notable presencia de mujeres indígenas, especialmente mapuche, y estuvo marcado por su espiritualidad desde la que se vinculó la lucha por la tierra, la defensa de la vida y los ritos ancestrales. La visión de comunidades originarias es fundamental pues fortalece las narrativas relacionales en tiempos de ecocidio y ultraderechas.

    La clave radica en la creación de puentes interclasistas e intergeneracionales, principalmente facilitados por mujeres jóvenes, destacando antropólogas, geógrafas, artistas y abogadas (entre otras). Estas mujeres han desarrollado conocimientos contraexpertos trabajando con las comunidades para mapear cuerpos-territorios y buscar caminos de sanación y resiliencia, integrando conocimientos locales y ancestrales. Esto ha permitido un nuevo espacio de interacción entre mujeres de diversos sectores sociales y edades, desde mujeres pobres y rurales hasta activistas y ONG’s especializadas. Como resultado, el campo feminista y ecologista ha crecido, desarrollando una epistemología feminista inclusiva y una visión más horizontal de los feminismos, superando diferencias de clase, etnia y ubicación geográfica.

    Este diverso y flexible espacio se caracteriza por expresiones anticoloniales y antipatriarcales, construyendo una epistemología feminista que integra nuevas perspectivas sobre el territorio. Las diferencias entre las participantes han permitido la creación de un amplio y resiliente campo feminista, donde las experiencias y luchas de mujeres de diferentes orígenes se entrelazan y se fortalecen mutuamente.

    Tramas de los Feminismos Ecoterritoriales

    Afectadas Ambientales y Justicia Ambiental:

    Las primeras voces de resistencia, llamadas "ambientalismos populares" y "ecofeminismos de la supervivencia", provienen de grupos de mujeres que denuncian el daño ambiental y la creación de zonas de sacrificio vinculadas tanto a antiguos como a nuevos extractivismos. En nombre del progreso, estas comunidades pobres se vuelven invisibles, y sus sufrimientos ambientales se normalizan. La resistencia social comienza al desnaturalizar esta contaminación, nombrando sus consecuencias con términos como "afectadas ambientales," "justicia ambiental," "sufrimiento ambiental," y "zonas de sacrificio."

    Para Svampa, vivir en zonas de sacrificio radicaliza una situación de desigualdad y racismo ambiental atravesadas por cuestiones sociales, étnicas y de género. Vivir en una zona de sacrificio refleja un proceso prolongado de desvalorización de formas de vida alternativas a la economía dominante, resultando en territorios y cuerpos contaminados, y un sufrimiento ambiental constante, donde las vidas se consideran descartables.

    En América Latina, las mujeres juegan un papel esencial en la lucha contra la afectación ambiental. En Chile, en la región de Quintero-Puchuncaví, el área más contaminada del país, se formó la agrupación Mujeres de Zonas de Sacrificio en Resistencia para denunciar las injusticias ambientales del polo industrial. Estas mujeres transforman la violencia ambiental en denuncias directas contra el neoextractivismo. De manera similar, en Argentina, la Cuenca Matanza-Riachuelo, con su alta población y grave contaminación industrial, es una zona de sacrificio. Allí, las mujeres lideran la resistencia contra el sufrimiento ambiental crónico y la falta de acción por parte de los gobiernos.

    Los nuevos extractivismos, vinculados al agronegocio, intensifican la injusticia ambiental y social. Un ejemplo es el impacto del glifosato, herbicida de Monsanto/Bayer asociado a la soja transgénica, en Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. En Argentina, la soja transgénica expone a millones de personas a niveles elevados de agrotóxicos (Dato crucial 1). Las mujeres han sido clave en la denuncia de estos efectos, como el grupo de Madres de Ituzaingó Anexo en Córdoba, quienes desde principios de 2000 han alertado sobre el incremento de enfermedades debido a los agrotóxicos. Realizaron sus propios estudios y lograron visibilizar la problemática a nivel nacional e internacional, desafiando un poder que busca invisibilizar sus reclamos.

    Agua para la vida, Agua y bienes comunes:

    La crisis climática ha agravado la escasez de agua, exacerbada por la expansión de actividades extractivas como la megaminería, el fracking y las megarepresas. Estas actividades no solo dejan residuos contaminantes, sino que también consumen grandes cantidades de agua dulce, compitiendo con los usos domésticos y otras actividades económicas sostenibles (Dato crucial 2). La producción de litio en los Salares Altoandinos también consume grandes volúmenes de agua dulce (Dato crucial 3). En Chile, donde el agua es privatizada, el estrés hídrico obliga a desalinizar agua de mar para las minas de cobre. La expansión del litio ha intensificado la disputa por el agua. Organizaciones socioambientales abogan por la desprivatización del agua y la inclusión de los Derechos de la Naturaleza, denunciando la "hidropolítica del despojo".

    Los ríos sudamericanos, como el Magdalena y el Paraná, están siendo utilizados como vías fluviales para el transporte de materias primas y productos de la extracción, como minerales, metales, soja, petróleo y hoja de palma, destinados a la exportación desde América Latina hacia el mundo.

    La protección del agua es una prioridad fundamental para los feminismos ecoterritoriales, como se evidencia en la lucha de Berta Cáceres, quien fue asesinada en 2016 por resistirse a un proyecto hidroeléctrico en Honduras. Su causa sigue viva a través del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras y su hija. En Brasil, el Movimiento Antirrepresas se opone a proyectos como la hidroeléctrica de Belo Monte, defendiendo la justicia ambiental del agua. Las mujeres afectadas han expresado sus resistencias y pérdidas en arpilleras, reforzando su identidad y empoderamiento contra un modelo energético injusto.

    En Bolivia, la Red Nacional de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra (RENAMAT) se destaca en la lucha contra la minería, con el lema "Agua para la vida, no para la minería". Esta red agrupa a muchas organizaciones de América Latina, todas comprometidas con la defensa del agua como Censat-Agua Viva (Colombia), Acción Ecológica (Ecuador), Colectivo Casa (Bolivia), Movimiento Ecofeminista en el Salvador, el Grufides –Grupo de Intervención y Formación para el Desarrollo Sostenible– (Perú) y el Colectivo Casa (Bolivia), entre otras. De estas luchas se genera una ecología política feminista del agua centrada en la protección de ríos, cuencas hídricas, glaciares y humedales de la destrucción causada por actividades extractivas.

    Así, los neoextractivismos y la protección del agua están estrechamente vinculadas, ya que la minería, el fracking y otras actividades destructivas consumen y contaminan el agua. Las mujeres lideran la defensa del agua como un bien común y un derecho humano esencial, fundamental para la sostenibilidad de la vida.

    Cuerpo-tierra- territorio como guía de otros feminismos posibles:

    La idea del "cuerpo-tierra-territorio" se ha vuelto central para los colectivos ecoterritoriales y feministas en América Latina. Articulada por Lorena Cabnal, una destacada pensadora feminista guatemalteca, esta perspectiva nacida de la resistencia de mujeres indígenas contra el genocidio y el femicidio vincula el cuerpo humano con la tierra y el territorio de manera cosmogónica y política, desafiando las opresiones del patriarcado, colonialismo y capitalismo neoliberal. Cabnal considera la sanación como un acto tanto personal como político, y un espacio colectivo de reparación que desafía el paradigma colonial y patriarcal, reconectando a las mujeres con sus cuerpos y la Naturaleza.

    Lolita Chavez Ixcaquic, líder del pueblo maya K'iché en Guatemala, defiende el feminismo comunitario centrado en la sanación y las redes de vida, con enfoques diversos y diálogos de saberes que van más allá del concepto de Estado Nación. Este enfoque ha sido adoptado por organizaciones campesinas, indígenas y antiextractivistas, así como por el ámbito académico feminista. Colectivos como el Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, el Colectivo de Geografía Crítica de Ecuador y el Grupo de Trabajo “Cuerpos, Territorios y Feminismos” de Clacso ejemplifican esta integración. Las brigadistas de la Colectiva Fuegas en Córdoba, Argentina, utilizan también una cartografía ecofeminista crítica para defender sus territorios.

    Las conexiones entre distintos feminismos y movimientos ecoterritoriales fomentan una interseccionalidad creciente. El Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo destaca que el mapeo del cuerpo revela heridas, marcas y recuerdos, uniendo historias personales con luchas territoriales. Estas conexiones han sido adoptadas tanto por feministas urbanas como campesinas, a pesar de sus diferencias sobre temas como la legalización del aborto.

    Los feminismos ecoterritoriales y comunitarios comparten la afirmación de modernidades alternativas a la occidental, aunque difieren en su enfoque sobre el patriarcado prehispánico y su relación con el colonialismo. La tendencia es abandonar visiones romantizadas de los vínculos precoloniales, reconociendo la complejidad de los feminismos indígenas comunitarios.

    Acceso a la Tierra y Soberanía Alimentaria:

    La crisis climática y la pérdida de biodiversidad no son solo consecuencia de la quema de combustibles fósiles, sino también de cambios en el uso del suelo, deforestación y expansión de la frontera agrícola. Las disputas por la tierra y el territorio tienen una larga historia, con un rol crucial de las mujeres. La crisis socioecológica ha intensificado el papel de las mujeres rurales y ha ampliado los feminismos.

    La soberanía alimentaria, promovida por Vía Campesina, es una causa central para movimientos sociales rurales, campesinos e indígenas, defendiendo la producción alimentaria local y el acceso a la tierra. Las mujeres de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y de La Vía Campesina Internacional han impulsado un feminismo campesino centrado en la protección de semillas nativas, la soberanía alimentaria, la reforma agraria y la lucha contra la violencia patriarcal.

    Por otra parte, la agroecología, una ciencia que desafía la agricultura moderna y se basa en la agricultura tradicional, ha prosperado en América Latina. Este enfoque no solo se aplica en la economía social y solidaria, sino también dentro de la economía convencional, promoviendo economías locales alternativas. La agroecología es un movimiento social, cultural y político, relacionado con la ecología política, la economía ecológica, la historia ambiental y la etnoecología. En contraste con el paradigma agrario basado en transgénicos adoptado por muchos gobiernos latinoamericanos, la agroecología representa una alternativa significativa en el debate agrario internacional.

    La disputa entre el agronegocio y la agroecología se centra especialmente en el control de las semillas, fundamentales para cualquier sistema agroalimentario y agroindustrial. Mientras que el agronegocio busca maximizar sus ganancias controlando las semillas y otros bienes comunes, la soberanía alimentaria aboga por el derecho de los pueblos a decidir sobre su producción alimentaria. Las mujeres, al recuperar el cuidado de las semillas y los conocimientos ancestrales, crean espacios de resistencia, siendo cruciales en la lucha contra el agronegocio, la concentración de tierras y los agrotóxicos. Un ejemplo de esta resistencia es la Reserva de Tariquía en Bolivia, donde las mujeres han luchado desde 2016 contra la entrada de empresas petroleras, defendiendo la producción agroecológica. Otro caso es la cooperativa La Verdecita en Argentina, que combate el hambre y la exclusión, promoviendo la agroecología y capacitando a la comunidad a través de la Escuela Vocacional Agroecológica (EVA).

    En países centroamericanos como Costa Rica y Nicaragua, se encuentran numerosas iniciativas de feminismos agroecológicos lideradas por mujeres indígenas y afrodescendientes de todas las edades. Estas mujeres trabajan para reparar las secuelas de la guerra, combatir la sequía y enfrentar las consecuencias del cambio climático. Ellas son las principales en resistir a los desmontes, enfrentándose físicamente a las topadoras y denunciando la contaminación por agrotóxicos. Además, han impulsado una economía campesina-indígena, social y solidaria, y promovido el modelo agroecológico como una alternativa al agronegocio. Estas mujeres defienden la tierra y la naturaleza fuera de la lógica del mercado.

    Claves epocales y transgeneracionales

    Vivimos en una era que celebra la diversidad cultural y los múltiples modos de vida, con el interculturalismo como base. Los feminismos ecoterritoriales son esenciales para un movimiento transambiental e interseccional, oponiéndose al capitalismo y patriarcado y abogando por una transición ecosocial justa desde el Sur Global. Estos feminismos integran la defensa del agua, cuerpos-territorios, soberanía alimentaria, y justicia ambiental y de género, vinculadas a la espiritualidad ancestral.

    El ecofeminismo práctico del sur establece puentes intergeneracionales y plurinacionales, principalmente por mujeres jóvenes activistas. Esta colaboración ha creado un nuevo espacio feminista y ecologista, incluyendo diversas perspectivas sobre el territorio y promoviendo una visión horizontal de los feminismos, superando diferencias de clase y etnia. La interacción de estos colectivos ha generado un lenguaje que se alinea con la cosmovisión ancestral en respuesta a la violencia y despojo patriarcal, capitalista y extractivista.

    Actualmente, el protagonismo en las luchas sociales se ha desplazado hacia las mujeres y la juventud. Anteriormente lideradas por los pueblos indígenas, ahora las luchas son impulsadas por mujeres de diversos orígenes a través de feminismos ecoterritoriales y urbanos. Este nuevo espacio ecofeminista es diverso y abarca justicia ambiental, agua para la vida, derechos de la naturaleza, denuncia de la violencia patriarcal y extractivista, defensa de los cuerpos-territorios, soberanía alimentaria y agroecología. Sin embargo, el surgimiento de nuevas líderes ha sido acompañado por un aumento de la violencia extractiva y el refuerzo del patriarcado en territorios masculinizados.

    Entre 2000 y 2015, hubo una transición del "momento indianista" al "momento feminista," integrando al Buen Vivir y los Derechos de la Naturaleza el ecofeminismo, que protege el cuerpo como territorio y el agua para la vida. Este cambio se ejemplifica con líderes como Francia Márquez, actual vicepresidenta de Colombia, quien combina antirracismo y defensa del territorio. Este ecofeminismo político y plurinacional interactúa con otras tradiciones feministas, buscando vidas más justas. Las mujeres se consideran guardianas de la naturaleza, creando una narrativa descolonizadora que desafía el capitalismo y el patriarcado, y desarrollando una epistemología basada en la espiritualidad indígena y la conexión con la naturaleza, destacada en la frase de Berta Cáceres: "Me lo dijo el río."

Datos cruciales: 
    1. En Argentina la soja transgénica ocupa alrededor de 25 millones de hectáreas. Al menos 12 millones de personas residen en zonas donde se arrojan más de 500 millones de litros de agrotóxicos anuales y donde los niveles de exposición (ya no potencial) se elevan a 40-80 litros/kilos por persona por año.

    2. En Argentina, la minera La Alumbrera consume 100 millones de litros de agua al día en Catamarca, una de las provincias más pobres y áridas.

    3. Una tonelada de carbonato de litio consume dos millones de litros de agua dulce, extraída de ecosistemas frágiles como los Salares Altoandinos.

Nexo con el tema que estudiamos: 

    La evolución de los feminismos ecoterritoriales en América Latina refleja una creciente interseccionalidad y una lucha intensa contra el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo extractivista que vemos fortalecerse por sus diversas reconfiguraciones en tiempos actuales. Mujeres de distintas comunidades han emergido como líderes en la defensa del cuerpo-territorio, la soberanía alimentaria y la agroecología, cuestionando los modelos de vida hegemónicos y proponiendo alternativas sostenibles y justas para todos los seres “sintientes”. Estas luchas han generado un ecofeminismo relacional que une espiritualidad, identidad y resistencia, destacando la importancia de la conexión con la naturaleza y la sanación colectiva como alternativa para la vida.