Capitalist catastrophism and eco-apartheid
Heron, Kai [2024], "Capitalist catastrophism and eco-apartheid", Geoforum, 153, https://doi.org/10.1016/j.geoforum.2023.103874
Kai Heron es un ecologista político y economista. Su investigación explora cómo el capital reorganiza las regiones agrarias y rurales a nivel mundial para maximizar la acumulación de capital, lo que provoca daños a las personas y al medio ambiente. Kai es codirector de la plataforma de política progresista Abundance, donde participa en la puesta en marcha de “asociaciones público-comunes”, un modelo organizativo que democratiza el control de bienes, recursos y paisajes.
”1. Introducción”
Desde que el COVID-19 se propagó por el mundo en 2020, impulsado por los sistemas de entrega ”just in time” del capitalismo y la prioridad de las ganancias sobre las personas, muchos han recurrido a la célebre cita de Gramsci sobre crisis y transiciones: "La crisis consiste en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en el interregno, aparecen diversos síntomas mórbidos".
Aunque originalmente Gramsci se refería al ascenso del fascismo en Europa, la frase ha sido utilizada para sugerir que se vive en una etapa transitoria hacia algo nuevo, posiblemente mejor. Sin embargo, existe la posibilidad de que este interregno sea, en realidad, la nueva normalidad y que el futuro emergente no sea mejor, sino peor que el pasado. De esta coyuntura surge el término "catastrofismo capitalista" que describe una era en la que se reconoce que el capitalismo ha fallado, no solo para sus víctimas y críticos, sino también para sus defensores. Los "síntomas mórbidos" actuales del capitalismo incluyen estancamiento económico, inflación, desigualdades crecientes, tensiones geopolíticas y una crisis ecológica irreversible. Con tantas crisis convergentes, parece inevitable que algo tendrá que cambiar.
Antes de la pandemia de COVID-19, el Financial Times lanzó una iniciativa que abogaba por un "reinicio" del capitalismo, y después de la pandemia se sugirió la necesidad de una planificación centralizada para prevenir un desastre climático. Tras la recesión pandémica, los gobiernos occidentales prometieron "reconstruir mejor" y más verde, lo que reconocía la creciente presión sobre el compromiso social entre trabajadores y capital.
El informe "The Age of Disorder" de Deutsche Bank advertía sobre una nueva era de desorden global en los ámbitos social, económico y ecológico, después de un período de prosperidad entre 1980 y 2020. Este informe prácticamente ignora eventos como la crisis financiera de 2008 y la Primavera árabe, considerándolos recuerdos lejanos. También trata la continua pobreza en la periferia del sistema capitalista y el deterioro de la naturaleza como fallos del sistema, no como rasgos inherentes a la acumulación de capital. Aun así, el informe subraya que las crisis actuales, aceleradas por el COVID-19 y la crisis ecológica, están erosionando esta era de prosperidad. En lugar de "The Age of Disorder", el texto introduce el término "catastrofismo capitalista" para describir una fase en la que el capitalismo se enfrenta a una reconfiguración catastrófica, con crisis socioecológicas que desbordan la capacidad de los estados y el capital para gestionarlas, y la cancelación de futuros humanos y no humanos. Si no interviene una alianza de los oprimidos, este catastrofismo podría resultar en un régimen global intensificado de eco-apartheid.
”2. El fin del realismo capitalista”
Desde que Mark Fisher introdujo en 2009 el concepto de realismo capitalista, describiéndolo como la percepción extendida de que el capitalismo es el único sistema político y económico posible, y que no se puede imaginar una alternativa coherente, esta idea ha sido utilizada como un indicador histórico. Tras diversas crisis y momentos de activismo progresista, se ha cuestionado si el realismo capitalista sigue prevaleciendo.
En 2012, se sostuvo que el capitalismo había llegado a su fin, inspirado por movimientos como la Primavera árabe y Occupy, creyendo que un nuevo futuro democrático estaba en construcción. Fisher, sin embargo, argumentó que el realismo capitalista era más persistente de lo que se creía, ya que incluso aquellos que se oponían conscientemente al capitalismo lo aceptaban inconscientemente como un trasfondo inmutable.
En 2019, se sugirió que la llegada de figuras como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders podría marcar definitivamente el inicio del fin del realismo capitalista. Estos movimientos no sólo imaginaban el fin del capitalismo, sino que también habían desarrollado demandas y políticas dirigidas contra aspectos esenciales del capitalismo global, como la explotación de la naturaleza, la duración de la jornada laboral, la opresión racial y de género, y la propiedad de algunos medios de producción. Se añade que este momento creó una fisura en el realismo capitalista, permitiendo que los deseos postcapitalistas emergieran con fuerza. Empero, la idea del fin del capitalismo no ha resistido bien el paso del tiempo, porque solo unos años después, los proyectos políticos de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders fueron derrotados, una pandemia arrasó con la vida de cerca de 6.8 millones de personas, y la guerra en Ucrania provocó niveles de inflación no vistos desde los años setenta.
Sin embargo, a pesar de todo esto, la economía global se declara con buena salud. Las predicciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2020, que anticipaban la peor recesión desde la Gran Depresión, no se están cumpliendo, y las preocupaciones sobre una posible crisis de deuda soberana que amenazara a Unión Europea han quedado en el olvido. Aunque la inflación llevó al FMI a ajustar su pronóstico de crecimiento al 2.9% para 2023, esta cifra es aún más alta de lo que se esperaba inicialmente. Este conjunto de eventos puede interpretarse como una reafirmación implacable del realismo capitalista.
Tras un breve momento en el que parecía posible imaginar un mundo diferente, hemos sido empujados de vuelta a una realidad en la que el capitalismo sigue siendo el sistema dominante, donde es aceptable dejar morir a las personas para que el capitalismo continúe. Como cita el autor, se recurre a fondos públicos para rescatar a empresas privadas, mientras las compañías de petróleo y gas reportan ganancias históricas. En este contexto, el "cueste lo que cueste" del ex Primer Ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, se convierte en el nuevo "no hay alternativa", y hasta los progresistas parecen incapaces de imaginar una solución a la crisis más ambiciosa que aumentar los impuestos y cargar la deuda a las generaciones futuras.
Aunque se esperaba que la pandemia abriera nuevas posibilidades, no ha conseguido logros importantes como un sistema de salud universal en Estados Unidos o la revalorización del trabajo no calificado en Reino Unido, lo que sugiere que el realismo capitalista sigue vigente. Sin embargo, el autor argumenta que se está saliendo de esta fase y que, sin una ruptura radical con el capitalismo, lo que vendrá después del realismo capitalista será algo más incierto y potencialmente más peligroso: el catastrofismo capitalista, un término describe una situación en la que el capitalismo ya no puede definir lo que significa ser "realista", no debido a la presión de los movimientos en su contra, sino a sus propias dinámicas destructivas, tanto a nivel social como ecológico, que han superado la capacidad de los estados y el capital para mantenerlas bajo control. A diferencia del realismo capitalista, el catastrofismo capitalista no es una formación social estable, sino un proceso prolongado de desintegración, revelado por la convergencia catastrófica de la crisis climática, la pandemia global y la violencia persistente que el capitalismo ejerce sobre los más vulnerables.
”3. Del realismo capitalista al catastrofismo capitalista”
Mark Fisher describió el realismo capitalista con tres elementos clave: la idea de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo, la cancelación del futuro y el hecho de que el realismo capitalista es un proyecto de clase que la burguesía debe reforzar continuamente. Bajo el catastrofismo capitalista, estos aspectos no desaparecen, sino que se transforman y adquieren nuevas formas.
Fisher partió de la afirmación de Frederic Jameson de que es más difícil imaginar el fin del capitalismo que el fin del mundo. Mientras que Jameson hacía referencia al agotamiento de nuestra capacidad de imaginar en el capitalismo tardío, Fisher amplió el concepto hacia una atmósfera ideológica omnipresente. El realismo capitalista nos convencía de que no había alternativas al capitalismo y, además, nos hacía disfrutar de la idea del fin del mundo, lo que se reflejaba en la proliferación de obras distópicas, especialmente filmes. Este fenómeno creó una "nostalgia por el presente", que limitaba aún más nuestra imaginación. En la era del catastrofismo capitalista, el fin del mundo ha dejado de ser solo una fantasía distópica y se ha convertido en una realidad que presenciamos en tiempo real, ya sea en los datos que arrojan diversos científicos (Dato crucial 1), las redes sociales o en las calles mientras se protesta.
En un mundo donde los casquetes polares se derriten a ritmos alarmantes y los incendios forestales devastan continentes enteros, la crisis ambiental alcanza una magnitud sin precedentes. La fertilidad del suelo se desploma, y la disminución de insectos amenaza con un colapso ecológico. Este escenario desencadena un "bucle de fatalidad": a medida que la respuesta a los efectos inmediatos de la crisis desvía recursos de la prevención, el problema se intensifica, creando un ciclo destructivo.
El término "catastrofismo capitalista" describe este periodo donde los efectos del cambio climático son irreversibles, y el enfoque ya no es salvar el ambiente, sino minimizar las pérdidas y adaptarse. Se destaca que el capitalismo, antes considerado "realista", está perdiendo credibilidad, ya que la austeridad, la inflación y la crisis climática revelan su incompatibilidad con el bienestar humano y no humano. Esta creciente irracionalidad capitalista ha dado lugar a un cambio: ya no es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
La izquierda ha creado una amplia variedad de imaginarios postcapitalistas, inspirados por movimientos sociales y ambientales, como los Green New Deals, futuros de decrecimiento, y otros modelos utópicos. Estos imaginarios recuerdan el utopismo del siglo XVII y XVIII, aunque también enfrentan limitaciones similares. Las luchas actuales, como la ayuda mutua frente al COVID-19 y las huelgas climáticas, están centradas en mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora, mientras que los imaginarios utópicos se ven más alejados de la realidad concreta.
Aunque se ha superado la incapacidad de imaginar un mundo después del capitalismo, ahora el desafío radica en cerrar la brecha entre lo que se imagina y las condiciones concretas de lucha. Este dilema plantea la necesidad de regresar a las estrategias anticapitalistas y a las políticas de transición.
Por otra parte, Fisher argumenta que el futuro está cancelado debido a que la cultura contemporánea bajo el capitalismo tardío está estancada y es incapaz de innovar de manera fundamental, limitándose a reciclar y mezclar lo existente en lugar de crear algo nuevo. Esta "cancelación del futuro" es hoy un fenómeno tanto cultural como político, ocasionado simplemente por el imperialismo euroamericano.
El catastrofismo capitalista se caracteriza por las crisis, tanto sanitarias como ambientales, que a pesar de verse como "exógenas" al sistema capitalista, describiéndolas como eventos inesperados y fuera de control, en realidad están estrechamente relacionadas con el capitalismo global al surgir de este y tener la capacidad de destruirlo. A pesar de las advertencias previas sobre pandemias y desastres, el capitalismo contribuye a la proliferación de pandemias a través de prácticas agrícolas industriales y la explotación de la naturaleza, por ejemplo. La pandemia de COVID-19 y la crisis climática evidencian las fallas del capitalismo y del modelo de desarrollo europeo, cuestionando la narrativa de que estos eventos son simplemente accidentes naturales.
En 1961, Fanon describió la forma de vida europea como un "escándalo", ya que se construyó sobre la explotación de esclavos y el saqueo de los bienes del mundo “no desarrollado". Durante el período colonial, esta opresión se manifestaba mediante actos de violencia directa. Sin embargo, después de la descolonización y durante el período neoliberal, la explotación del “Tercer Mundo" se volvió más sutil y mediada. La violencia ya no era el principal instrumento, sino el poder del mercado que mantenía salarios bajos en las periferias para proteger las divisas occidentales y asegurar un flujo constante de materias primas y alimentos de los más pobres a los más ricos.
En contraste, el "catastrofismo capitalista" se caracteriza por una intensificación de formas inmediatas de subyugación. Las crisis combinadas de la pandemia y el cambio climático han debilitado las pretensiones de realismo del capitalismo, llevando al núcleo imperialista a retomar estrategias de saqueo racializado y guerra económica. Se imponen sanciones severas a gobiernos soberanos, se llevan a cabo guerras y ocupaciones, y se violan normas internacionales como el derecho al asilo. Durante la pandemia, mientras las periferias enviaban equipos y personal médico a los centros como apoyo (Dato crucial 2) , estos países elevaron los costos de equipos médicos esenciales y colocaron restricciones a la exportación, dejando a las primeras sin suministros necesarios para enfrentar el virus. A la vez, se ignoraron las necesidades de los refugiados y se hicieron compras desmedidas de equipos a países con carencias graves.
Esta actitud refleja un "bio/eco-apartheid" en el que el cambio climático es visto como un "multiplicador de amenazas" para los intereses europeos o estadounidenses, mientras se perpetúa la explotación y se niega la verdadera causa del sufrimiento en las periferias. Se prevé que para 2050 millones de personas sean desplazadas debido al calor extremo, pero Alemania ya ha anunciado que no considerará solicitudes de "refugiados climáticos". Bajo el catastrofismo capitalista, el núcleo imperialista intensifica su explotación de las periferias internas y externas, ocultando esta violencia bajo la ideología de protección de los ciudadanos europeos.
Y por último, Fisher considera que el realismo capitalista es un proyecto de clase neoliberal diseñado para mantener el control capitalista sobre la sociedad, manifestado en la supresión del deseo colectivo de algo mejor que el capitalismo. Tanto Fisher como David Harvey ven el neoliberalismo como un proyecto de redistribución de riqueza y poder de abajo hacia arriba, consolidando el control del capital sobre la sociedad. Sin embargo, esta visión política tiende a ignorar factores económicos como la crisis de rentabilidad del capital desde los años setenta y la implementación contingente del neoliberalismo.
Fisher retrata el neoliberalismo como una ingeniería política, económica y libidinal orquestada por tecnócratas omnipotentes. Pero la pandemia de COVID-19 y la crisis climática han demostrado que no existe un plan coherente por parte del capital o del estado; en cambio, hay una improvisación caótica y desorganizada. Durante la pandemia, la respuesta global fue desorganizada, con medidas unilaterales y falta de coordinación, revelando la incapacidad del estado y el capital para manejar crisis superpuestas.
Este "catastrofismo capitalista" va más allá del concepto de "capitalismo de desastres" de Naomi Klein, que asume que existe un "normal" al que regresar. En lugar de consolidar poder para el futuro post-crisis, se enfrenta a una convergencia de crisis ecológicas y sociales que parecen perpetuas. La noción de "policrisis" de Adam Tooze y el término "permacrisis" de Collins Dictionary reflejan esta realidad de crisis interconectadas y prolongadas.
Bajo el catastrofismo capitalista, los estados y el capital prometen soluciones tecnológicas y reformas para proteger a sus ciudadanos del impacto de las crisis, pero sin cambiar los fundamentos del capitalismo; una crisis de gobierno se convierte en una forma de gobierno, a falta de alternativas al capitalismo, este se compromete a proteger del colapso a unos cuantos por encima del resto. Esto resulta en un apartheid ecológico (”eco-apartheid”).
”4. Eco-apartheid”
En 2019, Philip Alston, entonces relator especial de la ONU sobre pobreza extrema y derechos humanos, advirtió sobre un posible "apartheid climático", donde los ricos podrían escapar de los efectos devastadores del colapso ecológico mientras los pobres quedarían expuestos a desastres como calor extremo, inundaciones, incendios, tormentas y fallos en las cosechas. Alston criticó la respuesta de los gobiernos y organizaciones como "patentemente inadecuada" y "totalmente desproporcionada" ante la magnitud de la amenaza. También alertó sobre los riesgos para la democracia, los derechos civiles, y el aumento de desigualdades que podrían desencadenar respuestas nacionalistas y racistas.
Académicos han expresado preocupaciones similares sobre un régimen emergente de "apartheid ecológico." Oulifemi Táíwò, por ejemplo, argumenta que en un mundo en calentamiento, la policía se centrará en proteger a las élites de los impactos climáticos, en lugar de prevenirlos para todos, lo que resultará en un régimen de eco-apartheid dentro de países y ciudades. Daniel Aldana Cohen advierte que la transición hacia economías de carbono cero podría acarrear la explotación de comunidades pobres y racializadas en el sur global (por ejemplo con la explotación de litio en Argentina, Bolivia y Chile), mientras que los beneficios irán a los ricos, particularmente en Europa y Estados Unidos.
La transición verde en los países capitalistas podría realizarse a expensas de las tierras y el trabajo de comunidades marginadas. Aunque se ha ilustrado bien cómo se está configurando este régimen de eco-apartheid a nivel global y nacional, falta un análisis más profundo que lo vincule con las leyes globales de acumulación del capital, como han argumentado estudiosos de tradiciones marxistas radicales y antiimperialistas.
Samir Amin describe el apartheid global como un medio económico y militar para asegurar la transferencia de valor desde la periferia del capitalismo global hacia el núcleo imperial, utilizando organizaciones como la OMC y la OTAN. Catherine Besteman amplía esta idea al señalar tres características del apartheid global: un mercado laboral racializado, la explotación de bienes en el Sur global que hace insostenible la vida en esas regiones, y la militarización de las fronteras en el Norte global para mantener alejadas a las personas del sur global.
Nyasha Mboti argumenta que el apartheid global no solo se trata de la acumulación de capital, sino de "tasas de opresión," una medida de cuánta opresión pueden soportar los oprimidos sin rebelarse. Según Mboti, el apartheid no requiere una segregación legal o geográfica visible, sino que se integra en la vida cotidiana de los oprimidos, quienes terminan soportando y financiando su propia opresión.
Mboti también critica cómo se presentan las crisis ecológicas globales, señalando que los efectos de siglos de dominación colonial y acumulación capitalista se imponen desproporcionadamente sobre los oprimidos. Bajo el eco-apartheid, los oprimidos son obligados a ser "resilientes" y a adaptarse a condiciones climáticas adversas, gestionar la escasez de recursos, y soportar desastres ecológicos, mientras que el núcleo imperial se beneficia.
Mboti critica la falta de atención de Marx a las especificidades de las formaciones sociales no europeas. Aun así, al combinar las teorías de Amin y Mboti sobre el apartheid, se puede entender el eco-apartheid como una economía dual de extracción de valor a través de la explotación y una distribución globalmente diferenciada del daño organizada por tasas de opresión. Mientras que la acumulación de capital se organiza en torno a la explotación del trabajo abstracto, el apartheid se enfoca en individuos concretos que son puestos en riesgo de manera diferencial. Bajo el "catastrofismo capitalista", el eco-apartheid surge como una respuesta y causa de las crisis socioecológicas, consolidándose de manera provisional y contestada. Este proceso implica tanto la explotación del trabajo como el daño de los oprimidos para asegurar transferencias de valor del núcleo imperialista a la periferia.
El eco-apartheid se convierte en una estrategia de acumulación dentro de un sistema irracional que prioriza la acumulación de capital sobre vidas humanas y no humanas, distribuyendo de manera desigual los daños en función de raza y clase. Este fenómeno es una respuesta del capital a la competencia, defendiendo inversiones en capital fósil o renovable en el núcleo, mientras se extraen recursos de la periferia y se restringe la libertad de movimiento de personas racializadas que buscan escapar de la pobreza y la devastación ecológica. A través de un fondo de víctimas financiado por las propias víctimas, se sostienen estas transferencias de valor y la transición verde en el núcleo imperial.
Aunque el eco-apartheid puede no ser intencionalmente racializado como los regímenes de apartheid conocidos, sus efectos se manifiestan de manera similar. La ocupación colonial de Palestina por Israel, por ejemplo, ha devastado la ecología de la región, plantando pinos para hacerla parecer más europea, mientras que las infraestructuras del apartheid controlan el acceso al agua. Este eco-apartheid global es una intensificación y expansión de tales prácticas, cancelando el futuro para muchos mientras se financia una transición verde para unos pocos privilegiados.
Con el aumento de desplazamientos por conflictos y crisis climáticas (Dato crucial 3 y 4), el núcleo capitalista endurece sus fronteras y adopta posiciones racistas y nativistas, evidenciado en respuestas desiguales a refugiados según su origen racial. Esto presagia un futuro de apartheid ecológico, donde la protección del núcleo imperialista se logra a costa de la explotación y opresión de las periferias internas y externas. Como indica el autor, “el eco-apartheid es la estrategia de acumulación propia del catastrofismo capitalista”.
”5. Conclusión”
La contribución sugiere el término "catastrofismo capitalista" para describir la reconfiguración dramática y asimétrica del sistema capitalista en su relación con la naturaleza humana y no humana. Este fenómeno surge cuando el realismo capitalista comienza a desmoronarse, evidenciado por la respuesta del núcleo capitalista a la pandemia de COVID-19. El catastrofismo capitalista se define por tres mutaciones principales:
Ya no es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Hoy en día, los movimientos progresistas son capaces de imaginar futuros post-capitalistas, pero el reto es cómo llegar a ellos desde nuestra situación actual.
Mientras que antes se decía que "el futuro está cancelado" en un sentido cultural y desde una perspectiva europea, bajo el catastrofismo capitalista, el futuro realmente está cancelado para muchas vidas humanas y no humanas que ya están en peligro.
A diferencia del realismo capitalista, que requería un proyecto ideológico constante, el catastrofismo capitalista describe un mundo donde la capacidad del capital para desencadenar crisis socioecológicas supera la habilidad de los gobiernos para contenerlas. Sin embargo, los estados y el capital en el núcleo imperial prometen proteger a unos pocos privilegiados, mientras ponen en peligro a la mayoría oprimida y explotada, resultando en un régimen intensificado de eco-apartheid.
El catastrofismo capitalista no es una creencia en la inevitable catástrofe ecológica, ni una predicción del colapso final del capitalismo. En lugar de ello, afirma que el sistema capitalista está en un proceso de reconfiguración catastrófica y asimétrica, resultando en un eco-apartheid, y que podría seguir funcionando por algún tiempo. Además, no es una afirmación universal y eurocéntrica; reconoce que esta catástrofe es diferente de las anteriores y se manifiesta de manera diferenciada entre grupos a través de geografías políticas interconectadas.
En resumen, el catastrofismo capitalista define este período incierto y distópico en el que se vive, donde el verdadero desafío no es solo concebir futuros más allá del capitalismo, sino hacerlos realidad.
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1. Según el Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático, el mundo está peligrosamente cerca de superar más de 1.5°C de calentamiento global.
2. Vietnam donó 550.000 mascarillas a Europa, Cuba envió médicos a Italia en un acto de internacionalismo médico y China donó Equipos de Protección Individual (PPE, por sus siglas en inglés) a varios países europeos gravemente afectados.
3. Dependiendo del crecimiento demográfico y de la gravedad del calentamiento global, de aquí a 2100 entre 1.000 y 4.000 millones de personas podrían verse desplazadas de sus hogares por guerras, conflictos y los efectos del calentamiento global.
4. El Centro Internacional de Vigilancia de los Desplazamientos calcula que sólo en 2020 se desplazaron unos 40.5 millones de personas y que los denominados “desastres naturales”, incluidos los efectos del calentamiento global, provocaron más del triple de desplazamientos que los conflictos o la violencia.
El catastrofismo capitalista marca una fase crítica en la que el capitalismo se enfrenta a una reconfiguración drástica y asimétrica debido a las crisis socio-ecológicas presentes. Su vinculación con el eco apartheid amplía el panorama de análisis acerca de la acumulación capitalista y las disputas por la hegemonía, que dependen directamente de la subyugación, marginación y violencia de gran parte del Sur Global. El texto retoma la conversación sobre la posibilidad de pensar futuros sin el capitalismo y cómo hacerlos realidad.