Transiciones ecosociales justas y radicales en clave latinoamericana y ecofeminista
Buitrago, Liliana [2024], "Transiciones ecosociales justas y radicales en clave latinoamericana y ecofeminista", Francisca Fernández y Florencia Puente (coordinadoras), Feminismos ecoterritoriales en América Latina. Ciudad, crear, re-existir, Buenos Aires, Fundación Rosa Luxemburg, pp. 69-88, https://rosalux-ba.org/wp-content/uploads/2024/04/Feminismos-Ecoterritor...
Liliana Buitrago es una investigadora, docente y activista ecofeminista venezolana.
Los feminismos territoriales en América Latina comprenden una diversidad de prácticas, conocimientos y ontologías políticas que se enfocan en la transformación post-capitalista y post-desarrollista. Estos movimientos sitúan el "común reproductivo", es decir, los procesos fundamentales para la vida humana en su interdependencia con la ecología, como eje central de la organización ecosocial.
La emergencia de las transiciones
No existe una verdadera etapa postpandémica, resalta la autora, pues en su lugar se han acumulado múltiples pandemias (una sindemia) que añaden síntomas y enfermedades a condiciones estructurales. Esta situación afecta al "cuerpo-tierra-agua", compuesto por sistemas sociales, políticos, espirituales y ecológicos. Enfermedades crónicas como el patriarcado, el racismo, el antropocentrismo y el extractivismo empeoran, sumando nuevos síntomas-pandemias como el COVID-19, el Sida, el cáncer, la pobreza extrema y los feminicidios. La fragmentación y separación artificial de las esferas de la ecosociedad dificultan la comprensión de la policrisis, creando una metacrisis.
En un capitalismo que se transforma de manera constante y acelerada, surge un proceso de neofeudalización que introduce una nueva estructura socioeconómica con cuatro características interconectadas: soberanía parcelada, nuevos señores y campesinos, interiorización y catastrofismo. La soberanía parcelada se refiere a la fragmentación del Estado, lo que limita su capacidad de respuesta; los "nuevos señores y campesinos" muestran una explotación más directa y un aumento en la desigualdad; la interiorización crea nuevas formas de segregación y exclusión espacial; y el catastrofismo se convierte en un signo de la civilización actual, vinculado al aislamiento social y la constante amenaza de catástrofes.
La neofeudalización ocurre en un contexto marcado por la incertidumbre ecológica, el control biotecnológico y la coexistencia conflictiva entre la geopolítica de la energía verde y los combustibles fósiles. Aunque se observan ciertos cambios, el capitalismo sigue dependiendo de la energía fósil, que ante su escasez intensifica la violencia en la extracción, especialmente en zonas ecológicas cruciales y en comunidades históricamente vulnerables. Como resultado es visible una mayor violencia ecoterritorial y repatriarcalización de los territorios, poniendo en peligro la regeneración de la vida.
Ante este panorama, los tejidos ecoterritoriales buscan alternativas sostenibles, basadas en la interdependencia y la ecodependencia, utilizando conocimientos ancestrales y prácticas de cuidado de los comunes naturales como formas de resistencia contra la necropolítica, aunque estos esfuerzos no están exentos de tensiones y contradicciones.
Las formas de lo común, en particular el común reproductivo, parecen contradecir el “modelo petroadicto y energívoro” (términos mencionados por la Campaña Luces de la Resistencia), que impulsa una gobernanza que opera al margen de la legalidad y desinstitucionaliza al Estado. Esta dependencia de los combustibles fósiles no solo aumenta la violencia extractivista, sino que también tiene un impacto cultural profundo, afectando la producción de conocimientos y fomentando políticas en contra de la diversidad. La pérdida de biodiversidad está separada de las expresiones sociales, políticas y culturales de la diversidad, lo que muestra una tendencia homogeneizante que impone fundamentalismos y restringe derechos sociales.
Hacia transiciones ecosociales justas y radicales
El concepto de "transiciones justas" se originó en 1973 entre los sindicatos de trabajadores en Estados Unidos, con un enfoque en las desigualdades socioambientales. Más tarde se expandió a nivel global, involucrando a diversos actores. Aunque su uso es amplio, el término ha sido criticado por su falta de claridad, lo que podría llevar a su ineficacia o contradicción en la práctica. Hoy en día, en su versión hegemónica, el término se asocia con la transición energética, que busca sustituir los combustibles fósiles por energías renovables. No obstante, este enfoque global continúa explotando a los países periféricos sin cambiar la relación depredadora con la naturaleza.
El modelo energético dominante, apoyado en tecnologías dañinas como hidroeléctricas, megarepresas y las industrias de combustibles fósiles, impacta negativamente la salud y la vida, basándose en un extractivismo que genera despojo, desterritorialización y conflictos. La transición energética promovida por Estados y corporaciones no altera los paradigmas que mercantilizan la energía, perpetuando desigualdades y pobreza. Se propone una alternativa que vea la energía como un bien común, relacionada con la movilidad sostenible y la producción alimentaria a pequeña escala, reconociendo el papel fundamental de los cuerpos feminizados en la sostenibilidad de la vida. Como señala Escobar, citado por la autora, el crecimiento de los discursos de transición refleja tanto el empeoramiento de las condiciones planetarias como la incapacidad de las instituciones para imaginar soluciones efectivas.
En Latinoamérica, se desarrollan debates populares y radicales sobre las transiciones ecosociales justas que confrontan las visiones coloniales y hegemónicas impulsadas por Estados y corporaciones. Iniciativas como el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur proponen "Transiciones Justas para los Pueblos" o "Transiciones Populares Territoriales", adoptando una perspectiva multiescalar y holística, centrada en las luchas ecoterritoriales y en la justicia ecológica, intercultural, climática, de género, económica y ontológica. Estas transiciones justas radicales se basan en los saberes y prácticas pluriversales del sur global, y exigen el reconocimiento y la reparación de las deudas históricas causadas por las injusticias y el despojo ecosocial.
Las transiciones justas radicales se enfrentan a las soluciones corporativas que mantienen el capitalismo y el extractivismo, proponiendo una transformación civilizatoria profunda. Estas iniciativas de transición (IT) se centran en la contradicción entre la vida y el capital, rechazando formas de energía que dañan el medio ambiente y la vida. Se enfatiza la necesidad de recuperar el significado de la existencia, donde la energía, el agua y la alimentación no se vean como mercancías, sino como bienes comunes. Además, se destaca la relevancia de integrar perspectivas feministas ecoterritoriales, que incluyen diversas subjetividades y estrategias comunitarias, en este proceso de transformación.
Transiciones ecosociales, radicales, justas y en femenino
Los estudios sobre transiciones verdes que exploran la relación entre género y energías renovables muestran que, a pesar de promover la inclusión de mujeres, no se abordan adecuadamente las cuestiones de género ni se superan los prejuicios y las perspectivas patriarcales en la creación de regímenes energéticos. Además, estos estudios no contemplan las propuestas radicales y transformadoras que provienen de los territorios del sur global, particularmente en Latinoamérica-Abya Yala. Para avanzar hacia transiciones ecosociales justas y radicales, es crucial incorporar las propuestas sistémicas y civilizatorias que emergen de los feminismos ecoterritoriales.
Las propuestas para transiciones ecosociales justas y radicales incluyen una crítica al desarrollo, la eficiencia y el productivismo, la politización del trabajo reproductivo y de cuidados realizado principalmente por mujeres, y una denuncia de las relaciones desiguales entre el Norte y el Sur global. Subrayan que la producción no puede existir sin la reproducción de la vida, lo que implica cambios en los tiempos económicos y en la organización comunitaria, así como una redefinición del trabajo y lo femenino.
Este enfoque rechaza la mera inclusión de mujeres en la economía verde y, en su lugar, aboga por su participación política en la formulación de propuestas agrícolas y de intercambio solidario, más allá de la acumulación capitalista. Las economías feministas son vistas no sólo como herramientas de análisis, sino como un proyecto político que enfatiza la vida y la solidaridad, oponiéndose a la mercantilización de la naturaleza y al enfoque corporativo de bioeconomías en la transición energética.
La desigualdad en el acceso y uso de la energía va más allá de las diferencias individuales (importantes entre hombres y mujeres), afectando también a las comunidades en comparación con las empresas. El consumo excesivo de energía por parte de sectores corporativos, incluidos los de energías renovables, mantiene estas desigualdades y favorece una expansión energética en lugar de una transición real.
En Latinoamérica, algunas iniciativas enfocadas en la transición energética priorizan el uso de la energía para actividades esenciales para la vida, como la alimentación familiar y la producción comunitaria, evitando así alimentar grandes industrias que perpetúan la explotación de recursos. Las tareas de reproducción de la vida y cuidados son centrales. En este sentido, desde las economías feministas, se ha politizado el trabajo de reproducción y cuidados, situando estos cuidados en el núcleo de una ética que defiende vidas dignas y la colaboración con la naturaleza.
La energía desempeña un papel vital en las economías de los cuidados, siendo esencial para el mantenimiento de la vida. Por lo tanto, la justicia energética está intrínsecamente ligada a la justicia de género, ya que todas las actividades de cuidado dependen de una distribución equitativa de los comunes naturales (energía, agua, suelos, aire limpio, etcétera).
Las transiciones energéticas actuales impulsadas por los países del Norte Global están generando nuevas áreas de sacrificio, lo que perjudica la vida en los territorios y refuerza las dinámicas patriarcales. Desde una perspectiva ecofeminista latinoamericana, es fundamental cuestionar las relaciones de poder desiguales entre el Norte y el Sur Global. La modernidad ha promovido una visión necropolítica y feminizada de la tierra como un recurso conquistable y explotable, lo que ha contribuido a la crisis civilizatoria actual. Las mujeres, cuyas vidas y cuerpos son los más afectados por la explotación de la naturaleza, se movilizan contra estas injusticias y abogan por una visión no patriarcal de la naturaleza.
Las denuncias sobre los efectos diferenciados del extractivismo, especialmente en los cuerpos feminizados, han sido extensamente registradas. Ejemplos de esto son el Mapa Cuerpo-Territorio realizado por el colectivo Iconoclasistas y las protestas de las comunidades en la Puna de Atacama en contra de la extracción de litio. La expansión del extractivismo para la transición energética es central para la lucha de comunidades feminizadas. Estas comunidades promueven alternativas económicas locales que no destruyen el entorno. Las resistencias y existencias que emergen desde los espacios comunales en femenino frente al extractivismo se expresan a través de prácticas comunitarias como la alimentación, la danza, el canto y el cuidado de los cuerpos en protesta, especialmente visibles en los levantamientos populares previos a la pandemia en América Latina.
Estas formas de resistencia y cuidado constituyen iniciativas de transición ecosociales justas y radicales, al desafiar las falsas soluciones climáticas que perpetúan la creación de nuevas zonas de sacrificio. Además, estas resistencias incorporan diversas ontologías y espiritualidades femeninas que conforman un "pluriverso" relacional, subrayando una visión holística de la naturaleza, profundamente conectada con las prácticas y ecosofías de las comunidades indígenas y campesinas de Abya Yala.
Términos como "Terricidio" y "Cura da Terra", desarrollados por movimientos de mujeres e indígenas, describen los efectos del capitalismo, colonialismo y patriarcado en la vida. Estas expresiones discursivas son prácticas políticas estratégicas que enriquecen la visión de las transiciones ecosociales radicales, integrando aspectos espirituales y rechazando la perspectiva antropocéntrica. Además, desafían las evaluaciones dominantes de las iniciativas de transición, subrayando la interrelación entre distintas áreas de la vida.
Conclusiones
El vínculo entre los feminismos ecoterritoriales y las transiciones justas radicales se fundamenta en el hecho de que las externalidades del desarrollo humano, incluyendo el progreso económico y tecnológico, afectan en mayor medida a mujeres y grupos subordinados, quienes desempeñan roles clave en el sostenimiento de la vida.
La interiorización de rasgos neofeudales y la creación de territorios de sacrificio debido a la explotación extractivista y la colonialidad han dado lugar a espacios de alteridad que, dentro de economías precarias, exigen cuidados y recursos materiales mínimos.
A pesar de la proliferación de iniciativas de despojo y explotación, los territorios afectados continúan siendo defendidos, y el derecho al agua sigue siendo una demanda constante. Las comunidades, a pequeña escala, tejen alternativas sostenibles y se organizan en redes solidarias para concebir la energía como un derecho vital. En este contexto, las transiciones ecosociales justas y radicales se entienden como actos urgentes de imaginación política, orientados a crear modos de vida en equilibrio con la tierra y los territorios acuáticos.
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A lo largo del texto, frente a un escenario de crisis múltiples y riesgos existenciales, se pone más en evidencia cómo las transiciones corporativas y coloniales del Norte Global perpetúan patrones de explotación y despojo que afectan desproporcionadamente a las comunidades feminizadas, indígenas y campesinas de los Sures Globales. El texto explora la capacidad transformadora de los movimientos feministas ecoterritoriales y las luchas frente a la destrucción ambiental en el contexto de las transiciones justas. Las luchas por la preservación del agua, la tierra y la biodiversidad, junto con las prácticas comunitarias y de resistencia feminista, se configuran como frentes esenciales para combatir la destrucción ambiental.