El alimento se come al clima
Aizen, Marina, Pilar Assefh y Laura Rocha [2022], "El alimento se come al clima", (Re)calientes. Por qué la crisis climática es el problema más urgente de nuestra época, Buenos Aires, Siglo XXI, pp. 49-64.
La ruta del ecocidio
Las grandes empresas agrícolas, no pequeños campesinos, son responsables de la deforestación masiva, expulsando a ocupantes tradicionales de sus tierras con amenazas o violencia. Los territorios indígenas son especialmente vulnerables, como el caso de los ayoreos en Paraguay, quienes viven en aislamiento voluntario. Las compañías tienen acceso a poder político y capital financiero, y, a menudo, la deforestación se realiza por mera especulación inmobiliaria, donde el valor de la tierra se multiplica al ser despejada.
Gigantes comerciales como Bunge y Cofco establecen enormes centros de acopio de granos provenientes de zonas deforestadas. Estos monocultivos intensivos, alimentados por agroquímicos, han coincidido con un aumento en enfermedades degenerativas en las poblaciones locales. Mientras, camiones pesados transportan troncos de áreas recientemente taladas, en condiciones laborales precarias y extenuantes para los trabajadores, quienes ganan poco mientras otros se benefician enormemente.
Los que son expulsados por el desmonte terminan en los cordones de pobreza de las ciudades, llevándose consigo las cicatrices físicas y emocionales del desalojo. En países como Argentina, el Estado gana mediante retenciones en nombre de la redistribución de la riqueza, mientras el ciclo de destrucción y lucro se perpetúa.
La deforestación también responde a la demanda de aceites de soja y palma, usados en biodiésel, alimentos, cosméticos y productos medicinales. Esta producción ha devastado biomas ricos, como en el Sudeste Asiático, donde la palma aceitera ha contribuido a la pérdida de biodiversidad, poniendo en peligro especies como el orangután. Las plantaciones de palma crean desiertos vegetales sin valor ecológico, aunque sí comercial.
En América Latina, grandes áreas de bosque se talan para la ganadería, cuyos cueros terminan en productos de lujo vendidos en lugares como Milán o Nueva York. Los campos extensivos, con miles de vacas hacinadas en corrales, ocupan espacios que antes eran verdes y llenos de vida. Ahora, esos lugares son tierras despojadas, donde los animales sufren hasta su sacrificio. Mientras tanto, las empresas pregonan falsamente la sostenibilidad.
Un animal forrado de cuero
Las vacas, como rumiantes, tienen un sistema digestivo especial con varios estómagos, que les permite transformar fibras vegetales en proteína animal. En este proceso, las bacterias en uno de sus estómagos, llamado rumen, descomponen la comida que comen, y en ese proceso producen metano, un gas que contribuye al calentamiento global. Cada pocos minutos, las vacas emiten este metano en forma de eructos. Debido a que producen mucho gas, especialmente las vacas lecheras más grandes, su impacto en la atmósfera es considerable.
Científicos en Argentina realizaron un experimento curioso: conectaron un dispositivo al estómago de una vaca, a la que llamaron "Metana", para capturar el gas que producía. Descubrieron que una vaca genera alrededor de 300 litros de metano por día. Para ver qué se podía hacer con este gas, lo comprimieron usando una bicicleta adaptada y lograron utilizarlo para alimentar un motor de auto.
En conjunto, todos los rumiantes del mundo (vacas, ovejas, etc.) representan 35% de los gases de efecto invernadero (GEI) del sector alimenticio. Esto ha llevado a la industria ganadera a buscar soluciones, como alimentar a las vacas con algas que reducen las emisiones. Sin embargo, este enfoque no resuelve el problema del espacio que las vacas ocupan en el planeta. En la actualidad, 30% de la superficie terrestre está ocupada por animales de pastoreo, y un tercio de la tierra agrícola se destina a cultivar alimentos para estos animales. Sumando todo esto, la ganadería es responsable de 15% de las emisiones globales de GEI.
Otro cultivo que también produce metano es el arroz, debido a que durante su crecimiento debe estar sumergido en agua, lo que genera condiciones similares a las del estómago de una vaca, donde bacterias generan gases. Este cultivo y otros cultivos intensivos han alterado nuestra percepción de la naturaleza. Hoy en día, vemos campos llenos de cultivos como el maíz y los girasoles, muchas veces genéticamente modificados, y creemos que es algo natural, pero en realidad es un paisaje artificial. Estos cultivos han reemplazado pastizales y bosques, y las plantas modificadas genéticamente son como "robots vegetales", idénticas y sin diversidad.
La industria láctea, a lo largo de los años, ha promovido una imagen falsa de la naturaleza, especialmente a través de la publicidad. Nos han hecho creer que una vaca pastando en un campo verde es un símbolo de la vida natural. Sin embargo, las vacas son animales introducidos por los colonizadores europeos en América, donde originalmente no había ni vacas, ni caballos, ni gallinas. La cría masiva de ganado transformó y degradó los paisajes de América, y esta imagen de lo "natural" en realidad describe situaciones artificiales que no solo afectan al clima, sino también a nuestra salud, ya que nos alimentamos según la producción industrial, no según las necesidades reales de nuestro cuerpo.
Para mantener el consumo de proteínas en el futuro, probablemente tendremos que recurrir a fuentes alternativas como los insectos. Ya se están probando harinas hechas de grillos o gusanos, que ocupan menos espacio y consumen menos agua, un recurso que será cada vez más escaso. También está en desarrollo la carne cultivada en laboratorio, aunque todavía no es rentable. En Finlandia, por ejemplo, están creando proteínas a partir de enzimas que captan del aire y fermentan en un proceso similar al de un alambique.
Otra opción es la agricultura hidropónica, que se realiza sin suelo y, generalmente, en invernaderos controlados, lo que elimina la necesidad de plaguicidas. Estas son innovaciones que podrían cambiar el futuro de la alimentación, aunque aún no está claro si el mercado las aceptará. Sin embargo, lo que es seguro es que el mundo necesita cambiar hacia sistemas de producción más pequeños y sostenibles, con menos impacto en la tierra y la biodiversidad, y sin químicos perjudiciales. Esta tendencia se conoce como agroecología, un enfoque más respetuoso con el medio ambiente.
Lavando culpas en un mundo sin árboles
El texto plantea una crítica sobre las medidas de los países ricos, especialmente europeos y del Reino Unido, para abordar su responsabilidad en la deforestación mundial. Aunque se promueven leyes para frenar la importación de productos asociados con la deforestación, como la soja y el aceite de palma, estas son vistas como intentos superficiales de lavar culpas. El impacto ya es irreversible, pues estas materias primas están profundamente integradas en sus cadenas de suministro. Las leyes que se proponen, como las británicas o las de la Unión Europea, son consideradas como estrategias de greenwashing, dado que no abordan la deforestación histórica ni proporcionan mecanismos reales de control sobre las áreas afectadas.
Las iniciativas anunciadas, como la promesa en la conferencia de Glasgow 2021 de detener la deforestación para 2030, son percibidas como cínicas, ya que para entonces los daños podrían ser irreparables. Mientras los países ricos se muestran como defensores del medio ambiente, siguen participando en prácticas que perpetúan el deterioro ecológico, utilizando tierras y recursos de países en desarrollo para mantener sus hábitos de consumo sin asumir la responsabilidad total de sus consecuencias.
En esta crítica, se destaca que las políticas actuales de los países desarrollados no buscan soluciones reales o inmediatas, sino que intentan prolongar el consumo sin modificar sustancialmente los sistemas productivos que han causado el problema. Se señala, además, que mientras los territorios del sur global sufren la devastación de sus ecosistemas, los países ricos se lavan las manos con regulaciones insuficientes que no alteran las dinámicas globales de explotación y destrucción ambiental.
El ecosistema del desmonte
El texto denuncia el impacto devastador del desmonte en la provincia del Chaco, Argentina, donde tras la tala de árboles, se extraen los troncos valiosos para la producción de electricidad, tanino y carbón. Estos árboles, que tardaron siglos en crecer, son eliminados junto con los ecosistemas que los rodean, destruyendo a su paso insectos y animales esenciales para la biodiversidad. La quema de árboles como fuente de energía es presentada falsamente como "sostenible", mientras que los residuos vegetales son incinerados, acabando con miles de años de evolución natural.
El texto establece una crítica con respecto al greenwashing, es decir, las campañas que disfrazan prácticas destructivas como si fueran sostenibles. Se cuestiona la legitimidad de vender productos derivados de la tala, como el tanino "verde" para curtir cueros o el carbón que se exporta, cuando su producción es parte de un proceso que destruye vastas áreas de bosque y deja el suelo completamente degradado.
La deforestación no solo acaba con ecosistemas, sino que también altera la vida silvestre: animales como el yaguareté pierden su hábitat, mientras que los campos desmontados se convierten en territorios muertos, sin vida, ni fauna, ni flora. En contraste, las áreas aún intactas están llenas de vida y sonidos de la naturaleza, lo que resalta el daño irreversible que se está haciendo.
Además, el suelo degradado pierde su capacidad de sostener cultivos tras pocos años, lo que obliga a los agricultores a usar fertilizantes, liberando óxido nitroso, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO₂. Este ciclo de degradación pone en peligro la capa superficial del suelo, que podría desaparecer para 2075, agravando la crisis ambiental global.
La crítica central es que la tala masiva y la expansión agrícola impulsadas por intereses comerciales y prácticas engañosas de sostenibilidad están destruyendo ecosistemas irremplazables. Las políticas superficiales no atacan la raíz del problema, y el daño ambiental avanza a un ritmo alarmante, con consecuencias irreparables para el planeta.
El que come y no convida
El texto pone en evidencia una de las paradojas más profundas del sistema alimentario global: mientras países como Brasil, Argentina y Paraguay son grandes responsables de emisiones debido a la deforestación masiva para la producción agroindustrial, son los países más ricos, especialmente en Europa, quienes disfrutan de los beneficios de estos productos. Los recursos naturales de los países periféricos son explotados para alimentar a las sociedades opulentas, que luego desperdician una parte considerable de esa producción.
El foco crítico está en cómo estos territorios se destinan a la producción intensiva de alimentos como la soja, a costa de la destrucción de ecosistemas vitales, mientras que, irónicamente, países desarrollados plantan árboles para compensar las emisiones, algo que no alcanza a mitigar el impacto de la pérdida de los bosques tropicales en biodiversidad y captura de carbono.
Además, el problema no se limita a la producción. El transporte local de alimentos y la refrigeración también generan emisiones significativas. Sin embargo, lo más alarmante es que aproximadamente 30% de los alimentos producidos globalmente se desperdician. Este derroche es mayor en las sociedades ricas, mientras que muchas comunidades, sobre todo en países vulnerables, sufren hambre y carecen de recursos básicos como agua.
El texto resalta la implementación de soluciones superficiales, como la reforestación en el norte global, que no resuelven los problemas fundamentales causados por la deforestación y la sobreexplotación en países periféricos. Mientras tanto, la producción alimentaria mundial sigue destruyendo territorios naturales y contribuyendo al cambio climático, sin abordar las verdaderas raíces del problema.
1) 30% de la comida producida mediante métodos destructivos para el medio ambiente se desperdicia.
2) En 2021, el desperdicio de alimentos fue de 931 millones de toneladas a nivel mundial (equivalente a 121 kg per cápita).
3) El desperdicio de alimentos se distribuye en: 61% en hogares, 26% en el servicio de alimentos, y 13% en el comercio minorista.
4) El óxido nitroso (N₂O) tiene un efecto de calentamiento casi 300 veces mayor que el dióxido de carbono (CO₂).
5) Las emisiones de N₂O son responsables de aproximadamente 6% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial.
El texto aborda de manera crítica el impacto devastador de la producción alimentaria global, centrándose en la deforestación, la degradación de ecosistemas y el desperdicio de alimentos. Las acciones insuficientes de gobernanza mundial se presentan como paliativos que no resuelven las causas estructurales de la crisis ambiental. La intersección entre las empresas transnacionales, gobernanza mundial y las dinámicas del capital globalizado están destruyendo ecosistemas vitales, y los esfuerzos por combatir o adaptarse a estos procesos son insuficientes porque no cortan de raíz los problemas ni cuestionan el modelo histórico de extractivismo descargado en el Sur Global. Las relaciones desiguales entre los países que consumen productos agrícolas y aquellos que sufren las consecuencias de su producción acentúan los riesgos existenciales derivados de la crisis ambiental y climática.