Los cuerpos de internet: captura, resistencia, subjetivación

Cita: 

Reguillo, Rossana [2025], "Los cuerpos de internet: captura, resistencia, subjetivación", Forum. The LASA Magazine, marzo, https://forum.lasaweb.org/articles/56-1/los-cuerpos-de-internet-captura-...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Marzo, 2025
Tema: 
Control digital e insurgencia en red: poder y resistencia en la era conectada
Idea principal: 

    Rossana Reguillo es directora de Signa Lab, investigadora del SNII, integrante de la Academia Mexicana de Ciencias y activista mexicana, especializada en juventudes y estudios interdisciplinarios que articulan antropología, comunicación y estudios culturales.


    La autora propone como punto de partida el análisis de Nelly Richard, en su obra En tiempos y modos, sobre el caso chileno, caracterizado desde "la incertidumbre, las líneas de fuga, el quiebre de la política formal y el 'despliegue insurgente'", cuestionando el estado actual de las verdades consagradas como inflexibles.

    Se hace también una crítica a los cambios efectuados por los dispositivos inteligentes, a los cuales se les atribuye la verdad absoluta de las cosas, aunque en ocasiones con tendencia al extremismo, generando dogmas -creencias indiscutibles- en la sociedad de las masas, que considera que todas las soluciones las brinda el internet y los dispositivos electrónicos. Vivir en esta idea del siglo del tecnoiluminismo nos aleja de cualquier contacto humano, por considerarnos sabelotodo.

    La autora propone tratar los "cuerpos de internet" a partir de tres vertientes:

    1. Los dispositivos de captura y control, considerando sus "modos de existencia, sus materialidades, sus símbolos, sus lenguajes".

    2. Los dispositivos de activación afectiva y resistencia, considerando la posibilidad de un uso táctico de internet por movimientos sociales.

    3. La pregunta acerca de la subjetivación.

    Estación uno: Captura y control

    En un mundo cada vez más regido por artefactos tecnológicos que capturan nuestra atención, moldean nuestras percepciones y distorsionan la verdad, resulta urgente reflexionar sobre el peso que estamos depositando, de forma desproporcionada, en herramientas diseñadas no solo para asistirnos, si no para dominarnos.

    Estas tecnologías -desde algoritmos hasta plataformas de comunicación masiva- se han convertido en dispositivos de control sofisticados, capaces de reconfigurar la historia, manipular narrativas y fabricar verdades mediante una propaganda mediática intensiva.

    Un ejemplo cinematográfico que, lejos de ser mera ciencia ficción, se ha convertido en un espejo anticipatorio del siglo XXI es Tron: Legacy (2010), dirigida por Joseph Kosinski, secuela del clásico de 1982, en la que el protagonista Sam Flynn accede accidentalmente a un universo digital donde se enfrenta a Clu 2.0, una inteligencia artificial tiránica creada con la intención original de perfeccionar el sistema, pero que termina por esclavizar a todos los programas. Esta distopía digital no solo ilustra un sistema donde el control y la seducción conviven como formas de dominación -prometiendo perfección al tiempo que siembran el miedo a ser obsoleto-, sino que resulta cada vez más similar a nuestra realidad.

    Hoy, las plataformas digitales no son solo medios de interacción, sino dispositivos de captura total: capturan la atención, el imaginario, la voluntad. Definen lo que es o no es verdad. Reescriben los hechos. Y, sobre todo, instalan con facilidad la lógica de amigo-enemigo que polariza, fragmenta y radicaliza. La propaganda ya no necesita de un aparato estatal tradicional: basta con una red algorítmica, un trending topic o una cadena en una aplicación de mensajería.

    Ejemplos como X (antes Twitter), ahora bajo el control de Elon Musk, o WhatsApp, en manos de Meta y Mark Zuckerberg, revelan cómo la promesa de conexión se convierte en un vehículo para la manipulación.

    Estas plataformas, instaladas en nuestros dispositivos móviles, se integran a nuestros cuerpos, se naturalizan, se vuelven parte de nuestra rutina, mientras modelan sin resistencia nuestras ideas, nuestros vínculos y nuestra comprensión del mundo. La ficción ha sido superada: ya no necesitamos ingresar a un universo digital; vivimos dentro de él.

    En este entorno, confiar ciegamente en sistemas tecnológicos no solo es ingenuo, es peligroso. Porque, como en Tron, estos sistemas ya no responden a los usuarios: se perfeccionan a sí mismos, se replican, se blindan. Y lo hacen, muchas veces, en nombre de una verdad que ellos mismos construyen conforme a lo extraído de los usuarios.

    Cuidado con las macros ocultas

    La captura y el control no son fenómenos nuevos en el ejercicio del poder, pero han adquirido una sofisticación sin precedentes en la era digital. Hoy, inducen a millones de personas a emitir opiniones indiscriminadas, reforzadas por fragmentos de información que circulan en internet, muchas veces sin verificación ni contexto.

    El fenómeno es doble: por un lado, el usuario tiende a consumir y reproducir aquello que resuena con sus creencias previas; por el otro, las redes sociales -en especial WhatsApp- se convierten en plataformas donde todo tipo de discursos circulan en pie de igualdad, debilitando la capacidad de discernimiento. Lo que antes pasaba por filtros editoriales o cognitivos, hoy se comparte directamente con seres queridos, colegas o amistades.

    Así, los dispositivos móviles actúan como confidentes emocionales, ensamblándose con nuestro cuerpo y afectos, hasta el punto de reducir nuestros filtros cognitivos y fortalecer sesgos de confirmación: se cree no porque se comprueba, sino porque se siente como propio.

    Parte de este fenómeno se explica por nuestra tendencia a automatizar procesos para ahorrar tiempo, aun si eso implica operar bajo un velo de ignorancia. En muchos sentidos, las redes sociales funcionan como macros ocultas: conjuntos de comandos que repetimos de forma casi inconsciente, sin reflexionar en los efectos acumulativos de esa automatización.

    Tal como ocurre en programas computacionales donde las macros sirven para realizar tareas repetitivas, en el plano digital se reproduce información, se reacciona emocionalmente y se comparte contenido sin evaluar su veracidad ni su origen, perpetuando sesgos y reduciendo aún más la capacidad crítica del usuario.

    Las redes sociales son artefactos tecnopolíticos fundamentales en este proceso. Por ejemplo, WhatsApp fue un instrumento central en la victoria de Jair Bolsonaro durante las elecciones presidenciales brasileñas de 2018.

    Por su parte, la red conocida ahora como X ha evolucionado hacia un entorno cada vez más tóxico y opaco, especialmente tras su compra por parte de Elon Musk a finales de 2022. La alianza simbólica y operativa entre Musk y Donald Trump aceleró esta transformación, dejando atrás la visión original de Jack Dorsey.

    Desde entonces, proliferaron las cuentas falsas o “arrobas”: bots automatizados -software que permite simular acciones de un usuario en internet-, trolls -usuarios que incitan al conflicto mediante mensajes ofensivos- y cuentas-calcetín (sock puppets) -cuentas falsas para evitar rastreo y/o manipular información sin sanción- que amplifican la desinformación, el odio y el descrédito.

    Una de las medidas más significativas fue el cierre del acceso a su Interfaz de Programación de Aplicaciones (API), que desde 2019 había permitido el trabajo de universidades e instituciones mediante el programa Academic Research Project, facilitando el análisis de tendencias, hashtags y cuentas. Su cancelación implicó un bloqueo al conocimiento sobre las estrategias de manipulación y afectó profundamente a la comunidad académica, dejando el escenario digital aún más vulnerable a las lógicas del engaño, la propaganda y el control emocional de masas.

    Estación dos: Zonas de intensificación afectiva, polinización, lazos y memoria

    En los tiempos actuales, perdura una presunción de competencia conforme a las transformaciones tecnológicas que moldean nuestra comunicación y aprendizaje, por considerarse descentralizado y de acceso libre el conocimiento, al no estar supeditado a una institución o recinto físico.

    Cualquier individuo con una cuenta, o mediante un hashtag desde cualquier dispositivo electrónico, es capaz de expresarse en el ciberespacio, ya que este es un lienzo libre en el que cada quien logra manifestar, conforme a su creatividad e imaginación, propaganda de resistencia que forma parte de las “máquinas de guerra”.

    Las máquinas de guerra son ideas que surgen de manera externa a las élites, los mecanismos de control social del Estado y el capitalismo; combaten estas problemáticas que se determinan como transfronterizas y mutables a lo largo de la historia.

    Hay conceptos que plantean reflexiones interesantes, como es el caso de las máquinas de guerra o su antítesis, las contramáquinas, que sirven como concepto-puente que opera categorías analíticas y metodológicas de la realidad, siendo estrategias colectivas emergentes y disruptivas de las estructuras sociales y tecnológicas que mantienen el poder hegemónico.

    Estas permiten visualizar las estrategias de alienación que maquinaron e implantaron en la sociedad distintos actores de las cúpulas propietarias del poder (estatales y corporativas), que monopolizan lo que debe escucharse o difundirse.

    Las principales contramáquinas son el streaming -transmisiones en vivo de cualquier acontecimiento social como manifestaciones, asambleas o performances- y la viralización por medio de los hashtags, que entretejen luchas de resistencia al control y la contención.

    Un ejemplo destacado fue el Movimiento populista de izquierda Occupy, originado en el Parque Zuccotti, en Nueva York, a raíz de la desconfianza hacia el sector privado, que tuvo gran influencia en las decisiones del gobierno estadounidense, coincidiendo con la Gran Recesión de 2008.

    Otro de los eventos precursores del activismo en vivo, que se dio a conocer por la distribución digital de contenidos, fue la Primavera Árabe -rebelión de opresión mediante protestas populares y exigencias de distintas reformas en derechos humanos- a través de Facebook Live y Twitter (hoy X).

    Asimismo, el movimiento #BlackLivesMatter, o “Las vidas negras importan”, que se hizo viral, se originó en los Estados Unidos a raíz del asesinato del joven Trayvon Martin en 2012, y la impunidad del asesino George Zimmerman, sirviendo como canalizador de la resistencia política frente a la violencia policial y los homicidios contra afroamericanos.

    A este último evento se sumaron, en años posteriores -específicamente en 2020-, el asesinato a manos de la policía del afroamericano George Floyd, lo cual desató una ola de protestas globales y nuevas tendencias de lucha como #ICantBreathe.

    En contraposición a la captura y el control, Reguillo propone tres elementos de las prácticas "contramaquínicas":

    1. La polinización que conjunta emociones, posiciones y experiencias, formando redes de acción colectiva.

    2. La “temporalidad de lazos” (Viveiros de Castro) que activa memorias de la acción y se actualiza en las movilizaciones.

    3. La "sensibilidad tecnosocial (sensorium)", que expresa el lugar que ocupamos en la virtualidad: "nuestras arrobas son nuestros cuerpos" afirma Reguillo.

    Tercera estación: Subjetivación

    Pensar los cuerpos en internet exige interrogar las condiciones, instituciones, discursos y artefactos que modelan subjetividades, es decir, los modos en que lo social se inscribe en el sujeto. Las personas no son simples receptoras pasivas de normas o símbolos, sino actores activos que negocian, reconfiguran e interpretan constantemente sus creencias, prácticas y significados en función de sus contextos. La subjetivación no es un proceso cerrado, sino dinámico, situado en la intersección entre experiencias individuales, prácticas colectivas y marcos históricos.

    En este escenario, la metáfora de las “branquias detrás de las orejas”, retomada de Alessandro Baricco en Los bárbaros: Ensayo sobre la mutación, se vuelve una imagen elocuente para expresar la adaptación humana a un mundo digital vertiginoso. Representa una mutación cultural generacional: mientras los más jóvenes respiran con naturalidad en el océano de la cultura digital, otros perciben este nuevo hábitat con desconfianza, al ver cómo las redes reconfiguran los lazos, las rutinas y hasta la percepción del bienestar.

    Esta transformación no solo evidencia un cambio generacional, sino un profundo desplazamiento de las formas de habitar el mundo, donde los cuerpos son cada vez más capturados y moldeados por tecnologías que, bajo la promesa de libertad o progreso, imponen nuevas formas de control.

    Las redes sociales, los algoritmos y los entornos digitales han construido un sistema simbólico hegemónico que define qué debemos desear, cómo debemos mostrarnos y qué significa vivir “bien”. Se instaura así una narrativa aspiracional que vincula el éxito al rendimiento, la apariencia y la visibilidad constante.

    Esto produce ansiedad, autoexigencia y alienación, generando una sensación de insuficiencia permanente. Lo problemático no es solo la captura en sí, sino la normalización de estas lógicas, que se disimulan bajo la idea de conexión y mejora personal, pero que refuerzan la lógica de la competencia y el aislamiento.

    En este sentido, tal como advertía un activista del movimiento #15M en España -movimiento de comunidades indignadas ante representantes políticos ineficaces y crisis económicas en España durante 2011-, es necesario atender -y entender- la “dieta digital” de las personas. Esta expresión, útil y sugerente, permite abordar críticamente el uso de tecnologías desde la propuesta de Eliseo Verón: producción, circulación y reconocimiento del sentido. Regular de forma consciente qué consumimos, cuánto tiempo permanecemos conectados y con qué intensidad emocional lo hacemos, es una forma de resistir a la sobreexposición.

    El ciberespacio, en muchos casos, funciona como válvula de escape para canalizar frustraciones, odio o ansiedad, configurando una emocionalidad colectiva saturada, en la que proliferan impulsos reactivos y padecimientos derivados del uso excesivo de dispositivos, generando nuevas enfermedades tanto físicas como mentales.

    La globalización y el neoliberalismo intensifican esta lógica de consumo y conexión constante. Bajo la promesa de que la tecnología nos haría trabajar menos y vivir mejor, lo que realmente ha emergido es una nueva forma de explotación encubierta de productividad sin pausa. Las fronteras entre el tiempo personal y el laboral se desdibujan, mientras las jornadas se extienden y la fatiga se acumula.

    La hiperconexión no solo altera nuestros hábitos, sino que también moldea nuestras relaciones, afectos y formas de habitar el presente. Las redes y dispositivos actúan como nuevas religiones: otorgan sentido, comunidad y pertenencia, pero también imponen dogmas y mecanismos de exclusión. Ya no observamos el mundo a través de pantallas; lo habitamos dentro de ellas.

    Frente a este panorama, es urgente preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo ¿Hacia dónde nos conduce una vida moldeada por la hiperestimulación, la vigilancia y la precariedad emocional? Miguel Benasayag recuerda que resistir no es simplemente oponerse, sino crear, situación por situación, nuevas relaciones sociales.

    Por eso, más allá de rechazar el sistema, se trata de abrir horizontes de posibilidad: entre los paisajes y pasajes de resistencia emergen nuevas éticas, estéticas y lenguajes, quizás frágiles, pero fundamentales para incidir sobre los procesos de subjetivación y recuperar nuestra capacidad colectiva de imaginar otros futuros posibles.

Datos cruciales: 

    1) Durante las elecciones brasileñas de 2018, WhatsApp fue clave en la victoria de Bolsonaro, superando ampliamente a medios tradicionales como la radio y la televisión. Con más de 120 millones de usuarios —90% de los votantes— y un uso intensivo diario, 66% compartía y consumía contenido político en la plataforma. Esta herramienta funcionó como una tecnología de proximidad, capaz de instalar certezas emocionales por encima del análisis racional.

Nexo con el tema que estudiamos: 

    Reguillo ofrece un análisis novedoso que no se detiene en la negación y/o la denuncia de los mundos virtuales que modelan la vida contemporánea, sino que se interroga sobre sus formas de existencia como formas de control, contramáquinas y cotidianeidades. El pensamiento crítico requiere profundizar este tipo de indagaciones no sólo para entender las nuevas formas de la alienación capitalista, sino para anclar propuestas que respondan a las condiciones que viven grandes segmentos de la población asidos y participantes de los cercos virtuales que nos limitan y conducen.

    Además de la fragmentación, la inducción al consumismo ¿qué subjetividades se están creando en las jóvenes generaciones nacidas en los cercamientos virtuales?