You Are Contaminated

Cita: 

Wallace-Wells, David [2025], "You Are Contaminated", The New York Times, New York, 4 de agosto, https://www.nytimes.com/2025/08/04/opinion/contamination-exposome.html

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Lunes, Agosto 4, 2025
Tema: 
Contaminación y salud: microplásticos, patógenos y secuelas del deterioro ambiental causado por el hombre
Idea principal: 

    David Wallace-Wells es un escritor de opinión y columnista de The New York Times Magazine, es autor de “La Tierra inhabitable”.


    Los científicos han mostrado que las partículas de contaminación están presentes en todas partes, formando parte de lo que llaman exposoma, es decir, la suma de exposiciones externas que cada persona enfrenta a lo largo de su vida y que, junto con los genes y el comportamiento, moldean su destino. Los humanos somos seres porosos y absorbemos desechos de la civilización, incorporándolos de distintas maneras.

    El plástico se encuentra en la espuma marina pulverizada por las olas, en las nubes que coronan montañas en Japón, en la respiración de los delfines, en la nieve antártica y en el hielo del Monte Everest. Incluso en 2019, cuando un explorador alcanzó la mayor profundidad oceánica en la Fosa de las Marianas, descubrió que los plásticos ya habían llegado a ese lugar, a kilómetros más allá del alcance de la luz natural.

    Este material también está incrustado en la carne de los peces, donde interfiere en la reproducción, y en los tallos de las plantas, afectando la fotosíntesis. Asimismo, se han detectado rastros de plástico en fluidos y órganos humanos: en la saliva, en la sangre, en corazones y riñones, en la leche materna de mujeres que acaban de dar a luz, en el líquido folicular de los ovarios, en tejido testicular y en el esperma.

    Investigaciones recientes advierten que la acumulación en el tejido cerebral creció un cincuenta por ciento en apenas ocho años, y que una persona puede llegar a tener dentro del cráneo el equivalente en peso a una cuchara de plástico, lo cual representa cerca de una quinta parte de la masa del tronco encefálico.

    Los plásticos entran al cuerpo por diversas vías: mediante la digestión en el intestino, a través de la respiración en los pulmones y por la piel, ya que las partículas más diminutas son capaces de atravesarla. Incluso algunos investigadores han comenzado a preocuparse de que la contaminación ambiental y la presencia de plásticos en los laboratorios comprometan la validez de sus propios métodos científicos.

    Más allá del plástico, existen otras sustancias igual de invasivas. Entre ellas están las PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas), conocidas como “químicos eternos” por su resistencia a degradarse. Son tan ubicuas que algunos científicos las llaman “químicos en todas partes”.

    Se encuentran en la espuma del mar, en los lodos de depuradora usados como fertilizante, en huevos y mariscos, en envoltorios de comida y utensilios de cocina antiadherentes, en campos de césped artificial y en aguas subterráneas que abastecen a millones de personas. La revista Nature señaló que un compuesto de esta categoría, el TFA (ácido trifluoroacético), se ha vuelto seis veces más común en aguas superficiales de Estados Unidos en solo dos décadas.

    También se han identificado ftalatos (compuestos químicos usados como plastificantes) en cosméticos, perfumes y champús. A su vez, la presencia de hidrocarburos aromáticos policíclicos en parques infantiles con superficies de caucho eleva hasta diez veces el riesgo de cáncer en comparación con parques de suelo natural.

    Los deltas de los ríos reciben escorrentías agrícolas cargadas de nitrógeno y fósforo, lo que genera grandes zonas muertas sin oxígeno en los océanos. Además, en las últimas décadas se ha detectado una saturación creciente de residuos farmacológicos en ríos y lagos: antidepresivos, ansiolíticos, cocaína, metanfetaminas, medicamentos para el corazón y analgésicos forman ya parte de este cóctel de contaminación.

    Por otra parte, la penetración universal de desechos industriales multiplicó las consecuencias médicas. La exposición a partículas contaminantes se relaciona con enfermedades respiratorias y cardíacas, trastornos del desarrollo, distintos tipos de cáncer, demencia, Alzheimer, partos prematuros y bajo peso al nacer.

    También se vincula con menor rendimiento cognitivo, reducción del desempeño económico, mayor incidencia de crímenes violentos y un aumento en las hospitalizaciones por trastornos de salud mental.

    Se ha identificado además una conexión entre la contaminación y cambios genómicos en tumores de pacientes con cáncer de pulmón que nunca fumaron. El humo de incendios forestales genera contaminantes químicos que pueden permanecer en los cursos de agua locales hasta ocho años después.

    En ese mismo orden de ideas, los científicos comenzaron a notar la presencia de plásticos en el océano en las décadas de 1960 y 1970, justo cuando se creó la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Sin embargo, ya se sabía desde hace casi dos mil años que el plomo era tóxico, mucho antes de que se añadiera a la gasolina.

    A pesar de ese conocimiento, la mitad de los estadounidenses vivos hoy estuvo expuesta a niveles peligrosos de plomo durante la infancia, y en el mundo en desarrollo la mitad de los niños sufre intoxicación por este metal.

    Algunos estudios sugieren que la exposición al plomo pudo explicar el repunte de asesinos en serie en Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980. También se plantea que la posguerra estadounidense puede narrarse a través de este elemento: una ola de criminalidad urbana alimentada por gasolina y pintura con plomo, que impulsó la migración de la población blanca a los suburbios y derivó en políticas racializadas.Incluso se sostiene la tesis de que la exposición al plomo deformó de manera particular el desarrollo cerebral de la llamada Generación X.

    Por si no fuera poco, el campo de contagio que rodea a los humanos incluye virus, bacterias y parásitos con efectos duraderos. El COVID prolongado ha revelado cómo una infección puede dejar secuelas en el organismo mucho después de haber pasado la etapa crítica.

    El virus de Epstein-Barr, responsable de la mononucleosis (enfermedad del mono), puede multiplicar hasta 32 veces el riesgo de padecer esclerosis múltiple. El parásito Toxoplasma gondii, común en gatos domésticos, casi duplica el riesgo de esquizofrenia. Incluso células cancerígenas latentes en los pulmones pueden reactivarse en pacientes en remisión tras una infección por gripe o COVID-19.

    Estos ejemplos muestran que las enfermedades infecciosas no solo generan síntomas inmediatos, sino que pueden reconfigurar el cuerpo y amplificar la vulnerabilidad frente a otros padecimientos graves.

    Además de ello, la agricultura contemporánea también contribuye de manera significativa a la contaminación ambiental. Diversos estudios señalan que los pesticidas, insecticidas y fertilizantes están relacionados con complicaciones en el embarazo y con cáncer cerebral infantil en más de un tercio de los casos analizados.

    Incluso vivir cerca de un campo de golf, donde se usan grandes cantidades de químicos, puede más que duplicar el riesgo de padecer enfermedad de Parkinson. A este fenómeno se le conoce como “deriva de pesticidas”, pues los compuestos se dispersan y afectan a comunidades cercanas.

    Aunque en ocasiones los riesgos señalados por organismos oficiales como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria o la Administración de Alimentos y Medicamentos se minimizan, la contaminación ambiental causada por la agricultura es real y tiene consecuencias directas en la salud humana.

    En las últimas décadas, geólogos y ecólogos han llamado Antropoceno al nuevo mundo que habitamos, marcado por la huella de la actividad humana. Este periodo también se asocia a la Gran Aceleración, caracterizada por el incremento de emisiones de dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y otros contaminantes que degradan los ecosistemas. Hoy, el 96% de la biomasa de mamíferos corresponde a los humanos y a su ganado, lo que refleja la magnitud del dominio humano sobre la naturaleza.

    El humo de incendios forestales, denso en nubes tóxicas, se suma a las fuentes de contaminación que afectan directamente a la salud: incrementa las enfermedades respiratorias y cardíacas, favorece distintos tipos de cáncer, deteriora la función cognitiva e incluso se asocia a un mayor número de crímenes violentos y hospitalizaciones por trastornos mentales. Estos efectos muestran que la contaminación no solo daña los ecosistemas, sino que penetra en la vida social y económica.

    Los movimientos ambientales del pasado se construyeron sobre el temor a la contaminación inminente. Sin embargo, cuando esta ya está en todas partes, surge la pregunta sobre qué lecciones quedan por aprender. Hoy se proponen soluciones que van desde cultivar microbios intestinales capaces de devorar PFAS en el aparato digestivo hasta liberar organismos transgénicos microscópicos que limpien nanoplásticos de los océanos, pasando por terapias de diálisis que afirman eliminar microplásticos de la sangre.

    En el plano internacional, se negocia un tratado mundial sobre plásticos, aunque las previsiones indican que la producción se duplicará o triplicará en las próximas décadas. Desde la Segunda Guerra Mundial, la fabricación global de plásticos se multiplicó más de cuatrocientas veces. El autor Assaad Razzouk describió esta situación como “la madre de todos los derrames de petróleo”. Durante años se nos hizo creer que el reciclaje podía resolver el problema, aunque la industria siempre supo que no era cierto.

    En el ámbito nacional, la Ley de Aire Limpio es considerada la pieza más beneficiosa de la legislación ambiental en Estados Unidos, ya que salva más de doscientas mil vidas cada año. No obstante, la Agencia de Protección Ambiental ha comenzado a retroceder en sus avances: se han revertido reformas y se ha propuesto reautorizar herbicidas como el dicamba, prohibido en más de una ocasión por los tribunales.

    También se otorgaron exenciones regulatorias a instalaciones petroquímicas en Luisiana, conocida como “Cancer Alley”, lo que incrementa los riesgos de cáncer en la población local. Así, mientras MAHA (estándares de seguridad alimentaria que prometen reducir aditivos como colorantes alimentarios) presenta avances en la salud pública, MAGA (Make America Great Again, lema político vinculado a la administración de Donald Trump) se traduce en retrocesos ambientales que refuerzan la contaminación.

Datos cruciales: 

    1) Carl Zimmer escribió en The New York Times, que cada uno de nosotros inhala más de 7 500 litros al día, cargados de esporas, microbios y residuos industriales conocidos como material particulado. La contaminación del aire, producida principalmente por la quema de combustibles fósiles, mata a millones de personas cada año en el mundo; y aunque la cifra desciende, más de 90% de la población mundial aún respira aire técnicamente insalubre.

    2) Como los árboles absorben parte de las partículas, talarlos para abrir paso a carreteras o agricultura puede ser gravemente perjudicial para la salud humana; un estudio reciente sugiere que la deforestación en Brasil fue responsable de más de setecientas mil muertes prematuras por su impacto en la contaminación del aire.

    3) Una estimación sugiere que el plomo es responsable de más de 5 millones de muertes por enfermedades cardiovasculares en un solo año, además de afectar el desarrollo neurológico, en formas que se han vinculado a un aumento del comportamiento delictivo.

    4) 80% de las muestras de sangre pueden contener microplásticos, pero no 80% de nosotros muere de cánceres hematológicos. El cáncer colorrectal no domina las estadísticas de salud en menores de 50 años, pero la contaminación ambiental puede jugar un papel en su aumento reciente entre los jóvenes.

Nexo con el tema que estudiamos: 

    A pesar de que movimientos ambientalistas intentaron contener la contaminación y los daños a la salud y a los ecosistemas, la situación escaló demasiado lejos. Hoy se vive en un presente incierto donde proliferan enfermedades y secuelas que desgastan la vida humana en todas sus dimensiones.

    Las personas están atrapadas en un entorno podrido, gobernado por empresas transnacionales y por Estados que se rinden ante los intereses privados. La meta no es la sostenibilidad ni la calidad de vida de la población, sino la recaudación financiera a cualquier costo. Y mientras tanto, se difunde el engaño del reciclaje como solución, cuando en realidad los plásticos y químicos atraviesan cuerpos, órganos y ecosistemas, instalándose tanto en lo más íntimo como en lo más profundo de la naturaleza.

    Estados Unidos señala con arrogancia los altos niveles de contaminación en Latinoamérica, pero dentro de su propio territorio abundan los cánceres, las aguas contaminadas y las industrias que envenenan a sus comunidades.

    Si esa potencia manipula y tergiversa sus propias leyes ambientales y de salubridad por dinero, ¿qué destino pueden esperar los demás países sometidos a una jerarquía mundial desigual? Un dirigente que actúa así no protege a la mayoría, solo la sacrifica en nombre del capital. ¿Eso en verdad hace a América grande?