What Would a Real Renewable Energy Transition Look Like?

Cita: 

Heinberg, Richard (2024), "What Would a Real Renewable Energy Transition Look Like?", resilience, 22 de agosto, https://www.resilience.org/stories/2024-08-22/what-would-a-real-renewabl...

Fuente: 
Otra
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Jueves, Agosto 22, 2024
Tema: 
Empresas transnacionales y colapso sistémico: disputas en torno a la energía y la gobernanza global
Idea principal: 

    Richard Heinberg es investigador principal en el Post Carbon Institute, donde se especializa en energía, economía y sostenibilidad ecológica. Es autor de más de una decena de libros sobre crisis energética y límites del crecimiento, entre ellos The End of Growth y Power: Limits and Prospects for Human Survival. Su trabajo se centra en analizar los desafíos de la transición energética y proponer alternativas para sociedades post-carbono.


    El texto analiza la idea de que la transición hacia energías renovables está en marcha y avanza de forma imparable. Aunque esta narrativa genera optimismo frente al cambio climático, el autor sostiene que en realidad no estamos viviendo una transición verdadera, ya que las emisiones siguen aumentando y la proporción de energía obtenida de combustibles fósiles permanece casi igual que hace dos décadas. La transición energética, entendida como un reemplazo real y duradero de los combustibles fósiles por fuentes renovables, enfrenta obstáculos históricos, económicos y materiales que la vuelven una de los retos más ambiciosos que la humanidad ha intentado emprender (dato crucial 3).

    Por qué aún no es una transición real

    La instalación de energías renovables se ha incrementado, pero en vez de sustituir a los combustibles fósiles, se suma al crecimiento general del consumo energético. El motor principal de esta paradoja es el crecimiento económico, que demanda más energía y materiales de los que pueden aportar la solar y la eólica (dato crucial 2). Incluso los modelos más optimistas prevén que hacia mediados del siglo XXI solo se logrará cubrir una parte limitada de las necesidades globales, lo que resulta insuficiente para cumplir los plazos críticos de reducción de emisiones.

    Ante esta imposibilidad técnica, organismos internacionales como el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) han asumido escenarios basados en tecnologías de captura y almacenamiento de carbono que aún no son viables a gran escala (dato crucial 3).

    El núcleo de la transición: usar menos energía

    El texto enfatiza que el verdadero núcleo de la transición consiste en reducir el uso total de energía, no en mantener la escala actual de la economía industrial sustituyendo unas fuentes por otras.

    La construcción masiva de infraestructura renovable exige enormes cantidades de energía y materiales, muchos de los cuales provienen de la minería. La obtención de minerales estratégicos como litio, cobre, aluminio o tierras raras implica procesos altamente contaminantes, destructivos de ecosistemas y frecuentemente desarrollados en territorios indígenas o del Sur global (dato crucial 4). Incluso si existieran reservas suficientes para una primera etapa de despliegue, la vida útil limitada de turbinas, paneles y baterías obligaría a reemplazos periódicos, lo que compromete la sostenibilidad a largo plazo. El reciclaje de materiales puede mitigar parcialmente el problema, pero no evita pérdidas en el proceso ni la presión constante sobre la extracción.

    Costos energéticos y materiales de la transición

    Construir la infraestructura renovable a gran escala exige enormes cantidades de energía y materiales. Al inicio, gran parte de esa energía provendrá de combustibles fósiles, lo que generará un pulso adicional de emisiones. Además, la extracción de minerales necesarios —como cobre, litio o tierras raras— implica impactos ambientales severos, desde la degradación de ecosistemas hasta la afectación de territorios indígenas. Aunque el reciclaje puede mitigar en parte la escasez futura, no garantiza sostenibilidad a largo plazo. Por ello, el único camino viable es apostar por un sistema energético global más pequeño (datos cruciales 4 y 5).

    Cómo lograr una transición real

    El autor propone un marco de acción con siete pasos simultáneos.

    Primero, establecer un tratado internacional que limite y reduzca progresivamente la extracción de combustibles fósiles. Segundo, gestionar la demanda energética mediante cuotas equitativas, inspiradas en propuestas como los Tradable Energy Quotas, que permiten asignar energía justa por persona y penalizan el consumo excesivo (dato crucial 1). Tercero, transformar las expectativas sociales y culturales frente al consumo, abandonando la obsesión con el crecimiento económico medido por el PIB y orientando los indicadores hacia el bienestar y la seguridad, como lo hace el índice de Felicidad Nacional Bruta en Bután. Cuarto, planificar una reducción voluntaria de la población global, facilitada por políticas que garanticen derechos reproductivos, igualdad de género y acceso a servicios de salud, con el fin de aliviar la presión sobre recursos y energía.

    El quinto paso consiste en orientar la investigación y el desarrollo tecnológico hacia criterios de bajo consumo energético y materiales menos tóxicos, fomentando tecnologías intermedias que apoyen economías circulares y de menor escala. El sexto, aplicar una “triaje tecnológico” para abandonar dispositivos y sistemas que resultan insostenibles, como ciertos modelos de transporte, armamento o inteligencia artificial intensiva en energía, mientras se revalorizan conocimientos y oficios que reduzcan la dependencia de máquinas contaminantes (dato crucial 2). El séptimo, restaurar la capacidad natural de los ecosistemas para absorber carbono mediante la regeneración de suelos, bosques, humedales y arrecifes, en lugar de depender de sistemas artificiales de captura.

    El autor concluye que una verdadera transición no se limita a instalar paneles solares o turbinas eólicas, sino que exige reorganizar la sociedad para que consuma mucho menos y se relacione de manera distinta con la naturaleza. Esto implicaría sacrificios comparables a los realizados en tiempos de guerra, cuando las sociedades aceptaron racionamientos y cambios drásticos por una causa común. Una transición real conlleva cooperación, organización social y movimientos políticos que impulsen cambios culturales profundos. Aunque los obstáculos parecen enormes, el texto subraya que comprender los límites del modelo actual y las alternativas posibles es un primer paso imprescindible para encaminar un futuro humano viable.

Datos cruciales: 

    1) La población mundial pasó de mil millones en 1800 a más de 8 mil millones en la actualidad, lo que multiplica por ocho la demanda energética respecto a las primeras transiciones históricas.

    2) El consumo de energía fósil continúa en aumento: en 2022, el uso de carbón alcanzó un máximo histórico, mientras que petróleo y gas natural también mostraron crecimiento sostenido.

    3) La producción de energía renovable (solar y eólica) crece a tasas anuales de 10–15%, pero este ritmo es insuficiente para reemplazar el consumo creciente de combustibles fósiles.

    4)La extracción de minerales necesarios para la transición energética —como litio, cobalto y cobre— deberá multiplicarse entre 4 y 6 veces hacia mediados del siglo XXI, lo que implica un fuerte impacto ambiental.

    5) Para lograr una sustitución completa de combustibles fósiles, se requeriría un pulso inicial de consumo energético equivalente a décadas de producción fósil, debido a la magnitud de la infraestructura renovable que debe construirse.

Nexo con el tema que estudiamos: 

    El artículo plantea la transición energética como un proceso de combate y adaptación frente a la destrucción del ambiente, pero lo enmarca en términos de reorganización social y reducción del consumo, más que en la disputa política y económica que la condiciona. Desde la perspectiva del LET, este enfoque revela un vacío: no se explora cómo las empresas transnacionales (CTN) del sector energético, que dominan la extracción de petróleo, gas y minerales estratégicos, moldean los márgenes de esa transición y bloquean alternativas que impliquen decrecimiento económico o cambios estructurales en los patrones de consumo.

    El énfasis del texto en los costos materiales de la transición conecta con la discusión sobre las fronteras del capital, pues la demanda de litio, cobre y tierras raras expone nuevas zonas de extracción que afectan territorios indígenas y ecosistemas estratégicos. Sin embargo, no se problematiza que estas fronteras son definidas y explotadas por CTN que operan bajo lógicas de acumulación global, trasladando los costos ambientales y sociales a comunidades locales. Esta ausencia abre líneas de investigación sobre el vínculo entre transición energética, neocolonialismo extractivo y gobernanza internacional.

    Finalmente, al señalar que la transición real requiere cooperación global y límites a la extracción fósil, el artículo se relaciona con el papel de las CTN en el colapso sistémico de la energía y con las relaciones entre empresas, estados y sociedad. Sin embargo, se omite analizar cómo estas empresas influyen en tratados internacionales, mecanismos de financiamiento y agendas de innovación tecnológica, orientando la transición hacia soluciones que preservan su poder económico. El LET puede profundizar en este vacío al estudiar cómo la gobernanza energética mundial se convierte en un terreno de disputa entre intereses corporativos y la necesidad de transformar radicalmente el sistema socioeconómico para enfrentar riesgos existenciales.