¿Es la bioeconomía una solución sostenible para el planeta?
Curiel, Jorge, Theo Rouhette y Mavi Román [2025], "¿Es la bioeconomía una solución sostenible para el planeta?", 15-15-15. Revista para una nueva civilización, 11 de abril, https://www.15-15-15.org/webzine/2025/04/11/es-la-bioeconomia-una-soluci...
Jorge Curiel es biólogo, profesor de Investigación Ikerbasque en el Basque Centre for Climate Change (BC3) y especialista en ecología forestal. Ocupado con el estudio de la conservación de los bosques y la biodiversidad que albergan. Intentando entender el funcionamiento de los ecosistemas para ayudar a paliar el desmesurado y negativo impacto humano sobre la naturaleza y su capacidad de supervivencia.
Theo Rouhette es doctorando en el Basque Centre for Climate Change (BC3) y en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB). Formado en ecología, se centra actualmente en modelizar las interacciones entre el cambio climático y los sistemas terrestres. En paralelo, se ha dedicado a promover las ideas de la ecología social y del decrecimiento en distintos movimientos sociales y ecologistas.
Mavi Román es economista, investigadora y agricultora amateur, especializada en políticas de mitigación del cambio climático y divulgación científica. Ser madre la ha acercado al activismo climático y a posiciones más críticas con los sistemas de gobierno y económicos preponderantes.
El 10 de febrero de 2025, representantes de 14 clústeres de bioeconomía de 11 Estados miembros de Unión Europea, firmaron un Memorando de Entendimiento y crearon la Alianza Europea de Clústeres de Bioeconomía (EBCA). El propósito es coordinar innovaciones que sustituyan materiales fósiles por biomasa renovable en sectores como la silvicultura, la química y la producción de alimentos. Regiones como el País Vasco y Cataluña ya pilotan estas estrategias con el objetivo oficial de alcanzar la neutralidad en carbono, proteger ecosistemas y generar empleo sin alterar el modelo económico vigente.
Según la Comisión Europea, la bioeconomía abarca desde el cultivo de recursos biológicos renovables hasta su transformación en alimentos, piensos, bioproductos y bioenergía. En este marco, la fotosíntesis compensa el CO₂ emitido en la fabricación de materiales de larga duración, prometiendo un balance cero de carbono. Sin embargo, la definición oficial agrupa actividades muy diversas que, en la práctica, operan bajo las mismas dinámicas de mercado y acumulación de riqueza. La iniciativa europea se presenta como una hoja de ruta para impulsar la neutralidad climática, proteger ecosistemas y crear empleo; actualmente ya tiene territorios piloto donde se están desplegando proyectos a escala regional.
¿Es la bioeconomía beneficiosa o perjudicial para el clima y el planeta?
Reemplazar materiales fósiles por biomasa puede reducir emisiones en el uso final cuando el carbono fijado por la fotosíntesis se incorpora en productos de larga duración, como vigas o paneles de madera; esa posibilidad sustenta la promesa oficial de una huella de carbono cercana a cero en determinados usos.
Sin embargo, la realidad industrial muestra otra tendencia: la mayor parte de la biomasa plantada se destina a productos de vida corta —bioenergía, papel, resinas, adhesivos, aislantes, nanocelulosas— cuyo reemplazo continuo reinyecta CO₂ en la atmósfera y reduce o elimina el supuesto beneficio climático.
La producción y transformación de bioproductos requieren además grandes cantidades de energía y largos desplazamientos entre regiones de cultivo y centros de consumo, lo que aumenta la huella de carbono total y genera impactos ambientales adicionales.
Para abastecer una demanda creciente, la expansión de plantaciones suele reemplazar bosques nativos, degradar suelos y reducir la resiliencia ecosistémica; esas pérdidas de sumidero y de salud del paisaje contrarrestan las ganancias por sustitución de fósiles y ponen en duda la viabilidad climática de una bioeconomía a gran escala.
Estas mejoras de productividad no garantizan resultados netos positivos: la paradoja de Jevons sugiere que aumentos en oferta o eficiencia tienden a estimular la demanda absoluta, neutralizando reducciones ambientales aparentes y complicando la promesa de que la bioeconomía pueda sustituir de forma segura la base material fósil.
¿Cómo conseguir un modelo bioeconómico realmente sostenible y beneficioso para el clima y la biosfera?
Volver a la raíz del término bioeconomía, tal como lo planteó Nicholas Georgescu Roegen, obliga a reconocer que el crecimiento infinito choca con límites planetarios y que la economía debe situarse dentro de la biosfera, no al revés. Eso obliga a abandonar la idea de que solo cambiando la fuente del insumo —de fósil a renovable— basta para resolver la crisis ecológica.
En la práctica, un modelo bioeconómico verdaderamente sostenible requiere cambios estructurales reales. Uno de ellos es imponer límites claros y vinculantes sobre la extracción de biomasa, priorizando la conservación de ecosistemas y la provisión de servicios esenciales (sumideros de carbono, protección de suelos, biodiversidad) frente a la expansión de plantaciones comerciales.
La reorientación de la producción hacia bienes de larga duración, además de desplazar el control sobre los recursos hacia procesos de gobernanza democrática: democratizar la gestión de bienes comunes (bosques, suelos, cuencas) y promover formas de provisión que prioricen el bienestar colectivo sobre la captura de rentas por parte de corporaciones.
Estas transformaciones exigen también un cambio de incentivos económicos e institucionales. Hay que sustituir subsidios y marcos que premian la expansión productiva, por políticas que prioricen sobre los límites biofísicos: topes de extracción, cuotas vinculantes, impuestos a la externalización ambiental y mecanismos de apoyo a economías locales.
Así, la redistribución del poder en la esfera económica es condición para que la bioeconomía asegure provisión material dentro de límites planetarios.
Finalmente, aplicar marcos transformadores —decrecimiento, economía del bienestar, economía del dónut (modelo que busca satisfacer las necesidades básicas de todas las personas sin sobrepasar los límites ecológicos del planeta)— exige combinar límites biofísicos con políticas concretas: topes vinculantes de extracción, incentivos a la reparación y longevidad de productos, reorientación de subsidios y mecanismos de apoyo a economías locales y regenerativas.
Sin estas medidas políticas y sociales, la etiqueta “bio” puede devenir un envoltorio utilitarista que perpetúe las mismas contradicciones ecológicas y sociales que pretende resolver.
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La bioeconomía se presenta hoy como la gran apuesta del capitalismo para enfrentar la destrucción del ambiente y las crecientes crisis civilizatoria y económica. Reconoce el daño a suelos, acuíferos y la pérdida de biodiversidad, pero no cuestiona la razón que no hay crecimiento infinito en un planeta finito. En la promoción masiva de monocultivos y plantaciones para la acumulación de capital deja intacta la lógica extractivista y lejos de combatir el colapso, agrava la destrucción ambiental.
Vencer esa dinámica exige combinar combate y adaptaciones reales. No basta sustituir plásticos por bioplásticos ni prometer neutralidad de carbono: hay que frenar el crecimiento continuo. Las verdaderas alternativas civilizatorias propuestas por Georgescu-Roegen y retomadas en modelos como el decrecimiento o la economía del dónut, subordinar la producción a los límites biofísicos. La democratización de la gestión de bienes comunes y reforzar redes locales de cooperación.

