Perspectivas desde la Tormenta. Organizar nuestra desesperación
Holloway, John [2025], "Perspectivas desde la Tormenta. Organizar nuestra Desesperación", Crítica Anticapitalista 3 – La Tormenta, la castástrofe… ¿Y ahora qué?, Buenos Aires, Comunizar, https://comunizar.com.ar/perspectivas-desde-la-tormenta/
John Holloway es un pensador crítico irlandés, abogado y politólogo, que desde 1991 reside en México y se ha vinculado estrechamente con el zapatismo; profesor en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, es reconocido por su aporte al marxismo autónomo y por obras como *Cambiar el mundo sin tomar el poder* y *Agrietar el capitalismo*, donde sostiene que la transformación social no pasa por conquistar el Estado —al que define como una forma de cierre y dominación— sino por liberar el “poder‑hacer” humano en prácticas cotidianas de resistencia, cooperación y comunización, articulando teoría y praxis para pensar alternativas al capitalismo desde abajo y desde las luchas concretas.
Rabia
La rabia es lo que nos reúne: viene de muchos lugares y movimientos distintos y actúa como vínculo inmediato entre nuestras luchas contra la militarización, el calentamiento global, el trato deshumanizante a migrantes y la violencia patriarcal.
No es solo enojo privado. En el texto aparece como un enunciado público: venimos a decir que no aceptamos esto y que esa protesta es la base de una acción colectiva posible.
Esa rabia va junto a la esperanza. Holloway habla de una “esperanza rabia”: una determinación razonada de correr riesgos para cambiar lo intolerable, no una ilusión leve sino una voluntad de transformar la realidad.
La desesperación, no es el rendirse sino el impulso: es mostrar la voluntad de correr riesgos para cambiar esta situación que pone en peligro la existencia. Es una desesperación orientada a la acción porque parte de la convicción de que las cosas no tienen por qué ser así. Organizar la rabia, la esperanza y la frustración para que la convergencia de fuerzas deje de ser sólo un estallido afectivo y pase a ser capacidad colectiva para construir otro mundo.
Desesperación
Para los zapatistas, la Tormenta es una metáfora que describe la crisis global actual: un conjunto de fuerzas destructivas que ya están presentes y que pueden intensificarse hasta provocar daños masivos, incluso la extinción humana. Se refiere a fenómenos como la militarización, el calentamiento global, la violencia patriarcal y el trato deshumanizante hacia migrantes, como parte de la hidra capitalista que amenaza la vida en el planeta.
En ese contexto, la desesperación es una forma de esperanza en medio de la Tormenta: una esperanza que se sostiene en, contra y más allá de ella. No se trata solo de sobrevivir, sino de detener la Tormenta y construir otras formas de vida. La imagen que comparte el Capitán Marcos —la niña del año 2145 que, al preguntarle cómo está, responde “depende”— condensa la responsabilidad intergeneracional: el futuro depende de nuestra capacidad presente para organizar la desesperación y convertirla en acción colectiva.
Organizar la desesperación significa convertir ese grito colectivo en práctica política sin apagar su energía. Implica partir de luchas concretas, reconocer la riqueza de experiencias que traemos y diseñar formas de coordinación abiertas que permitan desbordar lo particular hacia una estrategia común capaz de golpear el corazón del sistema y abrir vías reales para ganar
La desesperación es un grito
La desesperación se manifiesta como un grito colectivo: un “¡NO!” que surge frente a la violencia y la injusticia del presente. Es el rechazo visceral para aceptar la normalidad del horror. Ese grito no pertenece a un solo lugar, sino que se escucha en cada ciudad y comunidad del mundo.
Holloway advierte que este grito no siempre quiere ser organizado: a veces solo quiere irrumpir, hacerse escuchar. Una organización que lo silencie deja de ser la voz de la desesperación. Por eso insiste en que organizar el grito no significa sofocarlo, sino darle cauces que mantengan su fuerza rebelde.
La frase del Capitán Marcos —“la desesperación tiene razones que la razón ignora”— resume esa tensión. El grito es irracional en apariencia, pero contiene una verdad política que no puede ser reducida a cálculo. Es un caballo salvaje: si pierde su energía, deja de tener sentido; si se canaliza mal, puede volverse destructivo. Su la fuerza inicial es emancipadora si se organiza como apertura, pero también puede ser capturado por proyectos autoritarios. De hecho, la historia muestra cómo el fascismo y la extrema derecha han sabido instrumentalizar la desesperación y la rabia de los sectores más golpeados por la crisis para imponer sus ideologías de cierre y exclusión. La energía del grito, si no se disputa, puede volverse contra quienes lo emiten.
Aquí aparece la crítica al estado como forma de organización cerrada. El estado se funda en la distinción entre “ellos” y “nosotros”, entre ciudadanos y extranjeros, y esa lógica asesina ha producido millones de muertes en el último siglo.
El grito no es solo protesta: es la materia prima de una política que se niega a aceptar la lógica del capital y del estado. El desafío es pensar la organización como desbordamiento: formas de coordinación que no cierren ni dividan, sino que mantengan vivo el grito y lo conviertan en potencia común. La tarea crítica es doble: impedir que la rabia sea capturada por el autoritarismo y, al mismo tiempo, construir canales que transformen ese “¡NO!” en fuerza capaz de abrir caminos hacia otro mundo. Organizarlo significa reconocer su fragilidad y su potencia, cuidarlo de las derivas reaccionarias y convertirlo en energía colectiva para la creación de alternativas.
Nuestras desesperaciones toman diferentes formas
El capitalismo actúa como una hidra de múltiples cabezas que golpea desde distintos frentes. Por ello, las desesperaciones se expresan de manera diversa: para algunos, el núcleo de la rabia está en la persecución de migrantes; para otros, en el aumento de feminicidios; para otros, en la devastación ambiental, el calentamiento global o la militarización creciente. Cada lucha es concreta y necesaria, y se refleja en los espacios de encuentro que buscan respuestas específicas.
El reto aparece cuando se intenta ir más allá de lo particular ¿cómo convertir esa multiplicidad en una fuerza común? La metáfora de la hidra lo ilustra con claridad: cortar una cabeza no basta, porque otras brotarán. Lo que se requiere es golpear el corazón del monstruo: el poder del dinero y del capital. Mientras la conexión social se base en el intercambio mercantil, los horrores seguirán reapareciendo bajo nuevas formas. Por ello, Holloway propone pensar la organización como desbordamiento. No se trata de negar las luchas concretas, sino de partir de ellas para abrir conexiones más amplias.
Es necesaria una “política de posdata”: añadir a cada lucha particular la conciencia de que detener la destrucción de la biodiversidad, acabar con el racismo o frenar el uso de combustibles fósiles exige también abolir el poder del dinero como forma de relación social. No se trata de imponer un programa desde arriba, sino de conectar las luchas concretas con la raíz estructural del problema.
La organización, en este sentido, no es una respuesta cerrada sino una pregunta abierta ¿cómo transformar la multiplicidad de desesperaciones en una fuerza común capaz de confrontar el corazón del capitalismo? Holloway sugiere que la clave es abordar lo inmediato, pero siempre con la conciencia de que la única salida real es abolir la lógica del dinero y crear nuevas formas de relación social.
Queremos ganar
Holloway plantea un giro decisivo: dejar de acostumbrarnos a perder y asumir que debemos ganar. No se trata únicamente de victorias parciales —defender territorios, ampliar derechos, resistir políticas concretas—, sino de confrontar la dinámica central que destruye el mundo: el capitalismo como forma de organización social basada en el dinero y la mercancía.
El sistema se sostiene cada vez más sobre deudas y proyecciones financieras que no tienen respaldo material suficiente. La crisis de 2007/2008 mostró cómo esas ficciones pueden colapsar de manera abrupta y hoy la fragilidad es aún mayor. El capitalismo parece una montaña sólida, pero en realidad se apoya en un terreno inestable. La Tormenta no es solo desastre: también es volatilidad e imprevisibilidad. Esa fragilidad abre grietas que pueden convertirse en oportunidades para la acción colectiva.
Organizar la desesperación no es resignarse, sino convertirla en fuerza capaz de alcanzar un punto de inflexión. Ganar significa abolir el poder del dinero como mediación social y crear otras formas de relación: prácticas de comunización, cooperación y cuidado que ya existen en experiencias como Rojava, las comunidades zapatistas y miles de iniciativas autónomas locales. Aunque todavía insuficientes, muestran que otro mundo no solo es posible, sino que ya son alternativas palpables.
La tarea es transformar la desesperación en potencia común, impedir que la rabia sea capturada por el autoritarismo y convertirla en energía para abrir un horizonte de libertad. Holloway concluye que esta vez no basta con resistir: debemos ganar, porque el futuro de quienes vendrán depende de que logremos detener la Tormenta y crear algo distinto y mejor.
Allí donde el capitalismo ha agotado sus promesas y ha violentado todo —la naturaleza, los cuerpos, las comunidades—, la desesperanza emerge como experiencia común. El riesgo es que esa experiencia sea capturada por proyectos autoritarios que ofrecen orden frente al caos, desviando la rabia hacia la exclusión y el cierre. Pero también puede ser organizada como apertura: como energía que cuestiona la raíz del sistema y se niega a aceptar que el único horizonte posible sea el crecimiento económico y la reproducción del capital.
La disputa política sobre la desesperanza es decisiva pues no se trata de negar el dolor ni de maquillar la crisis con discursos de progreso y supuesto desarrollo sino de transformar esa vivencia en potencia colectiva. En lugar de resignación, la desesperanza se convierte en fuerza para imaginar y construir horizontes distintos, donde la vida no esté subordinada al dinero ni a las instituciones que lo administran.
La desesperanza deja de ser un síntoma de derrota y se convierte en condición de posibilidad: un punto de partida para crear mundos donde la lógica del capital ya no tenga lugar, y donde la vida se organice desde la potencia común de quienes se niegan a aceptar que la Tormenta sea destino.

