El desierto que viene. Kropotkin, Marte y el pulso de Asia

Cita: 

Davis, Mike [2016], “El desierto que viene. Kropotkin, Marte y el pulso de Asia”, New Left Review, Quito, Instituto de Altos Estudios Nacionales – Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación – Traficantes de Sueños, 97:23-44, marzo-abril

Fuente: 
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Marzo, 2016
Tema: 
Las ideas del geógrafo anarquista Piotr Kropotkin sobre la desertificación de los interiores continentales y su vigencia para pensar el cambio climático desde el antropoceno
Idea principal: 

Mike Davis es profesor de la Universidad de Californa en Riverside. Es miembro del comité de redacción de la revista New Left Review y colaborador de la Socialist Review, revista del Socialist Workers Party de Inglaterra.


Síntesis

En este ensayo Mike Davis busca recuperar las formulaciones del anarquista ruso Piotr Kropotkin sobre tendencia natural a la desertificación de los continentes y sobre el “cambio climático natural como una fuerza motriz de la historia de la civilización” (p. 26) para vincularlas con las tendencias actuales sobre el cambio climático antropogénico.

El ensayo inicia planteando que el carácter antropogénico del cambio climático es comúnmente pensado como un descubrimiento reciente (de mediados del siglo XX o, cuando se va más lejos, de finales del siglo XIX, cuando Svante Arrhenius planteó que el aumento en el dióxido de carbono en la atmósfera podía dar lugar al calentamiento de la tierra) cuando, en realidad, los efectos de la deforestación sobre el clima y el grado de humedad de la atmósfera eran bien conocidos desde la Ilustración. No obstante, “pocos de los grandes pensadores, si es que hubo alguno, apreciaron un patrón de variabilidad climática natural tanto en la historia antigua como en la moderna” (p. 23). Esto se debía, ante todo, a la creencia, elevada a nivel de consenso científico, de que el clima era históricamente estable, de tendencia estacionaria y que en el mundo las perturbaciones medioambientales se daban en el curso de eones, no de siglos. Davis incluso cita a Cleveland Abbe, "el mayor científico estadunidense del clima de finales del siglo XIX" quien sostenía que “’durante los tiempos geológicos, quizá hace 50,000 años, se habían producido grandes cambios’ pero ‘desde que empezó la historia humana no se ha demostrado hasta ahora ningún cambio climático importante’” (p. 30).

Davis sostiene que, si bien era un locus communis entre la gente culta del siglo XIX saber que la acción humana podía cambiar radicalmente el clima, no se encontró “ninguna evidencia de fuerzas naturales actuando como agentes independientes del cambio dentro de la duración del tiempo histórico” (p. 29). El clima y la geología de Europa en el siglo XIX habían sido sumamente estables; “por esta razón, al menos, Marx y Engels nunca especularon sobre la posibilidad de que las condiciones naturales de producción durante los dos o tres milenios pasados pudieran haber estado sometidas a una evolución direccional o a una épica fluctuación, o que por ello el clima pudiera tener su propia historia diferenciada cruzándose y sobredeterminando repetidamente una sucesión de diferentes formaciones sociales. Sin duda pensaban que la naturaleza tenía una historia, pero se representaba sobre largas escalas de tiempo evolutivas o geológicas” (p. 29).

Uno de esos pocos pensadores que cuestionaron radicalmente esta ortodoxia, así como al "dominante modelo antropogénico" y postularon la existencia de un cambio climático de origen natural en la historia moderna fue el anarquista ruso Piotr Kropotkin.

Kropotkin sostenía que el inmenso volumen de agua helada acumulado en la superficie de Eurasia durante los miles de años que duró el periodo glacial habían ido descongelándose, "secándose y convirtiéndose en praderas y finalmente en desiertos. Kropotkin pensaba que la desecación era un proceso continuo (que ocasionaba, no que era ocasionado, por la disminución de las lluvias), y que se podía observar a lo largo de todo el hemisferio norte” (p. 26). Esta tendencia a la desecación intracontinental en la era posglacial era sumamente rápida: “de año en año los límites de los desiertos se amplían” (p. 31). Asimismo, pensaba que “lejos de ser estacionario, como los primeros meteorólogos pensaban, el clima había estado cambiando continuamente en un sentido unidireccional y sin la ayuda del hombre a lo largo de la historia” (p. 30). Kropotkin descartaba que esta desecación fuese resultado de una fluctuación cíclica: se trataba de una desecación progresiva, por lo que el Holoceno (la época geológica actual) “debe conceptualizarse como una época de creciente sequía” (p. 31). Ante esto, el geógrafo ruso consideraba que “el hombre tiene que encontrar los medios para controlar esa desecación de la que ya ha caído víctima Asia Central y que amenaza al sudeste de Europa” (p. 31).

Davis hace un repaso de las acaloradas polémicas y debates entre científicos, exploradores y políticos que suscitó la teoría de Kropotkin sobre un cambio climático natural y progresivo, así como de vicisitudes por las que atravesó. Esta teoría fue muy influyente a inicios del siglo XX e incluso llegó a ser considerada por algunos como “una clave de la historia del mundo” (p. 24). Una cuestión sumamente curiosa en torno al “catastrofismo climático de Kropotkin” (p. 33) relatada por Davis es que la popularidad alcanzada por esta teoría se debió en buena medida a que fue retomada por Percival Lowell –en quien las ideas de Kropotkin causaron un profundo impacto–, quien valiéndose de ella trasladó la tendencia a la desertificación natural y progresiva apuntada por el anarquista ruso de la Tierra a Marte. Para Lowell, Marte mostraba a la Tierra el camino que seguiría en el futuro: la desecación del planeta por medio de la evaporación de los océanos y de la conversión de los bosques en estepas y posteriormente en desiertos. Fue así como Lowell “explicó” el porqué de la existencia de los canales en la superficie de este último planeta: “debido a su geometría, los canales debían ser un sistema artificial de irrigación construido por una vida inteligente” (p. 33). La interpretación de Lowell tuvo como su aliada a la prensa popular en la tarea de convencer a la opinión pública de que la vida inteligente en el planeta rojo era un hecho científicamente comprobable, no una mera especulación.

Otro de los más fervientes defensores de la teoría de la desecación fue el geógrafo Ellsworth Huntington. Tras una expedición en Turquestán, Huntington observaba: “Toda la parte más árida de Asia, más de 4.000 kilómetros al este desde el Mar Caspio, parece haber estado sometida a un cambio climático por el cual se ha ido volviendo cada vez menos habitable durante los últimos dos mil o tres mil años” (p. 37). En la formulación de Huntington, a pesar de las grandes convergencias en cuanto a las consecuencias de la desecación apuntadas por Kropotkin había, no obstante, una diferencia de gran relevancia respecto lo señalado por el geógrafo ruso: para Huntington, el cambio climático no era progresivo sino "pulsátil", esto es, el cambio climático se debía a grandes oscilaciones impulsadas por el sol que tenían una duración de siglos y que se manifestaban en periodos de lluvias seguidos por megasequías. A pesar de que las ideas de Huntington alcanzaron gran difusión y popularidad, su trabajo fue severamente criticado por sus colegas científicos, quienes señalaban que “algunas veces sus pensamientos van muy por delante de sus hechos” y que “sacaba más conclusiones de sus curvas de las que una persona prudente debería sacar” (p. 39). Huntington era además partidario de un determinismo medioambiental según el cual “las características étnicas y culturales estaban impresas mecánica e irreversiblemente sobre los grupos humanos por sus hábitats naturales, especialmente por el clima” (p. 41). A partir de su determinismo medioambiental, Huntington sostenía la superioridad de las personas de tez blanca y cabello rubio y derivaba de ello posturas eugenésicas y un racismo científico que tuvo su apoteosis en el nazismo alemán.

La teoría de Kropotkin sobre la tendencia a la desecación natural y progresiva de los interiores continentales cayó en el desprestigio y en el olvido por distintas razones. En primer lugar porque, a decir de Davis, esta teoría era “esencialmente incomprobable”, pues “de hecho, la teoría de Kropotkin, basada en impresiones del paisaje y en la hipótesis de una capa de hielo euroasiática, era un salto especulativo muy alejado de cualquier dato sobre climas pasados o sus causas” (p. 35). En segundo lugar, el descrédito se debió al uso sobre la vida extraterrestre y las posiciones eugenésicas que de ella hicieron sus más fervientes partidarios, Lowell y Huntington. Por último, otro factor que permite explicar el desprestigio y el olvido en que cayó la teoría de Kropotkin es el surgimiento de un "nuevo consenso disciplinario" entre los climatólogos, consistente en que “el sistema climático global contenía fundamentales procesos niveladores que proporcionaban resistencia contra las seculares fluctuaciones climáticas” (p. 43).

Tras haber hecho esta extensa historia de las ideas, Davis señala que en 2010-2011 un equipo interdisciplinario de científicos de distintos países pasó una temporada en la cuenca del Tarim (China) –una región cuyos "archivos naturales" se habían mantenido secretos y cuya historia climática se encontraba cerrada a los científicos occidentales– tomando muestras y recogiendo vestigios –sedimentos de lagos extintos, árboles muertos enterrados en las dunas de arena, entre otros– que permitieran conocer los "archivos climáticos" de la región. Los resultados de estas investigaciones, publicados a principios de 2016 revelaban que “la desecación era un fenómeno moderno, no una antigua maldición: ‘la cuenca del Tarim fue de forma continua más húmeda que en la actualidad por lo menos desde el año 1180 hasta mediados de la década de 1800’” (p. 43).

Basándose en otras investigaciones recientes, Davis advierte que "desde finales del siglo XIX el progresivo calentamiento del interior de Asia ha producido una desecación neta […] que puede ser el preludio para la futura expansión hacia el norte de los desiertos”. Asimismo, un grupo de investigación con sede en la Universidad de Columbia, “que ha estado estudiando sequías contemporáneas e históricas, publicó recientemente un artículo advirtiendo que la desastrosa sequía de 2007-2010 en Siria, la más severa entre las instrumentalmente registradas […] era probablemente parte de ‘una tendencia hacia la desecación a largo plazo’ asociada con el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero [… y] al cambio climático inducido por el hombre” (p. 44).

Tras señalar que las más recientes investigaciones científicas apuntan a una progresiva tendencia a la desertificación de los interiores continentales asociada al incremento de las emisiones de gases con efecto invernadero, Davis concluye el artículo sosteniendo: “después de todo, parece que el antropoceno puede reivindicar a Kropotkin” (p. 44).

Nexo con el tema que estudiamos: 

El texto de Davis nos permite conocer la discusión que a lo largo del último siglo se ha dado en torno a la tendencia a la desertificación intracontinental, una manifestación muy específica de la crisis ecológica planetaria, que a su vez es una de las crisis particulares que conforman a la 'gran crisis' o crisis civilizatoria, a la cual tomamos como marco histórico para nuestra investigación. La hipótesis de un cambio climático "natural" es relevante para complementar el análisis de la crisis ambiental y de las posibilidades de hacerle frente.