Pocos sofismas diplomáticos son tan hábilmente redactados como la “Política de una sola China” de Estados Unidos. Los funcionarios estadounidenses han repetido numerosas ocasiones que su adherencia a dicha política ha ayudado más que cualquier otra cosa a mantener la paz entre estas dos potencias con armas nucleares.

Si Estados Unidos rechazara esta política, China enfurecería. El gobierno de Pekin podría incluso responder con un ataque contra Taiwán. Todo ello estremecería la economía global; millones de vidas se verían amenazadas.

Por tanto, no es extraño que la situación se volviera tensa cuando Trump, como presidente electo, cuestionó la política, para posteriormente (un mes después) cambiar de opinión asegurándole al presidente chino, Xi Jinping, que lo respaldaría.

Hasta la década de 1970, Estados Unidos reconocía sólo a “China libre”, es decir, Taiwán. Después se reconoció la República Popular, con el resultado de que a partir de ello ha existido una relación extraordinaria entre las dos grandes potencias, divididas por ideología pero unidas por su rechazo común hacia los soviéticos y posteriormente por la búsqueda de riqueza basada en el comercio recíproco.

Taiwán sigue siendo un punto de conflicto. China comunista no ha renunciado a su idea de tomar el control de la isla, incluso si debe usar la fuerza. En este sentido, existen indicios de que Estados Unidos podría ayudar a Taiwán en el conflicto, ante lo cual China ha respondido acumulando fuerzas militares para disuadir al país norteamericano de tratar de defender a Taiwán.

Taiwán no acepta la idea de formar parte de la dictadura del territorio vecino, y nunca ha sido gobernado por los comunistas. Desde 1895 ha estado bajo el control de la parte continental durante menos de cinco años.

Hay señales de que Estados Unidos tiene una participación importante en el destino de Taiwán debido a su influencia en la zona, por lo que China debe tener cuidado con sus acciones.