El artículo describe lo que The Economist concibe como la última generación de directores ejecutivos que juegan simultáneamente un papel de representantes de Estado, ubicados en los sectores de la tecnología digital. Aquellos cuyos orígenes se remontan a hombres como Henry Ford o Andrew Carnegie, quienes no se contentaban con tan solo aceptar un puesto gubernamental, sino que buscaban persuadir al mundo de la justicia de sus causas.

Un caso es el director de Apple, Tim Cook, quien se encuentra inmerso en acciones para reformar políticas públicas y proteger los derechos de privacidad que son acosados por el gobierno. Al parecer sus objetivos se plantean no solo en beneficio inmediato de su empresa sino que pretende nutrir la base global de tecnófilos. Un jefe ejecutivo requiere tener valores y abogar por ellos. Otros jefes ejecutivos como Howard Schultz (Starcbuck) y Paul Polman (Unilever) han adquirido importantes posiciones en ciertas controversias como relaciones raciales, cambio climático y los matrimonios homosexuales.

Por otro lado enfrentamientos con el Departamento de Justicia antimonopolio en Estados Unidos han dado pie a una mayor integración y comunicación entre directores de empresas tecnológicas para invertir en presiones de cabildeo. Dando forma a proyectos más amplios que tengan la intención de moldear la opinión pública –involucrando a directores como Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Google) entre otros. Entre las razones por las cuales los ejecutivos de la industria digital, o bien del desarrollo tecnológico, están interesados en emprender estrategias de liderazgo estatal o de opinión pública se mencionan: i) que por naturaleza, las empresas tecnológicas operan en áreas en donde generalmente las regulaciones son anticuadas o incipientes; y ii) debido a su basta cantidad de consumidores, algunos directores han dejado de verse como meros negociantes y más como personas influyentes del Estado (Dato Crucial 1). Estos directores ejecutivos-representantes de Estado [CEO-statesman] buscan crear un legado, lo cual significa controlar los mensajes y los medios de comunicación.

Una tendencia importante señalada por la revista es el hecho de que la gente se siente cada vez más cercana a las empresas tecnológicas que a sus gobiernos.

Eligiendo el pedestal correcto

The Economist contrasta todo lo anterior con los riesgos asumidos al querer ser representantes de Estado. Ya que si los directores se presentan muy descarados en sus intereses particulares, pueden provocar retrocesos en el avance de sus negocios. El artículo cierra señalando que a los directores les es fácil subestimar el rol estatal, sin embargo ser un representante de Estado no es fácil.