How America and China Could Stumble to War

Cita: 

Allison, Graham [2017], “How America and China Could Stumble to War”, The National Interest, abril, http://nationalinterest.org/print/feature/how-america-china-could-stumbl...

Fuente: 
Otra
Fecha de publicación: 
Abril, 2017
Tema: 
El artículo discute los posibles escenarios de una guerra entre Estados Unidos y China
Idea principal: 

Graham Allison es director del Belfer Center, un think tank especializado en relaciones exteriores, vinculado a la Harvard Kennedy School.


El autor plantea varios escenarios que podrían conducir al estallido de una guerra entre Estados Unidos y China.

Actualmente, el patrullaje estadounidense en el Mar del Sur de China, una campaña por la independencia de Taiwán o la disputa entre China y Japón por unas islas que ambos países reclaman, podrían desatar una guerra entre China y Estados Unidos que no sólo sería económicamente devastadora, sino que destruiría ambos países.

Tomando los incendios forestales como metáfora, los analistas de seguridad estudian las condiciones que convierten a una chispa en incendio, es decir, una coyuntura en guerra. Como indica Allison, el contexto suele determinar qué chispa se expande por el bosque, y en este caso la cultura, la geografía y la historia son tales factores.

Los elementos del contexto más relevantes son lo que autor llama la Trampa de Tucídides y los síndromes de la potencia gobernante y de la potencia ascendente. La Trampa de Tucídides es el severo estrés estructural que causa a la potencia gobernante el ascenso de una nueva. El primer síndrome se refiere a la paranoia y miedo que causa la posibilidad del declive de poder de la potencia gobernante, y el segundo es su espejo: la progresiva confianza y exigencia de respeto y de prioridad a los intereses de la potencia emergente.

También existen aceleradores para la guerra, es decir, acciones que pueden tener una respuesta agresiva en medio de la incertidumbre, o lo que Clausewitz llamó la niebla de la guerra.

La tecnología disruptiva es un buen ejemplo de los factores que aumentan la incertidumbre de la guerra. La capacidad de las naciones para atacar los sistemas de mando y control, a través de las armas anti satélites y las armas cibernéticas, pueden paralizar las decisiones militares de un país. En la Guerra del Golfo, Estados Unidos logró interrumpir las comunicaciones de los comandantes enemigos en el campo de batalla. Por otro lado, las armas anti satélites son cada vez más precisas: en 2007, China destruyó un satélite climático exitosamente, y la dependencia estadounidense de esta tecnología es cada vez mayor, por lo que puede ser un blanco primordial. Este tipo de tecnología puede evitar el derramamiento de sangre, pero también puede ser considerado como una provocación para el país víctima del ataque, lo que puede escalar el conflicto y la incertidumbre.

Las armas cibernéticas pueden tener efectos tan expansivos como otro tipo de armas. La creciente conectividad entre sistemas y dispositivos crearía un efecto dominó que haría prácticamente imposible reducir el efecto de un ataque de este tipo y evitar la escalada del conflicto.

Otro tipo de aceleradores podría ser la intervención algunas redes sensibles, por ejemplo en el Gran Cortafuegos de China. Una acción de Washington para desactivar este sistema podría ser interpretada por los líderes chinos como una agresión abierta.

Así, dadas las condiciones del contexto, cualquier acción ser interpretada como un señal de guerra, a pesar de que ambos países la quieran evitar.

Un primer escenario en el cual podría estallar la guerra entre Estados Unidos y China es el de un enfrentamiento directo. Dada la presencia permanente de los buques de guerra estadounidenses en el Mar del Sur, donde China ha instalado defensas misiles y aéreas, podría ocurrir un incidente como el de 2013, cuando el USS Cowpens entró a esta zona y fue acosado por barcos de la guardia costera china. Sin embargo, un incidente podría ocasionar un choque entre barcos y matar a la tripulación china.

El gobierno chino tendría tres opciones: 1) protestar por la vía diplomática, 2) destruir el buque estadounidense con un ataque con misiles, y 3) buscar una respuesta intermedia: obligar al buque a quedarse en aguas chinas y enfrentar la justicia según sus leyes. Sin embargo, el gobierno estadounidense podría responder que el incidente fue causado por la guardia costera china y, para defender las acciones de su tripulación y para no perder su credibilidad frente a otros aliados, podría hundir cualquier nave china que bloquee su camino o hacer una demostración de fuerza que no implique más derramamiento de sangre. Por ejemplo, el Comando del Pacífico podría ordenar que aviones cercanos volaran a la zona, enviar un portaaviones estacionado en Japón hacia el Mar de China Meridional y enviar bombarderos B-2 a Guam.

En este escenario cualquier accidente podría escalar más el conflicto. Por ejemplo, el derribo de un avión estadounidense a causa de un error en la batería antiaérea, que desataría acciones ofensivas y defensivas de ambos bandos en el territorio chino, lo que podría terminar con el hundimiento del buque estadounidense. En Beijing, difícilmente se reconocería que la cadena de mando se rompió y en Estados Unidos el Congreso podría pedir la aplicación del combate aéreo, es decir, ataques aéreos masivos contra misiles y sistemas de radar en la parte continental de China. Para evitar una guerra y responder a la presión, en Washington podría ordenarse un ataque a las bases militares chinas en la zona de tensión, argumentado que no se ha tocado la parte continental. Pero en China no se entendería esta distinción y se exigiría un ataque de la misma magnitud a las bases militares estadounidenses en Guam, Japón y otros lugares del Pacífico. Sin embargo, China podría optar por un ataque antisatélite o cibernético para destruir los sistemas de control y mando estadounidenses y evitar la escalada del conflicto.

La respuesta estadounidense podría incluir la movilización de su portaaviones desde Japón para comenzar un ataque aéreo, incluso en la parte continental, al mismo tiempo que usaría ataques cibernéticos contra los sistemas de precisión chinos. China, bajo ataques, y con la amenaza de perder sus armas, decidiría atacar a los barcos y aviones estadounidenses, desatando irremediablemente la guerra.

Un segundo escenario posible es el de una intervención estadounidense ante expresiones de independencia en Taiwán. Todo podría iniciar por una acción represiva de Beijing en Hong Kong que impulsará el sentimiento anti-chino en Taiwán. En este contexto, el presidente estadounidense anunciaría que está decidido a defender a Taiwán ante una invasión china, debido a la Ley de Relaciones con Taiwán, firmada en 1979. El cambio en la política estadounidense con respecto al tema, impulsaría al presidente taiwanés a solicitar su incorporación plena a la ONU y rechazar el Consenso de 1992, con el cual China y Taiwán habían acordado el concepto de una China única. Como respuesta, el gobierno de Beijing podría comenzar una serie de operaciones militares en el estrecho de Taiwán, afectando gravemente el comercio de la isla, cuyas importaciones de alimentos, recursos naturales y energía, representan casi 70% del total.

Aunque Estados Unidos podría oponerse a la solicitud de Taiwán en la ONU, ofrecería apoyo para evitar que la isla sea aislada comercialmente a través de una escolta de buques del Comando del Pacífico. Sin embargo, un error de las pruebas chinas de misiles en la zona, podría hundir un buque estadounidense de escolta de transporte civil, como el USS John P. Murtha, matando a la tripulación.

Para China, el hundimiento del Murtha sería un accidente, como en 1999 cuando Estados Unidos bombardeó accidentalmente la embajada de China en Belgrado, pero los asesores militares estadounidenses insistirían en aplicar el plan de combate aéreo y bombardear los sistemas antimisiles en China continental. Esta posibilidad puede concretarse y dado que los misiles convencionales y nucleares de China se mantienen en los mismos lugares y sus sistemas de mando y control están entrelazados, Beijing podría creer que el ataque estadounidense intenta eliminar el arsenal nuclear chino. Para desescalar el conflicto, los chinos iniciarían un ataque nuclear en una zona vacía al sur de Okinawa, pero traspasado el límite nuclear la incertidumbre aumenta.

El tercer escenario que podría conducir a la guerra sino-estadounidense puede resultar de una confrontación con o entre terceros. Como ejemplo, pueden tomarse las Islas Senkaku, territorio reclamado por China y Japón. Recientemente, RAND Corporation desarrolló el siguiente argumento para un juego de video: unos ultranacionalistas japoneses viajan a Kuba Jima, una de las islas más pequeñas, para reclamarlas y ocuparlas en nombre de Japón, hecho que transmiten por las redes sociales. La guardia costera china llega en horas y arresta a los japoneses para juzgarlos en China continental. La respuesta del gobierno japonés es interceptar el barco que lleva a sus ciudadanos antes de desembarcar en China.

El encuentro de los barcos produce desconcierto y los japoneses despliegan buques de guerra y aviones de combate, además desembarcan tropas anfibias para ocupar Kuba Jima. El primer ministro japonés reclama el apoyo de Washington, que decide mantener el portaaviones estadounidense cerca del área en caso de que sea necesario.

Un accidente con un barco pesquero japonés desata los ataques entre aviones y buques chinos y japoneses. Aun sin la intervención estadounidense, se desata un ataque cibernético contra los sistemas japoneses que es atribuido a China. Para evitar que la fuerza naval japonesa sea aniquilada mientras está incomunicada, los submarinos estadounidenses hunden tres buques de guerra de China. Aunque el ataque podría ser de otro país interesado, como Rusia, la tensión entre los tres países aumenta. Japón exige a Estados Unidos su apoyo con un portaaviones, cuyo ulterior hundimiento podría comprometer a Washington en una guerra abierta con China.

Para Graham, estos tres escenarios son posibles debido al estrés subyacente creado por el disruptivo ascenso de China, ya que crea condiciones en las que acontecimientos accidentales, de otro modo intrascendentes, podrían desencadenar un conflicto a gran escala. Sin embargo, la guerra no es inevitable.

Datos cruciales: 

Según un estudio de la RAND Corporation publicado en 2016, si se desatara una guerra entre China y Estados Unidos, su PIB disminuiría 35% y 10%, respectivamente, al cabo del primer año del enfrentamiento bélico.

En 2016, 180 000 sistemas de control industrial conectados a Internet estaban operando en todo el mundo, además de unos diez mil millones de dispositivos en todo el mundo con conexión a internet, conocidos como internet de las cosas (IoT).

Nexo con el tema que estudiamos: 

El primer supuesto del planteamiento que merece atención es el crecimiento de la fuerza bélica china, pues aunque no se dan datos se asume que podría enfrentar en condiciones relativamente iguales, al ejército estadounidense.

Por otro lado, el artículo no pone atención a las relaciones comerciales entre ambos países, factor que podría servir como atenuante de un conflicto armado. Tampoco se hace caso a los intereses de otros países como Rusia que podrían sumarse al conflicto o ser mediadores. En este sentido, el artículo se basa en la especulación. No obstante la lectura resulta significativa por dos razones: 1) el reconocimiento del ascenso de la cúpula militar estadounidense a las instancias de poder que podrían impulsar un enfrentamiento bélico prácticamente con cualquier pretexto, y 2) la claridad con que se plantea la guerra como una estrategia frente al declive del poder hegemónico estadounidense.