Colonising the future: Climate change and international security strategies

Cita: 

Hayes, Ben [2016], “Colonising the future: Climate change and international security strategies”, Nick Buxton y Ben Hayes (editores), The secure and the dispossessed. How the military and corporations are shaping a climate-changed world, Londres, Pluto Press, pp. 84-123.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
La gestión de la crisis climática y su relación con la militarización
Idea principal: 

Ben Hayes es colaborador de TNI, investigador y consultor independiente en temas de políticas de seguridad, contraterrorismo, control fronterizo y protección de datos personales.


El autor inicia el capítulo citando un documento del Departamento de Defensa estadounidense (DoD) escrito en 2003 que establece algunas directrices del tratamiento que se dará a partir de entonces al cambio climático. Según los estrategas del DoD, sólo Estados Unidos y Australia cuentan con los recursos, la tecnología y las reservas para enfrentar una emergencia climática “sin pérdidas catastróficas”. Para Estados Unidos se proyecta una situación de asedio en sus fronteras por el aumento de los flujos migratorios, el uso de energías alternativas (incluyendo la nuclear), tensiones con México por el uso del agua del Río Colorado, etcétera. A nivel mundial se espera que los conflictos y las tensiones aumenten indefectiblemente, por lo que el papel estadounidense será reducir esas presiones y avanzar en nuevos acuerdos de seguridad, energía, agua y alimentos (p. 83-84).

De la seguridad ambiental a asegurar el ambiente

En este apartado, Ben Hayes rastrea el surgimiento de la “seguridad ambiental” como concepto y su incorporación a la agenda militar.

El término seguridad ambiental se utilizó desde finales del siglo XX como parte de la agenda de seguridad humana de la Organización de Naciones Unidas (ONU), pero desde la primera década del siglo XXI el tema del cambio climático se ha considerado como un tema de seguridad nacional e internacional por sí mismo (p. 84).

Para Ben Hayes, las transformaciones del concepto implican una lógica de enfrentar amenazas que al priorizar la resilencia del sistema buscarían garantizar el buen funcionamiento de los negocios y el mercado mientras que la pobreza, la injusticia y las protestas sociales no son vistas como fallas del sistema, sino como fuentes potenciales de amenazas (p. 86).

La era de las consecuencias

Desde 2004, pero con mayor énfasis en 2007, se ha dado al cambio climático el sentido de una amenaza múltiple a la seguridad nacional e internacional. Esta orientación ha sido ampliamente difundida por los think tanks.

Uno de los reportes más influyentes por sus implicaciones geopolíticas se tituló Age of consequences: The foreign policy and national security implications for global climate change (2007). El reporte propone tres escenarios de aumento de temperatura (1.3, 2.6 y 5.6°C) y los retos que enfrentaría Estados Unidos. Los tres escenarios posibles coinciden en un incremento de los conflictos por recursos escasos, la expansión de las pandemias, el aumento en los flujos migratorios y el caos creciente en particular en lo que se denomina “estados fallidos” (p. 88). La consecuencia de este tipo de planteamientos es que el Sur global se cataloga como la zona más vulnerable, y por tanto, más amenazante, lo que serviría para justificar y legitimar intervenciones militares de los países occidentales en esa zona del planeta (p. 89).

La amenaza se multiplica

En este apartado, el autor señala la expansión de la visión planteada por los think tanks estadounidenses con respecto al cambio climático. En 2008 se publicó en la Unión Europea Climate Change and International Security, un reporte que incluía temas como los conflictos por recursos, impactos económicos negativos en las ciudades costeras y la infraestructura básica, pérdida de territorio y disputas territoriales, migración inducida por los cambios ambientales, situaciones de fragilidad y radicalización, tensiones por el suministro energético y presión en la gobernanza internacional. Aunque no sugiere reordenamientos geopolíticos como Age of consequences, el documento marcó un punto de inflexión pues desde entonces el tema se incorporó a la Estrategia de seguridad europea (p. 90).

El cambio climático apareció reiteradamente desde entonces. En el discurso de aceptación del premio Nobel, Barack Obama llamó a la acción conjunta para enfrentar el cambio climático. El DoD identificó en 2010 al cambio climático y la seguridad energética como temas que requerían reformas inmediatas. En 2014, la misma institución catalogaba al cambio climático como catalizador de las condiciones que pueden permitir la actividad terrorista y otras formas de violencia. El mismo cambio -de amenaza múltiple a catalizador de conflictos- se verificó en los documentos de análisis de la Marina estadounidense. Las agencias de inteligencia estadounidenses también han abordado el tema (p. 91). En 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia señaló al cambio climático como una fuente de vulnerabilidad mundial. En 2014, el entonces Director de inteligencia nacional tocó el tema en términos políticos: el cambio climático como un obstáculo para la democracia, que aumenta la amenaza de desestabilización de los gobiernos y agrava las tensiones regionales.

Otros países desarrollados han adoptado una línea similar a la estadounidense. Gran Bretaña, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia y Australia han incorporado al cambio climático como amenaza múltiple en sus documentos de estrategia de seguridad nacional (p. 92).

Los centros de análisis de política exterior que han abordado el tema han promovido fuertemente el involucramiento del sector militar. Por ejemplo, en 2009 el Instituto para la seguridad ambiental estableció el Consejo global militar en cambio climático que en su primer comunicado público llamó a todos los gobiernos a incorporar las implicaciones del cambio climático en sus planes de estrategia militar.

En el Consejo de Seguridad de la ONU, el carácter amenazante del cambio climático no ha sido consensuado (p. 93). Países como Rusia, China e India se negaron en 2013 a reconocer el cambio climático como una amenaza a la seguridad internacional, debido a que el Consejo de seguridad no opera bajo el principio de la Responsabilidad común pero diferenciada, que reconoce a los países más industrializados como los que deben tomar mayores acciones para mitigar los efectos negativos del cambio climático.

El Panel intergubernamental de cambio climático también ha resistido al discurso militarista. En el reporte de 2014, el Panel abordó las consecuencias del cambio climático no como catalizador de conflictos, sino como amenaza a la producción de alimentos, seguridad humana, salud y vivienda (p. 94).

¿Amenaza para quién?

En esta sección el autor señala la heterogeneidad en los planteamientos que ven en el cambio climático una amenaza.

Aunque existe un consenso en que el cambio climático puede tener impactos en la paz y seguridad, los análisis divergen en las causas de la inseguridad y en las medidas que deberían tomarse, poniendo en cuestión que el cambio climático derive indefectiblemente en conflictos. De hecho, en los pronósticos climáticos que se han elaborado no se ha encontrado evidencia científica que demuestre que la escasez es una causa de conflicto o que los conflictos causados por el aumento de temperaturas puedan ser una amenaza a la seguridad nacional o global (p. 95).

Los académicos coinciden en que las causas del conflicto son la falta de gobernanza y de políticas públicas y no el cambio climático.

Para los críticos de los discursos securitarios, el cambio climático como amenaza es parte de una política militarista, autoritaria e intervencionista. La falta de acuerdos para reducir la emisión de dióxido de carbono abona al tratamiento del cambio climático como un tema de seguridad, ya que no hay acciones institucionales para mitigar ni reducir los efectos negativos (p. 96).

¿Qué tipo de seguridad?

Un tema central del análisis de Ben Hayes es el tipo de estrategia de seguridad climática que está en curso. En términos generales, el concepto de seguridad se ha transformado radicalmente desde el 11 de septiembre de 2001, “este periodo ha estado caracterizado por el creciente mandato de la seguridad interna y externa, la confusión de las fronteras tradicionales entre la seguridad y la defensa y la obsesión con las nuevas tecnologías de seguridad” (p. 97). A continuación, el autor desarrolla estas características:

En la seguridad externa, el Norte global está enfrascado en una guerra permanente contra el terrorismo, los estados fallidos y cada vez más contra el cambio climático. Internamente, se han desarrollado dos mecanismos paralelos: los medios masivos de espionaje y el énfasis puesto en el mantener el orden público y controlar cualquier tipo de disturbio social (p. 97).

Al mismo tiempo, se han agrupado bajo las estructuras de comando y control funciones estatales tan dispares como: las policiales, de inteligencia, protección civil y respuesta a emergencias.

Para Hayes, se ha puesto en marcha “una estrategia persuasiva a la vez que acumulativa”, que desarrolle tácticas y tecnologías que eviten problemas o los suprima en caso de surgir. En la práctica, esto ha incluido soporte a dictadores, fomento de guerras civiles, uso de operaciones encubiertas, entre otras expresiones de guerra sucia. De tal modo, la necesidad de contención y gestión del riesgo ha sustituido la defensa de la democracia y los derechos humanos como argumento para hacer la guerra o implementar técnicas de control y manejo de crisis (p. 98).

La ocupación militar en Nueva Orleans en 2005, en Haití en 2010 y en Filipinas en 2013 son ejemplos de cómo el apoyo en casos de desastres naturales se puede convertir en un ejercicio de control de situaciones de crisis, donde los sectores sociales más afectados son catalogados como amenazas, lo que Rebeca Solnit llama “pánico de la élite”. Contrariamente, existe evidencia de que en situaciones de desastres naturales la respuesta comunitaria es más fuerte (p. 99).

La doctrina de seguridad nacional desde 2001 ha incluido el manejo de situaciones de crisis para mantener las estructuras estatales y de propiedad existentes así como las restricciones a la libertad de expresión y de asociación en todo el mundo (p. 100).

Orden público

Otra transformación importante se manifiesta en la concepción y el manejo de la protesta social. En el mejor escenario, las protestas son inconvenientes que deben controlarse, en el peor, deben eliminarse. Esta concepción refleja la conjunción de dos procesos más amplios: 1) la militarización de las fuerzas policiacas, y 2) el desvanecimiento de las distinciones entre policía e institución militar y entre guerra y aplicación de la ley.

Esta nueva militarización conlleva el desarrollo de tecnologías de represión “menos letales”, como las tecnologías de control de multitudes o armas sónicas (dispositivos acústicos de largo alcance de uso militar). A pesar su utilización previene grandes matanzas, el objetivo es el mismo: arrebatar el uso del espacio público a la sociedad (p. 101).

Otro desarrollo tecnológico que acompaña el mantenimiento del orden público es el espionaje. Por un lado, las revelaciones de Edward Snowden evidenciaron los mecanismos a través de los cuales el gobierno estadounidense espía a sus ciudadanos y a otros gobiernos, bajo el principio de recolectar “todas las señales, el tiempo, por cualquier medio necesario”. Por el otro lado, las corporaciones también usan el espionaje y la infiltración contra activistas y organizaciones para detener o evitar sus protestas.

La criminalización de la acción social ha llegado a su equiparación con el terrorismo. Por ejemplo, se ha acuñado el término eco-terrorismo para designar a los activistas que se oponen la explotación de combustibles fósiles o a los megaproyectos extractivistas (p. 102).

Para Hayes, lo que tenemos desde el 11 de septiembre es “un sistema represivo cada vez más afinado que ve a todos los ciudadanos como sospechosos que deben ser vigilados, y todos los activistas como amenazas a contrarrestarse” (p. 103).

Seguridad a través de la resilencia

El concepto de resilencia fue tomado de la lucha antiterrorista y aplicado a la preparación contra las consecuencias del cambio climático, y se refiere a la capacidad de prepararse, responder y recuperarse de desastres.

Para Hayes, la importancia de usar este concepto reside en las nuevas funciones que asume el estado. Dado que la premisa fundamental es proyectar el peor escenario posible para crear las mejores medidas de respuesta, el estado planea desde el desarrollo urbano y la infraestructura hasta las políticas públicas en términos securitarios.

En el centro del concepto descansa la idea de que no es necesario evitar las crisis, sino administrarlas (p. 105).

El riesgo que enfrenta el uso del concepto resilencia es que por un lado, no se ocupa de quienes no tienen los recursos para adaptarse y, por el otro, quienes piden cambios sociales y radicales son marginados. “La resilencia supone el consentimiento, no la resistencia”.

Vigilar la imaginación: distopía y escasez

De acuerdo con Hayes, la narrativa distópica que acompaña las proyecciones del cambio climático alimenta la apatía de la cultura política contemporánea. Tanto las posiciones políticas de derecha como de izquierda reproducen el catastrofismo, obteniendo apatía y promoviendo “alternativas” como el capitalismo verde o los localismos (p. 107).

Al mismo tiempo, el escenario distópico del cambio climático funciona como estrategia que permite consolidar el poder y la reproducción de la inequidad a través de dos procesos: el ambientalismo malthusiano y la predisposición al conflicto. El primero se encarga de poner en la responsabilidad de la crisis climática en los sectores más pobres. En segundo lugar, el discurso que sugiere que la catástrofe y el conflicto son inevitables condiciona la producción de violencia entre la sociedad civil, convirtiéndolos en soldados listos para el colapso y la confrontación de civilizaciones para enfrentar la escasez (p. 108).

Pensar el futuro en términos de resilencia y como una acumulación de amenazas por cumplirse es una forma de “colonizar el futuro”, es decir, capturar la imaginación de nuevas formas posibles de vivir el presente y los tiempos por venir (p. 110).

Inseguridad como oportunidad

Lejos de la construcción estatal que pone en el centro el conflicto y la violencia como resultado del cambio climático, el autor señala algunas oportunidades para transitar a un mundo más igualitario y socialmente justo:

1. La colaboración ha probado ser más efectiva que el conflicto en el manejo de recursos escasos.

2. En caso de grandes catástrofes, algunos abogan por regresar a gobiernos grandes, dado que cualquier otro grupo público o privado no cuenta con la capacidad financiera ni organizativa para enfrentar las consecuencias del cambio climático (p. 111). Sobre este punto, el autor hace una advertencia: el aumento de estado puede significar el crecimiento de la seguridad o el apoyo a proyectos de geo ingeniería.

Finalmente, el autor señala que una de las mayores consecuencias de la securitización del cambio climático es la construcción de una manera de ver el mundo que divide al mundo en zonas verdes y rojas, que señala los lugares vulnerables y con mayor amenaza, continuando con la larga separación de los ricos y los pobres (p. 112).

Datos cruciales: 

De acuerdo con Global Witness, en 2014 fueron asesinados 116 activistas, casi el doble de los periodistas asesinados en el mismo año. De los 116 activistas, 40% pertenecían a comunidades indígenas que luchaban contra hidroeléctricas, mineras o agroempresas, y casi 75% de las muertes se localizaron en Centro y Sudamérica (p. 103).

Nexo con el tema que estudiamos: 

El texto permite pensar la crisis ambiental actual en la clave de las políticas de seguridad impulsadas por los gobiernos nacionales y por organizaciones supranacionales, dando un giro a la lectura convencional que aborda el tema. Como queda claro en el texto, este ángulo de lectura pone de relieve la dimensión geopolítica del problema ambiental, así como las medidas de control y disciplinamiento social. Es igualmente relevante la lectura social y cultural de cómo los poderes establecidos modelan incluso el imaginario, intentando paralizar las alternativas y produciendo un modelo de futuro.

El texto se centra en los estados como los sujetos que promueven, justifican e implementan el sesgo securitario de las políticas para combatir el cambio climático. No obstante, deja de lado a otro de los sujetos cruciales desde el punto de vista económico, social e incluso geopolítico: las corporaciones transnacionales. Dos procesos del capitalismo contemporáneo que confluyen ponen en el centro a las corporaciones transnacionales: 1) la privatización de las tareas y los cuerpos de seguridad, y 2) la disputa por los territorios, en particular las que son habitadas por pueblos, comunidades y campesinos. En un contexto de devastación ambiental, ambos procesos son liderados por grandes corporaciones, no sin la anuencia y complicidad de los estados, por lo que es urgente seguir la pista de las empresas de seguridad.