The fix is in: (Geo)engineering our way out of the climate crisis?

Cita: 

Wetter, Kathy Jo y Silvia Ribeiro (ETC Group) [2016], “The fix is in: (Geo)engineering our way out of the climate crisis?”, Nick Buxton y Ben Hayes (editores), The secure and the dispossessed. How the Military and Corporations are shaping a climate-changed world, London, Pluto Press, pp. 231-260

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
La geoingeniería: sus características, sus implicaciones políticas, los riesgos asociados a ésta y la urgencia de frenar los experimentos de geoingeniería
Idea principal: 

Kathy Jo Wetter es investigadora del grupo ETC en Durham, Carolina del Norte. Ha contribuido al trabajo del grupo ETC desde la oficina de Durham, haciendo investigación y análisis sobre nanotecnología y tecnologías que convergen, tecnologías de esterilización de semillas, biología sintética y concentración del poder corporativo.

Silvia Ribeiro es la directora del Grupo ETC en América Latina. Tiene una larga trayectoria como periodista y activista social y ambiental en Uruguay, Brasil y Suecia. Ha asistido y dado seguimiento a numerosas negociaciones de los acuerdos ambientales de Naciones Unidas como representante de la sociedad civil.


En el párrafo final de su Resumen para los responsables de políticas de septiembre de 2013, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) hizo alusión a la geoingeniería –a la que definió como las acciones que tienen el objetivo de “alterar deliberadamente el sistema climático”. La inclusión de la geoingeniería por parte del IPCC en su informe de evaluación resultó sorprendente porque el Panel representa la posición de consenso entre la comunidad científica internacional y esta fue la primera vez que el grupo hizo referencia a tecnologías –como las de modificación del clima– cuya utilidad no ha sido probada y cuyos efectos secundarios son inciertos. La inclusión de la geoingeniería por parte del IPCC en sus consejos a los hacedores de política confirió legitimidad científica a ésta.

El texto del IPCC no pasa por alto las incertidumbres y riesgos asociados a la geoingeniería (incluso menciona que “trae consigo efectos secundarios y consecuencias de largo plazo de escala global” [p. 232]) y dista de ser un respaldo. Sin embargo, el hecho de que el IPCC dedicara sus últimas palabras a un “arreglo tecnológico no probado” es sintomático de lo incipiente de los esfuerzos para hacer frente a las causas del cambio climático y de la “voluntad para considerar” como una verdadera alternativa “la que antes era una respuesta tabú frente al cambio climático” (p. 232). Refleja también el creciente interés gubernamental en el tema y el que la geoingeniería está dejando de ser un tema controversial y se está posicionando firmemente en la agenda científica. En efecto, conforme nos acercamos a los que son considerados los puntos límite del cambio climático, la idea de modificar intencionalmente el clima mediante nuevas tecnologías como un plan B prácticamente inevitable para corregir el serio daño que hemos hecho al planeta, está siendo promovida por políticos neoconservadores y está ganando terreno entre políticos, académicos y científicos “liberales”. Este cambio en el balance de fuerzas aumenta la posibilidad de que se siga el camino de la geoingeniería y hace que una resistencia vigilante sea cada vez más necesaria y urgente.

Las implicaciones de la geoingeniería no se reducen a una riesgosa (y aún especulativa) modificación del clima. La geoingeniería plantea la posibilidad de unir los intereses corporativos y militares por controlar la naturaleza en un contexto en que los estados luchan intensamente por el acaparamiento de recursos y las corporaciones buscan maximizar sus ganancias a toda costa, lo que pondría seriamente en peligro la justicia climática, así como la salud ambiental y humana.

(Re)definiendo la geoingeniería)

El concepto de geoingeniería incluye a una amplia gama de prácticas para modificar los sistemas de la Tierra que comúnmente son divididas –por académicos y científicos– en dos categorías: las tecnologías que reflejan la luz solar hacia el exterior de la Tierra y las tecnologías que remueven, capturan y/o almacenan bióxido de carbono (CO2). Las técnicas de modificación del clima conforman una tercera categoría que se puede considerar dentro de la geoingeniería. La inclusión o exclusión de las técnicas de control climático en la geoingeniería depende mucho de quién hable. Por ejemplo, los defensores de la geoingeniería comúnmente excluyen o ignoran la modificación del clima como parte de aquella apelando a parámetros de escala o temporalidad. Esta actitud hacia las técnicas de modificación del clima por parte de quienes promueven la geoingeniería se debe probablemente a su dudosa eficacia y a que históricamente se ha usado como un arma clandestina en la guerra.

La geoingeniería es descrita por sus defensores como una “medida contrarrestante, que utiliza tecnología adicional para contrarrestar los efectos secundarios no deseados sin eliminar su causa de raíz, ‘una reparación técnica’” (p. 234).

Por otra parte, si bien no hay consenso en torno a la definición de la geoingeniería –incluso muchos de sus defensores evitan llamarla de esa forma–, sí lo hay en cuanto a las características que la definen. En primer lugar, se trata de modificaciones deliberadas (aun cuando estas puedan tener también impactos no deseados). En segundo lugar, la geoingeniería tiene efectos globales o al menos de gran escala, incluso si su aplicación se da en escala local. Por último, la geoingeniería consiste en estrategias de alta tecnología que implican riesgos inciertos para el ambiente. Las definiciones anteriores son útiles pero deben tenerse claras sus problemáticas imprecisiones. Por ejemplo, es útil referirse al impacto climático de las técnicas de la geoingeniería, pero sus aplicaciones pueden exceder por mucho la mitigación del cambio climático y pueden extenderse hacia el manejo de otros sistemas y ciclos terrestres para fines como el “mejoramiento” de las condiciones de producción de alimentos.

Es necesario reconocer también que la geoingeniería no es sólo una serie de técnicas que modifican la Tierra sino que es también “un acto político y el reflejo de una visión particular del mundo”. Para los promotores de la geoingeniería, los ecosistemas son recursos que deben ser mejorados y “arreglados”, no sistemas que deben ser protegidos y restaurados. “El grupo ETC se ha referido a la geoingeniería como ‘geopiratería’ para subrayar nuestra posición de que en ausencia de una gobernanza global –que implica el consentimiento informado de las personas del mundo– la geoingeniería es a la vez ilegal e inmoral” (p. 235).

Una breve historia de la ‘ingeniería climática’

La idea de que la geoingeniería podría constituir una respuesta potencial frente al cambio climático antropogénico no es nueva. En el reporte de 1965 Restoring the Quality of our Environment [Restableciendo la calidad de nuestro ambiente] –que constituye el primer reconocimiento de alto nivel del cambio climático–, el Comité de Asesores del Presidente de Estados Unidos en Ciencia y Tecnología planteó que la contaminación con CO2 estaba alterando el balance de la temperatura de la Tierra y, frente a esta situación, recomendó una serie de opciones de geoingeniería para producir modificaciones deliberadas que contrarrestasen el cambio climático. Entre las medidas mencionadas se encontraba la dispersión de partículas en los océanos para que reflejaran la luz solar y se especulaba también sobre el uso de las nubes para contrarrestar el calentamiento. Curiosamente, en el reporte no se menciona la opción más obvia para hacer frente al cambio climático: reducir el uso de los combustibles fósiles para disminuir de las emisiones.

La difusión de que las técnicas de modificación climática habían sido utilizadas como un arma clandestina durante la guerra de Vietnam redujo el entusiasmo hacia ellas. No obstante, el cambio climático ha revivido este entusiasmo, que ha sido acompañado por una intensa campaña en la que se presenta a la geoingeniería como una estrategia legítima para hacerle frente.

El fracaso en los intentos por alcanzar un consenso multilateral para la reducción de emisiones en las Conferencias sobre Cambio Climático de Naciones Unidas ha dado a los defensores de la geoingeniería una plataforma pública más popular, pues la presentan como una alternativa hacia la que inevitablemente nos vemos arrojados. En este contexto, los gobiernos de numerosos países están comenzando a financiar proyectos de investigación en geoingeniería. La creación de programas de investigación sobre geoingeniería en las universidades y la participación de los gobiernos en el financiamiento de la investigación sobre el tema, entre otros, dan a la geoingeniería un halo de legitimidad que le permite posicionarse como una alternativa que no es sólo posible sino incluso necesaria.

Escépticos climáticos y profetas de las ganancias: la geoingeniería al servicio del capitalismo

Un efecto sorprendente de la geoingeniería es que ha conseguido alinear posiciones que antes estaban diametralmente opuestas. Por ejemplo, algunos de los más veteranos y comprometidos científicos climáticos han comenzado a apoyar gradualmente y a regañadientes la geoingeniería ante el temor de los efectos devastadores que el calentamiento global podría traer consigo; al mismo tiempo, ha surgido un poderoso lobby para promover la geoingeniería, conformado principalmente por personas cuyo interés nunca ha sido el bienestar del planeta o de sus habitantes más pobres.

Los promotores de la geoingeniería –muchos de ellos ubicados en los más altos cargos gubernamentales– se oponen a la reducción de las emisiones de CO2 y defienden el uso de las técnicas de geoingeniería como una respuesta ante el cambio climático basándose en un análisis costo-beneficio. Así, sostienen, con el uso de la geoingeniería no sólo no tendría que sacrificarse el crecimiento de la economía mundial ni millones de personas ordinarias tendrían que ser penalizadas por el desempleo o por la modificación de sus patrones de consumo asociados a la reducción de emisiones, sino que incluso la economía mundial crecería a un ritmo más acelerado ya que la aplicación de las técnicas de geoingeniería genera empleos, ingresos y ganancias.

Otro sorprendente cambio de posiciones que ha traído consigo la geoingeniería es que los otrora escépticos respecto del cambio climático (o, mejor dicho, negacionistas del cambio climático) se han convertido en impulsores de la geoingeniería no como un “Plan B” sino como un “Plan A” para enfriar el planeta. Este cambio, consistente en apoyar “la acción más extrema sobre el cambio climático” (p. 239) cuando antes había una tajante oposición a cualquier acción relacionada con el cambio climático, ha sido típico entre grandes empresarios y apologetas industriales. “Para aquellos que antes dudaban (o aún dudan) de la ciencia del calentamiento global antropogénico, la estrategia de la geoingeniería cambia de discusión de la reducción de emisiones hacia las ‘soluciones’ al final del tubo de escape. Una vez que la geoingeniería es una opción, hay una menor necesidad de discutir quién puso el CO2 en la atmósfera (y una menor necesidad de pedirles que dejen de hacerlo). Si disponemos de los medios para succionar los gases de efecto invernadero o para bajarle la temperatura al termostato, los contaminadores pueden, en principio, seguir emitiendo sin cesar”.

'Apropiándose del clima': propiedad intelectual y geoingeniería

Las patentes de las técnicas de geoingeniería están aumentando a un ritmo muy acelerado y están concentradas en una cantidad muy pequeña de propietarios. Un tema polémico en las discusiones sobre geoingeniería es el de la propiedad intelectual. En el plano internacional existe una fuerte protección sobre la propiedad intelectual ya que los gobiernos y corporaciones del Norte global sostienen que las altas ganancias que se derivan de ella incentivan la innovación y posibilitan, eventualmente, la transferencia de tecnologías hacia el Sur. Lo anterior plantea un problema, pues de este modo la aplicación de las técnicas de geoingeniería significaría que los beneficios resultantes de las decisiones sobre los “bienes comunes climáticos” del planeta serían transferidos a manos privadas. De hecho, ya hay algunos geoingenieros que están reclamando que sus patentes les dan derechos comerciales amplios sobre los bienes comunes en los cuales operan. Por otra parte, no es claro qué sucedería con los efectos secundarios negativos no deseados que podrían resultar de la aplicación de las técnicas de geoingeniería.

¿Gobernando Gaia?

Cuando en el futuro los experimentos “de campo” para modificar el tiempo o el clima se multipliquen, se expandan e impliquen intentos reales por introducir cambios en la atmósfera será necesaria alguna forma de colaboración internacional para la planeación y ejecución de estos proyectos, que pueden tener efectos que se extiendan mucho más allá de la zona de aplicación –incluso a todo el planeta. Es indispensable la creación de mecanismos institucionales internacionales que fomenten la cooperación internacional y que puedan lidiar con los problemas que se deriven de la modificación del clima.

La (re)emergencia de la geoingeniería como una solución frente a la crisis climática se da en un contexto en el que, como consecuencia de la inquietud pública y los cada vez mayores impactos devastadores del cambio climático, los países desarrollados son presionados para adoptar medidas para reducir su consumo de combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero. En este contexto, la geoingeniería es el punto donde convergen los intereses de las mayores corporaciones petroleras –que desarrollan tecnologías para producir energía de forma “no convencional”, como el fracking– y de los principales emisores de CO2. “Si las tecnologías son capaces de capturar el carbono y de bajar el termostato al mismo tiempo que ‘aumentan’ la disponibilidad de petróleo, no hay necesidad de sacudir el statu quo económico global o de incomodar al electorado pidiendo a los ciudadanos que modifiquen la forma en que viven sus vidas. […] el atractivo político de los arreglos tecnológicos como la geoingeniería es que ofrecen la esperanza de solucionar un problema que, ‘de otra forma, requeriría un cambio social’” (pp. 242-243). Asimismo, la geoingeniería prolongaría la vida de las corporaciones y los estados que se beneficiaron durante el siglo XX de las industrias que modifican el clima. “Estas son las realidades geopolíticas que no pueden ser dejadas de lado en las discusiones sobre el desarrollo, aplicación y gobernanza de la geoingeniería” (p. 243).

Es necesario conocer con certeza quién está reduciendo sus emisiones de CO2 y quién no lo hace aun cuando asegure que sí (como Estados Unidos, que reportó una reducción significativa de sus emisiones pero exportó sus emisiones al vender sus excedentes de carbón a Asia). Sin ese conocimiento no sería posible decidir cuándo es momento de aplicar las tecnologías de geoingeniería ni saber cuándo hay un peligro real de una emergencia climática.

Si bien es cierto que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no es una cuestión sencilla, no reducirlas es una cuestión mucho más complicada: desplazar a mil millones de personas de las costas hacia tierras más altas, hacer frente a la imposibilidad de producir alimentos en algunos lugares y responder a eventos hidrotermales cada vez más extremos será no sólo extremadamente difícil sino también sumamente costoso e implicará mucha incertidumbre. Al proponer a la geoingeniería como un componente para posponer o solucionar el cambio climático, los científicos y los políticos están añadiendo mucha complejidad a las discusiones sobre cambio climático y están volviendo aún más opaca su gobernanza. Por tanto, “la geoingeniería puede parecer un Plan B prudente hasta que reconocemos cómo aumenta la complejidad y cómo las manipulaciones experimentales de los sistemas terrestres podrían cambiar todo para todos, incluso para aquellos que viven ‘lejos de la escena del trabajo’” (p. 244).

Asimismo, “los intentos de construir marcos de gobernanza para la geoingeniería pueden parecer prudentes e incluso lamentablemente incipientes hasta que reconocemos cuán audazmente prematuras son esas discusiones, dadas las incertidumbres y los riesgos” asociados a estas técnicas, por ejemplo: ¿quién tiene el derecho –y en qué condiciones– de aplicar las tecnologías de geoingeniería en los bienes comunes globales?, ¿habrá penalizaciones por los efectos secundarios negativos de la geoingeniería?, ¿cómo se pueden demostrar estos efectos negativos? “Moralmente y políticamente, la ingeniería climática requiere una gobernanza global” (p. 244).

La Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica fue el primer organismo multilateral que afrontó la cuestión de la gobernanza global de la geoingeniería y lo hizo adoptando en 2008 una moratoria sobre una de sus técnicas, la fertilización oceánica. Posteriormente, en 2010, 193 países miembros de la Convención acordaron extender la moratoria a todas las tecnologías de geoingeniería. La decisión de la Convención invocó el principio precautorio para prohibir la geoingeniería hasta que los impactos sociales, económicos y ambientales se consideren plenamente y hasta que exista un mecanismo regulatorio adecuado; aun así, permite que se lleven a cabo experimentos en pequeña escala y en ambientes controlados dentro de jurisdicciones nacionales. Sólo unos cuantos países como Estados Unidos, Andorra, el Vaticano y Sudán del Sur no ratificaron el tratado.

La probabilidad de que los países miembros de la ONU estén de acuerdo en que la aplicación de las técnicas de geoingeniería es lo mejor para todas las partes es prácticamente nula. Sin embargo, en ausencia de mecanismos regulatorios adecuados, no se puede descartar que algunos gobiernos actúen unilateralmente y dañen la seguridad y la salud planetaria, como ha sucedido con las más de 450 explosiones de bombas nucleares en aguas internacionales que se han llevado a cabo en años recientes. Las iniciativas unilaterales de geoingeniería representan una amenaza directa a la seguridad global y podrían dar pie a una escalada de la experimentación meteorológica que “podría rápidamente salirse de control. Antes que esto suceda, es tiempo de que haya una prohibición a las pruebas de geoingeniería” (p. 245).

Conclusión

Frente al fracaso en las negociaciones convocadas por Naciones Unidas para afrontar el cambio climático surgen iniciativas como la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático que se cuestionan cómo atacar de forma efectiva las causas del calentamiento global y que rechazan explícitamente a la geoingeniería como una solución a éste. En su cumbre de 2010 en Cochabamba, esta Conferencia lanzó la campaña Hands Off Mother Earth (HOME) [Manos Fuera de la Madre Tierra] para oponerse a los experimentos de geoingeniería.

Mientras tanto, un pequeño pero influyente grupo de investigadores y corporaciones plantean al gobierno la necesidad de apoyar la investigación en geoingeniería como un plan B ante la posibilidad de una emergencia climática. La presión de estos últimos grupos está logrando persuadir a los gobiernos; en el caso de Estados Unidos, la Academia Nacional de Ciencias elaboró dos reportes en los que se recomienda al gobierno invertir en el desarrollo de las técnicas de geoingeniería.

Para muchos podrá parecer razonable y prudente no descartar ninguna de las posibles respuestas frente al cambio climático y mantener un plan B sobre la mesa como una “póliza de seguro”. No obstante, la pertinencia de la geoingeniería no es obvia para todos: a los gobernantes, corporaciones y habitantes de los países miembros del G8, que son responsables del cambio climático antropogénico y que continúan aumentando sus emisiones de gases de efecto invernadero, les puede parecer más atractiva una “solución tecnológica” que a las comunidades pobres del Sur global. Como señala Simon Dalby (citado por las autoras), “el punto clave ahora no debe ser lo que el cambio climático puede hacer a la geopolítica sino lo que la geopolítica puede hacer por el cambio climático”. De lo que se trata no es de dominar un mundo dividido, sino de compartir un mundo sumamente poblado.

“Un rechazo razonado de los arreglos tecnológicos de la geoingeniería con base en fundamentos precautorios políticos, técnicos y/o morales no implica la negación de que la ciencia y la tecnología tienen papeles importantes por jugar para hacer frente al cambio climático. Es urgente e importante que la comunidad científica trabaje con los gobiernos nacionales y locales para monitorear, informar con exactitud y encarar las amenazas climáticas por venir. Este esfuerzo colaborativo requerirá de mucha inversión y de una energía concentrada. Las respuestas prácticas al cambio climático deben cambiar con las latitudes, altitudes y ecosistemas. Sin embargo, una vez que reconocemos las realidades geopolíticas actuales del cambio climático, los ‘arreglos temporales violentos’ que la geoingeniería ofrece son engañosos en el mejor de los casos; en el peor, son geopiratería y constituyen una amenaza para todos” (p. 247).

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

Introduction: Security for whom in a time of climate crisis?

1. The catastrophic convergence: militarism, neoliberalism and climate change por Christian Parenti

2. Colonising the future: climate change and international security strategies por Ben Hayes

3. Climate Change Inc.: How TNCs are managing risk and preparing to profit in a world of runaway climate change por Oscar Reyes

8. Sowing insecurity: food and agriculture in a time of climate crisis por Nick Buxton, Zoe W. Brent y Annie Shattuck

9. In deep water: confronting the climate and water crises por Mary Ann Manahan

10. Power to the people: rethinking ‘energy security’ por The Platform Collective

Trabajo de Fuentes: 

Dalby, S. [2013], “Rethinking geopolitics: climate security in the Anthropocene”, Global Policy, October 25th, en onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/1758-5899.12074/abstract

ETC Group [2010], Geopiracy: the case against geoingeneering, Communique No. 103, en www.etcgroup.org/content/geopiracy-case-against-geoengineering

Fleming, J.R. [2010], Fixing the sky: the checkered history of weather and climate control, New York, Columbia University Press.

Hamilton, C. [2013], Earthmasters: the dawn of the age of climate engineering, New Haven, Yale University Press.

Higuchi, T. [2010], “Atmospheric nuclear weapons testing and the debate on risk knowledge in Cold War. America, 1945-1963”, McNeil, R. and C. R. Unger (eds.), Environmental Histories of the Cold War, New York, Cambridge University Press.

[United States] President’s Scientific Advisory Committee [1965], Restoring the Quality of our Environment.

Nexo con el tema que estudiamos: 

En tanto la geoingeniería no es sólo una técnología, sino una elección política y civilizatoria, es preciso conocer la geometría sociopolítica que determina sus avances y retrocesos como posible paliativo a la crisis climática.

Frente a los argumentos presentados en el texto, es necesario discutir la percepción de que la geoingeniería es una “solución” efectiva frente al cambio climático: su efectividad no está asegurada (la mayor parte de las técnicas no han sido probadas, por lo que su utilidad se mantiene en el plano de lo teórico) y puede tener muchos efectos no previstos (desde variaciones debidas a fenómenos naturales imprevistos hasta fallas mecánicas o errores humanos). De este modo, aun cuando a primera vista podría parecer prudente considerar a la geoingeniería como un plan B frente al cambio climático, cuando se reconoce su complejidad y la incertidumbre asociada a ella, se debe renunciar a su aplicación o, cuando menos, se deben establecer mecanismos regulatorios claros al respecto.

Resulta interesante la consideración hecha por las autoras en el sentido de que, puesto que la geoingeniería tiene efectos globales en el largo plazo, si su aplicación se da de forma unilateral o sin el consentimiento informado de la población del mundo, la geoingeniería es a la vez inmoral e ilegal. Por ello, es necesario impulsar la creación de mecanismos regulatorios internacionales que, invocando el principio precautorio, prohíban –o al menos regulen– los proyectos de geoingeniería (por lo menos hasta que se consideren sus impactos ambientales y sociales) y que permitan hacer frente de manera coordinada a los problemas que se eventualmente deriven de su aplicación.

Es necesario destacar el surgimiento de formas de resistencia no sólo frente a la geoingeniería sino frente a la devastación ambiental, que además se plantean alternativas integrales frente a la devastación capitalista del ecosistema planetario.