El contexto actual de Yemen es catastrófico, no solo su condición como el estado más pobre de la Península Arábiga y del Medio Oriente, marca las dificultades actuales. Yemen se encuentra atravesado por una intensa guerra civil (que enfrenta a los saudís con los Houthis), problemas inter-tribales y la intensificación de células yihadistas. La población ha sido gravemente afectada por estas dificultades sufriendo los efectos de una economía devastada y de una infraestructura sanitaria destruida que se ha reflejado en epidemias de cólera, hambruna, etc.

A pesar de la magnitud del desastre social en Yemen, el mundo parece ignorar este conflicto, primando la situación que acontece en Siria y otros estados del Medio Oriente. Es un riesgo ignorar los acontecimientos de Yemen ya que estos representan diferentes intereses de seguridad en juego: el mundo no puede permitirse la formación de un nuevo estado fallido que sea campo fértil para el terrorismo y cuya posición estratégica le de control sobre el Estrecho de Bab al Mandeb, paso obligado en la ruta entre el Golfo Pérsico y el Canal de Suez. Frente a estos intereses la influencia de Occidente dentro del conflicto es innegable, Estados Unidos y Arabia Saudita afirman que existen lazos de apoyo entre los houthis e Irán debido a que comparten el chiismo (sin embargo el chiismo iraní duodecimano es diferente al chiismo yemení) .

El inicio del periodo de conflicto se remonta a 2011, coyuntura marcada por los procesos de las Primaveras Árabes, que propició la salida del poder de Ali Abdullah Saleh en favor de Abd Rabbo Mansour Hadi y la iniciativa de construcción de una nueva Constitución (documento que proponía una República federal, un parlamento dividido entre el Norte y el Sur, y políticas que no aceptaron los Houthis, como su delimitación en una zona donde los recursos son escasos y no cuenta con una salida al mar) procesos que propiciaron el levantamiento houthis en 2014.

Para Estados Unidos la continuidad de la guerra en Yemen es una dificultad en contra de sus intereses por lo que es necesario que busque una solución a un conflicto que Arabia Saudita no puede ganar. Entre otras cosas se necesita reformar el aparato político yemení y evitar las posibles amenazas iraníes a Arabia Saudita. El mejor camino es el enfriamiento y el arreglo, no las bombas.

A pesar de esto la guerra se ha profundizado, para Irán este conflicto le ha posibilitado un accionar más intenso sobre otras regiones producto de toda la acción que dirige Arabia Saudita en Yemen. La guerra es también un distractor interno en un momento de reformas estructurales en Arabia Saudita, sin embargo el alargamiento de ésta tendrá repercusiones sobre la economía saudí.