Capitalismo big tech. ¿Welfare o neofeudalismo digital?

Cita: 

Morozov, Evgeny [2018], Capitalismo big tech. ¿Welfare o neofeudalismo digital?, Madrid, Enclave de libros, 276pp.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2018
Tema: 
Una perspectiva crítica de las grandes empresas tecnológicas y de sus tendencias
Idea principal: 

Evgeny Morozov es un escritor e investigador bielorruso que estudia las implicaciones políticas y sociales de la tecnología. Ha colaborado como columnista en los periódicos The Guardian, The New York Times y The Wall Street Journal. Es autor de The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom.


Introducción

Las grandes empresas tecnológicas que hacen uso masivo de los datos [big tech] se han convertido en las empresas con mayor valuación bursátil en la actualidad. Estas empresas tienen su sede principalmente en Estados Unidos, aunque cada vez adquieren mayor importancia las empresas chinas. El acelerado crecimiento de estas empresas ha sucedido en el marco de la supuesta e incierta recuperación de la crisis financiera mundial que estalló en 2008. De hecho, según el autor, han sido las grandes empresas tecnológicas las que han logrado mantener a flote la economía global.

Comúnmente se interpreta el auge de las big tech como una manifestación de un nuevo despegue de la economía mundial y de la capacidad de generar “una suerte de New Deal”, un nuevo acuerdo político y económico en el que las grandes empresas tecnológicas asumirían funciones que durante el siglo XX correspondieron al estado. Para el autor, en cambio, el crecimiento de estas empresas es “un síntoma de la crisis económica mundial, del debilitamiento de las leyes antimonopolio o de la privatización de servicios públicos y de otras funciones del Estado” (p. 14).

En la situación de crisis imperante desde 2008, las plataformas digitales han permitido que los consumidores accedan a servicios más baratos y que las personas tengan más oportunidades de ganarse la vida, aunque sea de forma precaria. Además, ante los bajos rendimientos de la mayoría de los instrumentos financieros, las plataformas tecnológicas han servido como receptáculos para enormes montos de capital de fondos soberanos e inversionistas institucionales en busca de rendimientos elevados.

Analistas de todo el espectro político comparten las interpretaciones que ven en la revolución digital la esperanza de una transición a un nuevo modelo económico. A contracorriente, Morozov sostiene que es probable que a largo plazo el sector de las tecnologías digitales multiplique las contradicciones del sistema actual y lleve a que muchos de sus elementos y relaciones se vuelvan aún más jerárquicos y centralizados. Por otra parte, en relación con la posibilidad de que las nuevas tecnologías digitales puedan traer consigo un cambio en el sistema económico, considera que “hay razones de peso para creer que la transformación sistémica se dirigirá hacia un modelo que, sin estar necesariamente determinado por el dominio de la lógica de la acumulación de capital, tampoco perseguirá el paradigma de un nirvana igualitario, ecológico y poscapitalista” (p. 16).

Morozov identifica que en el sector de las tecnologías digitales hay dos grandes grupos de empresas. En primer lugar, están las startups. Estas empresas son financiadas principalmente por inversionistas de capital de riesgo que esperan que las pérdidas en el corto plazo les aseguren una posición dominante en el futuro. Muchas startups comparten una misma estrategia de negocios: desarrollar tecnologías complementarias a las de los gigantes tecnológicos para que éstos las compren y las integren en sus “imperios de datos”.

El segundo grupo de empresas son los gigantes tecnológicos. Aunque los defensores de la economía digital suelen evadir la cuestión es claro que, a pesar de la gran actividad de las startups, son cinco grandes empresas (Apple, Google, Facebook, Microsoft y Amazon) las que dominan el mercado.

El resultado del auge de las plataformas tecnológicas ha sido el surgimiento de una especie de “estado de bienestar paralelo, privatizado y casi invisible en el que muchas de nuestras actividades cotidianas están fuertemente subvencionadas por enormes empresas tecnológicas” (p. 16). Según los principales portavoces de las grandes empresas digitales (como Hal Varian, economista en jefe de Alphabet), las nuevas tecnologías tienen una función igualadora, pues dan a los pobres las mismas oportunidades que a los ricos. La narrativa que ve en la economía digital un nuevo estado de bienestar y las posibilidades de un renovado auge económico toma como características permanentes de aquella, rasgos que probablemente sean sólo pasajeros (principalmente, la “gratuidad” de los servicios a cambio de datos).

Hasta ahora, el modelo de negocios de las plataformas tecnológicas ha consistido en ofrecer servicios gratuitos a cambio de datos de los usuarios (se conoce a este modelo como freemium, combinación de las palabras inglesas free, gratis, y premium, de alta calidad). Posteriormente, las empresas tecnológicas convierten esos datos en productos o servicios que venden a otras empresas (publicidad, software, etc.).

A pesar del éxito de este modelo, algunos inversionistas de riesgo están planteando la idea de que los servicios ofrecidos por las empresas tecnológicas deberían cobrarse, como sucede en el resto de los negocios. Esta exigencia de cobrar por los servicios está teniendo eco en las infraestructuras, productos y servicios del internet de las cosas. “Es muy posible que el modelo freemium –recibido por muchos como si se tratara de un nuevo tipo de capitalismo humano y humanitario que beneficiará a los pobres– haya sido en realidad sólo una etapa temporal y muy temprana de la transformación digital” (p. 20).

En la última década se han producido avances significativos en inteligencia artificial, en particular en una de sus ramas conocida como “aprendizaje automático”. Estos avances se han conseguido debido a que las empresas han aprendido a extraer grandes cantidades de datos a partir de todo tipo de actividades y a que han involucrado a millones de usuarios en el entrenamiento y aprendizaje de sus sistemas, lo que los ha vuelto más inteligentes. Esta gran capacidad para procesar información y aprender de ella, junto con otras tecnologías (reconocimiento de objetos, identificación de patrones), ha servido para el desarrollo de nuevos productos y servicios, que funcionan mejor conforme más información se les brinde. Ejemplo de ello son los autos que se manejan a sí mismos o el software que elabora diagnósticos médicos especializados.

Puesto que el desarrollo de las tecnologías de inteligencia artificial depende de la extracción de enormes cúmulos de datos, así como del uso y “entrenamiento” de las aplicaciones por parte de millones de usuarios, resulta claro que los gigantes tecnológicos son los únicos capaces de emprender estas transformaciones. Es probable que en el futuro el negocio de las grandes empresas no sea tanto la publicidad o la búsqueda, sino la oferta de “servicios inteligentes” a los ciudadanos o al gobierno. De producirse la “transición al modelo centrado en la inteligencia artificial” (p. 25), los gigantes tecnológicos cobrarían por el uso que se haga de los productos o servicios que ofrecen.

Además de haber utilizado todo tipo de fórmulas para extraer datos a bajo precio, las empresas big tech han recibido grandes apoyos monetarios del gobierno y de los militares para financiar sus innovaciones tecnológicas. Una consecuencia de lo anterior es que actualmente ni siquiera las instituciones gubernamentales pueden competir con los gigantes tecnológicos en capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos. Además, estas empresas cuyas tecnologías han sido subsidiadas ahora venden sus productos y servicios a precios elevados a los gobiernos y ciudadanos. “Esto no parece precisamente una transición a un modelo poscapitalista” y descentralizado (p. 26).

El supuesto implícito detrás de los relatos contemporáneos sobre la transformación digital es que la tecnología supone necesariamente progreso y que, por tanto, mientras haya mejoras tecnológicas, todos los cambios que ellas impliquen conducirán hacia un sistema más justo, progresista, horizontal y descentralizado. Para Morozov, esta suposición resulta infundada. El autor considera que la mayor difusión de las tecnologías digitales y el fortalecimiento de las jerarquías no son incompatibles. Un ejemplo de ello es Airbnb, la plataforma para rentar alojamiento. Cuando esta plataforma surgió se pensaba que debilitaría a los grandes consorcios hoteleros y a los grandes inversionistas inmobiliarios, en beneficio de los propietarios de viviendas modestas; no obstante, mediante acuerdos con grandes inversionistas inmobiliarios Airbnb ha hecho posible que estos fortalezcan su control sobre los inmuebles y amplíen su participación en el mercado.

El autor considera que “desde la perspectiva del capitalismo digital... hay demasiadas personas improductivas como para que pueda despegar y conducir a una prosperidad duradera” (p. 29). A diferencia de lo que sucedió en la década de 1930, cuando se utilizaron políticas keynesianas para estimular la ocupación, en la actualidad no se puede esperar un retorno al pleno empleo. La irrupción de la inteligencia artificial hace evidente que en el futuro no será necesario emplear a tantas personas como antes. Los directivos de las big tech parecen haber entendido muy bien esta situación; por eso respaldan propuestas como la renta básica universal (RBU).

La RBU, según Morozov, actuaría como una “subvención encubierta” para las empresas de Silicon Valley: en primer lugar, porque con el internet de las cosas estas empresas comenzarán a cobrar por los productos y servicios consumidos, con lo que una parte significativa de la RBU volvería a las manos de las corporaciones en forma de pagos; en segundo lugar, porque las big tech se han caracterizado por su afán de minimizar su carga fiscal y no contribuirían sustancialmente a financiar programas sociales tan ambiciosos. Además, existe enormes dificultades políticas para implementar programas de este tipo.

Morozov retoma a David Harvey y su noción de “acumulación por desposesión”, según la cual una vez que el crecimiento económico se desacelera, los ricos continúan enriqueciéndose mediante la redistribución de los recursos existentes. En la economía digital, la acumulación por desposesión significa, según el autor, que se despoja a la gente de sus recursos (servicios de salud públicos, transporte público, empleos estables) al mismo tiempo que se les proporcionan medios (plataformas, aplicaciones, etc.) altamente sofisticados pero accesibles para solucionar sus problemas.

***

Morozov concluye que aunque algunas características de la economía digital podrían parecer muy ‘poscapitalistas’ (se ofrecen servicios gratuitos a cambio de datos, se plantea la sustitución del salario por la renta básica universal, etc.), las jerarquías sociales tenderán a consolidarse y a exacerbarse. Para el autor, la economía digital se asemeja más a un “neofeudalismo” que al poscapitalismo: “las empresas big tech desempeñan el papel de nuevos señores feudales que controlan casi todos los aspectos de nuestra existencia al tiempo que establecen los términos del debate político y social” (p. 36).

En este nuevo sistema, la situación para los que no forman parte del 1% (el “excedente de población”) se caracterizará por la desigualdad, la aleatoriedad y la arbitrariedad. Aun suponiendo que reciban una renta básica universal, será difícil considerar su vida como satisfactoria y emancipadora. Y debido a que la mayor parte de los productos y servicios que utilizan inteligencia artificial comenzarán a cobrarse según su uso, es probable que muchos queden excluidos de servicios básicos como salud o transporte, que cada vez más son proporcionados por grandes empresas privadas.

Ante este escenario, el autor habla sobre la necesidad de “narraciones tecnoutópicas” que planteen visiones alternativas para la organización de la vida social. Considera que en los discursos tecnoutópicos que surgen de Silicon Valley no se hace un análisis complejo del carácter de la crisis contemporánea, lo que limita sus posibilidades. “Indudablemente, vale la pena luchar por un mundo poscapitalista, pero no si va a restablecer las peores formas feudales” (p. 38).

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

"¿Quién paga para que podamos navegar por la red? Cuidado con la última solución de Google".

"Silicon Valley explota el tiempo y el espacio para expandir los límites del capitalismo".

"Silicon Valley iba a transformar el capitalismo. Por ahora sólo lo está potenciando".

"Para controlar el poder de Google, los reguladores tienen que perseguir su propiedad de los datos".

Nexo con el tema que estudiamos: 

Al contrario de los discursos tecno-optimistas, el texto plantea una perspectiva crítica sobre las características, sujetos y tendencias de la economía digital. Entre los puntos más interesantes del texto se encuentran: su interpretación de las grandes empresas digitales en el marco de la mayor crisis capitalista de las últimas décadas (y, de su auge como un intento de hacer frente a la crisis tanto por parte de los capitalistas como de los trabajadores); la discusión sobre el "estado de bienestar privatizado" en manos de las grandes empresas tecnológicas; que pone de relieve que el modelo de negocios consistente en ofrecer servicios "gratuitos" a cambio de datos no es el único posible para las empresas tecnológicas y de hecho ya está siendo puesto en cuestión; que plantea que el advenimiento de la inteligencia artificial y el internet de las cosas transformará -tal vez de forma definitiva- la forma en que operan los gigantes tecnológicos.

Por otra parte, el argumento del autor sobre el “neofeudalismo” no es claro. Convendría revisar si en algún otro espacio plantea la idea con mayor profundidad.