Actualmente se puede observar la lucha entre grandes plataformas tecnológicas peleando por obtener la atención del consumidor. Esto lo hacen a partir de espacios independientes, los cuales buscan capital basándose en conocer gustos y el ocio de las personas.

Dentro de la economía global no es raro que grandes mediadores de la cultura se hayan transformado en agentes económicos esenciales, dando un giro hacia la comercialización de la cultura por medios electrónicos.
La influencia de grandes marcas culturales es cada vez es más intensa y llega a más personas. Sin embargo, esta manera de consumo cultural que en apariencia puede ser vista como simples archivos, trae de fondo una nueva forma de lectura a través de la inserción de nuevos conceptos como lo es canal, lista de reproducción, app, entre otras.

Las “plataformas culturales” invitan a pensar en nuevas formas de obtener conocimiento y cultura. Se han transformado en estructuras curatoriales, las cuales son administradas tanto por inteligencia humana como artificial.

Para todo lo anterior es necesario apoyarse de una lectura algorítmica de la realidad virtual, ya que es inútil tratar de entenderla sin observar el trasfondo que conlleva, como es el trabajo de curadores que conectan con códigos matemáticos que a su vez se relacionan con el código del arte y el entretenimiento. Por años se ha agregado el sufijo “teca” nombrando así a los lugares en donde se guarda algo en específico. Sin embargo, la palabra plataforma no contiene ese sufijo, además no sigue las normas de clasificación y búsqueda de la biblioteconomía y ciencias de la información.

Las “plataformas culturales” hacen que pensemos de forma algorítmica, a reinventar el análisis además de aprender a leer de nuevas formas. El periodismo, la academia y la crítica cultural deberán apostar por dejar el miedo a conocer a través de este medio si lo que desean es evitar en anacronismo.