Imperialism in the Anthropocene

Cita: 

Foster, John B, Holleman, Hanna y Clark, Brett [2019] "Imperialism in the Anthropocene" en Monthly Review, New York, Monthly Review Foundation, 71(3), Julio- Agosto, https://monthlyreview.org/2019/07/01/imperialism-in-the-anthropocene/

Fuente: 
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Lunes, Julio 1, 2019
Tema: 
El reacomodo del imperialismo ante el cambio climático
Idea principal: 

John Bellamy Foster es profesor de sociología de la Universidad de Oregón y editor de la revista Monthly Review. Escribe sobre economía política del capitalismo, ecología, crisis ecológica y teoría marxista.

Hanna Holleman es activista y profesora de sociología en el Colegio Amhrest, ubicado en Massachusetts.

Brett Clark es profesor asociado de sociología en la Universidad de Utah. Sus áreas de interés son ecología, economía política y ciencia.


El 21 de marzo del 2019 el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno (Anthropocene Working Group, por sus siglas en inglés) votó en favor de reconocer la existencia de la época del Antropoceno como una división más del tiempo geológico, caracterizándola como el periodo de tiempo en la historia del planeta Tierra durante el cual los seres humanos han ejercido una influencia decisiva sobre el estado, la dinámica y el futuro del sistema terrestre. El siguiente paso apuntaría a que la Comisión Internacional de Estratigrafía adopte de manera oficial la designación de la nueva época en el registró geológico durante los próximos años.

Todo esto es resultado del creciente consenso que se ha ido instalando en la comunidad científica internacional sobre el quiebre cuantitativo y cualitativo que se dio con las épocas geológicas previas a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando la Gran Aceleración económica y la época dorada del capitalismo tomó lugar inmediatamente después de que sucedió la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, el consenso de la comunidad ha venido girando en torno a la reducción de las escalas asociadas a las transiciones entre épocas geológicas, las cuales tomaban millones de años y ahora toman décadas o centurias debido a la acción humana. Con base en esto, el Antropoceno significa un quiebre agudo con la época relativamente estable que representó el Holoceno, temporalidad que marcó el final de la última era de hielo, aproximadamente 11 000 o 12 000 atrás.

Los cambios de época asociados al inicio de la Gran Aceleración y al sostenimiento de la Guerra Fría a partir de la década de los años 50, incluyen la expansión de radionucleidos que se produjeron durante las pruebas con bombas termonucleares como uno de los marcadores principales que sustentaron el inicio del Antropoceno. Sin embargo, la quema de combustibles fósiles, las emisiones de dióxido de carbono, la acidificación de los océanos, la disrupción de los ciclos de nitrógeno y fósforo, así como la contaminación ambiental, entre otros, son factores que también contribuyeron a apuntalar el inicio de esta nueva periodización.

A medida que aumenta el consenso sobre las implicaciones ambientales que conlleva el Antropoceno para el sistema planetario, también aumenta el consenso sobre el papel que juega la expansión de la economía global capitalista en la conformación de esta emergencia planetaria. Dado que el capital en sí mismo representa una relación social en la cual lo que se busca es la autoexpansión del valor económico, el sistema de acumulación capitalista -basado en la explotación de clase y en las leyes de movimiento impuestas por la competencia del mercado- no reconoce limites en su afán de lograr su propia autoexpansión.

Es dentro de este marco conceptual que el medio ambiente no representa más que un reino a ser explotado en favor de maximizar el proceso de expansión económica que busca la adquisición ilimitada de ganancia -mucha de la cual termina en unas pocas manos-. Debajo de esta locura de racionalidad económica impulsada por el capitalismo, se pone en marcha no solo el socavamiento de una relación metabólica sana entre el ser humano y el medio ambiente, sino también los limites inherentes del planeta, y, por ende, la existencia del sistema mismo.

Con todo, los problemas del actual impasse en que se encuentra la civilización no pueden ser atendido cabalmente si la crítica se centra meramente en el capitalismo como un sistema económico en abstracto. Ante esto, resulta necesario examinar las estructuras de acumulación de capital a escala mundial en conjunto con la división del mundo en estados-nación que compiten mutuamente.

Imperialismo tardío y el Antropoceno

Las transferencias de valores de uso que se da desde los países periféricos o del sur global, y que usualmente tomar la forma de rentas imperialistas de las cuales se extraen lucros extremadamente altos, ha significado la devastación para los países pobres que son objeto de procesos de despojo, expropiación y devastación ecológica. El fenómeno de saqueo y robo ecológico, presente en diferentes grados y extendido prácticamente a todos los recursos naturales que son extraídos desde el sur, encuentra en las corporaciones multinacionales a uno de sus actores principales, las cuales despliegan mecanismos de control imperial mediante el predominio de la esfera del capital financiero en las cadenas globales de suministro de commodities.

La intensificación en la transferencia de materias primas desde los países pobres hacia los países ricos ha arrojado cifras que demuestran el grado de dependencia que los países centrales han desarrollado para satisfacer las necesidades de la demanda final de sus economías. Mientras que durante el año 2008 cerca de 70 millones de toneladas de materias primas fueron extraídas alrededor del mundo, aproximadamente el 40% de dicho monto tuvo como finalidad el sostener el intercambio comercial en otros países como Estados Unidos, Reino Unido y Japón, países ricos con los índices más altos de importación de materias primas. Tal patrón de desarrollo deja pésimos resultados para los países productores de materias primas, pues además de que los beneficios de los recursos naturales son transferidos hacia los países ricos, los países pobres absorben los costos ambientales que implica sostener tal dinámica, especialmente aquellos relacionados con el manejo de los desechos y el flujo de materiales auxiliares.

Los efectos del imperialismo ecológico también se hacer sentir en el ámbito marino. Dado que la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 permitió a algunos países el establecimiento de zonas económicas exclusivas en terreno marítimo, tal situación abrió la puerta para que algunos países tuvieran mucho más mar que tierra dentro de su jurisdicción territorial, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido y algunos estados insulares. La posesión de tecnología y capital para explotar dichas áreas, representa un punto a favor para el desarrollo de los intereses de países imperialistas y el régimen de privatizaciones que priva en la administración de los bienes que están al interior del océano.

Por su parte, la adopción de “límites aceptables” en las emisiones de dióxido de carbono por parte de la comunidad internacional es igualmente indicativo de la catástrofe que el imperialismo ha significado para el cambio climático asociado al Antropoceno. Todos los esfuerzos y acciones consensuadas por parte de los actores internacionales en favor de limitar el aumento de la temperatura global, giran en torno a evitar que la concentración de partículas de carbono llegue a 450 partes por millón (ppm), situación que representaría no solo el pasaje a una temperatura de 2°C, sino también hacia un escenario catastrófico para el cual no habría retorno posible. Aunque la cantidad actual de carbono presente en la atmósfera es de 414 ppm, 60% del estimado permitido para evitar dicha catástrofe, el ritmo actual de emisiones abre la posibilidad de alcanzar el punto de no retorno hacia el año 2035, fecha en que se estima hayan sido colocados en la atmósfera cerca de un trillón de toneladas métricas de carbono.

La principal responsabilidad de que dicha tendencia continúe al alza se encuentra la actividad productiva que desarrollan países y regiones como Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia y Europa, a los cuales corresponde 61% de las emisiones de carbono; continúan China e India con 13%; Rusia con 7%; mientras que el resto del mundo contribuye con el 15% de las emisiones acumulativas. Este panorama contraviene lo contraído por los países signatarios del Protocolo de Kioto, el cual establece la obligación de los países más ricos de reducir drásticamente sus emisiones antes que los países con menos emisiones.

Paradójicamente, a pesar de que los países situados en las latitudes más bajas del mundo son los menos responsables por el estado actual de la crisis climática, en un futuro no muy lejano podrían ser los más afectados por las amenazas vinculadas a los cambios en las condiciones del sistema Tierra. Estudios como el de la revista Enviromental Research Letters publicado en el año 2011, arroja que regiones como la tropical o la subtropical, al igual que el Oriente Medio, serán las más vulnerables ante los aumentos de temperatura y la intensificación de las sequías. Asimismo, el aumento en los niveles del mar, la pérdida del suministro de agua proveniente de las montañas y la perdida de la estabilidad en los bosques tropicales, pondrán en situaciones de riesgo a países como Bangladesh y Vietnam, así como India y China, respectivamente. En contraste, aunque las regiones localizadas más al norte, usualmente las más ricas, podrían enfrentar situaciones como el incremento en la intensidad de las tormentas, sequías y olas de calor, en algunos casos el promedio de su temperatura podría moverse hacia los niveles óptimos globales.

Sin embargo, las afectaciones desproporcionadas y su impacto en las regiones ubicadas más hacia el sur tienen que ver más con la exacerbación de las condiciones de pobreza y de las condiciones globales de inequidad. Un análisis de la Revista Nature considera que para el año 2100 el ingreso en los países pobres se reducirá un 75%, situación que contrasta con la de los países ricos que experimentarán aumentos de un 20%. En este caso, la combinación de condiciones ambientales y factores sociales sugeriría que existen “penalidades inducidas” en los países pobres y “beneficios inducidos” en los países ricos, estos últimos con la ventaja de contar con gran riqueza y acceso a recursos para hacer frente a las afectaciones.

Todo este panorama reseñado abre dos frentes de suma importancia para la supervivencia del imperialismo que se despliega desde el norte y que se apoya sobre las bases de los poderes económicos y militares: los desafíos en materia de seguridad global que se abren con las vulnerabilidades en el sur y cómo pueden ser explotados en aras de incrementar el dominio imperial. En este sentido, la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos representa el ejemplo más acabado sobre cómo se está desplegando una estrategia que conjunta los intereses económico- militares en favor de asegurar el dominio energético y la expansión de los combustibles fósiles como palanca geopolítica y geoeconómica. El consecuente aseguramiento de las cadenas globales de recursos como el agua y combustibles fósiles, las líneas de suministro, al igual que el robustecimiento de la fortaleza americana y las operaciones militares que mantengan la hegemonía en circunstancias cambiantes, son aspectos que complementan dicha dinámica de reposicionamiento del imperialismo.

Imperialismo Energético

El contexto de perturbación ecológica planetaria ha significado una disyuntiva para el ejercicio de dominio imperial de Estados Unidos, particularmente en lo referente a los planteamientos que vinculan la explotación de los combustibles fósiles con la emergencia y recrudecimiento de la crisis del Antropoceno. Tal situación ha permeado la estructura militar norteamericana y su visión estratégica sobre el cambio climático, al considerarla como una amenaza múltiple que comprende aspectos como inestabilidad política, efectos negativos en la disponibilidad de agua y comida, colapso económico en naciones vulnerables, migración masiva y afectaciones a las cadenas globales de suministro, especialmente aquellas que proporcionan materiales estratégicos.

La concepción general que atraviesa a todos estos aspectos no es otra que la noción de amenaza a la soberanía norteamericana. Las criticas sobre el papel de los combustibles fósiles en la gestación de esta crisis climática apuntan directamente a minar el sostén básico de su economía, al de sus empresas transnacionales y su dominio geopolítico. Es por este motivo que la estrategia de dominio energético impulsada por el presidente Donald Trump ha sido catalogada como central en los objetivos establecidos de seguridad nacional. Parte de esta tendencia se puede rastrear desde la presidencia de Barack Obama y el levantamiento de las limitaciones a la exportación de crudo bajo su mandato, debido a que la técnica del fracking permitió incrementar hasta por cuatro la producción de petróleo y gas. Esta situación brindó un margen de acción geopolítica importante al disminuir su dependencia de las potencias petroleras, escenario que al mismo tiempo permitió imponer sanciones a países como Venezuela, Irán y Rusia.

Simultáneamente a las conversaciones que se dan tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo sobre la necesidad de implementar un New Green Deal, la expansión de infraestructura para la producción y distribución de combustibles fósiles continúa creciendo desmedidamente. Tan solo la construcción de gasoductos para conectar las refinerías con las terminales de exportación a lo largo de la región norteamericana se ha triplicado desde 1996, situación que significa un costo total de 232 mil millones de dólares, mientras que si se atiende la expansión total global de la infraestructura relacionada con petróleo y gas la cantidad aumenta a 1 billón de dólares. De seguir con los precios y políticas actuales se estima que la demanda de gas natural aumente 55 por ciento, mientras que la del petróleo se estima se incremente 26 por ciento.

Pese a que este escenario representara una disminución del horizonte con el que se cuenta para realizar acciones contra el cambio climático, al representar la colocación de cerca de 500 mil millones de toneladas de dióxido de carbono para el año 2040, la administración de Donald Trump ya ha hecho su apuesta por la continuidad y expansión de los negocios de las industrias relacionadas con la explotación de petróleo, gas y carbón. Tal como declaró en el año 2017: “la industria de los combustibles fósiles ha salvado la soberanía de Estados Unidos”.

Esta apreciación también es compartida por la Estrategia Nacional de Seguridad lanzada en el año 2017, la cual considera que el dominio energético es un aspecto fundamental no solo para minar la agenda contra la expansión de los energéticos fósiles, sino para asegurar una mejor posición en un sistema global altamente competitivo. Esto pone de manifiesto que la “militarización de la política energética” no se basa tanto en un desconocimiento de las consecuencias que implica el cambio climático y el Antropoceno, sino en el incremento del poder imperial a partir de la maximización de los combustibles fósiles y del bloqueo de cualquier revolución energética posible que socave los intereses económicos y de seguridad energética norteamericanos.

Imperialismo Hídrico

Si bien el ámbito energético se torna un factor estratégico para los Estados Unidos en el desarrollo de este desastre ecológico, la aceleración y disrupción de los ciclos globales del agua son un tema que ocupa el mismo nivel de preocupación en los objetivos geopolíticos norteamericanos. En el presente contexto económico imperial, las afectaciones en la disponibilidad del agua se convierten en un elemento a considerar no solo por hecatombes sociales que podrían desencadenarse como producto de la falta de provisión de líquidos y alimentos, sino por los cambios geoestratégico que podría dibujase bajo la erigida del Antropoceno.

En tanto que la deforestación, la extracción no sostenible del liquido y el derretimiento de los glaciares ubicados en las montañas, se convierten en factores que pueden alterar los ciclos lluviosos alrededor de las distintas regiones del mundo, el aseguramiento y control de las zonas altamente rica en recursos críticos para el sostenimiento de la vida se vuelve un elemento fundamental en la persecución de los intereses de seguridad. Para asegurar esto, los analistas de política exterior han señalado la necesidad de realizar un acercamiento muchos más agresivo a los intereses estratégicos relacionados con el agua, vinculando al gobierno y sector privado en aras de asegurar la ventaja global frente a competidores directos como China. La justificación radica en que el dominio ejercido sobre estos recursos incrementará la hegemonía sobre las regiones y la capacidad para ejercer el llamado “soft power”, especialmente en condiciones de aumento de escasez de agua.

Así lo considera el reporte sobre Seguridad Mundial del Agua que elaboró la Oficina del director de Inteligencia Nacional en el año 2012, a lo largo del cual sobresalen los riesgos y áreas de oportunidad vinculadas a las cuencas fluviales alrededor del mundo. Si bien los problemas de escasez representarán un obstáculo para el crecimiento económico y los objetivos de las políticas estadounidenses, las áreas de oportunidad provendrán del conocimiento y tecnología con que cuentan el país norteamericano para hacer frente a los problemas de agua, mientras que los negocios norteamericanos incrementarán debido a las exportaciones agrícolas hacia las regiones menos autosuficientes gracias a la falta de agua dulce.

La misma premisa continúa en el reporte sobre Seguridad Mundial del Agua elaborado en 2017 bajo la presidencia de Donald Trump, en el cual se avizora el involucramiento de los Estados Unidos en asuntos relacionados con el agua como punto de entrada para la penetración del núcleo de los valores democráticos. Asimismo, este ámbito representa el canal perfecto a partir del cual alentar a las instituciones globales y organizaciones para promover políticas y enfoques alineados con los intereses norteamericanos. Es bajo esta óptica que la ayuda foránea y la asistencia estratégica son consideradas como herramientas valiosas para desplegar intereses en contextos de crisis hídricas.

No obstante, para algunos analistas pertenecientes al Wilson Center los esfuerzos realizados en este terreno por la administración Trump son insuficientes. Bajo el ímpetu de establecer una “diplomacia hídrica”, tales analistas han llamado a establecer una iniciativa público-privada para la creación del Centro para la Prevención de los Conflictos Hídricos, organismo mediante el cual se abriría un área inexplorada para el gobierno relacionada con la administración de los balances de poder en áreas críticas, al mismo tiempo que el sector privado vería apalancada su posición para aprovechar las oportunidades económicas privadas.
Las consecuencias de no acatar esta iniciativa, advierten, radicarían en el declinamiento de la presencia norteamericana, particularmente en el continente asiático. Dado que China controla las fuentes de agua que se almacenan en la meseta tibetana, las modificaciones producidas en el medio ambiente podrían provocar un alineamiento de los países vecinos para con el gigante asiático, además de promover la creación de una región con un liderazgo multipolar.

Extintion Rebellion

Existe poca conciencia en la actualidad sobre el papel que el imperialismo desempeña como fuerza activa que maquina en contra de la gestación de una revolución ecológica. Este ha sido uno de los mas grandes errores de los movimientos ecológicos occidentales, dado que no colocan el asunto del imperialismo y su conexión con el Antropoceno en el centro de sus análisis. Ignoran que el imperialismo del siglo XXI representa la fase exterminadora del capitalismo.

Si bien cualquier crítica hacia el capitalismo contemporáneo tiene que incluir necesariamente el ejercicio imperialista como factor elemental de la actual crisis de época que se vive, el análisis simplemente no puede parar ahí; la confrontación con el monopolio generalizado del capital financiero a escala global, así como la división del mundo entre centro-periferia y norte-sur, también deben ser elementos que deben ser considerados en aras de comprender y encarar la forma histórica que adquiere en el siglo XXI.

Este sentido de una realidad materia global compartida, es uno de los factores que se encuentra detrás de las manifestaciones que llevan a cabo, tanto el movimiento británico Extintion Rebellion como las huelgas de estudiantes que suceden alrededor del continente europeo, pues la comprensión del papel histórico que desempeñan que las naciones mas ricas en la gestación de esta crisis civilizatoria es un elemento que comprenden particularmente las generaciones más jóvenes.

Si bien esta situación representa, en palabras del psicólogo Robert J. Lifton, la emergencia de una conciencia sobre las especies que replantea el papel del ser humano y su conexión con las demás especies, las posibilidades que conlleva este “giro” necesitan ser retroalimentadas por el reconocimiento del capitalismo en su forma más concreta, más intensiva y más mortífera, tal y como se encarnan en el actual sistema global imperialista. No puede existir una revolución ecológica en la actualidad que prescinda de llamarse antimperialista y que no extraiga su poder de la enorme masa de la humanidad que sufre.

Datos cruciales: 

1. A nivel global, bancos, inversores de capital y tenedores de bonos están en proceso de colocar cerca de 600 mil millones de dólares para expandir el sistema de gasoductos, proyecto que contempla la construcción de alrededor de 300 gasoductos en todo el mundo. Si se toma en cuenta la expansión total de la infraestructura a nivel global, la cantidad aumenta a 2.9 billones de dólares.

2. ExxonMobil, empresa norteamericana líder en el negocio del petróleo, ha declarado que para el año 2025 planea aumentar su producción de petróleo y gas en 25 por ciento mas respecto a los niveles que manejó durante el año 2017.

3. Reconociendo el potencial que alberga el dominio y control de los recursos naturales en un contexto de escasez, corporaciones e inversionistas han estado realizando compras de terrenos para cultivo con acceso a cuerpos de agua dulce. En décadas recientes, 66 por ciento de estas compras han sido adquiridas en países con altos niveles de hambruna.

4. De acuerdo con un estudio de la revista Science Advances cerca de 4 mil millones de personas alrededor del mundo enfrentan condiciones de sequía por lo menos un mes al año; aquellas que enfrentan condiciones severas de sequía en un periodo de entre 4 y 6 meses van desde los 1.8 mil millones a los 2.9 mil millones de personas; mientras que aquellas que enfrentan sequía extrema durante el resto del año rondan los 500 millones de personas.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El articulo brinda algunos apuntes importantes para pensar el papel que desempeñas las potencias globales, los aparatos militares y las empresas transnacionales en la gestación de esta crisis civilizatoria, pues tal como se describe a lo largo del texto, el reacomodo imperialista girara en torno a la búsqueda voraz de bienes naturales y al aseguramiento de aquellos centros estratégicos que se encargan de provér a las líneas de producción de los países centrales. En este sentido, el desarrollo de la actividad bélica como punta de lanza para la apertura de nuevas actividades económicas se antoja como un elemento clave en el desarrollo de esta crisis inducida.