Disaster capitalism. Making a killing out of catastrophe

Cita: 

Loewenstein, Antony [2015], Disaster capitalism. Making a killing out of catastrophe, Nueva York, Verso, 695 pp.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2015
Tema: 
Privatización de la guerra y crisis medioambiental en el capitalismo del siglo XXI.
Idea principal: 

Antony Loewenstein es un periodista e investigador freelance de nacionalidad australiana y alemana que ha publicado escritos para periódicos como The New York Times, The Guardian, Haaretz, The Washington Post, entre otros. De sus libros publicados destacan My Israel Question (2006), sobre el conflicto entre Palestina e Israel; y The Blogging Revolution (2008), sobre el impacto de internet en los países con regímenes represivos.


Introducción. La economía Mad Max

Antony Loewenstein presenta una recopilación de distintos registros periodísticos y académicos que muestran que fenómenos como la catástrofe ambiental, la desigualdad económica, la ideología privatizadora y el auge del poder de las corporaciones por encima del estado no pueden entenderse sin explicitar el marco capitalista en que se desenvuelven.

Loewenstein comienza refiriendo el trabajo de Jorgen Randers, Los límites del crecimiento, donde se advirtieron las consecuencias catastróficas del límite de los recursos para la población y el crecimiento económico. En opinión del autor, el libro de Randers evidenció el desafío para las normas inherentes del capitalismo. Ya en el siglo XXI, el propio Randers afirmó que en el panorama internacional no hay incentivos para producir un mundo más equitativo. “El sistema mercantil garantiza injusticia y recompensa la avaricia” (p. 15).

Dada la experiencia de la crisis económica de 2008, la tesis de Loewenstein es que “el sistema está amañado” (p. 17). Retomando las declaraciones de Matt Tabbi, escritor en The Rolling Stone, durante las acciones del movimiento Occupy Wall Street en 2012, Loewenstein afirma que el capitalismo contemporáneo se define como una gigante institución financiera corrupta en la que los intereses de los gobiernos federales de los estados están cada vez más articulados y concentrados con los intereses financieros privados.

El ascenso del poder privado frente al papel del gobierno, continua Loewenstein, es la ideología del capitalismo que provoca una “disarmonía social”. Se trata de una tendencia muy desarrollada en Estados Unidos, pero que ya tiene un alcance mundial. Asimismo, se menciona que no solo los estados extienden tal práctica, sino que es promovida por algunos organismos internacionales.

En efecto, Loewenstein indica que el Fondo Monetario Internacional domina el mundo con los bancos de las élites occidentales. Presiona a las naciones a la privatización de sus recursos y apertura de sus mercados a empresas multinacionales. “La privatización en masa que resulta garantiza corrupción en las autocracias” (p. 21). Pero, por otra parte, también se menciona que la resistencia a tales presiones es una de las principales razones por la que algunos países de América Latina son más independientes desde el año 2000.

Un caso que condujo la política de privatización al exceso es el de Maywood, una ciudad de California, donde la alcaldesa interina Angela Spaccia declaró que todos los trabajadores municipales y el departamento de la policía se convertirían en empleados de empresas privadas. “Nos convertiremos en una ciudad 100% de contrato” (p. 21).

Loewenstein señala que: “Décadas de retórica anti-gobierno reclamando que el pago de impuestos es dinero perdido, han convencido a los votantes que las corporaciones conocen mejor, asunto que explica por qué una campaña en contra del capitalismo depredador es tan difícil de mantener” (p. 21).

De cualquier manera, Loewenstein afirma que existe una importante oposición hacia tales prácticas del capitalismo. Hay un sector de la población que se está dando a la tarea de estudiar el capitalismo en las universidades, sobre todo, en el problema sobre las tensiones entre la democracia y la economía capitalista. Se pone como ejemplo al éxito mediático de la publicación de El capital en el siglo XXI de Thomas Pikkety; esto indica que “el público sabe que hay un problema” (p. 23).

Incluso en 2014 el think-tank líder del mundo, la OCDE, hizo un llamado de atención a la comunidad internacional para incrementar los impuestos a la gente más rica y, de esa manera, ayudar al 40% de la gente más pobre. Se suscitaron reacciones como las de Gillian Tett que en Foreign Policy, una revista del establishment, proponía establecer un “debate honesto” sobre la redistribución de la riqueza.

Pero una de las perspectivas más críticas sobre el capitalismo es, según Loewenstein, la de Naomi Klein, periodista canadiense. La postulación del término “capitalismo del desastre” en La doctrina del shok (2007) le parece a Loewenstein muy adecuado para sintetizar la privatización, la desregulación gubernamental y, principalmente, la práctica de imposición de recortes al gasto público cuando desastres naturales o humanos han ocurrido.

Loewenstein reconoce que la práctica de privatización del gobierno tiene décadas de existencia, sin embargo, señala que desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 se ha agudizado en Estados Unidos “porque la administración de Bush vio su “guerra contra el terrorismo” como un favor para el sector privado” (p. 25). Ahora prácticamente todas las guerras y respuestas a desastres naturales o humanos en Estados Unidos son de naturaleza privada. En el terreno ideológico se implementan los cambios por vía de la fuerza.

El “capitalismo depredador”, continua Loewenstein, no sólo lucra con el desastre, sino que muchas crisis han sido mantenidas para alimentar a las industrias que tienen participación financiera.

Ahora bien, Loewenstein indica que puede ser discutible la afirmación de que las corporaciones son fundamentalmente más poderosas que los estados-nación, sin embargo, los estudios sobre la vinculación entre los estados y las corporaciones han dejado de utilizar una perspectiva que privilegia el papel estatal. Por tanto, más que negar al estado, se trata de poner atención en los actores no estatales.

En este sentido, Loewenstein trae a colación el libro No logo de Klein para resaltar el papel de las corporaciones en el desarrollo del capitalismo mundial y en las manipulaciones de las conductas individuales de consumo. Asimismo, con Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima se muestra que sin la reducción significativa de las emisiones globales de carbono, de la que muchas corporaciones son responsables, el mundo podría dejar de existir tal y como lo conocemos. También se menciona que para Klein la responsabilidad es compartida por el exceso de consumo.

Debe existir un alto a las corporaciones que causan el principal daño medioambiental. En palabras de Goerge Monbiot, columnista en The Guardian, Loewenstein afirma que es necesaria una “movilización democrática contra la plutocracia” (p. 27). El desastre involucra a las corporaciones que agudizan las crisis para posteriormente venderse a sí mismas como las únicas entidades posibles de resolverlas.

El autor percibe su libro como un ejercicio de “escrutinio de un sistema económico que prospera a través del caos ordenado y la autocracia” (p. 29). Va en contra de todos los periodistas que se niegan a demandar transparencia o desafiar al capitalismo. Se trata de un sector que después del 9/11, según Loewenstein, fue presionado por el gobierno y el ejército para extender la idea de que los inversionistas y los líderes políticos son más importantes que los individuos y sociedades que son afectados por ellos. Por tal motivo, el libro se destina a evidenciar experiencias de personas que han sido invisibilizadas por la opinión pública y las políticas de los capitales occidentales.

Pero “el capitalismo depredador no solo afecta al mundo en desarrollo. Muy seguido, las políticas que fueron intentadas y fracasaron en las naciones pobres son aplicadas en las naciones ricas en momentos de profunda vulnerabilidad” (p. 33). Por ejemplo, Loewenstein menciona el caso del terremoto y tsunami de 2011 en Japón donde las élites aprovecharon la situación para hacer un llamado a una “reforma” del país, esto es, una privatización masiva que permitiera a las grandes firmas volver a reconstruir las zonas afectadas por el desastre y, a cambio de ello, verse libres del pago de impuestos.

Loewenstein indica que para la escritura de su libro visitó distintos países para poner en evidencia los caos de los empresarios que lucran con el desastre, los cazadores de recursos, los contratos de guerra y las asistencias “humanitarias” interesadas.

Se divide el libro en dos partes:

1) Los casos de una explotación desmedida: Pakistán y Afganistán, Grecia, Haití y Papúa Nueva Guinea. Son países que sufrieron las políticas de determinadas facciones políticas para enriquecer únicamente a la élite local y entidades extranjeras.

2) Los casos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, países ricos de occidente que dictan las condiciones económicas al mundo para su propio beneficio y castigan a los sectores más vulnerables de sus propias sociedades. Particularmente se examina cómo es que Estados Unidos y Gran Bretaña son los países líderes del mundo en la privatización de las prisiones y la industria de detención.

Se hace la advertencia de que cada país analizado es cultural, política y socialmente distinto. Pero que el hilo conductor que permite integrarlos en un estudio particular es que son problemáticas que derivan del poder destructivo de la ideología y práctica de las corporaciones.

Loewenstein afirma que las administraciones tanto republicanas como democráticas de Estados Unidos se mueven bajo la ideología de que “el mundo es un campo de batalla” (p. 41). Los documentos filtrados por WikiLeaks en 2010 así lo confirman. La “guerra contra el terrorismo” ha significado, continua Loewenstein, que las corporaciones puedan lucrar con el miedo: la firma US CACI es proveedora de interrogadores a la prisión iraquí Abu Ghraib; Boeing, la firma aeroespacial más grande del mundo, brinda vuelos de rendición; Lloyds Banking Group invirtió en una compañía dedicada a trasladar individuos a lugares peligrosos del mundo; etcétera.

Generalmente las guerras son peleadas para abrir nuevos mercados. Incluso la propia ONU ha establecido contratos con firmas de mercenarios como DynCorp y G4S para continuar con actividades bélicas en lugares estratégicos. En Afganistán existen 40 mil contratistas privados pagados por el Departamento de defensa de Estados Unidos para mantener el sitio de guerra. Recientemente, en 2014 los intereses privados se mostraron muy atentos a la declaración de guerra de Washington contra el Estado Islámico.

Todo esto lo menciona Loewenstein para afirmar que la guerra está lejos de terminar y que la democracia se está erosionando. Por ello es necesario revelar al mundo la situación actual “pero también insistir que las alternativas son posibles” (p. 43).

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

1. Pakistan and Afghanistan: "Looking for the new war".
6. The United Kingdom: "It's the outsourcing of violence".

Nexo con el tema que estudiamos: 

El libro de Loewenstein brinda estudios de caso que evidencian las nuevas subjetividades de la guerra en la economía capitalista del siglo XXI. Es otro registro más que contribuye a afirmar que una de las hipótesis del proyecto es correcta, a saber, la dirección de la economía mundial está dada por las corporaciones. Asimismo, el texto permite ampliar la discusión sobre la privatización de la guerra a través de las experiencias de Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia.