Fossil Capital. The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming

Cita: 

Malm, Andreas [2016], Fossil Capital. The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming, Nueva York, Verso, 348 pp.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2016
Tema: 
Historia del capital fósil (caso de Gran Bretaña) y sus tendencias contemporáneas (caso de China).
Idea principal: 

Andreas Malm es profesor de ecología humana en la Universidad de Lund, Suecia y es miembro del cuerpo editorial de la revista Historial Materialism. Su libro Fossil Capital fue premiado con el Isaac and Tamara Detuscher Prize y está basado en su tesis doctoral defendida en 2014.


Capítulo 13. Capital fósil: La base energética de las relaciones de propiedad burguesa

El fuego perpetuo de la acumulación

La esencia de las “relaciones de propiedad”, afirma Andreas Malm, consiste en ser una “matriz de posiciones para los miembros de la especie vis-a-vis los medios de producción” (p. 193). El ser humano organiza su metabolismo a través una división interna irreductible, a saber, una relación mediada por instrumentos con la naturaleza.

Previo a la sociedad moderna, los seres humanos estaban unidos socialmente con sus medios de producción. Los granjeros y los artesanos eran propietarios de sus herramientas de trabajo. Sin embargo, “la propiedad capitalista comenzó cuando ese vínculo fue roto” (p. 194). Los granjeros y los artesanos se volvieron propietarios de su capacidad para desempeñar un trabajo, y nada más. En cambio, otro polo de la sociedad se volvió una clase con el monopolio de los medios de producción como activos privados. “Un divorcio histórico ocurrió, donde los productores y los medios fueron separados unos de otros” (p. 194).

Dicha separación, continua Malm, funda las relaciones de propiedad capitalistas. Lo característico de estas relaciones es que continuamente impulsan una reunión momentánea de los productores y los medios de producción a través de un intercambio equivalente que reduce todas las cualidades materiales y personales a unidades dinerarias. La fórmula que sigue ese proceso, dice Malm siguiendo a Marx, es Mercancía-Dinero-Mercancía (M-D-M). Pero como la intención de las relaciones de propiedad capitalista es producir más dinero, las unidades dinerarias involucradas en el intercambio deben diferenciarse cuantitativamente. Así, la fórmula completa es D-M-D’, donde la D’ significa una cantidad de dinero mayor que D. El agente ha realizado una ganancia. “Este es el propósito del proceso, y dada la grieta entre la fuerza de trabajo y los medios de producción como mercancías en el mercado, no puede haber otro” (p. 195).

Una vez determinado que el objetivo del agente en tanto capitalista es la ganancia, Malm indica que el único modo en el que el capitalista industrial pueda generar la ganancia es dar un “desvío por la naturaleza” (p. 195), esto es, realizar una versión del “metabolismo entre el ser humano y la naturaleza”. Las propiedades físicas de la naturaleza no son apropiadas por sus cualidades en sí, sino por su capacidad de ser intercambiadas por dinero.

Malm afirma que el concepto marxiano de “sustrato material” es crucial. Todo valor de cambio descansa sobre la base de los recursos biofísicos. “La producción de mercancías es la producción de valor de cambio a través de las naturaleza” (p. 195). La naturaleza es un sustrato subordinado bajo una “lógica puramente cuantitativa”.

La fórmula del capital industrial es D-M(FT, MP)...P...M’-D’. La producción (P) es un metabolismo altamente regulado. Los recursos naturales se ponen en las manos de los trabajadores para que los apliquen, refinen y transformen. El proceso de producción es un ciclo ilimitado de generación de ganancia para el capitalista. “El capital es, por naturaleza, cuantitativo: no reconoce un punto de término” (p. 196). Este metabolismo reconvierte la ganancia en recursos productivos para la expansión de la reproducción, esto es, acumula capital.

La acumulación de capital necesita una aceleración del rendimiento del material de trabajo y, por tanto, involucra más cantidades de recursos biofísicos que son retirados de la naturaleza para ser usados, degradados y, de nuevo, descargados sobre ella. La espiral de la acumulación es “autosustentable” en el sentido de que entre más acumula el capitalista, más amplía su capacidad de acumulación futura. “Cuantos más recursos biofísicos haya retirado para obtener ganancias, más podrá retirar en la siguiente ronda” (p. 196). Tal es el curso ecológico del crecimiento.

Por lo anterior, Malm se pregunta si es posible imaginar obtener ganancias a través de una producción limitada, esto es, de la “reproducción simple”, como la denomina Marx, o de “estado estacionario”, como lo llaman los economistas ecológicos. En lugar de responder inmediatamente si es posible o no tal “producción limitada”, Malm se dedica a poner sobre la mesa los elementos que se deberían considerar para proponer una respuesta.

En primer lugar, advierte que el rendimiento constante de la economía no es de suyo ecológico pues puede ser dañino en indicadores como las emisiones de CO2, “el crecimiento sólo empeora las cosas” (p.197). Pero, por otro lado, fijar la producción significaría que las ganancias del ciclo no pueden ser reinvertidas en otro ciclo nuevo de producción, es decir, contratando más trabajadores y adquiriendo más medios de producción. Dicho beneficio tendría que ser consumido o devaluado por los capitalistas o, en todo caso, para participar de nuevo en procesos de producción futuros sin modificar la tasa de acumulación, se tendría que pagar menos a los trabajadores, despedir algunos, evitar impuestos u obtener subsidios. Tal estrategia, sentencia Malm, es imposible porque las tasas de explotación de los trabajadores no pueden incrementarse indefinidamente y porque en algún momento la tasa de ganancia disminuiría tendencialmente hacia cero. Fijar la producción capitalista solo desencadenaría un abandono de las operaciones productivas.

En este contexto, Malm explica el origen de la ganancia sirviéndose de la teoría marxiana del plusvalor. Indica cómo la fuerza de trabajo es una mercancía sui generis disponible en el mercado cuya cualidad benéfica para el capitalista es crear más valor del que cuesta su compra. Malm afirma que las relaciones de propiedad capitalista dan lugar a la ganancia, la búsqueda compulsiva de esta y la necesidad de incrementar el rendimiento material. “El capital es el gas en expansión que se forma en las grietas y huecos entre la mayor parte de la humanidad y el resto de la naturaleza” (p. 198). Es un proceso cíclico que, dice Malm, se alimenta del “alma del trabajador” y el “cuerpo” de la naturaleza extra-humana.

La acumulación de capital es un proceso históricamente específico. Siguiendo el trabajo histórico sobre estadísticas de crecimiento económico de Angus Maddison, Malm indica que del año mil a 1820 hubo un lento crecimiento en el ingreso per cápita, pero entre 1820 y 1913 el ingreso se triplicó respecto al del periodo 1700-1820. La explicación se encuentra en la consolidación de “diferentes reglas de reproducción”, a saber, las reglas de la reproducción capitalista.

“El capital no reconoce límites con la naturaleza” (p. 199). La reproducción capitalista sólo se preocupa por la expansión del valor abstracto sin importarle las peculiaridades naturales de los recursos biofísicos o los aspectos materiales de la producción. “La contradicción entre el poder biosférico universal del capital y el poder privado de los capitalistas se desarrolla cada vez más descaradamente, de manera más destructiva, y es la ruptura interna la que impulsa la extensión” (p. 199).

La fórmula general del capital fósil

Malm afirma que en un momento específico del desarrollo del capital los combustibles fósiles se convirtieron el “sustrato material” necesario para la producción de plusvalor. Los combustibles fósiles son utilizados “a través de todo el espectro de la producción mercantil como el material que la pone en movimiento físico (...) se han convertido en la palanca general de la producción de plusvalor” (p. 199). Malm modifica la fórmula marxiana del capital con la anexión de los combustibles fósiles (F): D-M(FT, MP(F))...P...M’-D’ y señala que la expansión del capital provoca una extracción y combustión más voluminosa de combustibles fósiles. De esta manera, se afirma que los combustibles fósiles son un “subproducto químico inevitable” ya integrado al metabolismo de la producción y el consumo humanos.

Malm procede a establecer una homología entre el tiempo de compra venta con la producción de CO2. Aunque ambos procesos no generan ninguna clase de valor en el proceso de reproducción del capital son, sin embargo, necesarios para un funcionamiento fluido de éste. Particularmente en el caso de la emisión de CO2, se trata de “un requerimiento material para la creación de valor” (p. 200). De nueva cuenta, Malm modifica la fórmula marxiana del capital con la determinación de las emisiones de CO2: D-M(FT, MP(F))...P^CO2...M’-D’.

Y se trata de un proceso de reproducción siempre en escala ampliada. “El capital fósil es una auto-expansión de valor que pasa a través de la metamorfosis de los combustibles fósiles en CO2” (p. 200). Es una “relación triangular” entre el capital, la fuerza de trabajo y los combustibles fósiles como un segmento especial de los recursos naturales. Pero también debe señalarse, apunta Malm, que el capital fósil es un proceso, involucra un “flujo interminable de valorizaciones sucesivas de valor” (p. 200).

Ahora bien, Malm advierte que la fórmula propuesta no condensa todos los procesos de emisión de CO2 en el capitalismo. Dicha fórmula no incluye el uso de los productos que, por sus cualidades materiales, generan CO2 (cocinar con carbón, conducir un automóvil, navegar por la web con una computadora, por mencionar algunos). En estos casos se produce combustión fósil para la satisfacción de necesidades inmediatas, para el consumo privado. Malm propone la siguiente fórmula de “consumo de valores de uso fósiles o consumo fósil” (p. 201): M-D-M(F)^CO2. Se trata de una fórmula que precede al ciclo del capital fósil, pero que no es autosuficiente pues su objetivo no es expandir la escala de reproducción del capital.

La (F) de la fórmula del capital fósil proviene del mercado, es decir, existen capitalistas que se dedican al negocio de la extracción de carbón, petróleo o gas natural y, por tanto, presentan estos productos como mercancías de las que se puede obtener una ganancia. Malm indica que la fórmula para este tipo de capitalistas es la siguiente: D-M(FT, MP)...P...M’(F)-D. En cuanto la existencia de los capitalistas que extraen combustibles fósiles es una condición de posibilidad para la emergencia del capital fósil y el consumo fósil, Malm decide denominar a aquél ciclo como “acumulación primitiva de capital fósil” (p. 201).

La tesis de Malm es que aunque el consumo fósil y la acumulación primitiva de capital fósil son elementos indispensables para la reproducción de capital, sólo el ciclo de capital fósil integra plenamente la combustión de recursos fósiles con el crecimiento autosostenido del capital.

La anarquía fósil de la competencia

Malm comienza el apartado describiendo la problemática de “los comunes”, esto es, la administración comunitaria de los recursos naturales. Las experiencias históricas de la gestión de la naturaleza en asociaciones comunitarias tuvo lugar cuando las relaciones de propiedad no eran capitalistas, por ejemplo, la gestión de los recursos hídricos del río Nilo en la civilización egipcia previa a la época moderna. El mantenimiento de la producción no estuvo determinado por el objetivo de obtener una ganancia y el acceso a los medios de trabajo y objetos de consumo no estaba obstaculizada por un monopolio social.

Todo cambió con la consolidación de las relaciones de propiedad capitalista donde la competencia es la ley. “La dependencia en el mercado fuerza a los capitalistas a seguir un comportamiento competitivo” (p. 203). La competencia impulsa el dinamismo de la reproducción del capital ya que depende de una compulsión por la reducción de costos, innovación, adaptación y acumulación. Para los capitalistas carece de sentido la dependencia mutua y la confianza entre los miembros de la comunidad. El mercado no obedece a la coordinación deliberada de asociaciones comunitarias: “la forma de gobernanza en la economía burguesa no es despotismo sino anarquía” (p. 204).

La competencia capitalista, afirma Malm, impide el intercambio de información y socava todo intento de planes colectivos. Los trabajadores no comparten planes de producción. Los capitalistas se reúnen para planear una fijación artificial de precios o para desmantelar sindicatos, sin embargo, no se reúnen para planificar la distribución de los recursos o regular el derecho de uso de los mismos. “Aquí la anarquía debe prevalecer” (p. 204).

Se menciona el caso de la industria británica a principios del siglo XIX donde “las relaciones de propiedad capitalistas se acercaron a la forma anárquica ideal” (p. 204). Los capitalistas industriales no compartieron los lazos comunales de un valle andaluz o nepalés, toda su innovación tecnológica fue un asunto privado. El problema se dio con el uso de los recursos naturales en zonas o regiones compartidas por otras naciones o, incluso, con otros capitalistas.

En este contexto fue que en 1835 el Diccionario de leyes de Gran Bretaña sentenció que “no hay propiedad sobre el agua” y que cada propietario tiene derecho a utilizar el agua que fluye libre en los ríos. 19 años después una revista estadounidense de asuntos legales, el Harvard Law Review, publicó un artículo de Samuel C. Wiel titulado “Natural Communism”. En dicho artículo Wiel defendió la necesidad de aplicar el “comunismo” en cuatro recursos naturales, a saber, el aire, la corriente de agua, el mar y las costas. Pero, al mismo tiempo, Wiel negó la necesidad del “comunismo” en las relaciones sociales. Se trata, por tanto, de un “comunismo” en sitios donde no podía ser evitado: los bienes que “llegan a existir independientemente del capital” (p. 205).

A partir del segundo cuarto del siglo XIX, narra Malm, las relaciones capitalistas en Gran Bretaña se desarrollaron sobre una base material que no suscribía tal “comunismo natural”. La energía de vapor fue una fuente de energía alternativa que no tenía los obstáculos comunitarios de otros recursos naturales. “Por eso el nacimiento de la economía fósil coincidió con la disminución del uso de ríos en los distritos manufactureros británicos, en un escenario que invirtió la ‘tragedia de los comunes’: aquí los bienes comunes se cosecharon por debajo de su capacidad debido a la irracionalidad de los maximizadores privados de ganancias que, en lugar de unirse en planes que prometían generar reservas, se lanzaron al aislamiento de carbón” (p. 205). Fue de esta manera que el crecimiento ilimitado del capital cambió a una potencia fósil.

La producción de espacio abstracto a través de energía fósil

El “divorcio histórico” entre los medios de producción y los trabajadores significa que estos fueros despojados de sus tierras para ser congregados en la fábrica, el nuevo sitio de producción. Malm indica que la producción capitalista de mercancías implica también una lógica espacial de centralización.

El receptáculo básico de los trabajadores desposeídos es, como ya se dijo, la fábrica. Pero visto en una escala más amplia, se consignó la existencia de los asalariados en las ciudades: la conglomeración de fábricas, almacenes, bancos, bolsas de valores, talleres de máquinas, comerciantes mayoristas y casas para trabajadores. Esto significa, afirma Malm, que las relaciones de propiedad capitalista generan concentración en el espacio. Por ejemplo, a principios del siglo XIX en Gran Bretaña los sitios de producción se concentraban alrededor de las zonas con flujos naturales de agua y, poco a poco, dicho espacio tendió a extenderse desde el centro. La movilidad de las poblaciones comienza a determinarse por las ganancias, la competencia y el tamaño de los mercados.

Ahora bien, la dinámica de centralización espacial y concentración del capital no significa que se descuiden las posibilidades de lucro en las periferias. Para el capital es estratégica la reubicación de los trabajadores en zonas relativamente vírgenes y no tener a todos concentrados en las ciudades centrales. En dicho proceso, indica Malm, dos modalidades de espacio se encuentran.

Malm se sirve del libro de La producción del espacio de Henri Lefebvre para distinguir entre un “espacio absoluto” y un “espacio abstracto”. El primero está formado por “fragmentos de la naturaleza ubicados en sitios elegidos por sus cualidades intrínsecas” (p. 207) como montañas o ríos. El segundo consiste en la dinámica del capital de extraer, transformar o destruir ese basamento natural para reubicarlo según sus necesidades de acumulación, “el capital se lleva lo que necesita y lo vierte en lugares donde la producción de valor de cambio puede proceder mejor” (p. 207).

Sobre el “espacio abstracto” sentencia Malm: “El capital produce el espacio abstracto, como una matriz de nodos y arterias que evolucionan no a través de sus atributos biofísicos, sino a través de los circuitos del propio capital” (p. 208). De esta manera el capital inaugura un espacio donde las relaciones de propiedad tienen prioridad por encima de la naturaleza misma. Es decir, siguiendo a Neil Smith, Malm indica que el capital se “emancipa” de las barreras del “espacio natural” y produce un espacio “a su imagen y semejanza”.

Lo que no debe perderse de vista es que la producción de ese “espacio abstracto” sigue siendo terrenal, es decir, al igual que el valor de cambio, sigue teniendo su “sustrato material” en la naturaleza. “Renunciando a la primavera y al río, el capital cayó en una fuente cuya cualidad más concreta era la abstracción, lo que le permite circular a través de la naturaleza en lugar de alrededor de lugares predeterminados del paisaje” (p. 208).

Para que el capital se mueva en un “espacio abstracto” en permanente reconstrucción debió tener lugar la edificación de infraestructuras físicas equivalentes a paisajes enteros: minas, pozos, campos de gas, etcétera. Son concentrados de tecnología en masa inseparables del suelo, estratos inmóviles de energía concentrada. Se establece una mina en un sitio del “espacio absoluto” para servir a las necesidades del “espacio abstracto” desde su posición fija.

Retomando a David Harvey y Lefebvre, Malm menciona que la producción del “espacio abstracto” implica la aniquilación del “espacio absoluto”, esto es, de la naturaleza. Los combustibles fósiles son el “sustrato material” del “espacio abstracto”, una “segunda naturaleza impregnada de valor de cambio, la base de la universalización biosférica del dominio capitalista” (p. 208).

La producción abstracta del tiempo por la energía fósil

Malm hace referencia al trabajo Time, Labor, and Social Domination de Moishe Postone para distinguir entre “trabajo concreto” y “trabajo abstracto”.

El tiempo en el “trabajo concreto” es una variable dependiente, la función en un momento determinado, un proceso que sigue un ritmo sensible-material. Por ejemplo, en las concepciones pre-capitalistas del tiempo los trabajadores producen en una dinámica de “orientación-por-tarea”, es decir, trabajan según los requerimientos de la comunidad. “La producción sigue orientada a través del valor de uso, y eso se mantiene incluso en la explotación feudal más aguda” (p. 210). Dicho en otras palabras, el “trabajo concreto” no es sinónimo de recompensa y goce, también puede provocar estrés y ser excesivo, disciplinado o coercitivo. Por último, el “trabajo concreto” no se determina por el ocio, sino por la fluctuación de los ritmos y velocidades de los trabajadores en relación con la adaptación de las necesidades a los cambios del entorno.

En cambio, el tiempo en el “trabajo abstracto” es vacío, es decir, es una variable independiente que sirve como receptáculo de cualquier tipo de eventos. Todo el proceso de producción es reductible a un régimen de unidades temporales iguales y constantes. El tiempo abstracto también surge de la naturaleza, por ejemplo, imita el movimiento de los planetas, una sucesión de momentos independientes de los ciclos naturales de la Tierra. Se trata de un esquema homogéneo que divide y mide las actividades con exactitud.

En el capitalismo “el tiempo se ha convertido en dinero” (p. 210), el lapso de tiempo que dura la jornada laboral es una inversión para el capitalista. Atrapado en la dinámica de la competencia, el capitalista procura la producción de mercancías en el menor tiempo posibles, la productividad del trabajo adquiere un lugar central: los productos finales se miden contra una unidad fija de tiempo.

Malm señala que los combustibles fósiles permiten dar apertura a la temporalidad abstracta ya que no dependen de los “ritmos naturales” como las estaciones del año, los vientos y mareas o algo parecido, sino que pueden ser organizados y controlados a voluntad. Los combustibles fósiles no son, como el agua de un río, “flujos de energía”, sino energía concentrada, inerte, no cíclica y sin flujo. Por ello, Malm identifica una paradoja lógica: el capitalismo es un ciclo indefinido de valorización que se da a través de un sustrato material sin flujo.

La espacio-temporalidad abstracta y fósil del capital

Malm recurre al trabajo del geógrafo Noel Castree para afirmar que el capital cuenta con una “espacio-temporalidad específica” (p. 212). El capitalismo produce su propio tiempo y espacio abstractos, tales son los componentes de su proceso de acumulación. Se trata de una producción que se da desde el origen de las relaciones capitalistas de propiedad, el “histórico divorcio” entre la fuerza de trabajo y los medios de producción se transforma en la designación de horas y localizaciones específicas.

Ahora bien, precisa Malm, la producción capitalista del espacio y el tiempo no elimina el “espacio absoluto” terrestre ni el “tiempo concreto” de los valores de uso, sino que sirven de “elementos de contención” en muchos conflictos entre el trabajo y el capital. Las determinaciones concretas son, pues, dominadas por las “uniformidades abstractas”.

El crecimiento económico en el capitalismo obedece a una organización de los seres humanos y la naturaleza en el espacio y el tiempo abstractos según las necesidades de producción de plusvalor. “Cuanto más capital trata de extraerse de las cualidades absolutas y concretas del espacio y el tiempo, más profunda debe ser su explotación del stock de energía ubicado en su exterior” (p. 212). El desplazamiento del agua al combustible fósil como recurso energético respondió, afirma Malm, a un proceso complejo de organización de los seres humanos y la naturaleza a la dinámica de acumulación capitalista.

Subsunción real del trabajo por medio de naturaleza realmente subsumida

“El acto original de los capitalistas es inscribirse ellos mismos en el metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza tal y como es” (p. 213). Malm sigue a Marx para denominar dicho proceso como “la subsunción formal del trabajo bajo el capital”, es decir, el fenómeno capitalista en que no existe tecnología nueva para incrementar la productividad del trabajo, se recurre a la extracción de plusvalor absoluto y el capital circula y se expande sin ser “encarnado” (p. 213).

Siguiendo el trabajo Marx beyond Marx de Antonio Negri, Malm señala la importancia de la “autonomía” del trabajo. “Una fuente de riqueza sin la cual el capital es incapaz de producir algo, posee una irreductible, elusiva y frustrante autonomía” (p. 213). El mecanismo del capital para combatir la “autonomía” de la fuerza de trabajo es trastocar la subsunción formal en subsunción real, es decir, a través de las organización del proceso de trabajo con máquinas específicamente capitalistas. De esta manera, el proceso de trabajo es regulado por el movimiento de la maquinaria capitalista.

Un ejemplo de la subsunción real del trabajo bajo el capital es, continua Malm, el cambio del telar manual al telar eléctrico. Con estos dispositivos técnicos ya no es tan necesaria la coerción externa. “La maquinaria misma impone una disciplina de cuartel a través de las fuerzas de la naturaleza, entre ellas la energía mecánica” (p. 212). Las máquinas se mueven gracias a un “primer motor”, esto es, una fuente de energía de la que, afirma Malm, Marx dice muy poco en El capital al tratar la problemática de la renta de la tierra.

Malm menciona que los flujos de energía son comparables con la fuerza de trabajo en un aspecto, a saber, no son elementos producidos para el mercado sino que simplemente se “usan” o “contratan” para ser usados. El flujo de energía que resulta de las corrientes de agua no tiene valor de cambio, es más barata que el vapor y “por eso fue descartada” (p. 215). El stock, en cambio, es adquirido por medios de producción combinados con trabajo, por eso el carbón tiene valor de cambio, es más caro y “por eso tuvo que ser ser elegido” (p. 215).

Malm detecta una paradoja en el desplazamiento del agua por el carbón. Por un lado, el agua parece cuasi-autónoma, inmune a la subsunción real porque no es producida por el trabajo. Por otro lado, el carbón que permite la generación de vapor sólo puede ser producido por el trabajo humano. “Y, en consecuencia, para pasar de aquél a éste, el capital necesariamente necesitó convertirse en más dependiente del trabajo humano en un ramo en específico: la producción de energía misma” (p. 215).

El uso de vapor por los capitalistas fue el primer paso para el proceso de subsunción del trabajo. Se trató, concluye Malm, de la consolidación de una fuente de energía que pudo ser lucrativamente adaptada a las leyes capitalistas de acumulación.

Poder estabilizador, clima desestabilizador

Malm sigue el trabajo del antropólogo Richard Newbold Adams para definir al poder como “el control que un actor ejerce sobre algún conjunto de formas de energía que constituye parte del entorno significativo de otro actor; teniendo ese poder en sus manos, A puede someter a B a su voluntad. El poder, en otras palabras, es una relación tripartita. El ser humano A es superior al ser humano B debido a su utilización de las fuerzas de la naturaleza C” (p. 216).

De esta manera no es difícil deducir, continua Malm, que el control sobre las distintas fuentes de energía estrictamente físicas o termodinámicas tiene una importancia fundamental. En el proceso de producción la energía es lo que hace posible que todo funcione y pone las condiciones para la dominación del poder. “Todas las actividades económicas son en último término una cuestión de conversión de energía” (p. 216). Desde el punto de vista de la producción de mercancías a gran escala, “esa fuerza universal debe ser concentrada” (p. 216).

En el capital fósil la consolidación del poder sigue un patrón de centralización vertical del poder que está seguido de una dispersión atmosférica de los desechos. “Una parte del exceso de CO2 que se encuentra actualmente en la atmósfera, aún por especificar cuantitativamente, podría considerarse como una instancia biogeoquímica de la energía acumulada/disipada por el capital” (p. 217).

Una breve comparación con la transición estadounidense

El segundo pilar de la economía fósil es Estados Unidos, el país con más emisiones de carbono en la historia. La presencia de los motores de vapor en Estados Unidos fue temprana, pero tardó en consolidarse de manera generalizada. Hasta después de la Guerra Civil, todavía se recurría a las corrientes de agua para generar energía mecánica. Fue hasta después de 1870 cuando los motores de vapor adquirieron una presencia importante en la industria. Está el caso de la industria algodonera estadounidense que en 1850 apenas 11.5% de los molinos funcionaba con energía de vapor y hasta 1880 superaron el 50%.

Malm menciona que en la primera mitad del siglo XIX una compañía de Boston construyó presas, canales y compró extensiones considerables de tierra para rentar el agua a los capitalistas algodoneros. En Nueva Inglaterra se volvió común la presencia de tales reservas colectivas de agua. En los ríos del Este estadounidense las corporaciones desarrollaron reservas de agua a través de monopolios locales en tierras donde la industria era incipiente.

Sin embargo, prontamente se dieron disputas. El crecimiento de la industria trajo una competencia más aguda entre las industrias. A finales del siglo XIX se dio una tendencia de sobreproducción de mercancías, cada vez resultó más difícil que los manufactureros compartieran la misma corriente de agua. “La anarquía de la competencia ansiaba ser fósil” (p. 218).

Para la economía de subsistencia estadounidense, durante el periodo de los primeros asentamientos, el agua fue la principal fuente de energía mecánica dada su facilidad y gratuidad. Se asentaron enclaves agricultores cerca de las corrientes de agua. En 1840 la economía estadounidense, a diferencia de la británica, funcionaba con manufacturas situadas en el terreno de las fronteras rurales. Es más, en ese mismo año, apenas 10.8% de la población era urbana; en 1880 el proceso de urbanización dio un salto a 28.1%.

La clave para el análisis de la transición a la energía fósil, señala Malm, es concentrar la atención en la posición y relaciones que impulsan la construcción del “espacio abstracto”. Después de la Guerra Civil se desarrolló un proceso de concentración de los trabajadores que fue acompañado con la integración del mercado nacional. La vinculación del territorio estadounidense a través de ferrocarriles y barcos de vapor propició el colapso de las pequeñas colonias de autosubsistencia por una gigante competencia sin control.

Concluye Malm: “Las condiciones concretas del nacimiento de la economía fósil estadounidense fueron únicas, pero la diferencia más importante podría haber sido estrictamente cronológica: la tardanza del proceso, su repetición esencial de lo que ya había ocurrido en la tierra natal del vapor. Los contornos básicos fueron similares. En Estados Unidos como en Gran Bretaña, las relaciones capitalistas de propiedad, con su peculiar espacio-temporalidad, cortaron las cadenas al flujo y encadenan el crecimiento autosostentable al stock” (p. 220).

La acumulación primitiva de capital fósil

Siguiendo El capital de Marx, Malm menciona que la “acumulación primitiva” es un proceso dual de una ruptura social. Por un lado, es el ascenso de sumas de capital para la inversión, por otro lado, es la presencia de “trabajadores libres” que estás desprovistos de medios de producción.

Como ya se mencionó, el circuito del capital fósil presupone la existencia de otro circuito, a saber, el circuito que produce combustibles fósiles como mercancía final. De esta manera, la acumulación primitiva del capital fósil es un proceso de inversión para la producción de combustibles fósiles y, por tanto, involucra la disolución del vínculo de los productores directos con la tierra: es la transformación de la naturaleza en propiedad privada. Así, se conforma la expansión de las relaciones de propiedad capitalistas a personas que trabajaban bajo otro esquema productivo como los agricultores, cazadores, pastores o pescadores.

En el contexto de una crisis de los precios de la madera en Gran Bretaña, particularmente Londres, durante todo el siglo XVI, la corte real excluyó en 1566 los minerales, salvo el oro y la plata, del control de la corona. La consecuencia inmediata de dicha sentencia fue la transformación de los depósitos de carbón en propiedad privada y, por tanto, el comienzo de la producción de carbón como mercancía. Con el alza de los precios de la madera, se inició el viraje hacia el uso de carbón como combustible.

La producción de carbón estuvo fuertemente impulsada por la expropiación de las propiedades de la iglesia. Se libraron importantes disputas en contra de los modos tradicionales de vida. La propiedad de los depósitos de carbón se concentró rápidamente en pocas manos y desencadenó el desalojo de inquilinos y el declive general de los campesinos en Inglaterra.

A finales del siglo XVI y principios del XVII la actividad minera presentaba ganancias por encima de 40% hasta 130%. Pero a mediados del siglo XVII la industria del carbón desencadenó una sobreproducción que culminó con una baja general de los precios del carbón y la provisión de los mercados. Con la extensión de las relaciones de propiedad capitalista a través de la privatización de los recursos naturales, afirma Malm, se asentaron las condiciones para el ascenso de la economía fósil.

“Una vez que el capital fósil había nacido, requería una alimentación constante del circuito anterior” (p. 223). La acumulación a través de combustibles fósiles presupone la existencia de capitalistas productores de carbón. “En el sentido estricto de un circuito, la acumulación primitiva de capital fósil es un permanente fundamento para la economía fósil” (p. 224). Como un proceso político, la economía fósil ha extendido su expropiación de riquezas y tierra en distintos países, la aniquilación de estructuras estatales resistentes o de derechos consuetudinarios, despojo de habitantes locales y expulsión de personas a zonas marginales.

“El capital no come porque alguien tenga hambre: el capital siempre come” (p. 224). Se trata de un modelo que no asume los límites naturales de los ecosistemas. El capital, finaliza Malm, es “supra-ecológico”, un “omnívoro biofísico” con un “ADN social”.

Capítulo 14. China como la chimenea del mundo: el capital fósil hoy

Una explosión de emisiones

Malm abre el capítulo señalando un dato escandaloso: contando de 1751 a 2010 la mitad de las emisiones de CO2 ocurrieron después de 1986, en tan sólo veinticinco años (p. 226). Asimismo, se menciona que desde el año 2000 las emisiones de CO2 se han triplicado respecto a las emisiones de los años noventa.

En el contexto de la crisis económica de 2008, las emisiones de CO2 se redujeron en 1% en 2009, pero no debido a una política climática, sino a una “caída en la acumulación de capital” (p. 226). Sin embargo, en 2010 el ritmo de las emisiones de CO2 se recuperó en 6% y se estabilizó al promedio anual de 3%. De seguir esta tendencia, para el año 2060 cabría esperar un aumento de la temperatura del planeta en 4 grados centígrados. Por esta situación, sentencia Malm, debe hablarse en términos de la “explosión de emisiones post-2000”.

Al menos dos asuntos destacan en esta “explosión de emisiones”. En primer lugar, el papel de China en la economía mundial. Entre 2000 y 2006 55% del crecimiento mundial de emisiones de CO2 surgieron de China. En 2004 China se convirtió en el país con mayor extracción de combustibles fósiles y en 2006 superó a Estados Unidos como el emisor más grande de CO2. En segundo lugar, la función de la globalización. De 1980 a 2008 el comercio mundial anual promedio creció a una tasa de 8%. Incrementó considerablemente la inversión extranjera directa (IED): a partir de 1980 la IED creció más rápido que el comercio transfronterizo; de 1990 a 2009 se quintuplicó el monto de IED, alcanzó un pico que luego cayó por la crisis financiera, y ahora da muestras de que está repuntando.

Una explosión para exportar

Las emisiones de CO2 relacionadas con un producto generalmente se originan en el proceso de producción y no tanto en el consumo final. La tendencia de las últimas décadas ha sido que se emita CO2 en la producción de productos cuyo consumo final se da en un país diferente. En 1990 20% de las emisiones totales eran de este tipo, para 2008 subió a 26%.

Las emisiones incorporadas en el comercio (EET, por sus siglas en inglés) son significativas en China. De 1990 a 2008, 75% del crecimiento de las emisiones importadas a los países desarrollados con obligaciones bajo el protocolo de Kyoto emanaron de China. Al ingresar en 2001 a la Organización Mundial de Comercio, China desmanteló las barreras restantes a la inversión, abolió las restricciones a la propiedad extranjera y abrió su economía al mercado mundial: “entonces comenzó la verdadera explosión” (p. 228).

De 1990 a 2002 un tercio del aumento de las emisiones chinas de CO2 fueron atribuidas directamente a la exportación, pero de 2002 a 2005 la proporción aumentó a la mitad. Se estima que 48% del total de las emisiones de CO2 en China se debieron a la exportación entre 2002 y 2008. Se trata de un dinamismo exportador sin precedentes no sólo en China, sino a nivel mundial.

La mayoría de las mercancías chinas terminan en naciones desarrolladas. Malm menciona que si China es el mayor exportador de emisiones incorporadas en los productos, Estados Unidos es el mayor importador: de 1997 a 2007 las importaciones netas aumentaron 250%. Los datos de algunos países de Europa sobre una disminución de sus emisiones de CO2 son en realidad datos de una “fuga de carbono” ya que sus importaciones han aumentado mucho y rápidamente, es decir, localizan en otros países la producción de sus productos incorporados de CO2 para luego importarlos a Europa.

Malm se distancia de las críticas que buscan hacer responsables solamente a los consumidores. En realidad, el centro de atención debería estar puesto, según Malm, en los propietarios de los medios de producción pues son ellos quienes despliegan tales niveles de productividad y comercio a nivel mundial.

Capital fósil globalizado

Malm propone la siguiente hipótesis: “Globalmente, el capital reubicará las fábricas a situaciones donde la fuerza de trabajo es barata y disciplinada, donde la tasa de plusvalía promete ser mayor, por medio de nuevas rondas de consumo masivo de energía fósil” (p. 229).

El capital globalizado combina momentos de expansión, intensidad e integración. Son dinámicas a través de las cuales el capital global acelera su consumo de energía fósil para maximizar la producción de plusvalor. Puesto que las condiciones para acceder a mano de obra barata y disciplinada tienden a estar en relación con la expansión de negocios habituales, la intensidad de carbono y el aumento del transporte, el capital abre el sendero de la degradación del planeta.

La chimenea del taller

China es el país donde se reubicaron las fábricas de todo el mundo y Estados Unidos fue el país de origen más solicitado por los trabajadores inmigrantes de 2001 a 2004, seguido de Unión Europea, Japón, Taiwán, Filipinas, Canadá, Singapur y México.

En 2010 los principales países que eran fuente de IED, según el Ministerio chino, son: Hong Kong, Taiwán, Singapur, Japón, Estados Unidos, Corea del Sur, Reino Unido, Francia, Holanda y Alemania. La propensión a exportar de China en 1998 a 2005 se refleja en los datos que estiman que 19% de las empresas manufactureras nacionales eran exportadoras y 63% eran empresas de filiales extranjeras.

En el año 2000 los insumos representaron 85% del CO2 global emitido en transporte transfronterizo de productos básicos, los bienes finales representaron el 15% restante. Tales cadenas de producción globalizada se localizaron significativamente en China. “Si Manchester fue la ‘chimenea del mundo’ en la década de 1840, la República Popular de China asumió esa posición a principios del siglo XXI principalmente porque el capital móvil global se apoderó de ellas como su taller” (p. 238).

Los capitalistas consideran irse de China

En 2010 abundaron huelgas de trabajadores chinos, motivo por el cual poco a poco empezaron a abundar informes de inversores que planeaban abandonar China. Los siguientes países figuraron como destinos atractivos para las fábricas: Vietnam, Indonesia, India, Malasia, Camboya y Bangladesh. Actualmente los trabajadores chinos cuestan cinco veces más que los trabajadores vietnamitas, tres veces más que los indonesios, trece veces más que los birmanos. Otros destinos de trabajadores con sueldos bajos que se mencionaron son: Pakistán, África y Corea del Norte.

Malm menciona que el verano de 2010 marcó un punto de inflexión en el desarrollo del “taller del mundo” ya que las huelgas afectaron algunas fábricas, la escasez de mano de obra afectó planes de expansión y el aumento de los salarios alcanzó tasas anuales de dos dígitos en provincias como Guangdong.

Encuestas realizadas en ese momento revelaron que 40% de las firmas estadounidenses localizadas en China tenían planes de mudarse. Se estancó la entrada de IED en China y aumentaron las alternativas de sedes en otros países asiáticos. Por ejemplo, Indonesia se colocó en 2013 en la posición preferida de inversión para las empresas japonesas. “Todos estos movimientos se basaban en los combustibles fósiles como palanca general de la producción de plusvalor” (p. 241).

A pesar del relativo freno a la industria manufacturera en China, la revuelta de los trabajadores sólo se transformó en un proceso de localización de nuevas “chimeneas” en otros países.

La ley de las creciente concentración atmosférica de CO2

Una cuarta parte de las emisiones totales de CO2 en el mundo de 1870 a 2014 se produjeron en los últimos quince años de ese periodo. Al mismo tiempo, esta explosión de emisiones sucede en una situación de desigualdad económica donde 85 individuos poseen la misma cantidad de riqueza que la mitad de las clases bajas del mundo.

Un elemento que ha jugado un papel determinante en esta situación es el desarrollo de la maquinaria automática en los procesos de producción para incrementar los niveles de productividad. Sin embargo, en cuanto Malm sigue el argumento de Marx, dicho proceso conduce también a una caída tendencial de la tasa de ganancia. “La ley de la caída de la tasa de ganancia podría ser, como mucho, una tendencia, pero la ley de la creciente concentración de CO2 es inmutable” (p. 244). La reubicación de empresas y la automatización del proceso de producción son los fenómenos que caracterizan al capitalismo contemporáneo: representan una “unidad de energía y explotación” (p. 244).

Además del aumento del CO2 en la atmósfera por parte de los circuitos del capital fósil, deben considerarse otros circuitos como: estados, ejércitos, cooperativas de trabajadores, áreas residenciales, sistemas de transporte público, entre otros, que también queman combustibles fósiles.

El fuego nos mira alegremente

Malm cierra el capítulo preguntándose por qué si la situación climática es tan grave las personas no se rebelan contra la economía fósil. El problema es similar, en opinión de Malm, al planteado por Antonio Gramsci respecto a la teoría de la ideología y la cuestión de las clases subalternas resignadas a su destino de explotación.

La explicación que se ofrece desde dicha perspectiva marxista es que entre más se desarrolla el sistema capitalista incrementando los niveles de vida y la riqueza, con mayor fuerza de ancla la “estructura de reificación” a la conciencia de las personas. Se menciona que una de las mayores resistencias a la limitación de la economía fósil es el consumo de las clases más ricas.

Gran parte de las políticas climáticas se concentran en los comportamientos de consumo para llamar a la compra de artículos con “etiqueta verde”, sin embargo, se trata de un doble error estratégico. En primer lugar, porque son políticas que están destinadas a las clases con un nivel relativamente alto de poder adquisitivo que le permite cambiar sus hábitos de consumo. En segundo lugar, desvía la atención de los procesos productivos. Es necesario incidir, finaliza Malm, en todos los circuitos de la economía fósil para que ocurra un cambio real.

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

Chapter 9. 'No Government but Fuel': The Derivation of Power fron Coal in Bourgeois Ideology.

Nexo con el tema que estudiamos: 

La investigación propuesta por Malm contribuye a la reconstrucción de la historia de la economía capitalista fósil. El estudio se concentra en el desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña y su paso de la energía mecánica a través de las corrientes de agua a la energía fósil. Para lograr el objetivo de proyecto respecto a la economía de la guerra y sus "genealogías latinoamericanas", es indispensable contar con registros que expliquen el horizonte geopolítico del capitalismo y, particularmente, la historia de la disputa por la propiedad un recurso estratégico (los combustibles fósiles). Asimismo, el estudio complementa con su preocupación sobre las consecuencias ambientales del capital fósil al seguimiento periodístico del proyecto sobre dichos temas y su vinculación con el capitalismo contemporáneo.