La automatización y el futuro del trabajo -I

Cita: 

Benanav, Aaron [2019], “La automatización y el futuro del trabajo -I”, New Left Review, Londres, (119): 7-45, noviembre-diciembre.

Fuente: 
Artículo científico
Fecha de publicación: 
Noviembre, 2019
Tema: 
El problema de la baja demanda de mano de obra: los mercados sobresaturados, la desaceleración económica y la crítica al discurso de la automatización.
Idea principal: 

Aaron Benanav es investigador de ciencias sociales en el departamento de historia de la Universidad de Chicago. Sus líneas de investigación son las historias del desempleo en Europa y Estados Unidos. Actualmente prepara un libro sobre una historia crítica del desempleo a nivel mundial.


Introducción

Ante la vasta literatura de los discursos sobre la automatización, Aaron Benanav se pregunta si en realidad estamos viviendo el final del trabajo humano. Lejos de negar el impacto de tecnologías como la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la robótica, Benanav se muestra escéptico respecto a los estudios que buscan explicar el conjunto de los fenómenos económico-sociales, particularmente el desempleo, con el proceso de automatización.

La tesis de Benanav es que la sobrecapacidad de los mercados manufactureros y la desaceleración económica generalizada son las causas explicativas del desempleo contemporáneo, la automatización es solo una causa secundaria. El objetivo del artículo consiste, por tanto, en argumentar conceptual y estadísticamente en favor de ese par de proposiciones.

1. El discurso de la automatización

Según Benanav, el discurso sobre la automatización se fundamenta en cuatro proposiciones: 1) hay un nivel creciente de “desempleo tecnológico” dado el desplazamiento de trabajadores por máquinas; 2) la sociedad está al borde de alcanzar una organización automatizada; 3) la automatización debería conducir a una liberación del trabajo humano, sin embargo, nuestra sociedad impone el trabajo como medio para ganarse la vida; por tanto, 4) una renta básica universal es la solución a un posible desempleo masivo.

Existen numerosos “futurólogos” que construyen sus discursos desde tales proposiciones, por ejemplo, Erik Brynjolfsson, Andrew McAfee y Martin Ford (véase Trabajo de fuentes). Para los tres autores el desarrollo de las nuevas tecnologías digitales promete enormes “recompensas”, sin embargo, no existe certeza alguna de que llegue a beneficiar a los trabajadores. Tal parece que la “segunda edad de la máquina” profundizará la desigualdad y generará un “modo fracasado de capitalismo” (p. 9). Al estar en un mundo menos intensivo en trabajo, Ford prevé que se creará un “feudalismo automatizado” donde las élites no responderán a las demandas de la población vulnerable, principalmente, de los campesinos. Por tales motivos, los autores comparten la idea de que es necesario implementar una forma de ingreso no salarial garantizada.

Sin embargo, la propuesta de la renta básica universal, señala Benanav, es algo que hasta la élite de Silicon Valley difunde en sus discursos públicos. Así, por ejemplo, Bill Gates (Microsoft) afirma que habría que aplicar un impuesto sobre los robots, Mark Zuckerberg (Facebook) anima a los estudiantes de Harvard a analizar la idea de la renta básica universal y Elson Musk (SpaceX) afirma que esta idea será una política necesaria en los próximos años.

De igual manera, entre los políticos no ha sido ajena la idea de la renta básica universal. Personajes como el expresidente Barack Obama, Robert Reich, exsecretario de Trabajo de Bill Clinton, Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de Clinton, o Andrew Yang, exembajador global de emprendimiento de Obama, llegaron a mencionar en sus discursos los peligros de la automatización para el empleo y, sobre todo este último, sugerir la necesidad de implementar una plataforma a favor de la renta básica universal.

Los futurólogos, empresarios y políticos mencionados están convencidos de que asistimos a una forma de capitalismo que ha llegado para quedarse: un capitalismo que deshace su mercado de trabajo.

Por otra parte, están las versiones más radicales del discurso de la automatización (véase Trabajo de fuentes). Autores como Nick Srnicek y Alex Williams afirman que sólo a través de un gobierno socialista es posible cumplir las promesas de la automatización plena para alcanzar una sociedad postrabajo. Peter Frase, menos concluyente, presenta escenarios alternativos de una sociedad posescasez donde todavía hubiera propiedad privada o donde quedara superado el trabajo pero hubiera escasez de recursos. Para los radicales, la proposición de la renta básica universal el un mecanismo hacia un “comunismo de lujo totalmente automatizado”. De cualquier manera, tanto los liberales como los radicales están convencidos de que no hay un pasaje directo y progresivo de la automatización a un mundo postrabajo.

Miedos recurrentes

Para brindar algo de claridad al debate sobre las predicciones del cambio tecnológico en el capitalismo, Benanav presenta algunas definiciones básicas. En primer lugar, se menciona que la automatización puede definirse como una “forma específica de innovación técnica que produce un ahorro de mano de obra” (p. 12). Pero también hay tecnologías que hacen más eficiente la mano de obra, de modo que la fuerza de trabajo no es desplazada; en este caso el aumento o reducción de la mano de obra depende de los niveles de la escala de producción.

Benanav advierte que estos dos tipos de cambio técnico son difíciles de diferenciar en la práctica. No obstante, se han realizado análisis que presentan tendencias al respecto. Un estudio de la Oxford Martin School mostró que 47% de los empleos de Estados Unidos están en peligro de ser automatizados. Otro estudio de la OCDE pronosticó que 14% de los empleos de los países de dicha organización serán automatizados y 32% de otros trabajos sufrirán cambios significativos en su modo de operación.

Lo paradójico de la situación, afirma Benanav, es que mientras la automatización es un proceso constante de la historia del capitalismo, los discursos sobre la automatización no lo son. Al menos desde mediados del siglo XIX se produjeron estudios sobre la automatización: Charles Babbage, John Adolphus Etzler, Anrew Ure y el propio Karl Marx. El fenómeno se replicó en las décadas de 1930, 1950, 1980 y 2010; todos los estudios realizaron predicciones acerca de una era de “desempleo catastrófico y ruptura social” que sólo podría superarse con la organización social. En término generales, son visiones de cuño social que sugieren la existencia de posibilidades utópicas en el capitalismo. En opinión de Benanav, el error de tales visiones radica en que creen que los cambios tecnológicos, y el desempleo que estos produce, generarán por sí mismos aquellas posibilidades utópicas.

Benanav subraya que los discursos de la automatización son espontáneos en la sociedad capitalista y responden a cierta combinación de factores estructurales y contingentes. La pregunta que anima los discursos de la automatización es sobre los límites de la organización social existente. Según Benanav, “lo que hace que resurja periódicamente el discurso de la automatización es una profunda ansiedad por el funcionamiento del mercado de trabajo: simplemente hay muy pocos empleos para demasiada gente” (p. 14-15).

El declive de la mano de obra

El atractivo del discurso de la automatización es que atribuye las causas de los fracasos del capitalismo global a la automatización, esto es, en proporcionar empleos a las personas dada la caída de la participación del trabajo en los ingresos. Son cambios que implican una pérdida del poder negociador de los trabajadores y un crecimiento de la desigualdad.

Tales conclusiones de los discursos de la automatización son dignas de crítica. A juicio de Benanav, la automatización no es la causa de la baja demanda de mano de obra. No obstante, los discursos de la automatización tienen la virtud de prestar atención al problema del mercado de trabajo y pensar soluciones de carácter emancipador, “dicho en términos de Jameson, los teóricos de la automatización son nuestros utópicos del capitalismo tardío” (p. 17).

Debe advertirse que, a pesar de sus críticas, Benanav tiene simpatías con los teóricos de izquierda de la automatización. Señala que la transformación de la intervención pública en la economía sólo puede realizarse a través de una masiva presión social y que el objetivo no debería limitarse a la conquista de una renta básica universal. Benanav está convencido de que “deberíamos encaminarnos hacia un mundo que supere la escasez, un mundo en el que las tecnologías avanzadas nos ayudarán a hacerlo realidad, incluso si la plena automatización no es posible o incluso no deseable” (p. 17-18).

Los discursos de la automatización son, afirma Benanav, un síntoma del fracaso de la economía global para generar suficientes empleos. Por otra parte, se indica que la proposición de un mundo posescasez debería ser la base sobre la cual la sociedad organice su combate al cambio climático y permita dar apertura a una procuración de actividades más lúdicas y reflexivas. La sugerencia de Benanav es que “encontrar nuestro camino para avanzar requiere una ruptura entre el trabajo y el ingreso, como reconocen los teóricos de la automatización, pero también entre beneficios e ingresos, algo que muchos no hacen” (p. 20).

Pues bien, la tesis de Benanav es que la caída de la demanda de mano de obra se debe no meramente a la innovación tecnológica (como creen los teóricos de la automatización), sino a un cambio técnico producido en un escenario de profundo estancamiento económico. Dicho en otras palabras, la caída de la demanda de mano de obra no es tanto un desempleo de masas sino un subempleo de masas. Más adelante se explica esta diferencia crucial.

2. La desindustrialización global del trabajo

Para los teóricos de la automatización un impacto generalizado en el mercado de trabajo causado por la tecnología tendría que concentrarse en el sector servicios ya que absorbe 74% de los trabajadores en los países ricos y 52% a nivel mundial. Según esta teoría, el sector manufacturero ya sufrió el fenómeno de la automatización y ahora es turno del sector servicios.

Actualmente, en la mayoría de los países la industrialización ha dado paso a la desindustrialización en casi todos los sectores manufactureros. Se trata de un proceso que data de al menos los años sesenta del siglo XX cuando se instaló el primer robot, el “Unimate”, en la firma estadounidense General Motors en 1961. De igual manera, la proporción de trabajadores ocupados en el sector manufacturero han ido cayendo con el paso del tiempo, sobre todo en los países ricos. En Estados Unidos la proporción pasó de 22% en 1970 a 8% en 2017; en Francia de 23 a 9%; en Gran Bretaña de 30 a 8%; en Japón de 25 a 15%; en Alemania de 29 a 17%; y en Italia de 25 a 15%.

Ahora bien, Benanav menciona que hay algunos estudios que asumen que la desindustrialización es resultado de la deslocalización de las instalaciones productivas. Sin embargo, en los países ricos la pérdida de empleo en el sector manufacturero no ha significado una pérdida de la producción manufacturera. Entre 1970 y 2017 el valor real agregado de las manufacturas se duplicó en Estados Unidos, Francia, Alemania y Japón. Si bien es cierto que los países en vías de desarrollo y pobres producen cada vez más bienes de exportación a los países ricos, esto no significa que la desindustrialización de los países ricos se deba a una relocalización de las fábricas a los países en vías de desarrollo y pobres.

En este marco problemático de la desindustrialización, Benanav afirma que la principal causa de la pérdida de empleos industriales en los países ricos se debe más a un flujo de importaciones de bajo costo que a un rápido crecimiento de la productividad laboral. Dicho en otras palabras, se trata de la “paradoja de la productividad” donde las innovaciones tecnológicas en la industria no se han traducido en un elevamiento acelerado de los niveles de productividad.

En los últimos años la productividad del sector manufacturero ha seguido un ritmo muy lento de desarrollo. Por ejemplo, en Estados Unidos los niveles de productividad en el subsector de los ordenadores y la electrónica tuvieron una tasa de crecimiento anual de 10% entre 1987 a 2011, mientras que la tasa de crecimiento de productividad anual fuera de ese subsector cayó 2% en el mismo periodo. Desde 2011 las estadísticas de la industria manufacturera han empeorado, la producción real por hora de 2017 fue inferior al punto máximo alcanzado en 2010. En Alemania la productividad del sector manufacturero creció 6.3% durante las décadas de 1950 y 1960, pero está cayendo 2.4% desde 2000. Benanav afirma que “las tasas de crecimiento de la productividad en el sector manufacturero colapsaron precisamente cuando se suponía que iban a crecer rápidamente debido a la automatización industrial” (p. 23).

La cuestión es que los teóricos de la automatización están en lo cierto cuando afirman la tendencia de desindustrialización en los países ricos a pesar de las pequeñas tasas de crecimiento de productividad del sector manufacturero. La crítica de Benanav consiste, por tanto, en señalar que los teóricos de la automatización no explican con razón las causas de dicha desindustrialización.

La realidad es que desde 1973, según Benanav, tanto la producción como las tasas de productividad han caído. El aspecto relevante de este doble fenómeno es, pues, que las tasas de producción han caído más profundamente que las tasas de productividad. A nivel mundial durante los primeros años del siglo XXI las tasas de crecimiento anual de la productividad fueron de 2.7%, mientas que las tasas de crecimiento de la producción fueron 0.9% y el empleo en el sector manufacturero se contrajo a una tasa anual de 1.7%. En otras palabras, “el crecimiento de la productividad ha sido rápidamente en relación a un crecimiento extremadamente lento” (p. 24). Aunque no se ha producido un descenso absoluto de los niveles de producción manufacturera, la tasa de crecimiento de la producción es menor que la tasa de crecimiento de productividad. “La simultaneidad del limitado dinamismo tecnológico y del agravamiento del estancamiento económico se combina para generar un descenso progresivo de los niveles de empleo industrial” (p. 25). La tesis es, por tanto, que la desindustrialización “inducida por la producción” no es posible de explicar únicamente por factores tecnológicos.

Desde un punto de vista histórico puede mostrarse que la desindustrialización comenzó en los países ricos a finales de 1960, esto es, cuando los niveles de ingresos per cápita de Estados Unidos, Japón y Europa se volvieron similares. En las décadas ulteriores la tendencia de desindustrialización se extendió a los países en vías de desarrollo y pobres; a finales de 1970 llegó al sur de Europa, gran parte de América Latina y partes de Asia oriental y sudoriental; en 1980 y 1990 algunas partes de África también se desindustrializaron. De esta manera, “a finales del siglo XX, era posible describir la desindustrialización como un cierto tipo de epidemia global” (p. 26) (Ver Datos cruciales).

3. La plaga de la sobrecapacidad en el sector manufacturero

A nivel mundial las tasas de crecimiento de la producción en el sector manufacturero han tendido a caer. Benanav indica que en las décadas de 1950 y 1960 la producción manufacturera mundial creció a una tasa anual promedio de 7.1% en términos reales. En la década de 1970 pasó a 4.8%; entre 1980 y 2007 pasó a 3%; y desde la crisis de 2008 hasta 2014 pasó a 1.6%. Por tal motivo, Benanav afirma que “el increíble grado de ralentización o incluso estancamiento del crecimiento de la producción manufacturera, visible a escala mundial, es lo que explica por qué el crecimiento de la productividad en el sector manufacturero parece estar avanzando a un ritmo rápido, incluso aunque realmente sea mucho más lento que antes” (p. 29). El crecimiento de la productividad del sector manufacturero simplemente es relativamente más alto porque el crecimiento de la producción está bajando.

La ola mundial de desindustrialización no tiene como causa el cambio tecnológico, sino la sobrecapacidad existente en los mercados internacionales de productos manufacturados. Tal es la tesis central del artículo de Benanav. El crecimiento de la capacidad de la industria manufacturera mundial impulsó una sobrecapacidad de productos en el mercado que desencadenó una “larga desaceleración” de las tasas de crecimiento de dicha industria. Visto así, la desindustrialización no se debió solamente al desarrollo de una capacidad manufacturera en el Sur global, sino a la previa capacidad manufacturera de países como Alemania, Italia y Japón. “Estos países albergaron a los primeros productores de bajo coste de la posguerra que consiguieron abrir huecos en los mercados mundiales de bienes industriales para después invadir el anteriormente impenetrable mercado estadounidense” (p. 30).

Por lo tanto, la desindustrialización es una cuestión de “redundancia global de las capacidades tecnológicas” que generan mercados saturados donde resulta difícil alcanzar tasas rápidas de expansión de la producción industrial (p. 31). A juicio de Benanav, el mecanismo que extendió este fenómeno a escala mundial fue la disminución de los precios de los productos manufactureros en el mercado internacional. Desde hace al menos cuatro décadas las empresas se enfrentan a una elevada competencia por las cuotas de mercado. “La sobrecapacidad explica por qué, desde comienzos de la década de 1970, las tasas de crecimiento de la productividad han caído menos drásticamente que las del crecimiento de la producción” (p. 32).

Impulsando la globalización

El crecimiento de la sobrecapacidad de los mercados manufactureros permite explicar de qué manera la desindustrialización está acompañada del desarrollo de nuevas tecnologías que ahorren mano de obra, pero también de la construcción de grandes cadenas de distribución que utilizan mano de obra con un impacto medioambiental perjudicial.

Según Benanav, un punto de inflexión en la historia de la industria manufacturera se dio cuando los productos alemanes y japoneses de bajo costo invadieron el mercado estadounidense. En la década de 1960 el coeficiente de penetración de la importación de productos industriales en el mercado estadounidense fue de 7%, a principios de la década de 1970 pasó a 16%. Los elevados niveles de productividad laboral de la industria manufacturera estadounidense no pudieron frenar la competencia de países con salarios más bajos.

Únicamente se adaptaron las empresas estadounidenses que globalizaron la producción. “Enfrenadas a la competencia de los precios, las empresas multinacionales estadounidenses construyeron cadenas de suministro internacionales, trasladando al exterior los componentes de su producción que eran más intensivos en mano de obra y enfrentando a los proveedores entre sí para conseguir mejores precios” (p. 33). La globalización de la producción, afirma Benanav, fue el proceso que permitió a los países ricos conservar su capacidad manufacturera, aunque esto no detuvo la tendencia mundial de desindustrialización del trabajo.

La desindustrialización mundial fue un efecto de la globalización puesto que el crecimiento de las áreas productivas en ascenso no pudo equilibrarse con la decadencia de las áreas productivas en declive. En el contexto de la competencia global, los niveles de robotización de países como Alemania, Japón y Corea del Sur brindan ventajas competitivas para apoderarse de importantes cuotas de mercado. Sin embargo, hay países como China que han logrado un superávit comercial por una mezcla de salarios bajos, tecnologías moderadas y capacidades infraestructurales. Si las empresas tienen elevadas tasas de crecimiento es porque se han apoderado, a través de distintos mecanismos, de las cuotas de mercado de sus competidores.

4. Más allá del sector manufacturero

Como ya se ha mencionado, Benanav afirma que el descenso de la demanda de mano de obra se explica por el estancamiento de las tasas de crecimiento del sector manufacturero. Este fenómeno comenzó en la década de 1970 y nunca pudo ser frenado por otro sector (ni siquiera el de los servicios) que dotara de dinamismo y crecimiento a la economía mundial: “la ralentización de las tasas de crecimiento de la producción manufacturera fue acompañada por la ralentización de las tasas generales de crecimiento” (p. 35) (Ver Datos cruciales 8 y 9).

El estancamiento general de la economía asociado con la pérdida de dinamismo del sector manufacturero permite explicar el descenso de la demanda de mando de obra y, aún más, los principales problemas que acaparan la atención de los teóricos de la automatización, a saber, el estancamiento de los salarios reales y la caída de la participación del trabajo en los ingresos. Y algo que no debe perderse de vista, continua Benanav, es que fuera del sector manufacturero los niveles de productividad son todavía más lentos. En Francia, por ejemplo, de 2001-2017 la productividad del sector manufacturero tuvo una tasa de crecimiento anual de 2.7%, en cambio, en el sector servicios durante el mismo lapso fue de 0.6%. “El error de los teóricos de la automatización está en centrarse en el aumento del crecimiento de la productividad en vez de en el descenso del crecimiento de la producción” (p. 38).

A partir de la década de 1970 tanto el crecimiento del valor agregado manufacturero como el crecimiento del PIB mundial se tornaron más lentos (Ver Dato crucial 10). Desde 2008 el ritmo de crecimiento anual de ambas tasas es muy bajo: 1.6%. A medida que disminuyeron las tasas de crecimiento del sector manufacturero no hubo un sector que lo remplazara como motor de crecimiento general de la economía. Ciertamente, advierte Benanav, no todos los países están sufriendo esta desaceleración de la misma manera o en el mismo grado. Pero, de cualquier manera, incluso países con altas tasas de crecimiento económico como China también han sufrido las consecuencias de aquella desaceleración mundial. “Desde la crisis de 2008, la tasa de crecimiento de la economía china se ha ralentizado considerablemente; su economía se está desindustrializando” (p. 39).

Es cierto, el sector manufacturero funcionó como el motor excepcional para el crecimiento económico del mundo hasta hace poco menos de medio siglo. Países como Japón, Corea del Sur o Taiwán alcanzaron los niveles de ingresos de las potencias occidentales gracias a una profunda industrialización. Sin embargo, con la desaceleración del sector manufacturero y la inexistencia de otro sector que lo sustituyera en términos de crecimiento, los trabajadores fueron desplazados hacia los empleos poco productivos del sector servicios. Al mismo tiempo, comenzó una acumulación de capital financiero cuyos rendimientos se concentraron en activos relativamente líquidos y no en nuevo capital fijo. De manera sugerente Benanav afirma: “a pesar del elevado grado de sobrecapacidad en el sector industrial, no hay ningún sitio más rentable en la economía real para la inversión de capital. Si lo hubiera habido, tendríamos la evidencia en tasas más elevadas de inversión y por ello en mayores tasas de crecimiento del PIB” (p. 41).

Gran parte de la problemática del estancamiento económico se debe, por tanto, a la falta de un motor de crecimiento alternativo a la industria manufacturera. Este fenómeno ha afectado con mayor gravedad a los países de ingresos medios y bajos, sobre todo porque también en la agricultura existe una sobrecapacidad en los mercados internacionales. Lo paradójico de la situación es que la desaceleración económica e industrial se ha dado cuando la fuerza de trabajo asalariada se extendió a lo largo y ancho del planeta, entre 1980 y en la actualidad se estima que ha crecido 75%, esto es, añadiendo mil 500 millones de personas a los mercados de trabajo mundiales. Son nuevos participantes de un mercado que no puede ofrecer trabajos productivos; precisamente a esto se refiere Benanav con que vivimos en una situación no de desempleo masivo, sino de subempleo masivo.

Finalmente, Benanav concluye su artículo con lo siguiente: “aunque la automatización no sea en sí misma la causa principal de la baja demanda de mano de obra, es cierto que, en una economía mundial de crecimiento lento, los cambios tecnológicos concebibles en un horizonte cercano pueden amenazar con la destrucción de grandes cantidades de empleos en un contexto de estancamiento económico y tasas bajas de creación de empleo” (p. 44). El cambio tecnológico es, por tanto, una causa secundaria de la baja demanda de mano de obra.

Datos cruciales: 

1. Gráfico I. Participación del trabajo en los ingresos en las economías del G7, 1980-2015. El promedio de los países del G7 (Japón, Italia, Estados Unidos, Alemania, Francia, Canadá y Gran Bretaña) es de 67% en 1980 a 59% en 2015. Fuente: OCDE (p. 16).

2. Gráfico II. Brecha productividad-salarios en los países de la OCDE, 1995-2013. La productividad del trabajo pasó de 100% en 1995 a 130% en 2013; el salario medio real de 100% en 1995 a 120% en 2013; el salario mediano real de 100% en 1995 a 115% en 2013. Fuente: OCDE (p. 16).

3. Gráfico III. Sector manufacturero francés, tasas medias de crecimiento anual (%), 1950-2017. 1950-1973: producción real (6%), productividad (5%), empleo (0.6%); 1974-2000: producción real (2%), productividad (3.5%), empleo (-1.5%); 2001-2017: producción real (1%), productividad (3%), empleo (-1.7%). Fuente: The Conference Board (p. 25).

4. Cuadro I. Tasas de crecimiento del sector manufacturero, 1950-2017. Estados Unidos: 1950-1973, producción (4.4%), productividad (3.1%), empleo (1.2%); 1974-2000 (3.1%, 3.3%, -0.2%); 2001-2017 (1.2%, 3.2%, -1.8%). Alemania: 1950-1973, producción (7.6%), productividad (5.7%), empleo (1.8%); 1974-2000 (1.3%, 2.5%, -1.1%); 2001-2017 (2%, 2.2%, -0.2%). Japón: 1950-1973, producción (14.9%), productividad (10.1%), empleo (4.3%); 1974-2000 (2.8%, 3.4%, -0.6%); 2001-2017 (1.7%, 2.7%, -1.1%). Fuente: The Conference Board (p. 26).

5. Gráfico IV. Olas globales de desindustrialización, 1950-2000. Reino Unido, proporción del empleo manufacturero en el empleo total 1950 (31%), 2010 (11%). Italia, 1975 (29%), 2010 (19%). Corea del Sur, 1990 (27%), 2010 (19%). Sudáfrica, 1980 (17%), 2010 (12%). Brasil, 1990 (15%), 2010 (11%). Fuente: Groningen Growth and Development Center (p. 27).

6. Gráfico V. Desindustrialización en China, India y México, 1980-2017. México, proporción del empleo manufacturero respecto al total, 1980 (19%), 2016 (14%). China, 1980 (14%), 2016 (18%). India, 1980 (10%), 2016 (11%).

7. Gráfico VI. Producción manufacturera y agrícola mundial, tasa media anual, 1950-2014. 1950-1959, producción manufacturera (6.5%), producción agrícola (3%); 1960-1969 (8%, 2.5%); 1970-1979 (5%, 2.5%); 1980-1989 (3%, 2.5%); 1991-2000 (3%, 2.3%); 2001-2007 (3.7%, 2.5%); 2008-2014 (1.8%, 2%). Fuente: World Trade Organization (p. 29).

8. Gráfico VII. Sector manufacturero francés y crecimiento total de la producción francesa, 1950-1970. 1950-1973, producción manufacturera (6%), producción total (5%); 1974-2000 (2%, 2.3%); 2001-2017 (1%, 1.2%). Fuente: The Conference Board (p. 36).

9. Cuadro II. Tasas de crecimiento del sector manufacturero y del PIB, 1950-2017. Estados Unidos: 1950-1973, valor agregado manufacturero (4.4%), PIB (4%); 1974-2000 (3.1%, 3.2%); 2001-2017 (1.2%, 1.9%). Alemania: 1950-1973 (7.6%; 5.7%), 1974-2000 (1.3%, 1.9%), 2001-2017 (2%, 1.4%). Japón: 1950-1973 (14.9%, 9.3%), 1974-2000 (2.8%, 3.2%), 2001-2017 (1.7%, 1.9%). Fuente: The Conference Board (p. 37).

10. Gráfico VIII. El sector manufacturero y la producción total mundiales, 1950-2014. 1950-1959 sector manufacturero (6.5%), PIB (4.5%); 1960-1969 (8%, 5.6%); 1970-1979 (5%, 4.5%); 1980-1990 (2.8%, 3.2%); 1990-2000 (2.9%, 2.4%); 2001-2007 (3.6%, 3%); 2008-2014 (1.6%, 1.6%). Fuente: The Conference Board (p. 40).

Trabajo de Fuentes: 

Brynjolfsson, E. y McAfee, A. [2014], The Second Machine Age: Work, Progress,a and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies, Londres, WW Norton & Co.

Ford, M. [2015], Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future, Nueva York, Basic Books.

Frase, P. [2016], Four Futures: Life After Capitalism, Londres, Verso.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El artículo de Benanav ofrece una interpretación multifactorial de la baja demanda de mano de obra en el capitalismo contemporáneo. Lejos de limitar el análisis a la tesis de la automatización tecnológica, incorpora las tendencias del crecimiento de la producción mundial y, particularmente, del sector manufacturero para mostrar que habitamos una “paradoja de la productividad”. Aunque hay avances tecnológicos significativos, las tasas de crecimiento de la productividad son muy lentas. Esta explicación habría que complementarla con la participación de las corporaciones multinacionales en el contexto de estancamiento económico general para generar nuevas interpretaciones del estado actual del capitalismo.