Too Big to Prevail. The National Security Case for Breaking Up Big Tech

Cita: 

Sitaraman, Ganesh [2020], "Too Big to Prevail. The National Security Case for Breaking Up Big Tech", Foreign Affairs, New York, marzo-abril, https://www.foreignaffairs.com/articles/2020-02-10/too-big-prevail

Fecha de publicación: 
Lunes, Febrero 10, 2020
Tema: 
Las operaciones de las grandes compañías de tecnología estadounidenses en China representan un riesgo para la seguridad nacional estadounidense; esta es una razón más para que el gobierno de Estado Unidos aplique políticas antimonopolio en esta industria
Idea principal: 

Sobre el autor

Ganesh Sitaraman es profesor de derecho en la Facultad de Derecho de Vanderbilt y miembro titular del Center for American Progress. Ha trabajado como asesor principal de la senadora Elizabeth Warren. Ha escrito sobre política exterior y doméstica para el New York Times, The New Republic, The Boston Globe y The Christian Science Monitor. Es el autor de The Counterinsurgent's Constitution: Law in the Age of Small Wars, por el que ganó en 2013 el Premio Palmer de las libertades civiles. Se graduó de la Facultad de Derecho de Harvard, donde fue editor de la Harvard Law Review.


Usualmente, cuando se confronta a los directivos de las grandes compañías de tecnología en Estados Unidos (en adelante, Big Tech) con el argumento de que han amasado demasiado poder y deberían ser fragmentadas, suelen tener una respuesta lista: hacer esto podría abrir el camino para el dominio chino, socavando la seguridad nacional de Estados Unidos. Según este argumento, la fragmentación de Amazon, Facebook o Alphabet permitiría a los gigantes chinos de tecnología ganar una ventaja en la carrera armamentística de la inteligencia artificial. Si bien este argumento no resulta sorpresivo en boca de los directivos de estas empresas, voces críticas con el Big Tech como el congresista por California Ro Khana o el senador por Virginia Mark Warner, han comprado este argumento.

Sin embargo, para el autor del artículo, el argumento es débil. En realidad, estas grandes compañías estadounidenses, lejos de competir con China, están operando en el gigante asiático y sus acuerdos y relaciones ahí representan vulnerabilidades para Estados Unidos, ya que sus empresas son sometidas a espionaje y coerción económica. Mientras tanto, en Estados Unidos, la concentración del mercado en el sector tecnológico se traduce en menos competencia y, por lo tanto, en menor innovación, lo que podría poner a aquel país en una posición desventajosa para competir internacionalmente. Fragmentar y regular a las Big Tech, en lugar de representar una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, es una medida necesaria para proteger las libertades democráticas y preservar la supremacía estadounidense frente a sus rivales.

Destino: China

Durante las próximas décadas las conversaciones de seguridad nacional en Estados Unidos estarán definidas por la competencia con China, y se debe pensar cuidadosamente el papel que jugará la tecnología en este escenario. Afirmar que compañías de tecnología como Amazon o Google, simplemente por ser tener sede en Estados Unidos, de alguna forma contrarrestan el auge tecnológico y geopolítico en China, no tiene sentido. La mayoría de estas compañías tienen grandes operaciones en China. Google, por ejemplo, planea construir un centro de investigación en inteligencia artificial en Beijing y está explorando una asociación con el gigante chino de internet Tencent; Microsoft está expandiendo sus centros de datos en China y ha desarrollado un sistema operativo exclusivo para el gobierno de China; y los servicios de computación en la nube de Amazon son los segundos después de Alibaba, mientras que Apple fabrica sus iPhones ahí. Sólo Facebook no opera en China debido a las barreras del gobierno chino, pero intenciones no le faltan.

Aunque tener operaciones en China pudiera parecer inofensivo, según el autor, estas compañías podrían estar favoreciendo al Estado chino y la expansión del autoritarismo digital debido a la fuerte imbricación entre el mercado chino y el Estado. Las compañías chinas con las que interactúan las compañías estadounidenses en el curso normal de sus operaciones suelen tener fuertes vínculos con el Estado y con personajes del Partido Comunista, por lo que muchas de estas empresas podrían revelar desarrollos tecnológicos u operacionales al gobierno y a los militares chinos, incluido cualquier desarrollo que abone al emergente modelo de vigilancia masiva de Beijing y acelere su capacidad de difundir su modelo de autoritarismo digital al mundo.

En ese sentido, los riesgos son particularmente evidentes en el caso de la inteligencia artificial, cuyos desarrollos comerciales pueden tener aplicaciones e implicaciones militares. En el modelo chino de imbricación entre lo civil y lo militar, los investigadores chinos y los compañías privadas trabajan junto al gobierno y los militares, lo que significa que innovaciones tecnológicas que pudieran haberse desarrollado junto a una compañía extranjera activa en China podrían terminar en el Ejército de Popular de Liberación.

Además, la integración de las Big tech al mercado chino podría abrir una frente de presión por parte del gobierno chino para que estas compañías actúen en contra de los intereses de Estados Unidos. China tiene un largo historial en realizar este tipo de prácticas. Después de que el disidente chino Liu Xiaobo fuera premiado con el Nobel de la Paz en 2010, China bloqueó las importaciones de Noruega, por ejemplo.

Incluso fuera de China muchas compañías adaptan sus comportamientos para evitar ofender a los funcionarios chinos y perder acceso a su mercado. Hollywood, por ejemplo, reemplazó a China con Corea del Norte como enemigo principal en una película en 2012, según Los Angeles Times. Otras compañías como la NBA y Mercedes-Benz han incurrido en prácticas similares. El tema central es que estas compañías actúan con base a sus propios intereses comerciales y no en nombre de los principios democráticos o la seguridad nacional de Estados Unidos. También actúan en función de sus intereses comerciales al intentar influir en las políticas de gobierno, cuando abogan, por ejemplo, contra las restricciones que podría establecer el Departamento de Comercio de Estados Unidos a la exportación de tecnologías sensibles, como la inteligencia artificial, y abogan por políticas públicas que respalden sus ganancias, incluso en contra de los intereses comerciales de Estados Unidos.

Con diferencias de grado, prácticamente todas las compañías estadounidenses en China sufren presiones. Sin embargo, el tamaño y la concentración de las compañías de tecnología estadounidenses son parte del problema, pues estas pocas compañías se vuelven más dependientes del mercado chino, lo que las hace más vulnerables a la presión oficial china. Una política anti-monopolio podría ayudar a resolver este problema: en un mercado fracturado entre muchos jugadores, la mayor cantidad de empresas garantiza que algunas de ellas construyan cadenas de suministro que eludan a China, fabriquen sus productos por completo en Estados Unidos o simplemente no hagan negocios en el mercado chino.

Para el autor, Hollywood es un buen ejemplo pues es una industria que en muchos sentidos se parece a la de las Big Tech. Esta industria consiste en un puñado de estudios cada vez más dominantes en taquilla y pueden, además, presionar a las salas de exhibición para dar tratamiento preferencial a sus contenidos. Si estas empresas fueran presionadas por la censura china, y debido al miedo a perder ese mercado se doblegaran, los consumidores estadounidenses no verían contenido que ofendiera al gobierno chino. Por el contrario, con una gran cantidad de pequeños estudios y canales de distribución competitivos, muchos de ellos carecerán del tamaño, el alcance y el deseo de atender al mercado chino, y depender de este. Como resultado los consumidores estadounidenses tendrían una gran variedad de opciones de contenido, aun en contra los puntos de vista de censores extranjeros.

En ese sentido, compañías como Amazon o Google, que producen su contenido y los distribuyen a través de sus propias plataformas, pueden verse tentadas a hacer ese contenido compatible con la censura china, dejando a los consumidores estadounidenses sin alternativas serias debido al inmenso poder de estas compañías dentro de Estados Unidos.

Por otra parte, un sector tecnológico más competitivo con jugadores más pequeños mitigaría los efectos dañinos del cabildeo, pues al ser muchas las empresas, sus cabildeos apuntarán en diferentes direcciones, haciendo más difícil la captura del gobierno por intereses privados.

La virtud del monopolio

Sin embargo, para algunos el dominio del mercado por parte de las Big Tech tiene beneficios. Sin preocuparse por la competencia, los gigantes pueden concentrarse en problemas esenciales, pues tienen el tiempo y los recursos para invertir en investigación de vanguardia, donde el éxito suele ser raro pero las recompensas, para la innovación tecnológica como para la competitividad y la seguridad nacional, son enormes. El modelo de “campeones nacionales” que propugnan quienes están en contra de las políticas anti-monopolio, el Estado protege a unas cuantas compañías de la competencia permitiéndoles invertir en investigación y desarrollo. Pero hay fuertes evidencias de que esta estrategia podría resultar contraproducente, pues es normalmente la competencia la que incentiva la innovación, pues son los competidores los que en la búsqueda de diferenciarse generan innovaciones, mientras que las grandes compañías protegidas tienden a volverse lentas en desarrollar innovaciones.

En ese sentido, la batalla que sostuvieron hace más de 30 años Japón y Estados Unidos por la supremacía en la industria electrónica es reveladora. Japón optó por proteger a sus “campeones nacionales” como NEC, Panasonic y Toshiba. Estados Unidos, por el contrario, puso bajo escrutinio anti-monopolio a su compañía más importante en ese entonces, IBM, lo que creó el espacio para que otras compañías de hardware y software crecieran, entre ellas Apple, Lotus y Microsoft.

Por otra parte, el autor señala que los “campeones nacionales” pueden ocultar desarrollos e innovaciones si consideran que estos pueden erosionar su poder de mercado. En la década de 1930, por ejemplo, AT&T no hizo públicas algunas invenciones que pudieron haberse usado en el desarrollo de máquinas contestadoras, por el temor de la compañía de que esto podría ser una amenaza al uso del teléfono, y con ello a su modelo de negocios.

Si bien, actualmente los desarrollos tecnológicos de frontera necesitan la inversión de una gran cantidad recursos, las grandes compañías de tecnología después de ser fraccionadas tendrían aún suficientes recursos para invertir en inteligencia artificial, robótica, computación cuántica y otras tecnologías. Por ejemplo Facebook, aun sin Instagram y WhatsApp, conservaría miles de millones de usuarios.

Además, cualquier limitante de recursos podría subsanarse con mayor inversión pública en I+D, pues el gasto gubernamental en este sector ha sido siempre un importante motor de la innovación. Internet, que comenzó como una red del Departamento de Defensa, es un buen ejemplo. Al contrario de la investigación que realizan los “campeones nacionales”, la investigación financiada con recursos públicos no tiene como motivación el lucro, abarcando áreas de investigación que no tienen una salida comercial inmediata o desarrollos que podrían amenazar algunos modelos de negocio. Por otra parte, la inversión pública podría quitar el énfasis de la investigación en áreas de investigación lucrativas para los oligopolios tecnológicos, como son las tecnologías de vigilancia masiva, publicidad personalizada y respuestas conductuales inducidas, que están en el centro de su modelo de negocio de estas grandes compañías.

A su vez, la inversión pública en I+D podría esparcir los beneficios de la industria tecnológica al desconcentrar esta industria de los pocos centros donde esta industria se ha concentrado actualmente, especialmente el norte de California, Seattle y Boston, al incentivar el desarrollo en una docena de ciudades de tamaño medio a través del país.

Asimismo, Estados Unidos podrían desarrollar gigantescas bases de datos públicos provenientes de fuentes gubernamentales (debidamente anonimizados), para el desarrollo de inteligencia artificial, para su uso por parte de negocios, gobiernos locales y ONGs.

Exprimiendo al gobierno

Estas grandes empresas de tecnología tienen un gran poder de mercado y el gobierno de Estados Unidos depende de sus servicios, incluso para administrar de su aparato de seguridad nacional. Debido a que la tecnología es un aspecto crucial de la guerra moderna, empresas como Amazon y Microsoft poseen jugosos contratos para proveer servicios de computación en la nube para el Departamento de defensa y las agencias de inteligencia. Cada vez más estas empresas se convierten en parte de la base industrial de defensa, y a medida que lo hacen, incrementan el problema de la existente concentración monopólica en el sector de industrial de defensa, que ya genera mayores costos, menor calidad, menor innovación, corrupción y fraude.

La industria armamentista estadounidense es ya muy poco competitiva. En 2019, se encontró que casi 70% de los contratos de sistemas armamentistas no pasaron por licitación. La mitad de estos fueron otorgados a las 5 compañías dominantes. En 2018, el Departamento de defensa reveló un informe de las cadenas de suministros militares en el que enlistó una numerosa serie de artículos para los cuales solo una o dos empresas nacionales (y en algunos casos ninguna) producía los productos esenciales. Entre otras cosas, el informe reveló que Estados Unidos ha perdido la capacidad para fabricar submarinos en corto plazo debido a la escasez de proveedores y una declinación en la competencia.

Los grandes contratistas de defensa no titubean en usar su poder para conseguir cualquier ventaja corporativa. El monopolio de facto está en el centro del modelo de negocios de muchos de estos grandes contratistas lo que para muchos representa una amenaza a la seguridad nacional. TransDigm Group, como lo publicó The American Conservative recientemente en un artículo escrito por Matt Stoller y Lucas Kunce, compra compañías que proveen al gobierno con partes esenciales aviones y luego sube los precios, tomando prácticamente de rehén al gobierno. El artículo también señala a L3 Tecnologies, un contratista de defensa que tiene ambición de convertirse en “el Home Depot de la industria de defensa”. Esta empresa aún continúa recibiendo lucrativos contratos a pesar de haber admitido suministrar armamento defectuoso al ejército en 2015.

En la medida en que la tecnología se vuelva parte integral en el futuro de la seguridad de los ciudadanos, el poder de mercado de las Big Tech conducirá probablemente a los mismos problemas: los oligarcas tecnológicos acumularán contratos de defensa mientras el Pentágono quedará encerrado en un estado dependencia, tal y como está actualmente respecto a los grandes contratistas militares, haciéndose vulnerable a ataques externos al carecer la innovación saludable. El costo para los ciudadanos aumentará debido a la corrupción y los altos precios consumiendo recursos que pudieran haberse destinado a I+D en vez de engrosar las fortunas de los ejecutivos y accionistas de estas compañías.

Un camino hacia adelante

No debe extrañar que las compañías de tecnología se resistan fraccionarse, ni que invoquen la excusa de la seguridad nacional como defensa. Pero incluso desde esa perspectiva, el argumento para proteger a las Big Tech de la competencia es bastante débil. En realidad, estas compañías de tecnologías no están compitiendo, tanto como están integrándose con China, lo que representa un riesgo para los intereses de Estados Unidos. Para el autor, es la competencia y la inversión pública en I+D, y no la consolidación del sector tecnológico, lo que proporcionará el verdadero impulso a la innovación en Estados Unidos. Para él, los encargados de hacer políticas públicas deberían regular y fraccionar a estos gigantes tecnológicos, deshaciendo fusiones y adquisiciones como las que ha hecho Facebook con WhatsApp e Instagram, obligando a Amazon a aplicar los principios de no discriminación y a separarse de las empresas que operan en su plataforma y aplicar normas más estrictas de privacidad, concluye.

Nexo con el tema que estudiamos: 

La disputa hegemónica entre Estados Unidos y China tiene uno de sus frentes de batalla más decisivos en el sector tecnológico, donde algunas cuantas empresas oligopólicas están a la vanguardia del desarrollo de tecnologías que, como la inteligencia artificial, tienen un potencial de aplicación transversal, lo que incluye aplicaciones militares. En ese sentido, las operaciones de las Big Tech en China han empezado a preocupar a algunos en la medida en que pudiera representar un riesgo para la seguridad nacional del hegemón y creen que es una razón más para que el gobierno de Estado Unidos aplique políticas antimonopolio en esta industria.