Habitar la alienación (A propósito de "Los tiempos póstumos" de Daniel Inclán)

Se trata de salir de las filas de los asesinos
Comité invisible -
Ahora

Estas breves anotaciones tienen como objetivo dialogar con el ensayo que inaugura nuestras reflexiones sobre la pandemia vivida en 2019 y 2020, Los tiempos póstumos: vivir en la pandemia. Comparto el sentido general del ensayo, en especial la perspectiva analítica que sustenta la idea de que asistimos al fin del capitalismo, así como el carácter episódico que se da a la pandemia y la denuncia de su uso como sucedáneo y distractor respecto del colapso en curso. En torno a los argumentos presentados, añado algunos cuestionamientos y prolongaciones.


La importancia de la dialéctica de la dominación

Ninguna dominación es absoluta, ningún control social es perfecto. Las afirmaciones simétricas son igualmente válidas: nada escapa a la dominación, todo está sujeto al control social. Es en el filo de esas contradicciones que el pensamiento crítico intenta construir salidas del laberinto capitalista. Sin embargo, a menudo el pensamiento crítico olvida esta dialéctica propia de todas las relaciones sociales y desde las frías abstracciones, todas ciertas y contundentes, genera interpretaciones cerradas sobre sí mismas. Se trata de interpretaciones que desalojan la cuestión social, tal y como se le entiende desde el siglo XIX con la formación de las dos grandes corrientes de pensamiento político en Occidente, el marxismo y el anarquismo. Cuestión social que comprende las prácticas, los esbozos y los intentos de transformar la sociedad del poder y la competencia, en los que se entrelazan iluminaciones, límites, realizaciones y por supuesto, contradicciones.

La decadencia del capitalismo ha creado las condiciones para que las interpretaciones radicales sobre la trayectoria del sistema cobren auge. Tales son los casos de la crítica del valor (Kurz, Scholz, Jappe) y de las derivas foucaultianas de Mbembe y Agamben, por citar dos ejemplos destacados de una forma de leer el fin del capitalismo como una catástrofe sin escapatoria posible. Desde esta perspectiva, y a fuerza de indagar acerca del poder capitalista, se penetra en el otro gran secreto del capitalismo: su carácter capilar y su capacidad de seducción que fundamentan el control social contemporáneo, dispositivo que tiende a devenir omnipotente.

En nuestros trabajos recientes hemos adoptado esa perspectiva analítica, asumiendo que el colapso ya está aquí, erosionando las bases de la reproducción del sistema, destruyendo los vínculos sociales e incluso poniendo en cuestión la existencia de muchas formas de vida en el planeta. Las evidencias sobre la destrucción del ambiente, la polarización social, la responsabilidad de las corporaciones gigantes y la complicidad de los poderes fácticos e institucionales en la destrucción social y ambiental sustentan ampliamente dicha perspectiva. Asimismo, estos análisis nos permiten indagar en las profundas raíces de la alienación y la anestesia sociales que han sumido a las sociedades contemporáneas en un estado de resignación y autoritarismo generalizados, destacando el papel que en ello juegan los diversos dispositivos de control social.

La pandemia como catástrofe y como posibilidad

A finales de 2019 llegó la pandemia de COVID-19 como un ensayo general del colapso, llevando a la economía capitalista a una parálisis inédita por su alcance y profundidad. Acaso el rasgo más asombroso de este momento fue su carácter súbito: en cuestión de semanas prácticamente todos los tipos de intercambio se vieron frenados o lentificados. A los males de la reproducción capitalista se sumaron los males de la parálisis, particularmente evidentes en el campo de la salud pública y el acceso a los satisfactores elementales como son los alimentos y el agua. De manera paulatina, se están produciendo las ondas de choque de la crisis social causada por los despidos masivos, los ataques a los migrantes indocumentados, y toda suerte de manifestaciones de la pobreza. En suma, vivimos un intenso proceso de crisis generalizada cuyas secuelas serán de larga duración.

En efecto, la catástrofe ya está aquí y no se ven medios para resolverla o al menos paliarla.

No obstante, la pandemia trajo consigo al menos dos atisbos de otras maneras de vivir, otras formas de vida determinada, diferenciadas de la nuda vida y de la vida genérica típica del capitalismo sobre las cuales argumenta Daniel Inclán.

En primer lugar, la parálisis capitalista dio un respiro a lo no-humano, fundamentalmente por la reducción de las emisiones contaminantes, en especial las de gases de efecto invernadero. En una de tantas estimaciones sobre el “respiro ambiental” que hemos vivido, en agosto de 2020 la Global Footprint Network afirmó que el día de la “translimitación”, es decir, el día en que la demanda por recursos ecológicos supera lo que el planeta puede regenerar en un año, se retardó tres semanas respecto de 2018 y 2019. También es importante destacar que durante los meses de pandemia vivimos un repoblamiento animal y vegetal de los espacios humanos, incluyendo ciertas zonas citadinas. Las estampas de animales explorando espacios urbanos, la recuperación de zonas boscosas y selváticas, de cuerpos de agua, fueron ejemplos destacados de que la destrucción de tales formas de vida está estrechamente ligada a la acumulación de capital; para las y los citadinos quizá el ejemplo más patente de este efímero renacimiento de lo no-humano fue el canto de los pájaros y la posibilidad de ver un cielo azul y estrellado. Aunque respecto de la disminución de las emisiones contaminantes su impacto sobre la destrucción del ambiente es menor, estos sucesos alimentan dos convicciones fundamentales para la superación del capitalismo: la relación directa entre acumulación de capital y la destrucción del ambiente, y las posibilidades de transformar las relaciones de lo humano con lo no-humano a condición de cambiar las formas de producción.

En suma, la reducción de la producción, de los intercambios y del consumo permitieron un retroceso significativo en los ritmos de la destrucción del ambiente e ilustraron que es posible detener dicha destrucción.

En segundo lugar, de forma mucho más fragmentaria y limitada, los meses de parálisis derivados de la pandemia permitieron que ciertos segmentos de la población experimentasen diversas formas de reapropiación de la vida cotidiana, principalmente aquellos que cuentan con un empleo fijo y cuyos ingresos continuaron fluyendo y quienes mediante la organización colectiva pudieron hacer frente a la pandemia y la parálisis concomitante. Al quebrarse por un tiempo el eje articulador de la vida social, muchas personas, colectivos, comunidades e incluso pueblos, tuvieron la posibilidad de atender necesidades siempre postergadas por los imperativos del trabajo. La pandemia permitió atisbar la atención al entorno, al inmediato y al círculo de relaciones íntimas, el cuidado de sí y de los otros, el cuidado de lo colectivo, como formas de vida distintas a la que nos tiene habituados el capitalismo. En esa perspectiva, abrir salidas al laberinto capitalista requiere de asumir que la nuda vida, la vida genérica, productos típicos del capitalismo decadente, coexisten con los atisbos e intentos de construcción de otras formas de vida.

Los tiempos póstumos, los tiempos de la dislocación sistémica inauguran un desafío peculiar para el pensamiento crítico: trascender sus límites y devenir aporte para la construcción de realidades más allá del capitalismo.

Cierro este comentario con una iluminación propuesta por Piotr Kropotkin, y que guió su monumental estudio sobre la revolución francesa:

Para llegar a un resultado de tal importancia, para que un movimiento tome las proporciones de una Revolución, como sucedió en 1648-1688 en Inglaterra y en 1789-1793 en Francia, no basta con que se produzca un movimiento de ideas en las clases instruidas, cualquiera sea su intensidad; no basta tampoco con que surjan motines en el seno del pueblo, cualesquiera sean su número y extensión: es preciso que la acción revolucionaria, procedente del pueblo, coincida con el movimiento del pensamiento revolucionario, procedente de las clases instruidas. Es necesaria la unión de ambos.

En términos contemporáneos, y más allá del anacronismo de las dicotomías que asocian la acción al pueblo y el pensamiento a las clases instruidas, el apoyo mutuo que se requiere para realizar la superación del capitalismo, refiere sin duda a nuevas formas del pensamiento y la acción: no solo, ni principalmente, a la superabundante información si no al conocimiento concreto que nos permite reapropiarnos de nuestras vidas, que nos permite reproducir el vínculo social en ausencia de las relaciones capitalistas; en tanto que las acciones de ruptura y confrontación tienden a devenir las realizaciones de otras formas concretas de vida. La figura de síntesis de este gran movimiento general hacia la superación del capitalismo es la eclosión de miríadas de culturas materiales que superan la dicotomía de Kropotkin unificando pensamiento y acción, al tiempo que suprimen las clases y estamentos, creando la diversidad que permite "vivir de otros modos".

En esa perspectiva, las realizaciones de los pueblos mayas y kurdos representan ejemplos de que es posible no sólo poner en cuestión las formas de vida contemporáneas sino también crear otras sobre la base de la diversidad y la creatividad. La oleada mundial de protestas que precedió a la pandemia, yendo de Chile, Argelia y Hong Kong a Ecuador y Líbano, pasando por Guinea e Irak, por citar solo algunas naciones en que las convulsiones sociales fueron muy intensas entre 2018 y 2019, prefiguraron el momento post-pandémico al levantar la consigna: “no regresaremos a la normalidad porque el problema es la normalidad”. No estamos ya ante luchas defensivas sino en un momento en que la necesidad urgente de salir de la sociedad capitalista se abre paso, poniéndonos ante un interrogante abisal ¿y ahora qué?

Digresión sobre la vida cotidiana

Una de las cuestiones más descuidadas por el pensamiento crítico es la de la vida cotidiana. Acá propongo algunas objeciones a la manera en que Daniel Inclán aborda la cuestión.

Como herencia de la revolución mundial de 1968, la vida cotidiana puede ser caracterizada como la frontera del capitalismo que alcanza la plenitud como sistema social tras la segunda guerra mundial, una instancia de disputas en todas las escalas que deviene fundamental para las resistencias anticapitalisas y para las búsquedas emancipadoras. En esa perspectiva podemos citar la teorización de Henri Lefebvre y su Critique de la vie quotidienne, las propuestas de los situacionistas en torno a “volver apasionante la vida” como principal vía de superación del capitalismo, las críticas de los feminismos sobre la centralidad del trabajo reproductivo, y las prácticas de reunificación social de los pueblos en lucha (zapatistas, kurdos), realizaciones de cultura material que enmarcadas por situaciones límites de guerra y destrucción generalizada, rompen las separaciones propias del capitalismo y superan tanto la nuda vida de las víctimas como la vida genérica que reina en gran parte del planeta.

En ese sentido, la vida cotidiana es un terreno privilegiado de las búsquedas emancipatorias, en tanto está fuera del control capitalista, al menos parcialmente. Sin duda, como subraya Daniel Inclán en su texto, el capitalismo ha invertido ingentes recursos y ha avanzado de manera acelerada en la colonización de la vida cotidiana. El tema que me interesa destacar es que en la vida cotidiana el control capitalista no puede ser tan sólido como lo es en las esferas de la producción, el consumo o la política, debido, en lo fundamental, a que en esta instancia social la subjetivación tiene mayor densidad: es en la vida cotidiana que se expresa con mayor intensidad tanto la negatividad frente al capitalismo (rechazo al trabajo por ejemplo), como las prácticas que preservan las otras formas de vida (el mal llamado ocio que es una recreación de nuestro ser social), mismas que ante la dislocación del capitalismo tienden a convertirse en culturas materiales que permiten re-producirnos de maneras no capitalistas, o cada vez menos capitalistas.

En el texto comentado se propone que la vida cotidiana ha llegado a ser una instancia más de la dominación capitalista, al punto que refiere directamente el “valor diario de una vida”. Incluso tomando esa definición, es preciso destacar que la vida cotidiana es un espacio de disputa, de rechazo a la valorización capitalista y un espacio de creación y significación que pueden ser independientes de las lógicas capitalistas. En esa perspectiva, las prácticas emancipatorias consisten en la subversión de la lógica del productivismo, del carácter finalista de toda actividad, del “valorizar” o hacer “útil” todos los instantes de la vida cotidiana; las prácticas emancipatorias consisten en desarrollar la capacidad de no hacer nada… nada que valorice el capital, nada que destruya lo humano y lo no-humano.

Habitar la alienación es una contradicción, pero es una contradicción en movimiento. Es un proceso en el cual no solo existen poros, grietas, que resultan de la ausencia de relaciones capitalistas plenamente desarrolladas y en funciones, sino que a través del habitar también es posible crear diques, oasis, situaciones de experimentación de otras formas de vida. Así, el experimento empancipatorio consiste en limar, erosionar, deslavar, tergiversar, y cuando ello sea posible, dinamitar las contradicciones que nos constriñen a la vida genérica del capitalismo. Se trata de transformaciones en diferentes tiempos y escalas, cuyo alcance puede situarse entre lo efímero y lo histórico, pero que tienen la misma dirección: desertar el laberinto capitalista…

Posdata. Quienes se interesen en estos temas, leerán con provecho El mundo vuelve. Esbozo de una antipolítica de Josep Rafanell i Orra, que nos invita a

Salir de la gigantomaquia multisecular: la Naturaleza, la Sociedad, la Institución, la Política para volver a las regiones formativas de la experiencia. Con los ojos pegados a la distancia, construir aquí, transmitir, acoger, traducir, encontrar el sentido de la proporcionalidad, experimentar la compartición como un honor. Animar el desierto que nos ha sido legado, recobrar el equilibrio cultivando nuestra atención en las relaciones entre los seres para poder abrirnos al devenir de nuestras vidas comunes. Poner fin a la política es la forma más segura de dejar de dejarnos gobernar. Luchar, sabotear, destruir, crear, construir y amar. Partir para que podamos volver…

R Ornelas
Septiembre, 2020