¿Hacia el colapso del capitalismo? / I

¿Hacia el colapso del capitalismo? / I
Introducción y aportes pioneros al debate

Por: Cristóbal Reyes

En años recientes, las discusiones sobre el colapso ganan terreno, tanto en el ámbito académico como en el debate público y mediático, para advertir sobre los riesgos existenciales a los que se enfrenta la sociedad contemporánea frente a procesos como el cambio climático y el agotamiento de los combustibles fósiles, entre otros. Iniciamos la publicación de una serie de artículos para el Bo·LET·ín en los que se propone evaluar la pertinencia e implicaciones de caracterizar a la situación social actual y por venir a partir del concepto de colapso. Para ello, en esta primera entrega se recuperan los planteamientos más importantes de los estudios seminales sobre el hundimiento de las civilizaciones pasadas y se discute cómo condicionan la manera en que se reflexiona sobre el eventual colapso de la sociedad contemporánea. A partir de esto, en futuras entregas se abordarán propiamente los debates sobre el colapso del capitalismo y se discutirán los aportes de esta perspectiva analítica para pensar el tiempo presente.

Un proceso en busca de nombre

Año tras año, las catástrofes se suceden: el aumento en la temperatura media del planeta es inequívoco; los incendios son más devastadores y extensivos; fenómenos meteorológicos como sequías, inundaciones, olas de calor y huracanes adquieren intensidad inusitada; la superficie de los glaciares se reduce paulatinamente por su derretimiento; las tasas de extinción de especies son tan altas que ya se califica como una “sexta extinción masiva”. Incluso procesos que se pensaba que sucederían a mediados o finales del siglo XXI –como el verano sin hielo en el Ártico o la liberación de metano en Siberia– ya están presentes al iniciar la tercera década de la centuria o son previsibles en el futuro inmediato.

La comunidad científica –de manera destacada, el Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés)– advierte de los riesgos existenciales a los que se enfrenta la sociedad contemporánea: conforme la perturbación antropogénica sobre el sistema-Tierra sea mayor, los riesgos para la vida humana y no humana tendrán mayor alcance, serán más duraderos e irreversibles.

En lo social, las problemáticas no son menos graves: la guerra se consolida como razón del mundo y se extiende como práctica por todo el orbe; la devastación de amplios territorios por la violencia y el cambio climático obliga a millones de personas a convertirse en trashumantes; con la quiebra del liberalismo, la democracia se muestra en su desnudez como el autoritarismo que siempre fue; la reproducción del capital se encuentra en una situación de baja rentabilidad y sobreacumulación prolongada, que no acaba de convertirse en crisis por el recurso al crédito y por la intervención estatal para evitar quiebras masivas; los nuevos desarrollos tecnológicos convierten en población sobrante a franjas cada vez más amplias de la sociedad, sin ninguna perspectiva de incorporarse productivamente a la acumulación de capital; por sólo enunciar algunos procesos.

La gravedad y complejidad de la emergencia planetaria es tal que los conceptos que comúnmente usamos para caracterizar a la realidad resultan limitados. Incluso el concepto de crisis –el “arma de la crítica” (Marx) por excelencia del cuestionamiento radical al capitalismo– parece insuficiente para dar cuenta de la gravedad de los procesos en curso. Al menos desde mediados del siglo XIX, el concepto crisis se usa en la crítica de la economía política para referirse a un proceso convulso de ajuste y recomposición, en el cual se redefinen las jerarquías entre los capitales y se trastoca la trama de relaciones sobre la que se sostiene la valorización. Las crisis son condición del funcionamiento del capitalismo: aun cuando numerosos capitales individuales puedan ser aniquilados, el capital en su conjunto resulta finalmente fortalecido al “restablecer[se] las condiciones correspondientes al movimiento ‘sano’ de la producción capitalista” (Marx, 2011a: 325).

Como se ha discutido ampliamente en años recientes, no nos encontramos simplemente ante una crisis más en el proceso de acumulación del capital, sino ante algo mucho más complejo. Para poner de relieve la especificidad del proceso en curso y alertar sobre la situación límite en que nos encontramos, algunos autores han optado por añadir un calificativo al clásico concepto de crisis: epocal (Foster, 2013; Moore, 2016), estructural (Wallerstein, 2015), civilizatoria (Echeverría, 2010; Bartra, 2013), entre otros. Por su parte, Elmar Altvater (2015) auguró que nos encontramos ante el fin del capitalismo tal y como lo conocemos; otros, como Anselm Jappe (2019) afirman que el carácter autodestructivo del capitalismo amerita que se le caracterice como una “sociedad autófaga”: una sociedad que se devora a sí misma y que destruye los fundamentos que hacen posible su reproducción. Aunque con distintas nominaciones, estos y otros autores coinciden en que el desarrollo capitalista, al alcanzar sus límites ecológicos y exacerbar sus contradicciones internas, conduce a una encrucijada inédita en la cual la supervivencia de las distintas formas de humanidad e incluso la vida no-humana tal como las conocemos están en cuestión.

Frente al concepto de crisis, colapso puede parecer más adecuado para describir la situación actual, pues refiere a una caída irremediable e irreversible, a una ruptura total en la cual las posibilidades de recomposición quedan anuladas, pues el capitalismo (auto)destruye sus bases materiales y sociales, lo que conduce a la imposibilidad de su reproducción estable y coherente (Inclán et al., 2021). No obstante, la noción de colapso también plantea numerosas ambigüedades que deben ser precisadas. Algunas de ellas derivan del uso común de esa palabra y de las ideas con que se asocia; otras son resultado de la propia construcción del concepto y de los debates que suscita.

En el contexto histórico antes descrito y en el marco de los debates para hacerlo inteligible, se propone hacer una revisión conceptual para ponderar los aportes y perspectivas que los estudios sobre el colapso representan en la caracterización del capitalismo del siglo XXI, así como en la indagación sobre las posibles trayectorias para el sistema y para la vida social.

Momentos clave en el debate sobre el colapso

Se pueden identificar algunos hitos en las discusiones sobre el colapso de las civilizaciones.[1] En primer lugar, está el libro The collapse of complex societies de Joseph Tainter de 1988: se trata del autor pionero y del texto seminal sobre el colapso. Posteriormente, se puede mencionar la publicación en 2005 del libro Collapse: how societies choose to fail or succeed de Jared Diamond, una polémica obra que ha suscitado un amplio debate entre arqueólogos e historiadores sobre cómo caracterizar el declive de las civilizaciones del pasado.[2] En tercer lugar, se encuentra el trabajo de los “colapsólogos” en lengua francesa –en particular, Yves Cochet (2011 y 2017) y Pablo Servigne y Raphaël Stevens (2020, publicado en francés en 2015)–, notable por su afán de divulgación y por la amplia difusión alcanzada en Europa.

Desde América Latina, se puede añadir un cuarto momento clave en las discusiones sobre el colapso civilizatorio. Se trata de la recuperación de los planteamientos del libro Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo de Carlos Taibo por parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en voz de su Subcomandante insurgente Galeano. En 2018, en el marco del semillero “Miradas, escuchas y palabras: ¿Prohibido pensar?”, Galeano vinculó las formulaciones de Taibo con lo que desde el neozapatismo se había denominado previamente como “la tormenta” (Subcomandante insurgente Galeano, 2015).[3] Después de su recuperación por parte del EZLN, el texto de Taibo circuló ampliamente y las discusiones sobre el colapso civilizatorio comenzaron a formar parte del discurso de algunos intelectuales vinculados al autonomismo y al zapatismo (por ejemplo, Zibechi, 2020a y 2020b; López y Rivas, 2018 y 2020).

En esta primera entrega, se centra la atención en la manera en que las contribuciones seminales construyeron el concepto de colapso y en el influjo que han ejercido sobre las intervenciones posteriores.

Los aportes pioneros y su influencia perenne en la reflexión

En los libros que dan inicio al debate en cuestión, Tainter y Diamond estudian desde la arqueología la desaparición de imperios y civilizaciones del pasado –el llamado imperio maya, el imperio romano, la isla de Pascua, entre otros. A partir de los casos estudiados, los autores identificaron sus características comunes y plantearon hipótesis sobre las principales causas y dinámicas de lo que denominan colapso. Para Tainter (1988), el colapso de las sociedades es una especie de fatalidad que resulta de su propia complejización sociopolítica: como consecuencia de la especialización, la diferenciación interna y la conformación de estructuras institucionales intrincadas, las sociedades se enfrentan a una situación de rendimientos marginales decrecientes, en la cual la propia complejidad social es cada vez más difícil de mantener, pues son necesarios gastos y esfuerzos crecientes para producir beneficios sociopolíticos proporcionalmente menores –tributos, estabilidad, seguridad, etc.[4] Diamond (2005), por su parte, atribuye gran importancia en la explicación de los colapsos a los factores medioambientales –exógenos, como sequías prolongadas, o endógenos, como el agotamiento de los recursos–, así como a las relaciones comerciales o bélicas con sociedades vecinas y a los problemas económicos y políticos internos.

Algunos aspectos fundamentales de estas formulaciones delimitaron el campo de la discusión. En primer lugar, en términos epistémicos, la teoría de sistemas y los enfoques sobre la complejidad están presentes en la manera en que este par de autores –particularmente Tainter– reflexionan sobre el proceso. De Tainter en adelante, una característica compartida por quienes investigan los colapsos es que conciben a las sociedades como sistemas complejos, caracterizados por la interdependencia, heterogeneidad, no linealidad, por los bucles de retroalimentación, relaciones sistémicas, etcétera.

Segundo, y en estrecha vinculación con su perspectiva epistémica, hay que mencionar la manera en que definen el colapso. Para Tainter (1988), una sociedad colapsa cuando presenta una pérdida rápida y significativa de complejidad sociopolítica.[5] Diamond (2005) define al colapso como “una drástica reducción en el tamaño de la población humana y/o en la complejidad política/económica/social, en un área considerable, por un tiempo prolongado”.[6] Destacan en estas definiciones fundacionales: i) que la principal característica que define al colapso es la pérdida de complejidad de los sistemas sociales; ii) que otro rasgo característico de los colapsos es la reducción de la población; y iii) la temporalidad que se atribuye al colapso: para Tainter, sucede de manera rápida, mientras que para Diamond el proceso acontece en un tiempo prolongado; la temporalidad del colapso es motivo de debate y se mantiene como un problema abierto: ¿al hablar de colapso se hace referencia al largo proceso de degradación civilizatoria, a un momento de ruptura irreversible tras la cual el hundimiento es inminente, a un proceso sujeto a múltiples temporalidades?[7]

En tercer lugar, ambos autores coinciden en señalar algunos elementos que son indicativos de la pérdida de complejidad de los sistemas sociales. Entre los más importantes se encuentran: menores grados de estratificación y diferenciación social; fragmentación territorial; descentralización del poder político; desaparición de instituciones y prácticas que organizaban la vida en común; pérdida de legitimidad generalizada de las ideologías y valores que daban cohesión social; menor especialización económica; reducción del comercio; disminución en los flujos de información; decadencia de las creaciones artísticas.

Por último, para ambos autores las causas del colapso son ante todo políticas. Tainter es explícito al respecto: “el colapso, como se entiende en la presente obra, es un proceso político. Puede tener, y a menudo tiene, consecuencias en ámbitos como la economía, el arte y la literatura, pero es fundamentalmente una cuestión de la esfera sociopolítica”.[8] Para Diamond (2005: 419ss), por su parte, lo que en definitiva conduce al colapso de las sociedades –aun cuando hay múltiples factores en juego, como el medioambiental– es la incapacidad de las élites para prever los problemas antes que se presenten, para identificarlos cuando ya existen y para emprender acciones que permitan evitar el desastre. Según este autor, la falta de voluntad de las élites para tomar decisiones por conflictos de interés también puede influir. Este enfoque policiticista, que puede ser muy útil para interpretar procesos en sociedades no capitalistas, resulta limitado para pensar la sociedad moderna, en la cual lo económico se “desincrusta” respecto de lo social (Polanyi, 2017) y lo subsume (Marx, 2011b: 28).

La perspectiva epistémica y la caracterización propuestas por Tainter y Diamond para el estudio de la desaparición de las civilizaciones en el pasado son el punto de arranque compartido explícitamente –con énfasis, matices y añadidos– por quienes usan el concepto de colapso para interpretar la situación presente y futura de la civilización. A continuación, señalo críticamente algunos ejemplos sobre cómo ello condiciona la manera en que se piensa el colapso de la sociedad contemporánea.

En primer lugar, está la perspectiva epistémica centrada en los sistemas complejos. En una entrevista con The New York Times Magazine (Ehrenreich, 2020) durante la pandemia de COVID-19, Joseph Tainter reflexionó sobre un eventual colapso de la sociedad contemporánea a partir de los mismos parámetros con los cuales interpretó lo ocurrido en el pasado.[9] Para Tainter, en búsqueda de la eficiencia, la sociedad contemporánea ha alcanzado niveles sin precedentes de complejidad. Ejemplifica lo anterior con las redes globales de producción: los productos con los cuales se satisfacen las necesidades más perentorias en un país son producidos en el otro extremo del mundo. Tanta complejidad vuelve muy vulnerable al sistema. En esta situación, afirma Tainter, un evento como la pandemia podría llevar a que la sociedad colapse. Para él, la principal diferencia entre el eventual colapso contemporáneo y los ocurridos en el pasado sería su escala mundial; debido a su compleja interconexión global, el colapso en la sociedad actual significaría la desintegración de la civilización en todo el mundo.[10]

En su balance sobre la situación actual, Tainter subraya las relaciones sistémicas que podrían llevar a la que considera sería “la peor catástrofe en la historia” (Ehrenreich, 2020). Poner de manifiesto tales relaciones, sus efectos de retroalimentación y la fragilidad que implican es, sin duda, necesario. No obstante, una insuficiencia implícita en su planteamiento es que al interpretar a la sociedad contemporánea con los mismos parámetros con que evalúa los colapsos de las civilizaciones antiguas, desdibuja la especificidad de las relaciones que configuran a la sociedad moderna –como si la vida social se rigiera hoy por las mismas lógicas que hace mil o dos mil años–; de esa manera, se pierde de vista la principal potencia que impulsa y articula los procesos que podrían conducir al colapso: la acumulación de capital.[11] Al no dar cuenta de la historicidad del capitalismo, se pierde lo central del análisis.

Por otra parte, la drástica disminución en el tamaño de la población humana señalada por Diamond como una característica definitoria del colapso también está presente en las perspectivas de algunos autores sobre los procesos por venir en el siglo XXI. Por ejemplo, Yves Cochet (2017) –exministro de medio ambiente en Francia y el autor cuya definición de colapso retoman Servigne y Stevens– postula con frialdad que es inevitable que hacia la década de 2040 la mitad de la población mundial –unas 3.5 o 4 mil millones de personas, aproximadamente– muera debido al colapso. Dmitry Orlov (2013) comparte una interpretación similar.[12]

Por último, considérese la manera en que la pérdida de complejidad señalada por Tainter y Diamond como propia de los colapsos es retomada por Carlos Taibo (2017). En su balance de los debates sobre el concepto de marras, Taibo –probablemente el principal divulgador en castellano– reconoce que la discusión sobre la complejidad es uno de los temas torales en la caracterización del colapso. Tras admitir que la pérdida generalizada de complejidad es uno de los procesos a los cuales se enfrentaría la humanidad ante el eventual colapso por venir, Taibo cuestiona la mirada etnocéntrica y condescendiente hacia los procesos que originan el colapso presente en los estudiosos sobre el tema. Asimismo, objeta que la mayoría de ellos “dan por descontado que la desaparición de determinadas instituciones conduce a la barbarie, en franco olvido de que a menudo esas instituciones son la barbarie misma” (2017: 40). A contrapelo de lo dicho por el resto de los autores que participan de estas discusiones, el anarquista madrileño afirma que tal pérdida de complejidad no necesariamente es negativa y que incluso algunos de sus rasgos –como la mayor autonomía local, rerruralización, quiebra de jerarquías, etc.– son deseables. Interesa destacar que Taibo comparte la definición del colapso como una pérdida generalizada de complejidad social, aun cuando posteriormente discrepa de la valoración negativa de otros autores sobre las formas en que esa menor complejidad se manifiesta.

Como se puede observar, la perspectiva y definiciones pioneras ejercen una influencia perenne sobre la manera en que se conceptualiza el colapso. Por tanto, al hablar sobre este proceso, parece necesario referirse a ellas, así sea para criticarlas y tomar distancia.

Conclusiones provisorias

Al considerar la joven pero ecuménica tradición intelectual del concepto de colapso, se pueden plantear algunas conclusiones provisionales –que deben ser complejizadas y precisadas con los elementos que se agreguen en las siguientes entregas– sobre la pertinencia de usar dicho término para interpretar el tiempo presente y por venir. En primer lugar, si –como se ha señalado reiteradamente– hay acuerdo sobre que lo que define al colapso es la pérdida de complejidad social y la reducción de la población, parece prematuro afirmar que nuestra civilización se encuentra ya en un colapso. La reproducción material y simbólica de las sociedades, la relación del capitalismo en la naturaleza, así como el entramado de relaciones de saber y poder que las sostienen, son hoy más complejas que nunca. En cuanto a la reducción del tamaño de la población, la pandemia de COVID-19 podría marcar un punto de inflexión, pero aún parece ser muy pronto para afirmarlo.

En segundo lugar, aunque todavía no hay procesos generalizados y sostenidos de descentralización en el ejercicio del poder, rerruralización, quiebra de jerarquías, desmoronamiento de instituciones, etc., resulta obligado señalar que la complejidad del capitalismo contemporáneo es tal, que lo vuelve extraordinariamente vulnerable y propenso a experimentar situaciones catastróficas. Este punto es expuesto profusa y claramente por autores como Taibo o Servigne y Stevens; volveremos sobre ello en la próxima entrega.

Coda

Concuerdo con Raúl Ornelas cuando señala, en el artículo previo en este número del Bo·LET·ín, que la manera en que caracterizamos el tiempo presente no es sencilla ni trivial. De ello depende nuestra comprensión de la situación actual, de la trayectoria del sistema, de los principales procesos e imperativos que nos sitúan en la encrucijada en que nos encontramos y de las posibilidades de transformación frente al statu quo. El presente texto y las entregas siguientes pretenden contribuir modestamente a desbrozar el terreno para construir una interpretación más precisa sobre el tiempo que habitamos. Sólo será a través de la discusión colectiva como podremos cumplir esa apremiante tarea.

Bibliografía

Altvater, Elmar [2015], El fin del capitalismo tal y como lo conocemos, Madrid, El Viejo Topo.
Bartra, Armando [2013], “Crisis civilizatoria”, Crisis civilizatoria y superación del capitalismo, México, IIEc – UNAM.
Cochet, Yves [2011], “The Collapse: Catabolic or Catastrophic?”, Momentum Institut, 1 de junio, https://www.institutmomentum.org/the-collapse-catabolic-or-catastrophic/.
Cochet, Yves [2017], “Les trente-trois prochaines années sur Terre”, Momentum Institut, 23 de agosto, https://www.institutmomentum.org/trente-trois-prochaines-annees-terre/.
Echeverría, Bolívar [2010], “Crisis civilizatoria”, Estudios ecológicos, (6): 3-10, Quito, octubre, http://www.thecornerhouse.org.uk/sites/thecornerhouse.org.uk/files/Crisi....
Ehrenreich, Ben [2020], “How Do You Know When Society Is About to Fall Apart? Meet the scholars who study civilizational collapse”, The New York Times Magazine, Nueva York, 4 de noviembre, https://www.nytimes.com/2020/11/04/magazine/societal-collapse.html.
Foster, John Bellamy [2013], “The Epochal Crisis”, Monthly Review, 65(5): 1-12, octubre, Nueva York, https://monthlyreviewarchives.org/index.php/mr/article/view/MR-065-05-20....
Inclán, Daniel, Sandy Ramírez, Cristóbal Reyes y Josué G. Veiga [2021], “Pandemia y colapso capitalista. Una mirada desde América Latina”, Revista Controversia, (216), Pontificia Universidad Javeriana de Cali, Cali, en prensa.
Jappe, Anselm [2019], La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción, Logroño, Pepitas de Calabaza.
López y Rivas, Gilberto [2018], “Colapso”, La Jornada, México, 18 de mayo, https://www.jornada.com.mx/2018/05/18/opinion/016a2pol.
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Marx, Karl [2011a], El capital, t. III, vol. 6, México, Siglo XXI.
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McAnany, Patricia A. y Norman Yoffee [2010], Questioning Collapse: Human Resilience, Ecological Vulnerability, and the Aftermath of Empire, Cambridge, Cambridge University Press.
Moore, Jason W. [2016], “El fin de la naturaleza barata: o cómo aprendí a dejar de preocuparme por ‘el’ medioambiente y amar la crisis del capitalismo”, Relaciones Internacionales, (33): 143-174, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, https://revistas.uam.es/relacionesinternacionales/article/view/6731.
Orlov, Dmitry [2013], The five stages of collapse. Survivor's toolkit, Gabriola Island, New Society Publishers.
Osorio, Jaime [2016], Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento, 2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica.
Polanyi, Karl [2017], La gran transformación, México, Fondo de Cultura Económica.
Subcomandante Insurgente Galeano [2015], “La tormenta, el centinela y el síndrome del vigía”, El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista I. Participación de la Comisión Sexta del EZLN, sin ciudad, sin editorial.
Wallerstein, Immanuel [2015], “La crisis estructural, o por qué los capitalistas ya no encuentran gratificante al capitalismo”, ¿Tiene futuro el capitalismo?, México, Siglo XXI, pp. 15-46.
Zibechi, Raúl [2020a], Tiempos de colapso. Los pueblos en movimiento, Bogotá, Ediciones desde Abajo.
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Notas:

[1] Aun cuando autores como Arnold Toynbee podrían ser considerados precursores del debate que nos ocupa, en el balance que aquí se presenta se incluye únicamente a los autores que se refieren explícitamente al colapso y lo trabajan como concepto.

[2] Existe controversia sobre si las caracterizaciones hechas por Diamond son precisas y sobre si estos sucesos históricos pueden ser definidos o no como colapsos. Algunos autores han cuestionado la perspectiva neo-malthusiana de Diamond y señalado que en la mayoría de los ejemplos por él mencionados no hubo un colapso súbito, sino un declive paulatino; asimismo, afirman que el agotamiento de los recursos tuvo en general un papel menos importante que el atribuido por el autor (McAnany y Yoffee, 2010).

[3] “Bueno, el asunto es que lo que nosotros, nosotras, zapatistas, miramos y escuchamos es que viene una catástrofe en todos los sentidos, una tormenta. […] Vemos que viene algo terrible, más destructivo, si posible fuera” (Subcomandante Insurgente Galeano, 2015: 27-28).

[4] “It is suggested that the increased costs of sociopolitical evolution frequently reach a point of diminishing marginal returns. […] After a certain point, increased investments in complexity fail to yield proportionately increasing returns. Marginal returns decline and marginal costs rise. Complexity as a strategy becomes increasingly costly, and yields decreasing marginal benefits” (Tainter, 1988: 93).

[5] “A society has collapsed when it displays a rapid, significant loss of an established level of sociopolitical complexity” (Tainter, 1988: 4).

[6] “By collapse, I mean a drastic decrease in human population size and/or political/economic/social complexity, over a considerable area, for an extended time” (Diamond, 2005: 3).

[7] En este mismo número del Bo·LET·ín (pp. 11-13), Raúl Ornelas escribió sobre las múltiples temporalidades de la dislocación sistémica y el colapso.

[8] “Collapse, as viewed in the present work, is a political process. It may, and often does, have consequences in such areas as economics, art, and literature, but it is fundamentally a matter of the sociopolitical sphere” (Tainter, 1988: 4).

[9] “It was very clear that what I was realizing about historical trends wasn’t just about the past” (Tainter, entrevistado por Ehrenreich, 2020).

[10] “Complex societies occupy every inhabitable region of the planet. There is no escaping. This also means that collapse, ‘if and when it comes again, will this time be global.’ Our fates are interlinked. ‘No longer can any individual nation collapse. World civilization will disintegrate as a whole’” (Ehrenreich, 2020).

[11] En este caso, de manera análoga a lo señalado por Jaime Osorio (2016: 31) a propósito de la extensión de la teoría de sistemas al estudio de las sociedades por Niklas Luhmann, “la teoría de sistemas tiene dificultades para historizar los procesos de la vida social, resultado de los modelos de la fisiología orgánica que la fundamentan, generando una suerte de organicidad sin historia”.

[12] “Population will eventually start to spiral downward too; my guess is that this will happen not through lower birth rates but through much higher death rates” (Orlov, 2013: 28).