Frente al colapso. Militar a la sombra de las catástrofes

    Presentación

    Catastrofismo: del escarnio a la reivindicación


    Nuestra casa está en llamas. Estoy aquí para decir que nuestra casa está en llamas.
    Según el GIEC estamos a menos de 12 años de no poder deshacer nuestros errores.
    Los adultos siguen diciendo que debemos dar esperanza a los jóvenes. Pero yo no
    quiero su esperanza. Quiero que entren en pánico, quiero que sientan el miedo que
    siento yo cada día. Y luego quiero que actúen, quiero que actúen como si lo hicieran
    en una crisis. Quiero que actúen como si la casa estuviera en llamas, porque así es.

    Greta Thunberg, Discurso ante el Foro de Davos, 2019

    Hasta fechas recientes, las posturas catastrofistas han sido descalificadas tanto en el debate público como en la academia, argumentando su supuesta falta de sustento y los procedimientos típicos cuya utilización se les atribuye: la exageración y la especulación.

    Uno de los ejemplos de esta descalificación es el debate en torno a los agujeros en la capa de ozono de la atmósfera causados por las emisiones de diversos gases producidos por las actividades humanas, en particular, por las emisiones de compuestos clorofluorocarbonados usados en diversos sistemas de refrigeración y aerosoles. A la alarma por el crecimiento de la devastación de la capa de ozono, le siguió un amplio debate sobre las causas y las posibles soluciones, mismo que tomó la forma de regulaciones internacionales sobre el uso de los gases causantes de dicha afectación (Protocolo de Montreal, firmado en 1987). Aunque el problema subsiste, se logró frenar su expansión y se estima que en el mediano plazo logrará revertirse hasta niveles que no afecten al ambiente y a los seres vivos.

    Este tipo de acciones concertadas sustentan la idea de que se hallarán soluciones técnicas y sociales a los enormes problemas que enfrentan las sociedades contemporáneas, en particular, a la destrucción del ambiente. Existe un imaginario social y numerosas prácticas estatales, corporativas e incluso de sujetos sociales, que confía en las innovaciones para asegurar la continuidad de las relaciones sociales imperantes. De manera paralela, estados y corporaciones estimulan estrategias en diversos ámbitos (informativos, educativos y políticos), para convertir la confianza en las soluciones tecnológicas en un horizonte cultural que lleve a grandes segmentos de la población a no interesarse en los problemas ambientales y, sobre todo, a negar el carácter terminal de la catástrofe ambiental en curso.

    Es en ese marco cultural y político que algunas interpretaciones reivindican el catastrofismo como alternativa al estado de negación que bloquea las respuestas ante la debacle capitalista. De la mano de numerosas investigaciones científicas sobre la situación del sistema-Tierra, y del ascenso de luchas sociales contra la devastación del planeta, el catastrofismo se abre paso y gana legitimidad en los años recientes. Contra el sentido común imperante, esta perspectiva propone la hipótesis liminar de que nuestra época es de riesgo existencial tanto para las sociedades como para el conjunto de los seres vivos. De ahí su relevancia y contribución a un debate público que tiene cada vez más dificultades para ocultar lo evidente: la desastrosa situación en términos tanto ambientales como sociales.

    Es preciso subrayar que la reivindicación del catastrofismo camina en el delgado filo entre la negación interesada de quienes defienden el estado de cosas imperante y proponen adaptaciones que paliarían el desastre en curso, y las interpretaciones críticas que caracterizan ese pensamiento como parte de la anestesia social que paraliza las movilizaciones contra las diferentes crisis actuales, contra sus causas y sus responsables.1 Nuestra indagación sobre la trayectoria del capitalismo y la destrucción del ambiente se interesa en las interpretaciones catastrofistas que argumentan a favor de un cambio de horizontes y rutas para la acción colectiva, al aportar argumentos y propuestas críticos frente a la devastación del planeta y los callejones sin salida de las movilizaciones sociales que siguen exigiendo que sean los estados y las corporaciones quienes frenen la destrucción del ambiente.

    En esa perspectiva, compartimos la traducción de un fragmento del libro Frente al colapso. Militar a la sombra de las catástrofes, de Luc Semal, que ofrece un panorama sobre el lugar que el catastrofismo ocupa en los debates actuales en Francia.

    R Ornelas
    Mayo 2021


    Frente al colapso. Militar a la sombra de las catástrofes*

    Luc Semal**

    Introducción

    El 28 de agosto de 2018, al inicio de un nuevo verano canicular, durante una entrevista radiofónica un ministro de estado renunció en directo, en un horario de gran audiencia. De manera más o menos inédita, como testamento ministerial, explicaba así las razones de su salida:

      Ya no quiero mentirme. No quiero crear la ilusión de que mi presencia en el gobierno significa que estamos a la altura de estos retos. Y por tanto, decido abandonar el gobierno, hoy mismo.

    En sí misma, la frustración expresada por Nicolas Hulot no debería sorprender. Es común en la historia política francesa que los ministros del ambiente abandonen su cargo denunciando la impotencia de ese "ministerio de lo imposible" (Poujade, 1975; Lepage, 1998; Batho, 2014). Y sin embargo, por la notoriedad y la popularidad del ministro que abandonaba sus funciones, por el impacto mediático de su sorpresiva renuncia, por el vocabulario y el tono dramáticamente urgente de su testimonio, algo de novedoso aparecía en ese instante: por una parte, la enunciación clara y sin concesiones de una situación de catástrofe global; y por otra, una forma de indiferencia política respecto de dicha situación:

      No entiendo que asistamos globalmente, unos y otros, a la gestación de una tragedia muy anunciada con una forma de indiferencia. El planeta se está convirtiendo en un horno, nuestros recursos naturales se agotan, la biodiversidad se funde como la nieve al sol, y ello no siempre se entiende como un desafío prioritario. Y sobre todo, para ser muy sincero, y lo que digo vale para la comunidad internacional, se hacen esfuerzos para mantener, es decir, para reanimar, un modelo económico mercantil, que es la causa de todos estos desórdenes climáticos.

    De nuevo, la denuncia de esta situación no tuvo, en sí misma, nada de radicalmente novedoso. La literatura ecologista, es decir, el corpus caleidoscópico de artículos, ensayos, testimonios y análisis, mediante el cual la ecología política intenta ordenar sus ideas, está lleno de ese tipo de denuncias. Pero en este caso, fue sorprendente constatar qué tanto la negrura del diagnóstico parecía racional, admitida, casi esperada –si no por todo el mundo, al menos por una parte de los responsables, de los científicos y de la opinión pública. Parecía obrar una forma de habituación trágica y fatalista, que va de la par con la difusión acelerada de una angustia latente respecto del futuro de la civilización. Menos de una semana después de esta renuncia, doscientas personalidades firmaron un editorial colectivo:

      Vivimos un cataclismo planetario. Calentamiento climático, disminución drástica de los espacios de vida, colapso de la biodiversidad, contaminación profunda de los suelos, del agua y del aire, rápida deforestación: todos los indicadores son alarmantes. Al ritmo actual, en unas décadas, no quedará nada. Los humanos y la mayor parte de las especies vivas están en situación crítica.

    Entre los doscientos firmantes, se cuentan muchos actores y personalidades del mundo del espectáculo, así como varios científicos reconocidos, entre ellos, algunos profesores del Museo nacional de historia natural, que asumen públicamente la afirmación de que "el colapso está en curso". Sin duda, ese término de colapso amerita que nos detengamos: ¿acaso no es más que el efecto de sobredimensionar la alarma grandilocuente? ¿o, por el contrario, traduce algo profundo, una angustia casi existencial frente a la perspectiva bien concreta de los desastres ecológicos y humanos que se detonan, en una escala inédita en la historia, bajo los efectos acumulados del calentamiento global, del agotamiento de los recursos, de la sexta extinción masiva, de la acidificación de los océanos, e incluso de la proliferación de lo nuclear civil y militar?

    El propósito de esta obra es considerar esta segunda hipótesis mediante un análisis del catastrofismo ecológico, entendido como un fenómeno ideológico consustancial al pensamiento ecologista y a la ecología política desde los años sesenta del siglo XX, que integra el colapso de la civilización industrial global como consecuencia posible, probable o cierta de la catástrofe ecológica global desatada por toda o por parte de la humanidad. La elección de las palabras "fenómeno ideológico" no refiere al sentido peyorativo de la ideología en el lenguaje corriente, que a menudo la reduce a algo arbitrario y dogmático, si no al concepto de ideología como prisma coherente de interpretación del mundo tal cual es, tal como podría ser y tal como debería ser. Al abordar el catastrofismo ecologista como un fenómeno ideológico, se busca restituirlo en la historia de las ideas políticas y analizar su papel en el funcionamiento –o disfuncionamiento– democrático contemporáneo.

    Desde los años setenta del siglo XX, la expresión "fenómeno ideológico" fue empleada por dos pioneros del pensamiento ecológico, para quienes "en su principio mismo, la preocupación ecológica es esencialmente subversiva y catastrofista, por la razón necesaria y suficiente de que ya ha sensibilizado a una amplia franja de la opinión pública occidental, respecto de la verdad elemental que sostiene que un crecimiento material infinito en un mundo finito es un sinsentido" (Rens y Grinevald, 1975: 292). Entendido de esa forma, el catastrofismo no es "una doctrina política o de otro tipo, tampoco una ideología, a falta de contenido normativo sistematizado, si no una idea prospectiva referida al paradigma del fin de la especie humana", o "la toma de conciencia de un probable futuro dominante negativo que remite a la negación de cualquier futuro para la humanidad" (Rens y Grinevald, 1975: 308). De ese modo, sin ser una ideología en sí mismo, el catastrofismo actual mantiene, no obstante, una relación privilegiada con el pensamiento ecológico (Bourg y Papaux, 2015: XI) y con la ideología ecologista (Dobson, 2007: 16), tal y como se desarrollan desde hace medio siglo.

    Hablar del "catastrofismo actual", tampoco es neutro. No se trata de llevar a cabo un análisis atemporal y universal del catastrofismo, si no más bien de interesarse en el catastrofismo nacido en la posguerra, de la "problemática mundial", bajo la doble presión de la proliferación nuclear y de la degradación de las condiciones ecológicas. En ese sentido, el catastrofismo actual no es "un modo, si no la forma más reciente de una inquietud existencial en el perfil ideológico accidentado, cuyas justificaciones, en adelante, son más científicas que metafísicas" (Rens y Grinevald, 1975: 320). La perspectiva catastrofista está anclada en un contexto histórico y ecológico muy peculiar, caracterizado por el tránsito inédito de una época geológica a otra, y de un mundo de crecimiento a un mundo de agotamientos, en el que se entremezclan de manera inextricable dinámicas ecológicas y dinámicas sociales, historia del planeta e historia de la humanidad.

    En fin, la elección de los términos es delicada en tanto implican connotaciones peyorativas. A menudo, el catastrofismo es reducido a una forma de perversa fascinación por el desastre, o de pesimismo casi patológico, de los que es posible denunciar el carácter irracional y excesivo. Existe una literatura calificada a veces de ecolo-escéptica, de interés científico mediocre, y cuya motivación es relativizar la gravedad del problema ecológico mundial y descalificar a los ecologistas que se alarman en tanto pesimistas incurables, catastrofistas, predicadores del apocalipsis, etc.[1] No obstante, existen críticas del catastrofismo actual más matizadas y más interesantes, que sin negar la gravedad de la situación ecológica, plantean el interrogante acerca de cuán oportuno es, intelectual y políticamente, dar demasiado espacio a la perspectiva catastrofista. De acuerdo con estas críticas, el catastrofismo actual abre brecha a la anticipación despolitizante de desastres globales y sin matices, como el calentamiento global, en detrimento de un análisis político más fino de la catástrofe en curso, de sus resortes económicos y de sus responsables. Así, aunque se entiende cabalmente que la situación ecológica es catastrófica, el catastrofismo es presentado, en cambio, como una retórica dominante, estéril, desmovilizadora, incluso antidemocrática (Chollet y Felli, 2015; Chateauraynaud y Debaz, 2017).

    La apuesta de esta obra es desmarcarse de esa interpretación descalificadora, para aprehender el catastrofismo ecologista en sus ambivalencias, en sus matices, en sus entrelazamientos de dudas y certidumbres. Más que una descalificación de entrada, se trata de hacer un esfuerzo de clarificación y de contextualización del catastrofismo actual en las teorías y en las movilizaciones ecologistas de los años sesentas y setentas del siglo XX hasta nuestros días, mediante un análisis político de lo que la perspectiva catastrofista cambia, o podría cambiar, o debería cambiar, en nuestra relación con el mundo. Se parte del doble principio de que el diagnóstico catastrofista es legítimo, en vista de la dinámica de ruptura global e irreversible iniciada hace algunas décadas, y cuyos efectos concretos crecen en potencia hoy día; y que la perspectiva catastrofista, de manera bastante contra-intuitiva, posee virtudes heurísticas y democráticas. Esta perspectiva forma parte del pensamiento ecológico y también de las movilizaciones ecologistas que encarnan y hacen vivir la ecología política. Y es en ello que contribuye, a su manera, a la evolución contemporánea de las teorías, de las prácticas y de los proyectos democráticos que se recomponen a la sombra del colapso.

    LA GRAN ACELERACIÓN

    De entrada, se plantea la cuestión de los orígenes: ¿de dónde viene la catástrofe en curso? De acuerdo con el historiador John McNeill (2010a), algo que refiere a la ruptura ocurrió a lo largo del siglo XX, particularmente durante su segunda mitad, que podría o debería invitarnos a mirar de otra forma la historia de las sociedades humanas, la de nuestro planeta y de sus futuros conjuntos. Este autor, afirma que la aceleración de los consumos energéticos, de las degradaciones ecológicas y de la expansión demográfica, constituye un hecho sin precedente histórico, radicalmente nuevo y propiamente inédito. Ahora bien, este fenómeno fue posible por una estabilidad relativa de las condiciones ambientales, misma que parece ser puesta en cuestión por la agudización de los principales problemas ecológicos, como el agotamiento de los suelos, la escasez creciente de las energías fósiles o el calentamiento global. Así, McNeill propone una forma de encuadre para la historia humana en una historia más vasta, la de la desestabilización ecológica global, que más que cualquier otra cosa, caracteriza nuestra época. De ese modo, el historiador llega a preguntarse acerca del carácter eventualmente transitorio de los sistemas políticos e ideológicos contemporáneos, dependientes implícitamente de un crecimiento insostenible, que en poco tiempo podría detenerse o revertirse en un mundo ecológicamente degradado:

      De hecho, hemos construido nuevas políticas, nuevas ideologías y nuevas instituciones sobre la base de la hipótesis de un crecimiento continuo. Si esa era de exuberancia debe llegar a su fin, o incluso al menos a frenarse progresivamente, entonces enfrentaremos una nueva serie de ajustes traumatizantes (2010a: 45).

    Hoy día, McNeill es uno de los principales teóricos de lo que se ha convenido en llamar "la Gran Aceleración": el periodo post-1945, que vio un auge vertiginoso de la humanidad, de los consumos y de sus impactos sobre la superficie del planeta (McNeill y Engelke, 2016). La Gran Aceleración designa el crecimiento vertiginoso durante algunas décadas, no sólo de la población humana, si no también de sus actividades económicas, su industria, su consumo de recursos fósiles, sus emisiones de gases de efecto invernadero, sus desechos de plástico, sus pérdidas de biodiversidad, y de la deforestación. La idea de la Gran Aceleración permite insistir sobre el carácter sistémico de esos fenómenos, que chocan y se sostienen unos a otros en una sola y misma dinámica de crecimiento y de expansión.

    Asimismo, la expresión también hizo eco en los trabajos del sociólogo alemán Hartmut Rosa (2010), para quien la modernidad tardía, desde los años setenta del siglo XX, se caracteriza por una aceleración generalizada que alteró profundamente nuestra relación con el tiempo. Estos análisis se unen a la constatación difusa según la cual las sociedades modernas son rehenes de urgencias cada vez más acuciantes. La aceleración generalizada y la concurrencia de las urgencias, dibujan un aire de los tiempos que, de manera paradójica, genera un sentimiento de petrificación inspirado por la impotencia de lo político para manejar esos fenómenos. En el horizonte empieza a perfilarse la imagen aún borrosa de un umbral, de un punto de ruptura, de un punto de inflexión, que sería resultado de una saturación de la aceleración y de las urgencias.

    LA CATÁSTROFE EN SINGULAR

    El catastrofismo ecologista nace a la vuelta de los años sesenta y setenta del siglo XX, de la constatación que esta aceleración de los crecimientos, que aún no se llamaba Gran Aceleración, solo puede conducir a la catástrofe –o, de manera más precisa, que constituye el inicio de una catástrofe. El singular es importante. La historia y la actualidad están llenas de catástrofes, es decir, de desastres más o menos localizados, más o menos mortales y destructores, yendo de los sismos a los accidentes industriales, y cuya recurrencia ha jugado un papel importante en las reflexiones modernas acerca de la relación con el riesgo (Beck, 2001; Dupuy, 2002 y 2005). Por el contrario, la catástrofe en singular refiere a un vuelco del mundo, en parte ya en marcha y "con potencial apocalíptico":

      Hablo de la catástrofe en singular, no para designar un evento único, sino un sistema de discontinuidades, del rebasamiento de umbrales críticos, de rupturas, de cambios estructurales radicales, que se alimentarán unos a otros, para golpear plenamente y con una violencia inaudita a las generaciones futuras. Mi corazón se encoge cuando pienso en el futuro de mis hijos y de sus propios hijos que aún no han nacido (Dupuy, 2008: 31).

    En el pensamiento ecológico, la perspectiva catastrofista refiere de manera implícita la idea de una catástrofe en singular, que es la ruptura radical, inédita, objetivada progresivamente en el curso de décadas, que ve cómo las sociedades modernas modifican o alteran sus ambientes naturales en una escala y con un ritmo tales, que podrían conducir a una ruptura de las condiciones materiales necesarias para su perpetuación. Se trata de una ruptura global, ya que ningún territorio escapa a ella, y es una ruptura irreversible, porque no es posible ningún retorno. De la misma manera, esta dimensión global e irreversible del fenómeno justifica hablar de catástrofe y no simplemente de crisis, ya que "entramos en el tiempo largo y espeso de los sobresaltos de la Biosfera, en una modificación del largo curso de las condiciones de habitabilidad de la Tierra" (Bourg y Papaux, 2015: XI). La catástrofe ecológica en singular no es por tanto, un anuncio de un evento único que está por venir, preciso, datado y claramente delimitado, si no más bien la constatación inquieta de un proceso en marcha de vuelco caleidoscópico, de ingreso a un "sistema de discontinuidades" (Dupuy, 2008) y a una "catástrofe crónica",[2] que en lo sucesivo delimitan nuestros horizontes.

    Hablar de la catástrofe en singular permite también situarse en la línea de las ciencias naturales, que aportan al catastrofismo un sentido esclarecedor para la situación presente. El catastrofismo en geología designa un conjunto de teorías que afirman que la historia de la vida está marcada por catástrofes y cataclismos que remodelan los paisajes de manera periódica, y conducen a ciertas especies a desaparecer, por oposición a las teorías uniformadoras, gradualistas o actualistas, las cuales, con todos sus matices, abordan la historia de la vida y del planeta como un proceso lento, progresivo y continuo (Babin, 2005). Muy asociado al imaginario del diluvio bíblico, el catastrofismo fue socavado por las teorías de la evolución y de la selección natural, que permitían ahorrarse las explicaciones más sensacionalistas o teñidas de religiosidad. La perspectiva catastrofista recuperó legitimidad desde los años ochenta del siglo XX gracias a un conocimiento más fino de algunos grandes episodios catastróficos que, sin lugar a dudas, han marcado la historia de la vida. Actualmente, se sabe que la quinta extinción masiva de las especies, ocurrida hace 65 millones de años, y que vio extinguirse entre otros a los dinosaurios, es el resultado de la conjunción de la caída de un meteorito en el Golfo de México y las erupciones volcánicas titánicas en India (Gould, 1991; Alvarez, 1998; Leakey y Lewin, 2011). Si en la actualidad el catastrofismo ha sido parcialmente rehabilitado, es porque explica algunos momentos precisos de la evolución, en los que, las reglas de la continuidad válidas hasta entonces fueron, por decir así, suspendidas súbitamente, durante el tiempo de un evento catastrófico. Las reglas de la continuidad retoman enseguida su curso, pero en un mundo vivo radicalmente reducido y reorganizado, y por tanto, radicalmente diferente de aquel que existía antes de la catástrofe.

    Actualmente, las consecuencias de la Gran Aceleración son tales que vuelven a dar pertinencia a las nociones de catástrofe y de catastrofismo: sexta extinción masiva, calentamiento global en curso, agotamiento de los recursos fósiles… y sobre todo, interacción de todos esos fenómenos, retroalimentándose unos a otros, que conducen a la constatación de que una ruptura catastrófica está en marcha. Puede parecer lenta en la escala de una vida humana, pero se revela vertiginosa en la escala de la vida y del planeta. Al describir la situación presente de la humanidad en el tiempo muy largo de la biosfera, la perspectiva catastrofista "descubre catástrofes latentes, amplificadas por la lógica de la interdependencia" (Rens y Grinevald, 1975: 303). Hoy día, la noción de Antropoceno, que desde inicios de los años 2000 sigue un complejo proceso de consolidación científica, es de las que cristalizan mejor esta idea de ruptura: la Gran Aceleración, en sí misma y por sus consecuencias ecológicas, vuelca el planeta a una época geológica radicalmente nueva… por nuestra cuenta y riesgo (Grinevald, 2007; Lorius y Carpentier, 2010; Bonneuil y Fressoz, 2013; Beau y Larrère, 2018). Así, hablar de catástrofe y de catastrofismo ecologista es restituir el vuelco en curso en el tiempo muy largo de la historia del planeta, para tratar de aprehender mejor su amplitud, y comenzar a sacar de ello un análisis político.

    ¿HACIA EL COLAPSO?

    La idea subyacente a la Gran Aceleración y a la perspectiva catastrofista es que esta trayectoria insostenible solo puede tener un impacto colosal y trágico sobre las sociedades modernas. ¿Cómo llamar ese impacto? Desde el punto de inflexión de los años sesentas y setentas del siglo XX, cuando comenzaban a madurar las ideas ecologistas, la cuestión del colapso fue planteada de forma explícita. Estaba en el centro de las inquietudes propuestas por Paul Ehrlich (1972), para quien, tarde o temprano, era ineluctable el advenimiento de un colapso de la población humana, si el crecimiento demográfico proseguía. También estaba en el centro del Informe del Club de Roma, y ello de manera más sistémica: el colapso no sería solo demográfico si no también económico, industrial, civilizatorio, en un contexto de agotamiento de los recursos y de saturación por contaminaciones (Meadows et al., 1972). Esta obra dejó una profunda huella en el imaginario ecologista, al introducir en él la perspectiva de un colapso sistémico de las sociedades modernas como consecuencia de la catástrofe engendrada por la continuidad del crecimiento.[3]

    Presentado de ese modo, para la sociedad industrial globalizada el colapso es consecuencia de la catástrofe ecológica nacida de la Gran Aceleración. Pero también en este caso, el término es delicado, al punto que despierta mitos y fantasmas. Entre los primeros, el antropólogo estadounidense Joseph Tainter (1988) esbozó una teorización rigurosa del colapso de las sociedades complejas. Después, Jared Diamond (2006) se inspiró ampliamente de ese trabajo para concebir su libro Colapso, introduciendo una dimensión ecológica, ausente en los trabajos de Tainter. De acuerdo con Diamond, en tanto degradan su ambiente, las sociedades modernas corren el riesgo de derrumbarse como lo hicieron, antes que ellas, varias civilizaciones del pasado como la de Isla de Pascua. Sin embargo ¿esta comparación tiene sentido? No, según McNeill (2010b), ya que el carácter inédito de la situación actual prohíbe toda comparación histórica: entonces, si vamos hacia el colapso, éste será global y de una forma radicalmente nueva.

    Desde hace algunos años, la noción de colapso recuperó importancia al interior de los debates ligados a la ecología política. En Francia, diversas obras contribuyeron a esbozar los contornos de una "colapsología", a partir del principio de que una dinámica de colapso está en curso y que nada parece poder detenerla (Cochet, 2009a; Servigne y Stevens, 2015; Duterme, 2016). El entusiasmo de las redes ecologistas hacia esta perspectiva suscita multitud de debates, conferencias, publicaciones, que gravitan en torno a ese término. Hoy día, las redes de la colapsología son la encarnación más dinámica de la perspectiva catastrofista que irriga las teorías y las movilizaciones ecologistas desde hace medio siglo.

    Así las cosas ¿el colapso es posible? ¿probable? ¿cierto? ¿cuáles serían o serán sus consecuencias para unos y otros? ¿qué proyecto político se puede aún concebir una vez que se endosa esta perspectiva? Aunque no dan una respuesta homogénea, las teorías y las movilizaciones ecologistas tienen la particularidad de estar imbricadas desde hace varias décadas con esta perspectiva catastrofista. Por ello, su análisis es la ocasión de entender mejor por qué el catastrofismo ecologista constituye hoy día, y de manera contra-intuitiva, una especie de aguijón democrático para incluir en la agenda de las sociedades industriales el problema, a la vez omnipresente y reprimido sin cesar, de su difícil transición en situación de catástrofe hacia el post-petróleo y el post-desarrollo.

    ECOLOGISMO Y TEORÍA POLÍTICA VERDE

    Desde principios de los años noventa del siglo XX, la corriente internacional de la teoría política verde (green political theory), analiza los desafíos políticos planteados por la cuestión ecológica. De inicio, su objeto fue estudiar la irrupción del pensamiento ecológico en el paisaje de las ideas políticas –irrupción que resultó disonante en un doble sentido; de entrada, por mostrar la convicción de que hay límites al crecimiento, enseguida, por la voluntad de poner en cuestión el antropocentrismo moderno en favor de otras perspectivas más ecocéntricas (Dobson, 2007; Goodin, 1992; Eckersley, 1992). En ese tiempo, el desafío era cartografiar la ideología ecologista, sus ideas, sus valores y sus proposiciones. Después, al paso de los años y en la medida en que el desafío ecológico era más ampliamente reconocido, el objeto de la teoría política verde también abarcó la revisión de los conceptos fundamentales de la teoría política a la luz de la nueva situación. En especial, en tanto no puede ser reducido a una simple hipótesis alarmista, el calentamiento global comenzó a ser tratado como una realidad material, concreta, objetiva, y con graves consecuencias para el devenir de las sociedades modernas. Esta irrupción explosiva de la materialidad ecológica en el campo político, plantea desde entonces innumerables preguntas: ¿el calentamiento global modifica, podría modificar, debería modificar nuestra concepción de la soberanía, heredada de una época en que la cuestión ecológica no se planteaba? ¿o nuestra concepción de la ciudadanía y de los derechos y deberes que van asociados a ella? ¿o la de la libertad? ¿de la igualdad? ¿de la seguridad? (Dobson y Eckersley, 2006; Semal, 2017).

    El estudio del catastrofismo ecologista se ubica en primer término en esta corriente teórica. Se trata, en efecto, de situar ese catastrofismo en la historia de las ideas políticas, y en particular en la del pensamiento ecológico, para comprender al mismo tiempo, lo que aporta de radicalmente nuevo en el campo político, y la impresión de algo ya visto que, no obstante, puede suscitar. El primer capítulo está dedicado al análisis del surgimiento conjunto del ecologismo y del catastrofismo actual, en los años sesenta y setenta del siglo XX, así como al análisis de su evidente reflujo desde los años ochenta, debido a la institucionalización de los desafíos ambientales. La importancia creciente del desarrollo sostenible, en particular, contribuyó a un cierto distanciamiento, a una cierta eufemización, de los rasgos catastrofistas del ecologismo, en beneficio de teorías más continuistas, más consensuales y menos disonantes en el campo político, como son la modernización ecológica y el crecimiento verde.

    El segundo capítulo aborda aquello que la perspectiva catastrofista puede modificar en las teorías y en las prácticas democráticas contemporáneas. A la luz de las convulsiones ecológicas que se anuncian, así como de las condiciones políticas e institucionales que permitirían responder a ellas, la cuestión que se plantea hoy día es la de la ecologización de las democracias. En ese caso, la perspectiva catastrofista refuerza las tesis según las cuales, las democracias modernas alimentan una relación con el tiempo inadaptada a la comprensión de los desafíos ecológicos. Y por ello, es la temporalidad democrática misma que está profundamente desestabilizada por la irrupción de una temporalidad catastrófica, presa tanto de la necesidad de reforzar la preocupación por el largo plazo, como de las dudas crecientes en cuanto a la posibilidad de que ese largo plazo pueda siquiera existir.

    MOVILIZACIONES A LA SOMBRA DE LAS CATÁSTROFES

    Aparte de los cuestionamientos de orden teórico, el catastrofismo ecológico plantea numerosas cuestiones prácticas, relacionadas a las modalidades y a las finalidades de una movilización para hacer frente al colapso. En sus inicios, las movilizaciones ecologistas tuvieron una relación complicada con el porvenir, fuertemente ensombrecido por las perspectivas distópicas ligadas a la degradación posible o probable de las condiciones ecológicas sobre el conjunto del planeta. Actualmente, la perspectiva catastrofista en general, y el auge reciente de los interrogantes colapsológicos en particular, radicalizan ese problema: ¿cómo vivir y movilizarse con, o a pesar de, la convicción del anuncio de una forma de colapso, o de que una forma de colapso está en curso? Con el fin de responder a esta pregunta, los capítulos siguientes recurrirán a la sociología de las movilizaciones para analizar los resortes de la acción política catastrofista en el terreno, en la realidad de las redes ecologistas.

    El tercer capítulo está dedicado al análisis de dos movimientos ecologistas que, desde su surgimiento en los años 2000, se distinguieron por su dimensión catastrofista: el movimiento del decrecimiento, originario de Francia, y el movimiento de las ciudades en transición (Transition Towns), de origen británico. Ambos constituyeron espacios de politización del pico del petróleo y de la escasez creciente de recursos, y de ese modo, contribuyeron a imbuir de nuevo en las redes ecologistas, una parte de ese catastrofismo que había sido apartado al paso de los años. Esos movimientos jugaron un papel decisivo de incubadora, antes del reciente resurgimiento de la perspectiva del colapso civilizatorio, que hoy día reestructura profundamente tanto los proyectos como las movilizaciones ecologistas.

    El cuarto capítulo se centra en los individuos militantes, estudiando sus trayectorias biográficas para explicar cómo se llega a ser catastrofista. Detrás de esta expresión un tanto vaga, se trata de analizar cómo ciertos militantes ecologistas llegan a reconsiderar el sentido y las modalidades de su compromiso, a veces desde los inicios de su experiencia militante, a veces tras décadas de compromiso más o menos frustrante. En segundo plano de la diversidad de las trayectorias catastrofistas se dibuja una lógica de desilusión que cobra importancia en la actualidad dentro de las redes ecologistas, en la medida en que se desecan las perspectivas políticas, y se ensombrecen los horizontes ecológicos.

    El quinto capítulo da continuidad a este cuestionamiento, proponiendo el análisis del papel de las emociones en las movilizaciones de dimensión catastrofista, en particular las emociones incómodas como el miedo, la angustia, la desesperanza. Se trata de analizar la pesada carga emocional que atraviesa a estas movilizaciones a la sombra de las catástrofes, y la manera en que ello influye sobre el sentido y las modalidades del compromiso ecologista. Así, se constata que, en esas redes, el miedo a la catástrofe no es una anomalía desmovilizadora, si no más bien una etapa del compromiso ecologista enfrentado a una catástrofe de orden supraliminal, mismo que puede jugar un papel de aguijón no despreciable en el proceso de movilización.

    Finalmente, el sexto capítulo aborda el uso que se hace de los relatos en las movilizaciones de dimensión catastrofista, así como el papel dado a la narración en las deliberaciones que pretenden formular proyectos de territorio adaptados al vuelco que vive el mundo. Se analizan algunas restricciones propias de las movilizaciones de esta índole, de entrada por el hecho de que la experiencia vivida de los militantes se revela saturada de disonancias cognitivas potencialmente desmovilizadoras: por una parte, la separación puede parecer demasiado grande entre la evidencia inmediata y concreta de lo cotidiano con toda la fuerza de su realidad presente, y por otra parte, la perspectiva catastrofista que alerta del colapso civilizatorio en curso. Se trata, por tanto, de mostrar el lugar dado a los relatos y al trabajo narrativo para cultivar las resonancias narrativas, y para, por esa vía, reducir las disonancias cognitivas, al tiempo que se incrementa el peso de realidad de la perspectiva catastrofista.


    Notas

    1 Pensamos en especial en el trabajo de referencia obligada de René Riesel y Jaime Semprun, Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible, y del propio Semprun, El abismo se repuebla, que denuncian el uso contrainsurgente del catastrofismo. Destacamos también las contribuciones de John Bellamy Foster, de ecomarxistas como Daniel Tanuro, y el cada vez más intenso debate en torno a la colaposología francesa.

    * Luc Semal [2019], Face à l'effondrement. Militer à l'ombre des catastrophes, París, Presses Universitaires de France, pp. 9-29. Traducido del francés por Raúl Ornelas.

    ** Profesor del Centro de ecología y ciencias de la conservación del Museo nacional de historia natural de Francia. Correo electrónico: lsemal@mnhn.fr

    [1] La literatura ecolo-escéptica es muy abundante y a menudo autoreferenciada, por lo que aquí solo se mencionarán algunos títulos que, por las palabras elegidas para descalificar el pensamiento ecológico, han contribuido también a descalificar la perspectiva catastrofista: Kervasdoué, 2007; Allègre y Bouldouyre, 2010; Cabrol, 2010; Tertrais, 2011; Bruckner, 2011. Para un análisis del climato-escepticismo y su articulación con el ecolo-escepticismo, véase Oreskes y Conway, 2012.

    [2] Expresión usada por Dominique Bourg en la emisora France culture, en septiembre de 2018.

    [3] En este tema, es notoria la influencia de la modelización y de los enfoques sistémicos, al recordar que la noción de catástrofe también toma un sentido preciso, que evoca menos el desastre que la ruptura, el vuelco del sistema de un estado a otro. Véase Lovelock, 1993; Meadows, 2008; Odum, 2007; Odum y Odum, 2008. Por lo demás, "es interesante destacar que, en el nivel de formalización más abstracto, el término de límite designa el punto fatal más allá del cual se sitúa la catástrofe, en el sentido formal dado a ese concepto por el matemático René Thom, autor de una teoría general de las catástrofes" (Rens y Grinevald, 1975: 34). Véase también Thom, 2010.


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