BDSM Apocalipsis
a Nadir, que supo leerme cuando yo ya no podía escribir
y a Loup, que me habló de las estrellas
Y si fracasan, y si se sienten vencidas, y tristes, y en la obscuridad, entonces
espero que recordarán que la obscuridad es su país, ahí donde viven, ahí donde
ninguna guerra tiene lugar, ninguna guerra ganada, pero donde está el futuro.
Nuestras raíces están en la oscuridad, la tierra es nuestro país.
Ursula K. Le Guin, A Left-Handed Commencement Address, 1983
I
En la guerra en curso, el frente ecológico no es más que un frente entre muchos otros. Al decir esto, pienso sobre todo en los frentes decolonial y queer. Si miramos con atención esos tres frentes, notamos que tienen un punto en común: su antihumanismo es un anticapitalismo. Antropoceno, capitaloceno, plantacionoceno[3]: esos términos designan exactamente la misma cosa. Lo humano (anthropos) del que hablamos aquí es al mismo tiempo responsable de la catástrofe ecológica, de la violencia colonial y de la economía que financia esa catástrofe y esa violencia, al tiempo que está financiada por ellas. El sujeto del antropoceno es el hombre blanco, heterosexual, amo de sí mismo y del universo, dado que en su visión de mundo es preciso controlarse para poder controlar todo lo demás.
En un pasaje de La dialéctica de la Ilustración, Adorno y Horkheimer se refieren a Nietzche, que a su vez se refiere a Aristóteles: “La compasión es sospechosa. Como Sade, también Nietzsche recurre a la ars poetica como testimonio: ‘Los griegos, según Aristóteles, sufrían a menudo de un exceso de compasión: de ahí la necesaria descarga a través de la tragedia. En ella vemos hasta qué punto les resultaba sospechosa esta inclinación. Es peligrosa para el estado, priva de la dureza y la rigidez necesarias, hace que los héroes se comporten como mujeres lloronas, etc.’”[4]
Se entiende a dónde quiero llegar: me encanta que los héroes se comporten como mujeres lloronas. Amo a las mujeres lloronas. Me gusta ser, yo mismo, a la hora del antropoceno, una mujer llorona. En realidad, no se trata tan solo de que el Estado se vea en peligro de ese modo, si no lo Humano mismo en tanto software ontológico.
A la hora del antropoceno, las gentes se ponen a llorar. Cada vez más. Paul B. Preciado lo testimonia en una crónica titulada “El planeta muere, mi cuerpo llora”.[5] De viaje en Taipei (Taiwán), el filósofo llora tanto que debe esconderse en su hotel para escapar de las miradas de otros. Tras haber buscado la razón de sus lágrimas, termina por escribir: “Los llantos surgen cuando contemplo, con la distancia que procura el viaje, la muerte que, en tanto especie, hemos sembrado en el planeta”. Como lo subraya Preciado, es el hecho de estar de viaje que lo lleva a sentir esa tristeza diluviana: “El viaje –escribe– despoja al sujeto de connotaciones culturales y lo arroja al mundo como un cuerpo vivo. Y es mi cuerpo vivo que, confrontado a la muerte del planeta, llora”. Cuando Preciado se deshace de su alma para ser solo un cuerpo, se parece a ese pedazo de carne del cual habla Deleuze a propósito de los cuadros de Bacon.
Hace algunos años, llamé transpasión la experiencia por la que una criatura de forma humana, enfrentada al sufrimiento no-humano, se pone a llorar y accede a una zona de afectividad en la que renuncia a su humanidad, dado que lo humano es el Sujeto de la violencia que ha visto en acción. Por supuesto, esa renuncia no es otra cosa que una promesa, de esas que se hacen a uno mismo, en algún lugar del silencio del cuerpo. No obstante, las promesas cuentan mucho. Como los llantos. Como la amistad.
En el pasaje “Chute canino” de Testo Junkie, Preciado atraviesa en forma dolorosa una serie de imágenes en las que animales sufren o agonizan, para, al final, hallar refugio en la persona de su perra, descubriendo en ello ni más ni menos, “una solución canina a un problema cósmico”.[6] Es exactamente lo mismo que se produce para él en Taipei, excepto que esta vez el vehículo de la transpasión ya no es tal o cual animal sufriente, si no el planeta mismo, y que la solución al problema cósmico planteada de ese modo no es el cuerpo amigo de una perrita si no aquel, tierno y pegajoso, de un ravioli de champiñones: “Ya casi son las 6 de la tarde. […] mi cuerpo todavía está triste. Hago una cola de media hora en Din Tai Fung y no es si no hasta que introduzco el primer dumpling en mi boca y que mi lengua entra en contacto con la masa tibia de la pasta de arroz y del relleno caliente de champiñones que mi cuerpo comienza a olvidar lo que sabe”. En un caso como en otro, la transpasión comienza en las lágrimas y concluye en una experiencia de consuelo sensiblemente materialista. La criatura transpasionada, despojada de su humanidad, halla consuelo en el contacto con la materia, en el encuentro con el otro, aunque ese otro sea una perra o un ravioli de champiñones.
La experiencia que describe Preciado es central. Podría dar sentido al apocalipsis en curso. El término apocalipsis no debe dar miedo: es solo un juego para recibir los golpes de la suerte, solo una historia que nos contamos para alimentar nuestras luchas.
II
A la hora del antropoceno, algo como un arte de las lágrimas está apareciendo. Planteo la hipótesis de que este arte de las lágrimas, en realidad, un arte de la transpasión, es decir, del descubrimiento, en sí y a través del otro, de una zona de afectividad en la que la definición histórica de lo humano no puede más que desaparecer como nieve al sol. Es por ello que las lágrimas son tan importantes, porque son, en nuestros días, el nervio de la guerra que debemos librar. Las lágrimas lloran la extinción de las especies animales y vegetales al tiempo que participan de la extinción, no de la humanidad en tanto especie, si no de lo humano en tanto receptáculo conceptual de la ontología blanca, masculina, heterosexual, colonial y capitalista.
Esas son muchas “palabras mayores”, estoy consciente. Pero llega un momento en que las palabras, incluso las mayores, deben ser dichas. Ya que, bien visto, sabemos todas y todos de qué quiero hablar. Sabemos qué fuerzas nombro cuando pronuncio con mal humor la palabra “humano”. Sabemos también, que al criticar esta palabra, no me propongo destruir el mundo. Sabemos, en fin, que el mundo, fuera-de-lo-humano, no se derrumbará, si no que, por el contrario, se reinventará, en parte en la sombra, ahí donde la materia desea la materia, y donde ese deseo hace la ley.
El antropoceno es esta época en la que lo humano devino la principal fuerza geológica del planeta. Es muy difícil orientarse en el cuerpo envenenado de semejante mastodonte. El antropoceno es un verdadero pantano. Lo esencial es salir de él. Quiero decir: lo esencial a la hora del antropoceno, es salir del antropoceno. A menudo, otra palabra aparece para hablar del tiempo en que estamos. Es la palabra extinción. Ella hace aparecer este hecho elemental: las cosas desaparecen, las vidas se apagan. No es obvio orientarse en esta penumbra. La antropóloga australiana Deborah Bird Rose, que es una de las pioneras de los Extinction Studies, afirma que hemos entrado en la “era de la pérdida” (era of loss).[7] Tiene tanta razón que al leerla, la mayoría de las personas se ponen a llorar. Es porque toca una verdad sagrada. Dicho de otro modo: toca ahí donde duele.
Sin embargo, la singularidad de nuestra situación no debe volvernos amnésicos. El problema que se plantea cuando nombramos una nueva época geológica o cuando identificamos una nueva era, es que provocamos la ilusión de una ruptura, de un punto de inflexión, cuando en realidad lo que se produce frente a nuestros ojos es la consecuencia de un largo proceso. La única ruptura verdadera es afectiva. Por primera vez, asistimos a algo como una globalización del sufrimiento. De los terrestres de hoy podemos decir lo que La Fontaine decía de los animales enfermos de peste: “No morían todos, pero todos fueron golpeados”.
En un futuro próximo, las personas llorarán tanto que sus lágrimas, reunidas, amenazarán con devorarlas. Eso es un apocalipsis: un diluvio de lágrimas que transforma la tierra en un vasto extendido de agua salada. Al llorar, participamos al apocalipsis. Pero nuestras lágrimas se asemejan a las lágrimas de Orfeo tras la extinción de Eurídice. Son lágrimas de amor. Son cantos.
III
La crisis ambiental, en su vertiente apocalíptica, nos apasiona. Pasa a través de nosotros y nos afecta. Nos da miedo. Nos saca de quicio. Nos habita, nos posee, nos desposee. Nos aliena, nos altera. En la hora de la extinción, todo tipo de gente viene a habitar en nosotros. Gentes visibles o invisibles. Animales, plantas, bacterias. Hongos, muchos hongos. Pero también fantasmas, monstruos, criaturas indescriptibles. Gentes pegajosas, gentes extrañas, gentes con pasamontañas. Sí, en la hora de la extinción, ese tipo de gentes viene para instalarse en las tierras no muy hospitalarias de eso que hemos aprendido a llamar “lo humano”. Isabelle Stengers llama a eso “la intrusión de Gaia”. Por mi parte, no estoy seguro de querer dar un nombre inmenso a esta suma de cosas minúsculas, entonces prefiero concentrarme no en la identidad de este pueblo cautivante, si no en la transformación de mi propia identidad frente a la intrusión de este pueblo. Eso es lo que nombro la experiencia de la transpasión.
Hay tantas gentes que traspasan mi cuerpo que me da comezón. Pero lo más interesante no es eso. Lo más interesante son las maneras en que se presentan las comezones, es decir, las formas que toma la pasión. Cuando descubre la existencia de todas esas gentes que lo atraviesan, lo traspasan y lo constituyen, lo humano se pone a llorar. Por supuesto, él también tiene miedo. Pero lo más importante, es que se pone a llorar. Ya que esas gentes que acaban de llegar a él son gentes amenazadas, a menudo incluso gentes desaparecidas o que están a punto de desaparecer. Muchas veces son vivos que parecen muertos, o muertos que parecen vivos. Es una época complicada.
Encontré un grupo de human@s, hace algunos años, que decían tener “los nervios frágiles” y lo reivindicaban. Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces, y parece que hoy día todo el mundo tiene los nervios frágiles y que el mismo colectivo -ese que llamamos “humanidad”- está en el proceso de compartir ese singular nerviosismo, como si hubiera llegado el momento de la globalización de la fragilidad.
IV
El filme Melancolía, de Lars von Trier, nos enseña que una cierta tonalidad humorística se alcanza muy particularmente en el apocalipsis. Esta tonalidad es precisamente la melancolía. Contrariamente a lo que afirma Freud, la melancolía no es un asunto solo de pérdida o de duelo, si no ante todo un asunto de afectos oscuros y de torrentes de lágrimas. La criatura melancólica demuestra poseer esa capacidad negativa de la que hablaba Keats, que es una capacidad de “permanecer en el seno de las incertidumbres, de los Misterios, de las dudas, sin aferrarse a buscar el hecho y la razón”.[8] Aunque de manera más general, la melancolía hace de nosotros especialistas de la negatividad.
En uno de sus cuadernos, Kafka escribe que “falta por hacer lo negativo” dado que “lo positivo nos es dado”. La criatura melancólica hace lo negativo. Buceando en lo negativo -es decir, principalmente, en el diálogo con la muerte, con l@s muert@s- ella se inventa un hábito negro que algún día llamará su vestido de metamorfosis. Debido a esta intimidad con lo negativo, la criatura melancólica gira de buena gana hacia el apocalipsis. Sus lágrimas son diluvianas, apocalípticas. Son lágrimas que juzgan el mundo tal y como lo humano lo ha modelado. Son lágrimas de amor y de cólera. Lágrimas rebeldes. Lágrimas en guerra.
El día que vi Melancolía por primera vez, cuando salió en los cines, literalmente me dio vértigo cuando al final, Justine, que encarna la melancolía y por tanto se halla ligada de manera por completo natural al apocalipsis, propone a su sobrino construir una cabaña. Ese es el momento clave de la película. No la cabaña en sí misma, aún cuando es magnífica, si no simplemente el hecho de construir algo, de último momento, con el objetivo de contrarrestar en la imaginación la catástrofe inminente. Tiempo después, me pareció encontrar el exacto equivalente de esta escena en una carta de Walter Benjamin a Gretel Adorno. En esa carta, Benjamin cuenta un sueño que gira en torno a una frase misteriosa: “Il s’agissait de changer en fichu une poésie” (La cosa consistía en transformar una poesía en un pañuelo).[9] Cuando le entregan el premio Adorno, Derrida dio una conferencia en la que trató esa frase. Fichu en francés, es una pieza de vestimenta con la que uno puede cubrirse la cabeza, y por tanto, una suerte de velo protector. Pero lo que está fichu, también es lo que está condenado a una muerte, a un fin cierto. Decir “c’est fichu”, es decir está acabado, que se jodió, que no queda nada por hacer. Cuando se cambia el poema en fichu, se cambia también el fichu en poema. Los dos procesos son, por decir así, inseparables. Cuando Justine y su sobrino construyen esa cabaña de la que hablé hace un momento, cambian el fichu en poema y el poema en fichu. Lo que aquí aparece es simplemente que el apocalipsis es un poema, que el poema es apocalíptico, que el mundo no cesa de acabar y, acabando, de reinventarse en el corazón de los bucles de sombra formados por el deseo. La criatura melancólica destaca en este jueguito. Y sí, esto es un juego. Un simple jueguito.
Lo que me permitió entender a Justine y a Benjamin, es que el apocalipsis se juega, se performa. Hoy día creo que podemos estar a punto de performar algo por completo sorprendente. Tod@s lloramos y comprendemos poco a poco que esas lágrimas bien podrían ser tanto el vehículo del apocalipsis como su resolución. Es decir, el poema y el fichu, la catástrofe y la cabaña. Es por eso que decidí pedir, primero en mí mismo y para mí mismo, un apocalipsis afectivo.
V
Me gustan mucho los textos que se pueden meter al bolsillo, como un anillo o un encendedor. Para el caso, este texto lo pensé como una especie de memorandum o de vade mecum para tiempos revueltos. Memorandum significa: cosas que es preciso no olvidar. Vade Mecum: cosas que es preciso llevar consigo. Puestas juntas, podrían querer decir algo como: no olvides poner en tu bolsillo las ideas, imágenes y leyendas que intenté agrupar aquí. Podrían sernos útiles. Apocalipsis. Afecto. Melancolía. Arte de las lágrimas. Transpasión. Revuelta. Endarkenment. Infamia. En un futuro próximo, esos términos nos juntarán de una manera u otra. Habrá otros términos también. Otras conspiraciones, como diría Loup.
Es precisamente por eso que llego a describir la melancolía como una sociedad secreta. No es un hecho, es solo una ficción para poner en el bolsillo. La criatura melancólica se une a una banda de conjurados que se juntan en la sombra para llorar. Son seres frágiles. Criaturas patéticas. De las que lo Humano podría querer exterminar. Otra vez esas “mujeres lloronas” de las que hablé antes. Cuando se baña con sus congéneres en la sombra y las lágrimas, la criatura melancólica no solo prepara algo, si no que también y sobre todo trabaja en otra cosa. A veces, este baño cobra formas sorprendentes, como una fiesta, una manifestación, un grupo de discusión, una copa por la tarde en algún bar obscuro y tierno. Creo que me hubiera gustado, cuando era más joven, que me hablaran de esta sociedad secreta. También creo que me hubiera gustado que me dijeran que era profundamente queer, profundamente negra también, profundamente no-humana. Me hubiera gustado que me hablaran de ella. Eso no me habría hecho, necesariamente, ganar tiempo, pero acaso me habría permitido sentirme menos solo, afectivamente. Menos solo en mi tristeza. Menos solo en mi revuelta. Menos solo en mi deseo, también. Menos solo en la teoría, en la práctica, en el pensamiento, en la vida.
Si les digo todo esto, aquí y ahora, es porque todo esto está ligado al antropoceno: a la destrucción, a la destitución del antropoceno. Durante mucho tiempo soñé con un ejército de criaturas melancólicas, y hoy ese sueño esta a punto de volverse realidad.
VI
En los tiempos recientes, se cita mucho la frase atribuida a Slavoj Zizek o a Frederic Jameson por Mark Fisher, que afirma que es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.[10] Personalmente, creo que hoy día somos numeros@s quienes secretamos apocalipsis en los que el fin del mundo es, precisamente, el fin del capitalismo.
Mark Fisher afirma que, por lo demás, “la bancarrota del futuro acecha al capitalismo”. Al practicar el apocalipsis, las criaturas melancólicas convocan esos espectros y se ponen a escucharlos. Con su ayuda, van a reabrir el futuro destruyendo el capitalismo, destruir el capitalismo reabriendo el futuro. El antropoceno es el tiempo perfecto para tejer vínculos de amistad con esos espectros. Y con razón, pues la bancarrota del futuro se ha hecho tan grande, tan evidente, que ya no es el tiempo, como en Shakespeare, si no el propio capitalismo, quien está “fuera de sus bisagras”.
En un momento dado, me pareció correcto renegar del apocalipsis con el pretexto de que podía infundir miedo a las personas. Tiempo después entendí que eso era un error de juicio. Al final, creo que lo que se necesita es comprometerse en el terreno del apocalipsis. Inventar su propio apocalipsis. Hacerse, a su manera, con sus amig@s y l@s amig@s de sus amig@s, bestias del apocalipsis. Por supuesto, no se trata de dar miedo a las personas, o darse escalofríos, si no de contar las historias que nuestro cuerpo reclama, que nuestro corazón espera.
El antropoceno es el nombre de una guerra que precisamente tiene como objeto ese esfuerzo de imaginación y de reorganización del mundo que llamamos apocalipsis. Necesitamos participar en esa guerra. Necesitamos tomar postura respecto de esas concepciones. Necesitamos también, de forma aún más pragmática, aprovechar esta guerra para acabar con lo humano en su versión eurocentrada (y de la cual el antropoceno es la expresión culminante).[11] Es en esa dirección que deben encaminarse nuestros esfuerzos teóricos, estéticos y críticos. Organizar el apocalipsis. Decir qué vida queremos. Pelear por ella. El subcomandante Marcos un día dijo: “Si tu revolución no sabe bailar, entonces no me invites a tu revolución”. Deberíamos poder decir algo similar del apocalipsis: si tu apocalipsis no sabe bailar, entonces no me invites a tu apocalipsis.
Cuento una historia. Es una historia de afectos. El apocalipsis es un tiempo hiperafectado. Esta afectividad bien podría ser nuestra oportunidad. Amo tanto los momentos en que estamos torsos desnudos y tú me enseñas a bailar.
VII
El pensamiento actualmente de moda, respecto del antropoceno, considera la crisis ecológica bajo el prisma de la acción. De acuerdo con este pensamiento, es necesario superar la oposición entre sujeto y objeto, y reconocer la agencia, es decir, la agencialidad, la accionalidad, la “potencia de actuar”, como dice Latour[12], de las criaturas no-humanas, animadas o inanimadas. No debemos detenernos en tan buen camino, so pena de renovar a pesar nuestro la oposición de la que pretendemos separarnos. Lo que quiero decir es que debemos tener cuidado con esta categoría de acción, y que debemos desconfiar del empoderamiento que pretende operar. Como lo subraya el arte de las lágrimas del que hablé arriba, la lección de nuestro tiempo es también, y quizá ante todo, que estamos sufriendo. No basta con reanimar la vieja naturaleza o dotarla de nuevas calidades positivas, como la acción, es preciso también que el anthropos, que lo humano, aprenda a sufrir. Pero entiéndase bien: no hablo de un sufrimiento expiatorio, no digo que debamos pagar por nuestros crímenes o por los crímenes de nuestros padres. El sufrimiento del que hablo es de otra naturaleza. Es el sufrimiento elemental y casi cosmológico. Ya que de hecho, cada cosa está ligada a cada otra, si todo en todas partes se entrelaza, entonces todo sufre todo, en el sentido mínimo del término sufrir: sentir, experimentar, probar al otro.
Por tanto, doble revelación. Nos damos cuenta que todos los seres que componen lo que se llama “Naturaleza”, son agentes, actores, personas que actúan, que inventan formas, etc. No obstante, de manera paralela, nos es revelado otro saber: nos damos cuenta que todos los seres que componen eso que se llama “lo Humano” o “la Humanidad” son pacientes, contrabandistas, personas que sufren, experimentan, pastan, son ocupados por la pasión. En la zona de la afectividad, el mundo revela su verdad, que es la de ser una verdadera coladera. En él todo pasa a través de todo. Es por ello que, hoy, todo parece estar patas arriba.
Lo que aparece entonces, a la hora del antropoceno, es el deseo creciente de alcanzar una zona situada más allá de las oposiciones binarias que constituyen el mundo tal que nos fue heredado. Una zona situada más allá o debajo de estas oposiciones, o quizá entre los términos que las componen. Se trata, obvio, de la oposición entre naturaleza y cultura, pero también de la oposición entre sujeto y objeto, entre humano y no-humano, entre dentro y fuera, y de una cosa a la otra, de todas las oposiciones del mundo. A través de nuestros ojos mojados de lágrimas, una zona intersticial se nos aparece. Y nos ponemos a pensar que sería bueno vivir en ella. Esta es la parte de la revelación del apocalipsis que se performa en ese momento, y en la cual sería bueno que participemos.
Nuestro tiempo se parece a una telenovela en la que se va de giro en giro. Nuestro mundo no cesa de derrumbarse. Se encadenan las dificultades. Tenemos los ojos constantemente rojos y bien abiertos. Pensamos que estamos alucinando. No obstante, de catástrofe en catástrofe, de revelación en revelación, entendemos que esto solo es un juego, y que podemos cambiar sus reglas. Como en una buena telenovela, basta saber jugar. Como nos recuerda Foucault: “Hay […] que pensar que lo que existe no llena todos los espacios posibles. Hacer un desafío verdadero e ineludible a la cuestión: ¿a qué podemos jugar, y cómo inventar un juego?”[13]
VIII
Para hablar del mundo tal y como nos lo revela el pensamiento ecológico, Timothy Morton utiliza el término inglés mesh que significa “entramado”, “entrelazado”. Haraway, por su parte, inventó el Chthuluceno, que es un anti-antropoceno realmente encantado, encantador, como Queen Donna misma. En todas partes se está hablando de los vínculos. Nos damos cuenta que estamos ligados a todo tipo de cosas y a todo tipo de personas. Son los vínculos los que pueden ser amor. Pero quien ha conocido el amor sabe de buena fuente que mientras más se ama, más se sufre. El amor condena al placer y al sufrimiento.
Si nos ponemos a amar las plantas, los árboles, las estrellas, las bacterias, entonces vivir será imposible. Quiero decir: vivir como un humano será imposible, dado que estaríamos devastad@s por la violencia que golpea a las criaturas que amamos. Más creamos vínculos con lo no-humano, más aumenta nuestro sufrimiento. No obstante, creo que precisamente este sufrimiento es la única solución. Nuestras lágrimas son una bendición. Sufrir no es un problema. El único problema es el capitalismo. O mejor aún: es lo humano en tanto Sujeto del capitalismo. Lo humano daña. Es una constatación puramente técnica. Técnicamente lo humano daña. Soy humano: hago daño, voy mal, estoy mal. Pero eso es precisamente nuestra tabla de salvación. Lo humano va tan mal que está a punto de transformarse. Ese es el tipo de saber que nos entrega la expresión romper en lágrimas. La criatura que llora parece mantequilla fundida o a un golem de arena. Tierno y blando, casi líquido, está en las mejores condiciones posibles para transformarse.
La melancolía nos habla de ello desde el inicio: ir mal es comenzar a transformarse. La tristeza es el instrumento de la muda. Llorar es desbordar en dirección de las cosas con las que estamos encariñados. Hoy nos desbordamos por todos lados. Es que estamos ligados, cada vez más ligados a cantidad de cosas en la tierra y quizá más allá. Arriba hablaba de la telenovela, pero en realidad nuestra existencia parece cada vez más a una película porno independiente, perteneciente a la categoría del cosmic bondage, titulada Earthbound Bitches Apocalypse (Las putas terrestres del apocalipsis). Sería la película más triste y la más alegre de todos los tiempos. Miles de criaturas están filmándola en este mismo momento, sin siquiera saberlo.
Las criaturas que actúan en esta película no son activas por completo, ni por completo pasivas, ni actuantes por completo, ni por completo sufrientes. Son solo criaturas que tienen cuerpos, y solo cuerpos que están vinculados a otros cuerpos, y que por ese hecho están afectados por esos otros cuerpos y los afectan a su vez. El pulso múltiple del mundo encuentra su origen en una zona en la que tales oposiciones no funcionan en el nivel sufriente y potente de la pasión. Keats tenía razón, en Endimión, cuando nos invitaba “cada mañana, [a trenzarnos] guirnaldas de flores/ para ligarnos mejor a la tierra”.[14] Estas guirnaldas son vínculos. Esos vínculos son cuerdas BDSM. Por cada guirnalda que trenzamos, nos sorprendemos sufriendo más y gozando más. Es el milagro en curso.
IX
La dialéctica de la razón de Adorno y Horkheimer es el libro central de la teoría crítica. Es en ese libro que hallé las “mujeres lloronas que ponen en peligro al estado”. Si retorno aquí a ese libro es porque nos aporta un saber del cual quizá no hemos asumido su importancia. En francés, se tradujo Aufklärung por “Razón”, aunque el término alemán es el equivalente exacto del Enlightenment inglés o de las Lumières francesas. Como si la traductora no hubiese querido admitir –quizá por simples razones editoriales– que era precisamente al pilar del universalismo republicano a la francesa que ese libro atacaba de manera despiadada. Como si se pudiera atacar a la “Razón” pero no a las “Luces”, so pena de que se nos caiga el cielo encima. El golpe de genio de Adorno y Horkheimer es haber entendido, y hacernos entender, que el proyecto de las Luces es un proyecto afectivo, o, para ser más precisos: anti-afectivo. La dominación inicia por la impasibilidad. El control de los otros y del mundo comienza por el control de sí mismo. El verdadero Sujeto de las Luces es el “macho frío e impasible” cuya “frialdad burguesa” se formó a partir del ejemplo de la “apatía estoica”. Por ello, “el ídolo de la sociedad es hoy el rostro noble y anguloso del varón”.[15]
No sé si lo han notado, pero la palabra pasión se esconde en “impasible”. El macho frío e impasible de que hablamos, es el hombre sin pasión, el hombre que actúa, manda, controla, pero no sufre, ya no sufre; el hombre que cree que su dignidad exige de él que salga definitivamente del círculo del sufrimiento. Solo la naturaleza y las criaturas que le son afinen sufren. Es por ello que, desde el punto de vista de la Razón, esas criaturas merecer sufrir, merecen ser explotadas, dominadas, torturadas, oprimidas. Y con razón, pues es precisamente en ese nivel de violencia que la Razón se realiza.
Es necesario por tanto, tomar a Adorno y Horkheimer al pie de la letra cuando escriben que “la razón transcurre sin piedad”[16]: la razón es un proceso despiadado, un proceso literalmente desafectado, o mejor dicho: anti-afectivo. El saber no escapa a ese proceso. Incluso en nuestros días, el pensador realizado toma la forma de un hombre amo de sí mismo, cuyo pensamiento controlado se mantiene a buena distancia del pathos que, si se libera, podría ponerlo en riesgo de corromperlo.
Un día me dijeron que tengo una “relación patológica con la composición”. En el momento en que esas palabras fueron pronunciadas, no tenían nada de ser un cumplido, pero dejaban ver una profunda exasperación frente a mi dificultad para ordenar mi pensamiento. Sin embargo, esas palabras están, hoy día, alojadas en mí como un tesoro. Tengo una relación patológica con la composición. Eso es algo maravilloso. Estoy ligado por el pathos a lo que compongo. Mejor dicho: soy del pathos que intenta componer con el mundo y consigo mismo. Por supuesto, eso complica mucho las cosas cuando se trata de escribir, de producir, de capitalizar. Pero creo que este tipo de complicación bien puede ser una suerte.
Total que la Dialéctica de la Ilustración es, en definitiva –y es eso lo que, creo, no hemos asumido por completo–, un libro sobre la piedad. Para el hombre tocado por la luz de la Razón, “la piedad es sospechosa”. Peor aún: es peligrosa. La piedad pone en peligro a la Razón, y con ella a todo el edificio humano: el progreso, el saber positivo, la producción capitalista, la dominación del mundo. La piedad lanza su sombra caliente y blanda sobre el frío mármol de las Luces. Pero lo que aquí llamamos “piedad” no es lo que se cree. Si la piedad es sospechosa es porque no corresponde, en realidad, a lo que los hombres han intentado desacreditar con el nombre de piedad. Lo que es sospechoso es la zona de afectividad misma, al interior de la cual las formas se afectan y los afectos se informan. Lo que es sospechoso es esta plasticidad elemental y los vínculos que ella suscita.
El fin último de la teoría crítica de Adorno y Horkheimer consiste, por tanto, en hallar “la fórmula de rescate y disuelva el corazón de piedra de la infinitud al final de los tiempos”.[17] Disolver al final de los tiempos el corazón de piedra de la eternidad, es lo que trato de hacer cuando hablo de transpasión, de mujeres lloronas o de apocalipsis BDSM. Y con razón, pues lograr disolver un corazón de piedra es emocionarlo, es afectarlo, es hacerlo que se derrita. En lágrimas.
En este mundo dominado por la Razón, “la tierra entera es testimonio de la gloria del hombre”.[18] Esta gloria, hoy, se realiza con el nombre de antropoceno. Desde el punto de vista de la Razón y de las Luces, que es un punto de vista despiadado, ese es un verdadero título de nobleza. No obstante, por fortuna, hoy el antropoceno no está en posibilidad de presentarse como un proyecto positivo. Si la razón se realiza en él, ella se halla en él en situación catastrófica. Los amos impasibles comienzan a sudar frío. Y con razón, el apocalipsis en curso marca el regreso de la afectividad que lo humano pensaba haber vencido.
X
Creo que asumir esta afectividad –escucharla, comprenderla, crecerla– será un desafío a la altura de nuestro tiempo. Pero para ello, debemos pasar de la luz a la oscuridad. Eso no significa expandir el caos sobre la tierra (aunque mirando con detenimiento, el caos ya está sobre la tierra), si no proponer un proyecto alternativo al proyecto de las Luces, para quitar su capacidad de dañar al anthropos que da nombre al antropoceno. A las Luces de la razón, prefiero las Sombras del afecto. Al frío control del Enlightenment, opongo el pathos del Endarkenment. Quizá soy un iluminado, pero mi iluminación es un obscurecimiento. Esto por supuesto es una ficción. El mundo está sin solución.
Contra una definición blanca y luminosa de lo humano, de la que conocemos la pretensión a la universalidad, el proceso de oscurecimiento consiste en descender a la sombra, en las cavernas donde lo humano, precisamente, ha rechazado, reprimido, aprisionado, todas las categorías que consideraba indignas de él. Al explorar esas cavernas, al encontrar esas categorías caídas, nos volvemos capaces de conjurar las oposiciones binarias que estructuran nuestro mundo. Es por ello que el Endarkenment es un proyecto luciferino. Lucifer, etimológicamente, es el que lleva la luz. Su cuerpo es oscuro como el interior de la tierra. Pero ese cuerpo lleva la luz. La verdadera luz no se opone a la sombra. Sombra y luz viajan a través de los mundos como dos amigos que, sobre el suelo de su recámara, pasan la noche discutiendo, urdiendo mientras ríen, improbables revoluciones, haciendo planes irrealizables, y al final se quedan dormidos sin siquiera darse cuenta, agotados de felicidad.
Al inicio de este texto, identifiqué tres frentes que me parecen ser los de la guerra en curso: frente decolonial-racial, frente queer, frente ecológico. El proyecto crítico que nombro Endarkenment se sitúa en la intersección de esos frentes trabajados por la oscuridad. Timothy Morton teoriza la ecología oscura (dark ecology),[19] Zach Blas explora la obscuridad queer (queer darkness),[20] los Black Studies abordan el campo apocalíptico para repensar lo humano, etc. Por todas partes, se empieza a comprender que no es en vano “soñar en lo obscuro”, como hacía Starhawk. Pero sobre todo, se empieza a comprender que la cuestión de lo obscuro es una cuestión afectiva y que las zonas oscuras que se exploran corresponden también, y sobre todo, a una zona de afectividad.[21]
El Endarkenment es un proyecto crítico y estético. Despliega recursos formales, practica el performance, pero se obstina en descender cada vez más abajo, ahí donde es cada vez más oscuro, para conjurar en plena consciencia la maldición contenida en el nombre mismo de lo humano. Como el Stalker de Tarkovski, el Endarkenment no busca otra cosa que “¡la felicidad para todos, gratis!”. Es por ello que el proyecto demoniaco que se sitúa sobre este terreno sensible es en realidad un proyecto eudemonista.[22]
El antropoceno no es si no el último capítulo de una historia muy larga. No hablo de la historia de las criaturas que hoy agrupamos bajo el nombre de humanidad, si no de la historia de la Razón. No hablo de la historia de los cuerpos que habitamos, si no de la historia de las Luces que buscaron desafectar esos cuerpos. La transpasión de la cual hablaba, es una experiencia patética. Descubrimos en ella una zona de afectividad que desconocíamos o creíamos desaparecida. Es por lo que la experiencia de la transpasión está en el corazón del proyecto crítico que hoy llamo Endarkenment.
Otro mundo comienza a partir de la transpasión. Comencé a describir ese otro mundo en otra parte. Lo nombro Infamia, ya que es un mundo oscuro y sin brillo. Un mundo en el que la tierra entera testimonia, no la gloria del hombre, si no la importancia de la pasión. Un mundo en el que los nombres positivos caen como moscas y se ponen a girar en el vacío, como en los poemas que te gustan tanto y en los que dices que el deseo es posible.
Una guerra está en curso y es muy posible que sea ante todo afectiva. No es precisamente una guerra a propósito de la piedad, como decía Derrida en L’animal que donc je suis (El animal que luego estoy si(gui)endo). No, más bien es una guerra a propósito de la pasión, de la transpasión, de esa zona de afectividad al interior de la que nosotros nos desvestimos de nuestra “humanidad” para así cambiar el mundo. El antropoceno es un pathoceno. El pathoceno es un anticapitalismo. Algunos dirán que ese tipo de cosas no llevan a nada. Personalmente, prefiero decir que esa nada no es nada, y que debemos ir hacia ella.
Notas
[1] Este texto fue publicado por primera vez en el segundo número de Klima Magazine, en octubre de 2018. Por motivos editoriales, fueron recortados algunos parágrafos. Se publica ahora en su versión original aparecida en Lundi Matin #280, marzo de 2021, incluyendo la breve introducción del semanario: https://lundi.am/BDSM-Apocalypse. Traducción del francés de Raúl Ornelas.
[2] Doctorante en el Centro de Historia de la Escuela de Ciencias Políticas de París. Transdisciplinarias, sus investigaciones tratan acerca de los afectos en el antropoceno, los vínculos entre apocalipsis y melancolía, así como de las resistencias artísticas a los procesos de extinción. noel.romain@outlook.com
[3] Donna Haraway, “Generar parentesco. Antropoceno, Capitaloceno, Plantacionoceno, Chthuluceno”, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Bilbao, Consonni, 2019.
[4] Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid, Totta, 1998, p. 148.
[5] Paul B. Preciado, “La planète meurt, mon corps pleure”, Libération, 20 de marzo, 2019. https://www.liberation.fr/debats/2019/03/29/la-planete-meurt-mon-corps-p...
[6] Paul B. Preciado, “Chute canino”, Testo Yonqui, Madrid, Espasa Calpe, 2008, p. 305.
[7] Deborah Bird Rose, Thom van Dooren y Matthew Chrulew (eds.), Extinction Studies: Stories of Time Death, and Generations, New York, Columbia University Press, 2017.
[8] John Keats, Lettres, París, Ediciones Belin, 1993, p.76.
[9] Walter Benjamin, “Sueño del 11-12 de octubre de 1939”, Sueños, Madrid, Abada, 2011, pp. 62 y 65.
[10] Mark Fisher, Realismo capitalista ¿No hay alternativa?, Buenos Aires, 2016, p. 22.
[11] En ese sentido, el enunciado según el cual ”el antropoceno es eurocentrado” es tautológico, como cuando el dios de la biblia dice ”yo soy el que soy” (por lo demás, no es solo una tautología sino también una mentira). Bajo sus falsos aires de universalidad, el anthropos no logra realizarse más que en la existencia controlada, en la figura impasible del hombre europeo; el anthropos es la proyección conceptual de ese hombre.
[12] Bruno Latour, Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.
[13] Michel Foucault, “De l’amitié comme mode de vie”, Gai Pied n°25, abril, 1981, pp. 38-39.
Nota del traductor. Existe una traducción al español de este párrafo en “De la amistad como forma de vida”, en ¿Qué hacen los hombres juntos?, Madrid, Cinca, p. 17: “Hay que mostrar lo inteligible sobre el fondo del vacío y negar la necesidad, y convencerse de que la realidad no abarca todos los espacios posibles. Dar respuesta a los desafíos de esta pregunta: ¿cómo conducirse y cómo inventar una forma de conducta?”.
[14] John Keats, “Endymion”, en Poemes choisis, traducido del francés por Albert Laffay, París, Aubier, 1968.
Nota del traductor. Esta traducción se aleja del original en inglés: “Therefore, on every morrow, are we wreathing/ A flowery band to bind us to the earth”, y de la traducción de Paula Olmos y Jorge Cano, disponible en la editorial Cátedra: “Y por ello tejemos, cada día, una trenza florida que a la tierra nos ate”. Como en la mayor parte de los casos, seguimos el texto de Noël, intentando respetar la intención del autor.
[15] Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, op. cit., p. 297.
[16] Ibid. p. 291.
[17] Ibid. p. 293.
[18] Ibid. p. 291.
[19] Timothy Morton, Dark ecology: for a logic of future coexistence, Nueva York, Columbia University Press, 2016.
[20] Zach Blas, “Queer Darkness”, Carolin Wiedemann, Soenke Zehle (coordinadores), Depletion Design: A Glossary of Network Ecologies, Amsterdam, Institute of Network Cultures, 2012, p. 127-132.
[21] Pienso que esto es precisamente lo que falta a la mayor parte del pensamiento que se halla agrupado bajo el nombre de “realismo especulativo”. Este es un tema sobre el que volveré en otro lugar.
[22] Del griego antiguo εὐδαιμονισμός, eudaimonismos (deseo de felicidad) derivado de εὐδαίμων, eudaímôn (“buen genio”).