Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida
Wallerstein, Immanuel [2004], "Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida”, Rebelión, 20 de noviembre, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=7843
Immanuel Wallerstein es un sociólogo y científico social estadunidense. Fue director del Fernand Braudel Center de la State University of New York, así como profesor de la Universidad de Binghamton hasta su retiro en 1999. Es conocido por ser el principal teórico del análisis de sistema-mundo.
Como consecuencia de la “grave degradación del entorno natural en que vivimos”, que hoy es aceptada de forma casi generalizada, la ecología se ha convertido en un verdadero problema político en todo el orbe. La mayor parte de quienes se preocupan por la degradación del entorno natural se ubican en alguna de las siguientes posiciones: creen que el día del juicio final es inminente y está a la vuelta de la esquina o bien piensan que todas las consecuencias negativas de la incesante acumulación de capital pueden ser contrarrestadas y superadas por el progreso técnico. Para Wallerstein estas dos posiciones son insuficientes y sus implicaciones son graves, por lo que se plantea “analizar la relevancia de este asunto para la economía política del sistema-mundo”.
La ecología del planeta Tierra no es estática, por lo que sostener que las cosas ya no son como eran antes es una afirmación trivial. Sólo tiene sentido cuestionarse sobre la degradación de la naturaleza si se piensa que en los últimos tiempos ha ocurrido algo particular que ha provocado que los peligros que trae consigo esa degradación aumenten y si se cree que es posible actuar ante este creciente peligro. Para hacer frente de forma más inteligente a las amenazas que trae consigo la degradación ecológica, debe darse respuesta a dos preguntas: ¿quién está en peligro?, ¿por qué existe una mayor amenaza? “Ambas preguntas implican, de hecho, aspectos relativos a la naturaleza de la civilización capitalista y al funcionamiento de la economía-mundo capitalista, lo que significa que antes de poder dar respuesta al ‘quién está en peligro’ debemos analizar mejor cuál es la fuente del peligro”.
Para pensar la relación entre el sistema mundial capitalista y la degradación ecológica es necesario recordar dos aspectos fundamentales del capitalismo histórico. El primero es que el capitalismo “es un sistema que tiene una necesidad imperiosa de expansión en términos de producción total y en términos geográficos, a fin de mantener su objetivo principal, la acumulación incesante”. Uno de los más fuertes argumentos para justificar la incesante expansión del capitalismo es que este permite tener un mayor dominio sobre la naturaleza y sus fuerzas. Ni la expansión ni el conocimiento y dominio de la naturaleza iniciaron con el capitalismo, pero una diferencia respecto de los sistemas históricos anteriores es que esas características no tenían prioridad existencial. “Lo que el capitalismo histórico hizo fue poner en primer plano ambos temas (la expansión real y su justificación ideológica), permitiendo a los capitalistas pasar por alto las objeciones sociales a este terrible dúo. Ésta es la verdadera diferencia entre el capitalismo histórico y los sistemas históricos previos”. Los efectos de la expansión no se experimentan en el corto plazo, pues son acumulativos. Y aun cuando los efectos de la expansión han comenzado a hacerse sentir fuertemente (la desaparición de las selvas como consecuencia de la deforestación, la elevada contaminación del aire, entre otros), la economía-mundo capitalista continúa expandiéndose con una preocupante celeridad.
La expansión del capitalismo no es deseada únicamente por los capitalistas sino también por la gente común, que quiere acceder a una rebanada de pastel cada vez más grande. De esta forma, los deseos de expansión son casi generalizados y esta es probablemente más popular hoy que en cualquier momento precedente. Esto no excluye que haya también muchas personas que simultáneamente deseen detener la degradación ambiental en el mundo, pero ambas demandas aparecen separadas en sus mentes. Esta paradoja “simplemente prueba que estamos metidos en otra contradicción de este sistema histórico”.
El segundo aspecto que se debe recordar es que para los capitalistas “un elemento esencial en la acumulación de capital es dejar sin pagar sus cuentas”; este es un “secreto sucio” del capitalismo. Como se sabe, el objetivo último de los capitalistas es obtener ganancias cada vez mayores. Las ganancias están condicionadas por el precio de venta de las mercancías y por el costo total de producción de las mercancías. Uno de los principales componentes de los costos es el precio de la fuerza de trabajo que los capitalistas emplean para poder producir. Según Wallerstein, la tendencia en la historia del sistema-mundo capitalista ha sido que los salarios aumenten como consecuencia del mayor poder de negociación del movimiento obrero. Asimismo, la rápida desruralización del sistema-mundo provocará “un rápido aumento del precio medio del trabajo, lo que, a su vez, implica que la tasa media de ganancia debe ir bajando necesariamente”.
La caída de la tasa media de ganancia hace que para los capitalistas la reducción de los costos no laborales se convierta en un imperativo para mantener la rentabilidad de su capital. Para lograr este objetivo es crucial para los capitalistas descargar o transferir parte de sus costos sobre otros, que comúnmente son el estado o la sociedad. Hay dos formas distintas bajo las cuales el estado paga los costos de los capitalistas. La primera son las subvenciones o subsidios, pero estos son cada vez más impopulares y suscitan protestas por parte de los competidores y los contribuyentes. La otra forma bajo la que el estado asume los costos de los capitalistas es “más importante y políticamente menos dificultosa para los gobiernos, porque todo lo que requiere es una no-acción”. Al no exigirles que asuman algunos de sus costos, los gobiernos han permitido que las empresas los eludan. Probablemente el costo más importante que las empresas asumen, con la anuencia del gobierno, es el de restaurar el medio ambiente frente a la degradación generada por las operaciones productivas.
Las operaciones para preservar el medio ambiente son de dos tipos. Una consiste en renovar los recursos naturales que fueron utilizados para la producción (reforestando los bosques que han sido talados, por ejemplo). La otra consiste en “limpiar los efectos negativos de una actividad productiva” (las emisiones de gases tóxicos a la atmósfera, entre otros). Las empresas tienden a rechazar las propuestas que plantean que deben asumir su responsabilidad en este sentido, pues estas medidas son muy costosas y llevarlas adelante disminuiría “la actual tasa media de ganancia a nivel mundial”. En efecto, “la puesta en práctica de medidas ecológicas significativas y seriamente llevadas a cabo, podría ser el golpe de gracia a la viabilidad de la economía-mundo capitalista”.
Hay tres posibilidades frente al problema de asumir los costos ambientales. La primera consiste en que los gobiernos obliguen a las empresas a internalizar todos sus costos, con los efectos ya mencionados sobre la tasa de ganancia. La segunda alternativa es que los gobiernos asuman el pago de las medidas ecológicas (de reposición y limpieza) mediante el uso de impuestos; estos impuestos tendrían que ser recaudados gravando más a las empresas –lo que tendría el mismo efecto de reducir la tasa de ganancia– o a la gente –lo que podría conducir a una extendida rebelión fiscal. La tercera posibilidad –que es la que ha predominado en todos lados– consiste en no hacer nada, lo que tendrá como consecuencia diversas e indeseables catástrofes ecológicas. “En cualquier caso, esto explica por qué digo que ‘no hay salida’, queriendo decir que no hay salida dentro del entramado del sistema histórico existente”.
Los gobiernos de los países del Norte, a la vez que no hacen nada en su interior para que las empresas asuman los costos ambientales de sus operaciones productivas, pueden “comprar tiempo” desplazando el problema hacia los países del Sur de dos maneras: descargando todos los residuos en el Sur y/o posponiendo el desarrollo de estos, imponiendo limitaciones a su producción industrial o forzándolos a utilizar tecnologías ecológicamente más saludables pero también más caras. En el corto plazo este desplazamiento hacia el Sur puede ofrecer una solución parcial ante la degradación ecológica en los países del Norte, y de hecho así ha sido durante algún tiempo. Sin embargo, en el largo plazo esto no representa una solución real a estos problemas, pues la degradación ecológica es hoy tan grave que los problemas que trae consigo no pueden ya arreglarse exportándolos a la periferia.
Es necesario tener claridad en el sentido de que “los dilemas ambientales que encaramos hoy son resultado directo de la economía-mundo capitalista”. El capitalismo histórico no es el único sistema que ha transformado la ecología al punto de poner en riesgo su viabilidad, pero al ser el primer sistema histórico que engloba a todo el mundo y que impulsa ilimitadamente el crecimiento de la producción, es también el primer y único sistema histórico que amenaza la posibilidad de la vida humana sobre el planeta. Esta situación se debe a que los capitalistas han conseguido frenar y hacer ineficaz cualquier intento de poner límites al crecimiento económico en nombre de valores distintos a los de la acumulación de capital ad infinitum. Las ventajas de mediano plazo que el capitalismo como sistema histórico trajo consigo están ahora siendo rebasadas por sus desventajas en el largo plazo. “La economía política de la actual situación consiste en que el capitalismo histórico está, de hecho, en crisis precisamente porque no puede encontrar soluciones razonables a sus dilemas actuales, entre los que la incapacidad para contener la destrucción ecológica es uno de los mayores, aunque no el único”. Ante esta crisis, la externalización de los costos se convierte en uno de los principales y más redituables remedios paliativos para apuntalar la acumulación de capital.
Estamos ante la crisis terminal del capitalismo como sistema histórico y nos encontramos también en el periodo que precede inmediatamente a una bifurcación. Por tanto, el principal problema al que nos enfrentamos es qué sistema histórico reemplazará al capitalismo. “Esta es la discusión política central de los próximos 25-50 años”. Uno de los escenarios centrales –aunque no el único– de la crisis terminal del capitalismo y de su reemplazo como sistema histórico es el de la degradación ecológica. Frente a este problema, resulta claro para Wallerstein que “no hay salida dentro de la estructura del sistema histórico existente. Pero resulta que estamos en el proceso de salir de este sistema. La verdadera pregunta que se nos plantea es la de ¿a dónde llegaremos como resultado de este proceso? Aquí y ahora debemos levantar el estandarte de la racionalidad material, en torno al cual debemos agruparnos”.
La alternativa frente a la irracionalidad de la acumulación de capital ilimitada consiste en luchar por un sistema que esté basado en la racionalidad material colectiva. La racionalidad material consiste en “hacer elecciones que den como resultado una combinación óptima”. Qué es lo óptimo es bastante complicado de definir, en particular cuando se trata de la degradación ecológica, pues entran en juego la satisfacción de las necesidades y deseos de las personas, la cuestión generacional, la cuestión geográfica, entre otras. No obstante, hacer las elecciones que conduzcan a la racionalidad material es un reto al que debe hacer frente la sociedad en el porvenir.
Al plantear las alternativas políticas frente a la degradación ecológica no debe olvidarse que los principales problemas son dos: que los capitalistas no pagan sus cuentas y que “la incesante acumulación de capital es un objetivo materialmente irracional”. Un problema común a muchas de las posiciones ecologistas que se cuestionan la degradación del ambiente es que se hace de “la ciencia y de la tecnología el enemigo, cuando la verdadera raíz genérica del problema es el capitalismo”.
De lo antedicho se desprenden varias conclusiones. Una de ellas es que cualquier intento reformista para hacer frente a la degradación ambiental tiene claros límites, pues aun cuando se plantee reducirla significativamente, la oposición política que encontraría debido a sus efectos sobre la acumulación de capital le impediría materializarse y avanzar. Esto no hace que los esfuerzos reformistas sean inútiles e innecesarios, pues a través de ellos puede llegarse a los problemas de fondo que producen la degradación ecológica, siempre que la cuestión se plantee adecuadamente.
El camino de la racionalidad material será un camino largo y dificultoso. Este camino no involucra únicamente un nuevo sistema de producción y distribución, sino también un nuevo sistema social, nuevas estructuras de conocimiento y nuevas formas de relacionarnos con el medio ambiente. Estamos ante la crisis terminal de un sistema histórico materialmente irracional y ante el inicio del camino de la racionalidad material colectiva. Este, como todos los inicios, es incierto y difícil, pero ofrece también promesas invaluables.
Aun cuando es debatible la aseveración de que la tendencia secular del capitalismo es al aumento del precio pagado por la fuerza de trabajo, desde la perspectiva de las corporaciones y su competencia, la propuesta de Wallerstein –que tiene como sus pilares la inherente tendencia expansionista y “densificadora” de la acumulación de capital, la externalización de los costos por parte de los capitalistas y la caída tendencial de la tasa de ganancia– tiene un gran poder interpretativo, pues permite comprender las causas de la imposibilidad de que los capitalistas internalicen y asuman los costos de la degradación ambiental y por tanto de que la crisis ecológica se pueda resolver dentro de los márgenes del sistema-mundo capitalista, en el que todos los objetivos, valores, prácticas, etc., están subordinados a la consecución del supremo objetivo de la rentabilidad.
El planteamiento de Wallerstein ofrece una conexión conceptual entre la destrucción del ambiente y la acumulación de capital vista tanto desde la producción (la producción de mercancías capitalistas destruye el ambiente), como desde los costos (los capitalistas no pagan los costos de la destrucción ambiental). Estas ideas que parecen verdades de perogrullo deben ser defendidas y demostradas una y otra vez ante la cerrazón de los liderazgos mundiales para tomar medidas con efecto real ante la destrucción del ambiente.