El Amazon Echoe, una computadora cilíndrica guiada por voz que responde al nombre de Alexa, puede mandar y llamar pistas musicales y estaciones de radio, contar chistes, responder trivias y controlar aparatos inteligentes; antes de Navidad aproximadamente el 4% de los hogares estadounidenses contaban con uno de estos dispositivos.

También en los teléfonos inteligentes los asistentes de voz están proliferando. Siri de Apple atiende más de 2mil millones de comandos a la semana, y el 20% de las búsquedas de Google en los teléfonos Android son hechas mediante voz.

Esto abre paso a la omisión de una “interfaz de usuario”, por lo que los equipos sin pantallas y teclados tienen el potencial de ser más útiles, potentes y omnipresentes de lo que la gente puede imaginar en la actualidad.

La capacidad de los ordenadores para reconocer la voz de casi cualquier persona de forma fiable es la última manifestación del poder del “aprendizaje profundo”, una técnica de inteligencia artificial en la que un sistema de software es entrenado utilizando millones de ejemplos.

Sin embargo, los ordenadores deben ser capaces de entender el contexto con el fin de poder mantener una conversación coherente sobre algo, en lugar de limitarse a responder a órdenes simples. Amazon está ofreciendo un premio de 1 millón de dólares para un robot que pueda conversar “coherente y atractivamente” durante 20 minutos.

En su forma actual, este avance tecnológico plantea un problema: los sistemas de voz son útiles cuando son personalizados y por ello, se les concede un amplio acceso a fuentes de datos tales como calendarios, correos electrónicos y otra información sensible, lo que plantea preocupaciones de privacidad y seguridad.

Muchos dispositivos de voz siempre están escuchando, a la espera de ser activados. Algunas personas están preocupadas por las implicaciones de estos micrófonos conectados a internet que se encuentran en todos los teléfonos inteligentes.

Amazon y Apple se han negado a cooperar en ocasiones en las que el gobierno les ha pedido acceso a información personal almacenada en dispositivos móviles, ya que la situación jurídica de dichas solicitudes no está clara. Ambos casos ponen de manifiesto la necesidad de reglas que especifiquen cuándo y qué intromisiones en la intimidad personal se justifican en aras de la seguridad.