The Modern Mercenary. Private Armies and What They Mean for World Order

Cita: 

McFate, Sean [2014], The Modern Mercenary. Private Armies and What They Mean for World Order, New York, Oxford University Press, 391 pp.

Fuente: 
Libro electrónico
Fecha de publicación: 
2014
Tema: 
El auge de las organizaciones militares privadas y las nuevas formas de la guerra en el siglo XXI
Idea principal: 

Sean McFate es un experto en estrategia de seguridad nacional y política exterior. Actualmente es profesor de estrategia en la Universidad de Defensa Nacional y la Escuela de Servicios Exteriores de la Universidad de Georgetown. Su carrera inició como paracaidista y oficial en el ejército de Estados Unidos y se graduó en programas de entrenamiento de élite. Posteriormente se convirtió en contratista militar privado en África.


Introducción

The Modern Mercenary comienza con la narración de la experiencia de McFate como contratista militar privado en África. Estuvo encomendado por Estados Unidos para proteger la vida del presidente de Burundi, uno de los países más pobres del mundo, contra un posible ataque de las Fuerzas Nacionales de Liberación (partido político y antiguo grupo rebelde en Burundi); el objetivo era evitar que el país quedara sumergido en un genocidio similar al de los tutsis en Rwanda una década atrás. Lo paradigmático de la misión es que nadie debía saber que la tarea de McFate formaba parte de un programa estadounidense, a pesar de no ser miembro de la CIA ni un agente encubierto del ejército estadounidense, sino un contratista de la firma privada DynCorp International.

De esta manera, McFate sentencia: “Así es cómo se promulga hoy la política exterior: a través de corporaciones” (p. 13). Tareas que alguna vez fueron exclusivas de la CIA o el ejército estadounidense, ahora son realizadas por empresas que cotizan en la bolsa de valores de Nueva York. Desde los atentados terroristas del 11-s se han expandido los negocios de la industria militar privada, pero continúa la hostilidad hacia las mismas por parte de la sociedad civil que mira a los contratistas como “mercenarios”, sobre todo por las conocidas tareas de sus fuerzas letales y el caso de Blackwater USA.

El hecho destacado por los analistas de esta novel situación es la creciente preocupación por las consecuencias de vincular los fines de lucro con la guerra, esto es, la “mercantilización del conflicto” (p. 13). Sin embargo, un obstáculo para los estudiosos del tema ha sido la opacidad con que estas corporaciones militares privadas manejan su información.

Son tres las principales preguntas que McFate se propone responder: “¿Por qué países fuertes como Estados Unidos han decidido emplear fuerzas militares privadas después de siglos de su prohibición? ¿La privatización de la guerra cambia a la guerra, y de ser así, afecta los resultados estratégicos? ¿Qué augura para el futuro de las relaciones internacionales la privatización de la fuerza militar?” (p. 14).

La industria militar privada es actualmente multimillonaria y tiene todo un futuro por delante. La tendencia de su crecimiento es expansiva, incrementará la competencia en el sector, se desarrollará en un mercado cada vez más libre donde los medios de la guerra estarán disponibles para cualquiera que pueda costearlos. Para McFate, las nuevas oportunidades de negocios se encuentran en zonas conflictivas, principalmente en África, Medio Oriente y América Latina. Asimismo, el mercado internacional dará un giro por la entrada de corporaciones extranjeras en el negocio, sobre todo rusas y chinas; y la entrada de nuevos consumidores de seguridad privada que no serán agentes estatales sino compañías petroleras y mineras, líneas de embarcaciones, organizaciones humanitarias, guerras civiles o contrainsurgencias (p. 14). También del lado técnico existen preocupaciones. La guerra se está desempeñando cada vez más con robótica militar, como drones armados y ciberguerra. De igual manera, la disposición de armas no convencionales ya no es de exclusiva propiedad de las fuerzas militares estatales, sino de aquellos que entablen un contrato con las corporaciones.

Por todo esto, la tesis de McFate sostiene que la nueva forma de la guerra en el siglo XXI es la “guerra por contrato” (contract warfare).

Capítulo 1. ¿Paz por motivos de lucro?

La definición inicial de McFate para las organizaciones militares privadas es la siguiente: “son empresarios de conflictos expedicionarios que matan o entrenan para matar” (p. 23). Dichas organizaciones tienen una larga historia que se remonta a los antiguos mercenarios hasta las modernas compañías militares privadas (PMCs por sus siglas en inglés). El examen se reduce a las funciones, tipos y dinámicas de estas últimas. Por lo demás, debe advertirse que McFate reconoce que existe en las investigaciones al respecto una ambigüedad de cómo nombrar a las "organizaciones militares privadas": "contratistas militares privados", "compañías de seguridad privada", "compañías militares privadas", "compañías militares y de seguridad privadas", "firmas militares privadas", "contratistas de seguridad privados", "corporaciones militares privadas" y "proveedores de servicios militares". Para McFate, las "organizaciones militares privadas" son las PMC (p. 34).

Nuevos escenarios llaman a la puerta. Las organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, pueden contratar una PMC para salvaguardar la intervención humanitaria de sus integrantes en sitios peligrosos. También puede darse el caso de un conflicto entre distintas PMCs contratadas por países antagónicos, en el que ambas corporaciones pueden establecer contratos entre ellas para mantener el interés de sus negocios. El resultado: “dos o más PMCs luchando en una prolongada y artificial lucha de poder” (p. 24). Esta poca regulación nacional e internacional en las operaciones de las PMCs puede dejar un precedente nada atractivo en la solución de conflictos, a saber, la posibilidad de “vigilantes internacionales” que desestabilicen el orden mundial.

Actualmente el sector de las PMCs no se mueve en un marco de libre mercado, sino en una dinámica de monopsonio, esto es, un mercado con un único demandante y muchos vendedores. Estados Unidos es el “supercliente” de las PMCs en un ámbito poco regulado institucionalmente. Un libre mercado implicaría, por el contrario, la expansión del suministro (con la emergencia de nuevas PMCs) y la demanda de seguridad privada en otros lugares del mundo como Rusia y China. Sin embargo, aunque las sedes de las principales PMCs (G4S, Triple Canopy o DynCorp International) se encuentran en Gran Bretaña o Estados Unidos, estas reclutan personal de muchas partes del mundo como Filipinas, Colombia o Sudáfrica. También es cierto que existen pequeñas firmas subcontratistas de grandes PMCs en Afganistán e Irak. Esta expansión del suministro de seguridad alrededor del mundo permite la diversificación del mercado de las PMCs.

Existen nuevos servicios proporcionados por pequeñas firmas emergentes que servirán para atraer clientes distintos a Estados Unidos: fuerzas capacitadas para desenvolverse en estados frágiles o regímenes tiránicos, cuerpos de “guardianes de paz” útiles para la ONU, protección de activos de corporaciones multinacionales, protección de trabajadores de organizaciones humanitarias, entrenamiento frente a grupos opositores que buscan cambio de régimen, etcétera. No obstante, existen PMCs sin escrúpulos que crean su propia demanda a través de la extorsión, demandando "dinero de protección" a cualquiera que puedan amenazar o a cualquiera que pueda pagar (p. 28). Precisamente por este tipo de acciones, McFate no muestra sorpresa sobre la polémica alrededor de las PMCs y que se las termine denominando como "mercenarios modernos". De cualquier modo, lo cierto es que el futuro del mercado de las PMCs estará localizado en zonas conflictivas como Medio Oriente, América Latina y África.

El boom de las PMCs se origina al final de la Guerra Fría. Lo paradójico es que los consumidores de este tipo de servicios no son, como podría creerse en un inicio, regímenes débiles o poco desarrollados sino estados fuertes como Estados Unidos. ¿Por qué Estados Unidos, el ejército más poderoso del mundo, requiere la contratación de PMCs? La respuesta ofrecida de McFate está lejos de ser poco interesante. Propone que el regreso de los ejércitos privados se debe a un clima de “emergencia de neomedievalismo” en las relaciones internacionales, esto es, la fragmentación de la política internacional por el conflicto entre distintos actores políticos no estatales.

Con “neomedievalismo” McFate quiere decir que, así como en la Edad Media en Europa “la soberanía estaba fragmentada entre diferentes actores políticos” (p. 29), actualmente el resquebrajamiento del orden estatal nos ha conducido a un escenario donde el Estado no tiene ya más el monopolio de la fuerza. “El crecimiento de los deseos por emplear fuerza privada y la subsecuente erosión del tabú contra los mercenarios marca un retorno a normas premodernas de tiempos medievales, donde los mercenarios eran comunes y los estados no gozaban del monopolio de la fuerza” (p. 29). Insistamos, los estados ya no son los principales actores en las cuestiones internacionales como hace cien años, actualmente compiten con organizaciones internacionales de otro carácter: compañías multinacionales, organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales. Como en la Edad Media, afirma McFate, el orden del mundo de hoy gira alrededor de la política, pero con una autoridad diluida entre actores no estatales. El “neomedievalismo” es, por tanto, “un mundo no centrado al Estado y multipolar caracterizado por la superposición de autoridades y vasallaje” (p. 30). Debe destacarse que McFate no busca imponer una noción eurocéntrica sino una metáfora para comenzar a nombrar un fenómeno global. El verdadero reto de la era “neomedieval” consiste, pues, en controlar el uso privado de la fuerza militar.

Capítulo 2. Comprendiendo la industria militar privada

El origen de la moderna industria militar privada se encuentra en el fin de la Guerra Fría. Esta industria está compuesta por corporaciones multinacionales integradas alrededor del mundo; sus empresas son compradas y vendidas en Wall Street y sus acciones se encuentran listadas en las bolsas de valores de Londres y Nueva York. El directorio de la gerencia de las corporaciones militares privadas está integrado por magnates de Wall Street y exgenerales del ejército estadounidense. Trabajan para el gobierno, el sector privado y organizaciones humanitarias. Incluso cuentan con tratados comerciales y organizaciones como International Stability Operations Association (ISOA) en Washington D.C., British Association of Private Security Companies en Londres y la Private Security Company Association para Irak. Aunque algunas dinámicas y procesos de esta industria han sido cubiertos por análisis de periodistas y académicos, en realidad, existe una notoria impenetrabilidad para cualquier persona ajena a la industria. Prácticamente es poco conocida la causa de la existencia de los agentes de las PMCs.

El primer obstáculo que McFate identifica al momento de investigar la industria militar privada es la falta de disponibilidad de información. Puede que existan filtraciones de problemas específicos, pero no existe un análisis riguroso a nivel macro. Las empresas privadas pueden ser más opacas que las agencias de inteligencia del ejército estadounidense porque no están sujetas a normatividades gubernamentales de “libre circulación de información”. La industria tiene fobia a los medios. Incluso el propio gobierno de Estados Unidos se encuentra obstaculizado para emprender una investigación sobre la industria, principalmente a causa de la “propiedad del conocimiento”. En consecuencia, no existe una regulación mínima para las actividades desarrolladas en el sector a pesar de que despliegan funciones letales en el extranjero bajo el sello de la bandera estadounidense.

A juicio de McFate, gran parte de los reportes que ofrecen los medios de comunicación sobre la PMCs están repletos de exageraciones sensacionalistas con fines de lucro o, en su defecto, de curiosas teorías de la conspiración. Sin embargo, desde el punto de vista de los defensores de la industria militar privada tampoco mejora la situación. Esto se debe a que, generalmente, tienden a tratar esta industria como si fuera sólo otro rubro más de servicios, esto es, dejando de lado toda la compleja red de problemas morales, políticos y estratégicos que involucran. En la misma medida, el sector privado simplemente se limita a augurar ser la mejor opción para solucionar problemáticas públicas sin dar información que permita corroborar sus dichos. Otro asunto es el lenguaje que las empresas privadas utilizan para, mediante eufemismos, describir sus actividades productivas y servicios. Por ejemplo, McFate cita el caso de Erik Prince, fundador y presidente ejecutivo de la otrora Blackwater, que llegó a describir así a su empresa: “nuestro objetivo corporativo es hacer del aparato de seguridad nacional lo que FedEx hizo con el Servicio Postal” (p. 33).

Existe una confusión teórica acerca de la definición, topología y entendimiento sobre quien es un miembro de la industria militar privada. Entre los muchos términos utilizados para nombrar estas empresas se encuentra: “contratistas militares privados”, “compañías de seguridad/militar privada”, “empresas militares privadas”, contratistas de seguridad privada”, “corporaciones de seguridad privada” y “proveedores de servicios militares” (p. 34). El gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, las denomina “compañías de seguridad privada”. No es sorpresa alguna, por tanto, que las propias empresas definan su servicio de seguridad privada de una forma igualmente ambigua, “el acto comercial de proteger físicamente a una persona, lugar o cosa […], cualquier actividad relacionada en proteger a una ‘entidad’” (p. 35).

Si bien estas ambiguas definiciones y múltiples nombres son fácilmente comprensibles, en realidad fracasan en dar cuenta de las distintas actividades que desempeñan las empresas: análisis inteligente, soporte logístico en ambientes hostiles, coordinación de operaciones militares, entrenamiento de fuerzas de seguridad, etcétera. Pero sobre todo, ocultan los aspectos morales de emprender un negocio que involucra la ejecución de fuerza letal.

No obstante, existen trabajos importantes realizados por la comunidad académica. McFate afirma que el libro Corporate Warriors de Peter Singer (véase la reseña del LET aquí) es uno de los esfuerzos mejor logrados sobre el tema, “canalizó el debate sobre la fuerza militar privada en 2003 y permanece aún como uno de los mejores análisis sobre la industria hasta la fecha” (p. 35). Singer define las empresas militares privadas como “entidades de negocios privados que entregan a los consumidores un amplio espectro de servicios militares y de seguridad, antes generalmente asumidos como exclusivos dentro del contexto público” (p. 35). Por otra parte, está el trabajo de Deborah Avant, The Market Force, que contribuye con la división de la industria en dos tipos: a) de seguridad externa, esto es, operaciones de combate, consejo militar y entrenamiento y soporte logístico; b) de seguridad interna, esto es, policía, servicios de inteligencia y defensa estática. Sobre estos trabajos, McFate elabora su investigación.

Probablemente ésta sea una de las tesis más importantes de McFate, “la organización de la industria refleja al mercado y cómo ha evolucionado” (p. 36). Como ya se dijo, actualmente el mercado de la fuerza militar es un monopsonio. Estados Unidos es el consumidor de la industria militar privada, sobre todo gracias a la intensa contratación de servicios privados para apoyar al ejército estadounidense en las guerras de Afganistán e Irak. Precisamente por ello, las compañías “se ven muy americanas”. Dicho en otras palabras, la industria militar privada está basada en el ejército de Estados Unidos. Esto se debe principalmente a que los rangos más altos de las empresas son ocupados por exmilitares y exmarines de los Estados Unidos, personas que comprenden las operaciones y la cultura del ejército estadounidense.

Existe una clasificación de las actividades militares de acuerdo a las funciones y no según la localización que ocupe en el campo de batalla. Esta clasificación es bastante similar tanto para los proveedores privados como públicos, aunque tienen distintos alcances. Para el ejército de Estados Unidos es como sigue:

a) Armas de combate. La función de esta unidad es asesinar o entrenar para asesinar al enemigo en territorio extranjero. Incluye infantería, fuerzas especiales, aviación armada y blindaje (tanques).
b) Servicios de combate. Esta unidad ofrece soporte de operaciones a las unidades armadas de combate para atacar con mayor eficiencia al enemigo, pero no enfrentan directamente al enemigo. Incluyen policía militar e inteligencia militar.
c) Soporte de servicios de combate. Esta unidad da soporte logístico y administrativo a las unidades precedentes. Tampoco tiene un enfrentamiento directo con las fuerzas enemigas. Incluye cuarteles generales, artillería, transporte, asistencia general, financiamiento y servicios médicos.

La industria militar privada tiene clasificaciones análogas a estas tres: compañías militares privadas, compañías de soporte de seguridad y contratistas generales. Las compañías militares privadas (PMCs), sobre las que McFate realiza su análisis, son equivalentes al primer rubro, “armas de combate”. Las PMCs “son empresarios de conflictos expedicionarios estructurados como corporaciones multinacionales que usan fuerza letal o entrenan a otros para hace uso de ella” (p. 37).

Son cinco las diferencias generales entre las PMCs y otros actores armados no estatales. Adviértase que esto no busca sugerir la existencia de puntos de excepción. En primer lugar, las PMCs están motivadas por fines de lucro y no por la política; segundo, se encuentran estructuradas como corporaciones multinacionales y participan en el sistema financiero global; tercero, son expedicionarias, esto es, trabajan en el extranjero y no en zonas locales; cuarto, ejercen fuerza de manera militar, es decir, combaten al enemigo con violencia organizada; quinto, las PMCs son letales y representan las modificaciones del combate armado (p. 38).

Así pues, al interior de las PMCs puede delimitarse una clasificación general en dos amplios tipos: empresas mercenarias y militares. Las empresas mercenarias son ejércitos privados que pueden conducir campañas militares autónomas, operaciones ofensivas y fuerzas de protección. Dejaron de existir este tipo de firmas hace unos pocos años. Por ejemplo, la extinta firma Executive Outcomes, con sede en Sudáfrica, dirigió campañas militares independientes en África durante la década de los años noventa; fue contratada en 1993 por el gobierno de Angola para derrotar a un grupo rebelde (National Union for the Total Independence of Angola, UNITA), retomar unas instalaciones petroleras en Soyo y entrenar a soldados del gobierno por un monto de $40 millones de dólares al año (p. 38). Por otra parte, las empresas militares más que comandar ejércitos, se dedican a reforzar ejércitos ya existentes; ofrecen entrenamientos, equipo y campos de regimiento completo para combatir. Gran parte de las utilidades de las PMCs provienen de la fabricación de armamento. Por ejemplo, DynCorp International obtuvo un contrato por mil millones de dólares para entrenar a la policía de la Policía Nacional de Afganistán (p. 39).

Las compañías de soporte de seguridad son la versión del sector privado de los servicios de combate del ejército de Estados Unidos. Generalmente sus unidades están desarmadas. Por ejemplo, Science Applications International Corporation provee servicios de inteligencia, el Lincoln Group dirige comunicación estratégica en Irak, CACI y Titan ofrecen servicios de traducción al ejército de Estados Unidos, Total Intelligence Solutions construye redes de espías para el gobierno de Estados Unidos.

Los contratistas generales son equivalentes al soporte de servicios de combate del ejército de Estados Unidos. Dan apoyo logístico a través de suplemento de equipo, mantenimiento, transporte, servicios médicos y otros servicios para unidades de combate. Los contratistas generales no son miembros de la industria militar privada, pero desempeñan tareas necesarias para ella. Entre sus tareas destaca equipar a los soldados, mantenimiento de vehículos, construcción de edificios, transportar alimentos, cocinar, etcétera.

Por lo anterior puede afirmarse, según McFate, que “la mejor manera de comprender los contornos de esta industria es en los términos del propio ejército de Estados Unidos. Estados Unidos dio origen a esta industria por sus guerras en Irak y Afganistán y, sin sorpresa alguna, la industria copió al propio ejército del cliente. Todo el liderazgo, cultura y conceptos operacionales de las PMCs derivan del ejército estadounidense” (p. 42). Con la invasión de Irak, sentencia McFate, pocos previeron la instalación de la nueva norma en la guerra moderna: la privatización de la guerra (p. 42).

Capítulo 3. Un problema de codependencia

El valor de la industria militar privada es desconocido, sin embargo, se conocen ciertos montos de contrataciones de algunas dependencias gubernamentales de Estados Unidos. De 1999 a 2008, por ejemplo, el Departamento de Defensa de Estados Unidos incrementó sus obligaciones contractuales con firmas privadas de seguridad de 165 mil millones de dólares a 414 mil millones. El monto global de todas las dependencias estadounidenses es desconocido.

La prueba del impulso del mercado para las industrias militares privadas está en los registros de los contratos realizados para la ejecución de operaciones militares en Irak y Afganistán cuyo incremento proporcional es comparable al de las guerras de Estados Unidos en el siglo XX. En 2010 Estados Unidos desplegó 175 mil tropas y 207 mil contratistas en zonas de guerra; durante la segunda Guerra Mundial el porcentaje de contratistas respecto a las unidades militares estadounidenses era de apenas 10%. En Irak prácticamente el 50% de unidades militares eran contratistas privados. Por esta misma razón, los contratistas también pagaron las fatalidades de la guerra. En 2003 las muertes de los contratistas representaron 4% del total de fatalidades; de 2004 a 2007 el porcentaje se incrementó a un 27%; de 2008 a 2010 pasó al 40%. En 2010 más contratistas privados (53%) fueron asesinados que personal militar, siendo ésta la primera vez en la historia que corporaciones privadas tienen mayor número de muertos en el campo de batalla que el ejército de Estados Unidos (p. 44-45).

Estos casos muestran la creciente dependencia de Estados Unidos con la industria militar privada “y a menos que Estados Unidos decida expandir significativamente sus fuerzas armadas públicas o reducir el compromiso militar en el extranjero, esta tendencia hacia la privatización de la guerra va a continuar” (p. 45).

Los tipos de actores privados también se están expandiendo. La mayoría de los contratistas en Irak no están armados y proveen servicios no letales de apoyo logístico, construcción, mantenimiento y deberes administrativos. Los servicios de logística son los contratos más tradicionales, lo nuevo y controversial es, ciertamente, la presencia de contratistas armados independientemente de la reducida proporción de contratos solicitados.

En cuanto al personal utilizado por estas firmas, son comparables con el número utilizado por los viejos ejércitos privados. Sin embargo, lo novedoso radica en que la gama del personal es mayoritariamente internacional. En Irak, por ejemplo, sólo 26% de los contratistas eran estadounidenses; en Afganistán sólo el 14%. Las PMCs tienen tres categorías de personal: 1) ciudadanos estadounidenses, apenas un 20% de la fuerza de trabajo ocupada según datos del Congressional Budget Office; 2) ciudadanos locales de donde la firma está trabajando, generalmente son los trabajadores menor pagados y desempeñan tareas como cocinar, manejar y traducir; 3) ciudadanos no estadounidense y no locales del lugar de trabajo, mucho personal proviene de India, Fiji, Ghana, Ecuador, Australia, México y Sudáfrica, generalmente no desempeñan posiciones de gerencia y tienen una paga menor a la de los ciudadanos estadounidenses aunque desempeñen las mismas tareas. En conclusión, “la mayoría del personal de las PMC estadounidenses no son estadounidenses” (p. 50).

Capítulo 5. ¿Por qué han regresado los ejércitos privados?

Como primera condición está, asegura McFate, en la “fe en el libre mercado”. Como se sabe, la apuesta por dar soluciones privadas a problemas públicos empezó durante la Guerra Fría. Las raíces intelectuales de la lógica de privatización se encuentran en la escuela austriaca de economía de la primera mitad del siglo XX popularmente extendida en la Universidad de Chicago por Milton Friedman, Friedrich Hayek, Ronald Coase, George Stigler y otros.

La ideología occidental es neoconservadora y se ha encargado de difundir una suerte de “relación causal” entre libre mercado, democracia y libertad. Trabajos como Camino de servidumbre de Hayek es prueba de ello. La política económica de Margaret Tatcher, Ronald Reagan, Bill Clinton, George W. Bush y de organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional impulsaron esta ola privatizadora. “En consecuencia, un número de áreas anteriormente consideradas puramente gubernamentales, fueron ampliamente privatizadas, desde el sistema postal hasta las prisiones, racionalizados por la creencia de que los negocios podrían dar soluciones más eficientes y efectivas a las funciones públicas que los gobiernos. Esta fe en el libre mercado forzó claramente el camino para la eventual privatización de la seguridad” (p. 73).

La segunda condición fue el gran recorte del presupuesto militar estadounidense tras el final de la Guerra Fría. En los años noventa Estados Unidos redujo en un 40% su aparato militar masivo. En 1993 Bill Clinton disminuyó en 40% el presupuesto de defensa y redujo las fuerzas militares de 2.2 millones a 1.4 millones, entre ellas soldados activos, marineros, pilotos y marines. Este recorte afectó a todo el ejército; si bien condujo a algunos exmilitares al desempleo, también generó una oferta de exmilitares con experiencia que la industria militar privada no dejó pasar. Lo paradigmático de la situación fue que, a pesar de este recorte de largas filas del ejército, la demanda del gobierno estadounidense de operaciones militares incrementó exponencialmente. De 1960 a 1991 el ejército de Estados Unidos dirigió diez operaciones fuera de los entrenamientos normales; de 1991 a 1998, dichas operaciones fueron 26. De 1982 a 1988 la Marina condujo 15 operaciones contingentes, pero tras la caía del Muro de Berlín fueron 62. La falta de personal disponible para emprender las cuantiosas operaciones fue complementada por la contratación de la industria militar privada.

La tercera condición es lo que el académico Christopher Coker llama la “guerra humana” (humane warfare), esto es, la búsqueda por humanizar la guerra a través de convertirla en un “esfuerzo humano que busca minimizar las bajas en todos lados, incluso entre los combatientes enemigos” (p. 75). Las innovaciones de la guerra en este sentido son técnicas y contractuales. Estados Unidos presentó al mundo, por un lado, los vehículos aéreos no tripulados (UAV por sus siglas en inglés) y, por otro lado, la encomienda de las tareas más peligrosas a los contratistas privados. De esta manera, “a través de tecnología y contratistas, Estados Unidos puede pelear guerras sin derramar lágrimas” (p. 76).

Finalmente, la cuarta condición es que “los ejércitos privados son grandes negocios por una razón: funcionan” (p. 77). En un mundo inseguro, siempre habrá demanda de seguridad privada. Una de las razones atractivas para los demandantes es que los “modernos mercenarios” ofrecen una gama enorme de tareas sin los obstáculos de las dependencias gubernamentales. Asimismo, los ejércitos privados pueden resultar más baratos que los públicos, sobre todo en lo que compete al mantenimiento y entrenamiento profesional de su personal. Está demostrado, según McFate, que en ocasiones los ejércitos privados pueden ser más seguros al reducir el riesgo que conlleva el patriotismo; la lealtad de los mercenarios se compra (p. 79). También existen servicios y tareas demasiado especializadas y onerosas para un ejército público que la industria militar privada ofrece sin restricciones.

Datos cruciales: 

Capítulo 3

1. En Irak sólo 26% de los contratistas eran estadounidenses; en Afganistán sólo el 14% (p. 44).

2. En los años noventa Estados Unidos redujo en un 40% su aparato militar masivo. En 1993 Bill Clinton disminuyó en 40% el presupuesto de defensa y redujo las fuerzas militares de 2.2 millones a 1.4 millones, entre ellas soldados activos, marineros, pilotos y marines (p. 73).

3. De 1960 a 1991 el ejército de Estados Unidos dirigió diez operaciones fuera de los entrenamientos normales; de 1991 a 1998, dichas operaciones fueron 26. De 1982 a 1988 la Marina condujo 15 operaciones contingentes, pero tras la caía del Muro de Berlín fueron 62. (p. 74).

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

1. Peace through Profit Motive?
2. Understanding the Private Military Industry
3. A Codependency Problem
5. Why Private Armies Have Returned?
7. The Modern World Order: A Brief History
12. Medieval Modernity

Trabajo de Fuentes: 

Avant, Deborah [2005], The Market for Force: The Consequences of Privatizing Security, Cambridge; Cambridge University Press, 310 pp.

Nexo con el tema que estudiamos: 

El análisis de McFate muestra evidencias para conducir los intereses de nuestro proyecto. La pregunta por las dinámicas históricas, económicas y geopolíticas de la industria militar privada permite, en primer lugar, examinar los nuevos actores y formas de la guerra en el siglo XXI y, en segundo lugar, evaluar y proyectar las consecuencias de la tendencia creciente de las “guerras por contrato” para las relaciones internacionales y la disputa por la hegemonía del mercado mundial.

Sin lugar a dudas, el estudio de la reestructuración del capitalismo a través de la economía de la guerra (hipótesis nuclear del proyecto) exige revisar este tipo de registros que ofrecen una perspectiva de la industria militar privada “desde dentro” (McFate, como se dijo, es un exmilitar estadounidense y excontratista militar privado). La mayor contribución en The Modern Mercenary consistió en identificar y poner nombre a uno de los nuevos sujetos de la guerra (uno de los objetivos del proyecto), las compañías militares privadas, así como indicar un camino para rastrear su origen, analizar el curso de sus actividades actualmente y proyectar sus tendencias al futuro. La opacidad que rodea al sector de la industria militar privada poco a poco empieza a difuminarse con la consignación de estos registros en el proyecto.