Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima

Cita: 

Klein, Naomi [2015], Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Barcelona, Paidós, 650 pp.

Fuente: 
Libro
Fecha de publicación: 
2015
Tema: 
Notas para pensar soluciones ante el cambio climático.
Idea principal: 

Naomi Klein (nacida en Montreal, Canadá, el 8 de mayo de 1970) es una periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento antiglobalización y el socialismo democrático. Es periodista y escritora. Su ruptura con la globalización implicó el estudio de las influencias del capitalismo de finales del siglo XX y del sistema de la Tercera Vía, así como en el impulso del sistema de economía neoliberal y sus efectos en la cultura moderna de masas. Fruto de sus investigaciones, ha escrito varios libros como No Logo (2001), Vallas y ventanas (2003), La doctrina del shock (2007), el guion del documental La Toma/The Take (dirigido por Avi Lewis, centrado en la toma de una fábrica recuperada por sus trabajadores bajo control obrero como forma de lucha en contra de la globalización en el marco de la crisis argentina y las movilizaciones ciudadanas entre 2001 y 2002) y un gran número de artículos periodísticos y políticos.


Introducción. De uno u otro modo, todo cambia

Las proyecciones sobre el cambio climático suponen consecuencias graduales para el mundo, es decir, “una determinada cantidad de emisiones se traducirá en una cantidad dada de subida de la temperatura que conducirá a su vez a una cierta cantidad de suave aumento gradual en el nivel del mar.” Sin embargo, hay registros que prueban que una modificación mínima en el cambio climático genera cambios bruscos en el sistema.

Naomi Klein comienza con una reflexión en torno a los diferentes problemas que genera el hecho de que nos encontramos en una crisis que amenaza nuestra supervivencia como especie. En primer lugar, porque hay una suerte de negación, es muy fácil ver superficialmente el problema y mirar hacia otro lado, se asume que los seres humanos seremos capaces de darle solución a esa situación tarde o temprano. En segundo lugar, hay un desplazamiento del problema ambiental hacia el terreno económico, pareciera que lo que se necesita es más desarrollo económico porque se asume que la riqueza genera protección. En tercer lugar, el problema de la crisis ambiental se vuelve distante porque a quienes afecta de manera más inmediata es a las personas más vulnerables económicamente. Una cuarta forma de asumir el problema es considerarlo de forma individual, es decir, asumir la solución en la responsabilidad ciudadana. Se resolvería entonces “comprando directamente de los agricultores o dejando de conducir”, sin embargo, el problema es más amplio, pues con eso sólo se estaría viendo una cara de la solución, pues el problema es sistémico. En quinto lugar, este problema se asume de manera ambigua, cuando en verdad se voltea a ver las cifras, los informes, es decir, la cruda realidad, el tema se deja a un lado por la angustia que genera tener el problema de frente, por el problema que genera que lleguen las cifras alarmantes y las consecuencias actuales y futuras de esta crisis. “Sabemos que, si seguimos la tendencia actual a dejar que las emisiones crezcan año tras año, el cambio climático transformará todo nuestro mundo. Grandes ciudades terminarán muy probablemente ahogadas bajo el agua, culturas antiguas serán tragadas por el mar y existe una probabilidad muy alta de que nuestros hijos e hijas pasen gran parte de sus vidas huyendo y tratando de recuperarse de violentos temporales y de sequías extremas (p. 10).

Una manera en la que, según Klein, podemos evitar llegar a las consecuencias históricas, que producen más temor cuando se tiene que hablar de cambio climático, es asumir cambiarlo todo. Cambiarlo todo implica cambiar el modo en que vivimos y la manera en que funcionan las economías.

El cambio climático, además de representar una amenaza y una catástrofe, representa también una oportunidad para cambiar las formas en las que hemos estado produciendo y relacionándonos (p. 12). Bolivia, es un ejemplo de esta situación, el país depende de los glaciares para obtener el agua que usa para beber y regar, sin embargo, la nieve de los cerros que abastecen de agua a la ciudad está adquiriendo una tonalidad marrón. La amenaza es entonces, el derretimiento de sus glaciares. La oportunidad, según Angélica Navarro Llano (embajadora de Bolivia), estaría en que países como Bolivia, que no han contribuido al incremento de las emisiones en el mundo, por lo que puede acceder al título de “acreedor climático”, esto quiere decir que los países que más emisiones generan, asumen una compensación en forma monetaria y tecnológica hacia los que menos lo hacen. Esto generaría la posibilidad de que los acreedores climáticos puedan optar por una “vía verde”, con estos recursos, se trata de una especie de “Plan Marshall para la tierra” (p. 13).

Sin duda, un “Plan Marshall para la tierra” probablemente costaría centenares de miles de millones de dólares, sin embargo, las autoridades habrían sacado y reunido billones de dólares en momentos de crisis. El cambio climático, sin embargo, no ha sido tratado como un momento de crisis, o como un asunto de urgencia por parte de las autoridades, pese al riesgo que genera para la especie humana. Para que un evento comience a representar una verdadera crisis mundial, depende de las prioridades de quienes detentan el poder. Es justo en este último punto, en el que, según la autora recae la responsabilidad de las masas, pues si las autoridades no consideran el cambio climático como una crisis real, los movimientos sociales pueden empujar para que se reconozca como tal. “Si un número suficiente de todos nosotros dejamos de mirar para otro lado y decidimos que el cambio climático sea una crisis merecedora de niveles de respuesta equivalentes a los del Plan Marshall, entonces no hay duda de que lo será y de que la clase política tendrá que responder, tanto dedicando recursos a solucionarla como reinterpretando las reglas del libre mercado que tan flexiblemente sabe aplicar cuando son los intereses de las élites los que están en peligro” (p. 15).

Los recursos podrían ayudar a abandonar el patrón fósil y a generar cambios cada vez más radicales para generar un futuro distinto. Desde este mirador, el cambio climático puede convertirse en una “fuerza catalizadora de una transformación positiva”, puede generar una reconstrucción de la economía, bloquear nuevos acuerdos comerciales internacionales y reformular los existentes, puede ayudar a invertir en infraestructuras públicas y a recobrar la propiedad de servicios esenciales como la electricidad o el agua, para reconstruir el sistema agrícola, etc. Lo anterior pondría fin a los grotescos niveles de desigualdad. Se necesita entonces una “acción climática” que proporcione el factor catalizador (p. 19).

Un shock de origen popular

El cambio climático puede ser un catalizador de formas de transformación social negativas también. Algunos grupos de interés han usado la crisis ambiental para enriquecer a las élites, forzando privatizaciones a gran escala del sector público, por ejemplo. El aprovechamiento de esta crisis por parte de la empresa privada se ve también en la creación de reservas y viveros forestales privatizados para que sus propietarios puedan recaudar “créditos de carbono”. También se ve en el auge de los “futuros climáticos”, que funcionan como una especie de apuesta a las condiciones meteorológicas. La crisis ambiental abre oportunidades en los negocios cuando el shock por el desastre es muy grande.

La doctrina del shock también ha impulsado movimientos ciudadanos como la primavera árabe o movimientos en Grecia, España, Chile, Estados Unidos o Quebec, sin embargo, los movimientos nacientes tienen el reto de proponer un proyecto integral de vida, tener la visión de algo que sustituya el deteriorado sistema en el que vivimos. Para lo anterior es fundamental recuperar las victorias pasadas de los movimientos progresistas, gracias a los cuales se lograron cosas como seguros de sanidad pública, viviendas de protección oficial subvencionadas y el patrocinio público de las artes (p. 25).

El cambio climático puede ser un shock del pueblo, una conmoción desde abajo, puede dispersar el poder entre los muchos, en vez de consolidarlo entre los pocos. Klein señala que su texto abordará de raíz, al cuestionamiento de “por qué nos estamos enfrentando a todas estas crisis en serie, para empezar, y nos dejarían un clima más habitable que aquel hacia el que nos encaminamos y una economía mucho más justa que aquella en la que nos movemos ahora mismo”. Sin embargo, para que estos objetivos se cumplan, es fundamental no dejar de lado el verdadero problema que nos asecha, pese a lo doloroso y terrible que pueda llegar a ser.

“En 2013, las emisiones globales de dióxido de carbono fueron un 61% más altas que en 1990”. Ha habido una catastrófica postergación de las medidas necesarias para combatir el cambio climático por parte de los gobiernos y especialmente del organismo intergubernamental que tiene encomendada la misión de prevenir que se alcancen en el mundo niveles “peligrosos” de cambio climático. La cumbre anual de las Naciones Unidas se ha convertido en una especie de “terapia de grupo” en la que sobran las palabras y faltan las acciones. Partiendo de esto es fundamental asumir que los gobiernos y dirigentes no harán nada para generar un cambio, no asumirán su papel social. En la cumbre de las Naciones Unidas sobre el clima en 2009 en Copenhague, los gobiernos de los países más contaminantes –Estados Unidos y China entre ellos- firmaron un acuerdo no vinculante, comprometiéndose a impedir que las temperaturas aumentaran más de 2 ◦C (3,6 ◦F). Siendo este último el famoso “límite seguro” (varios delegados plantearon objeciones al mismo diciendo que semejante nivel equivaldría a una sentencia de muerte para algunos estados isleños) del cambio climático que en realidad ha sido siempre una elección que tiene que ver más con minimizar los trastornos económicos en el sistema actual que con proteger al mayor número posible de personas. La temperatura alcanzada, al menos hasta 2015 es de 0.8 ◦C, cuyas consecuencias hasta el momento han sido devastadoras, por ejemplo, el derretimiento de la capa de hielo continental de Groenlandia en el verano de 2012 y una acidificación de los océanos, por lo que el doble de esta temperatura tendría consecuencias desastrosas (p. 32).

Quizá el problema más grande de toda esta crisis es que en la reunión de Copenhague, los gobiernos nacionales no acordaron ningún objetivo vinculante, pueden básicamente hacer caso omiso de sus compromisos individuales. En un informe de 2012, el Banco Mundial expuso que al paso que vamos, estamos avanzando hacia un aumento de temperatura de 4 ◦C, lo cual provocará olas de calor extremo, disminución de las existencias de alimentos a nivel mundial, pérdida de ecosistemas y biodiversidad, y una elevación potencialmente mortal de los océanos, de uno, o incluso dos metros de aquí al año 2100. Eso extinguiría a naciones isleñas como Maldivas y Tuvalu, e inundaría diversas zonas costeras de no pocos países, desde Ecuador, Brasil hasta los países bajos, incluyendo buena parte de California. Las ciudades que corren riesgo de inundación serían Boston, Nueva York, el área metropolitana de Los Ángeles, Vancouver, Londres, Bombay, Hong Kong o Shanghái. “El calor haría que se produjeran pérdidas espectaculares en cosechas de cultivos básicos para la alimentación mundial (existe la posibilidad de que la producción de trigo indio y maíz estadounidense se desplomara hasta en un 60 %), justo en un momento en el que se dispararía su demanda debido al crecimiento de la población y al aumento de demanda de carne” (p. 35).

En 2014, un grupo de científicos de la NASA y la Universidad de California revelaron que el derretimiento de los glaciares en un sector de la Antártida occidental equivale aproximadamente a la superficie de toda Francia “parece ya imparable”. Es preocupante, sin embargo, que la mayor parte de la humanidad se encuentre repitiendo de manera muy consciente la misma ruta que ya venía siguiendo. Después de mostrar las consecuencias fatales del cambio climático, Naomi Klein se pregunta por el papel tan pasivo de los científicos ante las políticas de los gobernantes. “La mayoría nos encontramos mucho más cómodos en nuestros laboratorios o recogiendo datos sobre el terreno que concediendo entrevistas a los periodistas o hablando ante comisiones del congreso. ¿Porqué, entonces, nos estamos manifestando tan públicamente a propósito del que el calentamiento global? La respuesta es que casi todos los científicos y científicas del clima estamos ya convencidos de que el calentamiento global representa un peligro inminente para la civilización” (p. 40).

En muy mal momento

Hay muchas hipótesis que se han dado para responder al problema de ¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos está costando tanto trabajo tomar acciones al respecto? Algunas de las respuestas han girado en torno a que es complicado llegar a un acuerdo entre todos los países, sin embargo, en el pasado, la ONU ha convocado a diversos gobiernos nacionales para abordar problemas que trascienden claramente el ámbito de sus fronteras nacionales. Pese a que esos acuerdos no fueron perfectos, representaron progresos reales. Otro punto importante, es que a veces los gobiernos nacionales pueden reunirse exitosamente para generar acuerdos económicos internacionales, que trascienden claramente sus fronteras, por ejemplo, con la creación de la Organización Mundial del Comercio, se generó un intrincado sistema global que regula el flujo de bienes y servicios por todo el planeta, y que impone unas normas claras y unas penalizaciones severas para quienes las infrinjan. Otro de los argumentos para explicar la falta de acuerdo entre los países es que “lo que nos ha demorado en la búsqueda de una solución ha sido la falta de soluciones tecnológicas”. Habría que decir con respecto a esta excusa es que no solo disponemos de las herramientas técnicas para desengancharnos de los combustibles fósiles, sino que tampoco faltan los pequeños enclaves o áreas geográficas donde esos estilos de vida bajos en carbono han sido probados con éxito. Y, aún así, con las pruebas de que no nos hace falta mayor tecnología para sacarnos de esta marcha catastrófica, se sigue esquivando (p. 43).

La crisis ambiental puede ser comparable a la amenaza de una guerra inmediata y concreta. Klein critica que la humanidad se ha vuelto cada vez más fría. “Los humanos contemporáneos somos unos seres demasiado centrados en nosotros mismos, demasiado adictos a la gratificación como para renunciar a la más mínima libertad de satisfacer hasta nuestro último capricho o eso es lo que nuestra cultura nos dice. Y, sin embargo, la verdad es que seguimos realizando sacrificios colectivos en nombre de un abstracto bien superior todo el tiempo. Sacrificamos nuestras pensiones, nuestros derechos laborales que tanto costó conquistar”. La autora crítica que somos pasivos ante múltiples ataques del Estado hacia los derechos sociales que tanto nos ha costado ganar, por ejemplo, aceptamos pagar más por las destructivas fuentes energéticas, que las tarifas del transporte suba, que la educación universitaria pública en realidad no sea tan pública. En los últimos 30 años se ha vivido un proceso de progresiva reducción de las prestaciones proporcionadas desde el sector público. Klein define esta pasividad de la sociedad como un “sacrificio colectivo”, en el que la sociedad sacrifica sus servicios y ventajas colectivas en aras de la estabilidad del sistema económico, un sistema económico que se ha vuelto cada vez más violento, que ha precarizado la vida cotidiana. Si existe tal nivel de sacrifico en pos de una vida precaria, la sociedad puede tener la fuerza de transformar su estilo de vida a fin de estabilizar los sistemas físicos de los que depende la vida misma. Si bien, no puede apagarse de manera drástica el fuego que ha producido la humanidad con el cambio climático, si se toman acciones para recordar radicalmente nuestras emisiones procedentes de la extracción y el consumo de combustibles fósiles, y a iniciar la transición hacia fuentes de energía de carbono cero, basadas en tecnologías de aprovechamiento renovable (p. 47).

Transformar las condiciones ambientales actuales no implica solo cuestionar a actores aislados, implica cuestionar el capitalismo desregulado, “la ideología imperante durante todo el período en el que hemos estado esforzándonos por hallar una salida a esta crisis”. Las acciones que tienen que tomarse para eludir la catástrofe amenazan a la élite que mantiene el dominio de la economía, y por lo tanto, de los procesos políticos. Un ejemplo de lo anterior es que las primeras advertencias por parte de la comunidad científica acerca de las emisiones de gases de efecto invernadero fueron en 1988, el año que marcó el inicio de la llamada “globalización”, a raíz de la inauguración de la mayor relación bilateral del mundo, el TLCAN (p. 49).

Al mirar el proceso de negociaciones internacionales del último cuarto de siglo destacarán dos procesos definitorios: por un lado, se ve el proceso relacionado con el clima, un proceso que fracasó completamente en la consecución de sus objetivos; y por otro lado, está el proceso de globalización económica que ha ido avanzando de victoriosamente, en la que no ha estado en juego solamente el comercio transfronterizo de bienes, sino el aprovechamiento de esos acuerdos para generar un marco de políticas globales que otorgue la máxima libertad posible a las grandes empresas multinacionales para producir sus bienes al menor precio y venderlos con mínimas regulaciones, pagando la menor cantidad de impuestos posible. “Lo cierto es que los acuerdos comerciales solo importaban para quienes lo impulsaban en la medida en que representaban y articulaban sin rodeos esa otra serie de prioridades del gran capital transnacional” (p. 51).

Los tres grandes principios de esta época son desglosados por Klein de la siguiente manera:

1. Privatización del sector público

2. Desregulación del sector privado

3. Reducción de la presión fiscal a las empresas, sufragada con recortes en el gasto estatal

Las consecuencias de dichas políticas han desembocado en la inestabilidad de los mercados financieros, en los excesos de los más ricos y en la desesperación de los pobres. Las consecuencias por supuesto han sido económicas, sin embargo se le ha dado poco foco a las consecuencias que tuvieron para el cambio climático. La relación entre el éxito de estas políticas y la agudización de la crisis ambiental fue directamente proporcional (p. 52).

Las denuncias sobre el clima “parecían heréticas”, pues atentaban contra el principio de la acumulación capitalista. “¿Cómo iban nuestras sociedades a invertir en servicios e infraestructura públicas de carbono cero precisamente cuando el ámbito de lo público estaba siendo sistemáticamente desmantelado y subastado al mejor postor?”. El movimiento en contra del cambio climático no tuvo la fuerza que se requería en ese momento histórico, pues optó por encajar encuadrar el círculo de la crisis del clima en el molde del capitalismo desregulado, confiando en que en algún momento el mercado iba a resolver el problema (p. 54).

El fundamentalismo del mercado bloqueó las acciones de los movimientos en contra del cambio climático, lo hizo de múltiples maneras, una de ellas fue liberar a las grandes empresas multinacionales de toda traba en su actuación. “En la década de 1990, cuando el proyecto de integración internacional de mercados estaba en pleno auge, las emisiones globales crecieron a un ritmo de 1 % anual; entrados ya en el nuevo milenio, con ‘mercados emergentes’ como el de China plenamente integrados en la economía mundial, el crecimiento de las emisiones se disparó hasta niveles catastróficos y el ritmo de aumento anual alcanzó el 3.4% durante buena parte de la primera década del siglo XXI”. El único momento en que estas tasas de crecimiento se interrumpieron de manera breve fue durante la crisis del 2009 (p. 55).

Darle rienda suelta a la dinámica del mercado ha generado la liberación de grandes cantidades de combustibles fósiles que a su vez están liberando al hielo ártico de su anterior estado sólido. Por lo anterior y muchas cosas más, la humanidad está en un punto en que darle reversa a este proceso es cada vez más complejo. El calor emitido dura en la superficie terrestre centenares de años, impidiendo así que se marche el calor. La única solución a este sobrecalentamiento es que los países más ricos recorten sus emisiones en torno a un 8-10% anual. Solución que sería difícil de llevar a cabo en el contexto del libre mercado. Klein, identifica entonces que hay una contradicción entre lo que el sistema económico exige con su lema del consumo por el consumo mismo y lo que el planeta está exigiendo en este momento, que tiene que ver con la reducción de este consumo deliberado. El cambio económico podría darse a partir de generar vías más equitativas, protegiendo a los más vulnerables y haciendo que los que tienen más responsabilidad en esto asuman el coste de transformación. Se puede potenciar la creación de empleo en los sectores “bajos en carbono” de las economías. Se pueden hacer muchas cosas, transformar otras, pero si no se transforma la ideología reinante nada podrá hacerse que en verdad reduzca el riesgo ante el que estamos posicionados (p. 58).

Cuestionar al capitalismo como sistema histórico que ha generado devastación implica también cuestionar el “atractivo fetichista del centrismo, o lo que es lo mismo, de la razonabilidad, de la seriedad, del encuentro a medio camino entre las posturas diferenciadas y, en general, del no entusiasmarse demasiado por nada. Así define Naomi Klein al pensamiento que impera en nuestra era y argumenta que las medias tintas no sirven para solucionar los problemas que plantea la crisis ambiental. “La batalla ya se está librando y, ahora mismo, el capitalismo la está ganando con holgura. La gana cuando a los ciudadanos griegos se les dice que su única vía de salida a la crisis económica que sufren, es abriendo sus hermosos mares a perforaciones petrolíferas y gasísticas de alto riesgo. La gana cuando se nos dice que a los canadienses que la única esperanza que tenemos de no terminar como Grecia es permitiendo que desuellen nuestros bosques boreales para acceder al betún semisólido que encierra en las arenas bituminosas de Alberta. La gana cuando se aprueba la demolición de un parque en Estambul para dejar sitio a la construcción de un nuevo centro comercial. La gana cuando les dice a los padres y madres de Pekín que enviar a sus hijos e hijas al colegio con mascarillas anticontaminación decoradas para que los pequeños parezcan lindos personajes de cómica infantil es un precio aceptable que hay que pagar por el progreso económico” (p. 61).

El cambio, antes de pasar por las acciones debe de pasar por transformar la manera de pensar, se debe de transitar a una visión del mundo que no vea en la naturaleza o en las otras naciones a unos adversarios. Esa transformación debe darse de manera apresurada. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) advierte que si no hay un control de las emisiones antes del 2017, el sistema económico basado en combustibles fósiles habrá llegado a generar un nivel de calentamiento muy peligroso, se habrá llegado al límite de emisiones de carbono. “La puerta para limitar el calentamiento a sólo 2◦ C está a punto de cerrarse” (p. 63).

Las grandes empresas y las grandes naciones han intentado tranquilizar a la sociedad planteando que sólo nos encontramos en una fase de “desarrollo sucio” que en algún momento transitará a un medio ambiente limpio, sin embargo, esto ya no se sostiene, no hay ningún tipo de remedio tecnológico de carácter mágico para resolver esta crisis.

Poder, no solo energía

Gary Stix, un miembro de la revista Scientific American fue responsable en 2006 de un número especial sobre respuestas al cambio climático y dicha edición se centró en la promoción de tecnologías bajas en carbono. En 2012, Stix escribió que había pasado por alto la necesidad de crear el contexto social y político en el que esas transformaciones tecnológicas pueden tener alguna probabilidad de reemplazar a un statu quo que continúa siendo demasiado rentable. “Si queremos afrontar el cambio climático mínimamente a fondo, las soluciones radicales en las que debemos centrarnos son las de la vertiente social. En comparación, la eficiencia relativa de la próxima generación de células fotoeléctricas es una cuestión bastante trivial” (p. 66).

El propósito de este libro es hablar sobre esos cambios radicales en el ámbito social, político, económico y cultural. Klein se centra en cómo la política ha generado obstáculos ideológicos para solucionar el tema del cambio climático. Para la autora el problema fuerte tiene que ver con el poder político, el problema se ha construido por las políticas generadas por parte de grupos de interés. La solución entonces podría estar en quien ejerce el poder, a esto le llama Klein “variaciones del poder”, serían estas variaciones que puedan alejar el poder de los intereses del gran capital y lo acerquen a las comunidades humanas, lo que a su vez, depende de que el inmenso número de personas desfavorecidas por el sistema actual puedan construir una fuerza social suficientemente decidida y diversa como para cambiar el equilibrio de poder.

Para lo anterior, habrá que replantearse la naturaleza del poder de la humanidad, el extractivismo y el dominio sobre la naturaleza. En este sentido, el cambio climático no sólo nos representa una tarea más como humanidad, nos representa una revelación. La revelación de que la realidad que vivimos podría ser otra, el modelo económico que actualmente reproducimos podría ser otro que no nos hable en el lenguaje de los incendios, las inundaciones, las sequías y las extinciones de especies (p. 68).

Salir del estado de negación

Si bien, la solución efectiva a la crisis ambiental viene de revolucionar el sistema económico, eso no quiere decir que esas pequeñas transformaciones en la vida cotidiana no sirvan de nada, sin embargo, aunque existen diferentes formas en las cuales se podrían reducir las emisiones, tampoco se realizan de manera contundente, se asume que como los grandes cambios son imposibles, las pequeñas acciones no generarían ningún impacto (p. 68).

El libro se plantea pensar a lo grande, esto quiere decir, pensar las soluciones lejos del fundamentalismo del mercado. “Quizá dentro de unos pocos años, algunas de las ideas destacadas en estas páginas que suenan radicalmente imposibles hoy en día –como la de una renta básica para todos y todas, o la reelaboración del derecho comercial, o el reconocimiento real de los derechos de los pueblos indígenas a proteger inmensas partes del mundo de la extracción contaminante- comiencen a parecer razonables o, incluso, esenciales”. Han existido muchos intentos de hacer cambios graduales, intentando cuadrar la necesidad de sanar al planeta con el crecimiento económico, sin embargo, los resultados no han sido exitosos. En el libro, Naomi Klein hace uso de precedentes históricos para generar una esperanza en el cambio. El proceso de escribir un libro como éste fue complicado por tener que enfrentarse a la realidad que se ha vuelto muy cruda y a la pregunta de si las propuestas que lanza tienen viabilidad política. Pero al mismo tiempo se pregunta “¿qué deberíamos hacer en realidad con un miedo como el que nos provoca el hecho de vivir en un planeta que se muere, que se va haciendo menos vivo cada día que pasa?” A lo que responde argumentando que el miedo ante el mundo en el que vivimos es entendible pero se puede convertir en una oportunidad para actuar con más fuerza. “La única esperanza, es dejar que el horror que nos produce la imagen de un futuro inhabitable se equilibre y se alivie con la perspectiva de construir algo mucho mejor que cualquiera de los escenarios que muchos de nosotros nos habíamos atrevido a imaginar hasta ahora”. La propuesta principal de Naomi Klein, es entonces, que el cambio climático representa la posibilidad de cambiarlo todo (p. 77).

Datos cruciales: 

“Entre 2005 y 2006, el volumen del mercado de derivados climáticos se disparó multiplicándose por cinco: de un valor total de 9,700 millones a 45,200 millones de dólares” (p. 21).

“Entre 2008 y 2010, se registraron al menos 261 patentes relacionadas con el cultivo de variedades agrícolas ‘preparadas para el clima’: semillas supuestamente capaces de resistir condiciones meteorológicas extremas. De esas patentes, cerca del 80% estaban controladas por tan solo seis gigantes de la agricultura industrial, Monsanto y Syngenta entre ellos. Mientras tanto, el huracán (o supertormenta) Sandy ha dejado tras de sí una lluvia de millones de dólares para los promotores inmobiliarios de Nueva Jersey” (p. 23).

“Tras un atípico descenso en 2009, debido a la crisis financiera, las emisiones globales se dispararon de nuevo un 5.9% en 2010: el mayor incremento en términos absolutos desde la Revolución Industrial” (p. 58).

Cápitulos relevantes para el proyecto: 

Capítulo 1. Dinero caliente
Capítulo 2. Planificar y prohibir
Capítulo 5. Más allá del extractivismo
Capítulo 6. Frutos, pero no raíces
Capítulo 7. No hay mesías que valga

Nexo con el tema que estudiamos: 

La crisis ambiental es una de las dimensiones de la gran crisis económica mundial. Lo fundamental de este texto es que Naomi Klein le da el carácter de crisis a un problema que otros ven solo como cambio climático y es incisiva en que se le de este carácter para generar un shock en los gobernantes y una ola de movilizaciones sociales. La crítica a las empresas se enmarca en que han sido los principales causantes de la crisis en la que nos encontramos inmersos. La propuesta de Klein también es una crítica al desencanto social que se genera por saber que estamos descomponiendo al mundo y no hay acciones concretas para transformarlo, de este modo, hay algo que no está funcionando con el modo en el que estamos produciendo. La crítica de manera inmediata es a las empresas y a las acciones de los estados nacionales, pero si se quiere ser radical se tiene que convertir en una crítica anticapitalista.

Para complementar el tema, John Saxe-Fernández, en una serie de notas periodísticas, se hace la interrogante: “¿Quiénes son los responsables y grandes ganadores del retraso de 24 años en la regulación y freno de las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI), que según el consenso científico articulado por el Panel intergubernamental sobre cambio climático de la ONU, está en la base del colapso climático antropogénico (CCA) en curso?” (ver la nota)