Disorder under heaven. America and China’s strategic relationship. After seven decades of hegemony in Asia, America now has to accommodate an increasingly powerful China, says Dominic Ziegler. Can Donald Trump’s administration manage that?

Cita: 

The Economist [2017], "Disorder under heaven. America and China’s strategic relationship. After seven decades of hegemony in Asia, America now has to accommodate an increasingly powerful China, says Dominic Ziegler. Can Donald Trump’s administration manage that?", The Economist, London, 22 de abril, https://www.economist.com/news/special-report/21720714-after-seven-decad...

Fuente: 
The Economist
Fecha de publicación: 
Sábado, Abril 22, 2017
Tema: 
La relación China-Estados Unidos, sus nudos problemáticos y las condiciones para superarlos; las complicaciones adicionales que esta relación añade que Trump esté al frente de la Casa Blanca
Idea principal: 

Durante los últimos tres cuartos de siglo, Estados Unidos ha sido la potencia hegemónica en el este de Asia. No obstante, las cosas comienzan a cambiar, pues China está indiscutiblemente de regreso como una potencia en la región. Este regreso de China se debe a la acelerada modernización de su infraestructura y de sus condiciones productivas, a su impresionante crecimiento económico (desde 1970 ha incrementado su producción 20 veces), así como a su creciente importancia comercial y tecnológica. Sobre esta base, “China quiere –y merece– una mayor importancia en el este de Asia y en el orden global. Estados Unidos debe hacer espacio para que esto suceda. Esta labor requerirá sabiduría, así como un sutil balance de firmeza y finura de ambas partes”.

Una primera muestra –que debe tomarse con reservas– de lo que cabe esperar de la relación sino-estadounidense en el futuro próximo la dio la reunión sostenida entre Xi Jinping y Donald Trump a inicios de abril en Florida. Aun cuando se discutieron pocas cosas sustanciales (ni una palabra se dijo sobre la posibilidad de un incremento de las tarifas comerciales ni sobre los misiles que Estados Unidos lanzó contra una base aérea siria), se puede destacar que Trump señaló que la relación bilateral es “maravillosa” y que Xi Jinping declaró que hay “mil razones para llevar de la mejor manera la relación China-Estados Unidos”.

A pesar de toda la cordialidad con que se llevó a cabo la reunión de Florida, es claro que ambos países perciben las cosas de formas muy distintas. “El sistema político de China, a la vez burocrático y autoritario, ha ayudado al desarrollo económico interno, pero es ajeno a las nociones estadounidenses de democracia. Los hacedores de política estadounidenses tradicionalmente han visto los valores liberales democráticos y el énfasis en los derechos humanos como factores que legitiman y fortalecen el orden internacional”. En China estos valores son vistos como conspiraciones occidentales para debilitar a los regímenes existentes, como sucedió en la extinta Unión Soviética.

Los estrategas chinos consideran que la acelerada modernización de las fuerzas armadas de su país es esencial para proteger las rutas marítimas de las que depende su prosperidad y su seguridad, así como para alejar a sus potenciales adversarios de sus fronteras. Por su parte, los estrategas estadounidenses consideran que su país debe mantener una fuerte presencia en el este y sureste asiáticos puesto que la influencia china, en la búsqueda de ampliar su dominio y de cambiar el orden existente, perturba y desestabiliza a sus aliados en la región.

Estados Unidos ha buscado evitar que surja en Asia alguna otra potencia hegemónica que pueda sustituirle. China, con su reciente auge, desea ampliar su esfera de influencia y mantener lejos de sus fronteras a sus potenciales adversarios. Si ambos países desean evitar un conflicto que tendría efectos catastróficos incalculables, deben encontrar una forma de adaptarse a los objetivos dominantes del otro.

Un punto central en las tensiones políticas por la región es la península de Corea, que ha estado dividida desde el fin de la segunda guerra mundial. “Corea del Norte, gobernado por una mafia familiar que está ahora en su tercera generación, tiene una economía ‘rota’ y un ejército poco entrenado. No obstante, ha despilfarrado dinero en programas nucleares que amenazan a Corea del Sur, perturban a Japón y en poco tiempo también representarán una amenaza para Estados Unidos”. La actitud beligerante de Kim Jong Un exaspera a los líderes chinos y, aun cuando ambos países son todavía aliados formales, los estrategas de Beijing desean poner un alto al tono bravucón de Pyongyang. Pero, por otra parte, no hay nada que genere un mayor conflicto a los líderes chinos que la posibilidad de una Corea democrática y unificada, pues de esta forma tendrían a las tropas estadounidenses en su patio trasero. “El adecuado manejo de la beligerancia de Kim Jong Un –así como la eventual desaparición del régimen– será una enorme prueba de cooperación” para ambos países.

No obstante, aun cuando hay puntos álgidos en la relación, el conflicto entre China y Estados Unidos no es inevitable. “Ambos lados quieren evitarlo y pueden generar ajustes para conseguirlo”. Un factor que ayuda son los hábitos de cooperación que se han establecido en las últimas décadas de reformas de mercado de China, cuyo éxito no hubiera sido posible sin la garantía de seguridad que Estados Unidos ha dado al ambiente externo chino. “La suya es la relación económica bilateral más importante del mundo hoy día, con un comercio anual combinado que suma más de 600 mil millones de dólares y una mutua inversión que suma aproximadamente 350 mil millones de dólares”.

China no tiene ambiciones por exportar la revolución ni una grave desconfianza ideológica sobre el orden existente. Por el contrario, la misión principal de Xi Jinping parece ser asegurar una importancia cada vez mayor de China en el orden global actual mediante lo que los teóricos del partido están comenzando a llamar la “solución China”. “En un nivel, se trata de atender cuestiones prácticas, tales como invertir en Asia central para reducir la pobreza. En otro, se trata de oponerse a la dominancia estadounidense. China, dijo Xi Jinping en una conferencia en febrero, debería ‘guiar la seguridad internacional’ hacia un ‘nuevo orden mundial más justo y racional’. Este tipo de lenguaje evoca las viejas virtudes imperiales chinas. Sin embargo, mientras la experiencia previa de poder de China consistía en gobernar todo bajo el cielo, hoy tiene que aceptar ser simplemente un gran poder entre muchos otros. Estados Unidos, por su parte, nunca ha tenido ninguna experiencia de ceder tanta influencia y autoridad como tendrá que hacerlo con China en el futuro”.

Esta relación, que ya era tensa, se volvió aún más con la elección de Trump como presidente. “Durante siete décadas, la gran estrategia estadounidense ha descansado en tres pilares: apertura comercial, alianzas fuertes y la promoción de los derechos humanos y de los valores democráticos”. No es claro para los aliados históricos de Estados Unidos en Asia en qué medida el discurso de Donald Trump –lleno de una retórica proteccionista y de desdén por los procesos diplomáticos– implica un abandono de esos pilares que lo han mantenido como el hegemón de la región. Los líderes chinos, por su parte, “odian lo impredecible y hubieran preferido a Hillary Clinton, el diablo que ya conocían”. La tensión incrementada en la relación sino-estadounidense llega en un mal momento, en el que la economía se está desacelerando (pasó de crecer a tasas de 10% a sólo 6.5%) y en el que Xi Jinping está buscando consolidar su poder al interior del partido.

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha acentuado la incertidumbre existente sobre la relación de ambos países, no sólo en lo que respecta al comercio. Los asesores de Trump, que parecen tener una visión maniquea del conflicto, sostienen que China está ya tan enfrascada en una rivalidad estratégica con Estados Unidos que “el conflicto militar es inevitable, y señalan que la mejor forma para proteger los intereses nacionales es gastar más dinero en las fuerzas armadas y menos en diplomacia”. Afortunadamente, estas personas no detentan el monopolio del debate sobre la relación estratégica Estados Unidos-China, así como tampoco lo tienen en lo que hace al comercio. Desde otros sectores de la sociedad estadounidense –incluso el actual secretario de Defensa, James Mattis– se está haciendo un llamado enfático a privilegiar la diplomacia sobre la acción militar en la resolución de las diferencias entre países.

Todo indica, sin embargo, que el gobierno de Trump no está preparado para afrontar por la vía diplomática las problemáticas mundiales, pues los vacíos en el equipo de política exterior de la administración encabezada por el magnate –en especial en los escritorios destinados a Asia– son alarmantes. La situación es aún más complicada puesto que casi todos los diplomáticos del partido republicano experimentados en Asia juraron antes de la elección que nunca trabajarían para Trump en caso de que se convirtiera en presidente de Estados Unidos.

Algunos observadores y analistas aún esperan que la nueva administración se recupere de su inicio inusualmente caótico y retome la política que ha caracterizado las siete décadas en que Estados Unidos ha sido la potencia hegemónica en Asia. Sin embargo, esto dista mucho de convertirse en un hecho, en particular por las posturas irreconciliables entre algunos de los miembros más importantes de la administración Trump sobre la política que Estados Unidos debe tener en Asia. “Posiblemente eso refleja un desacuerdo más amplio en Estados Unidos acerca de los roles y responsabilidades globales. No obstante, el propio presidente parece no darse cuenta de la falta de una estrategia comprehensiva en Asia, y así el problema persistirá”.

Hay dos riesgos principales para Asia en el contexto de incertidumbre acerca de la política de Trump en la región. El primero es que, después de una breve luna de miel con los líderes chinos, la administración Trump mantenga una posición crecientemente agresiva que provoque crispación en los chinos a la vez que aleje a los aliados asiáticos de Estados Unidos. El segundo es que la política estadounidense en Asia se vuelva indolente, lo que perturbaría y alejaría a sus aliados asiáticos y envalentonaría a China. “Las consecuencias en ambos casos pueden ver similares: un cambio en las dinámicas de poder que requeriría ajustes rápidos, que generaría una riesgosa inestabilidad e incluso caos regional. Esperemos lo mejor, pero preparémonos para el desastre bajo el cielo”.

Datos cruciales: 

El comercio bilateral anual combinado de China y Estados Unidos suma más de 600 mil millones de dólares. La suma de las inversiones mutuas asciende cada año a 350 mil millones de dólares.

Nexo con el tema que estudiamos: 

Al igual que en otros artículos de este reporte especial de The Economist sobre la relación sino-estadounidense, la guerra se presenta cada vez más claramente como una opción ante la declinante hegemonía estadounidense y la ascendente potencia hegemónica que es China. Para este influyente semanario, evitar el conflicto requiere que Estados Unidos ceda espacio a China, pero ante todo que ambos encuentren una forma de adaptarse a los objetivos del otro. No obstante, ¿qué pasa si los objetivos de ambas potencias son irreconciliables? En ese caso, ¿cómo hacer para evitar la trampa de Tucídides?

Es necesario preguntarse además, ¿China tiene en este momento las condiciones –tecnológicas, materiales, culturales, etc.– para disputar la hegemonía mundial a Estados Unidos? ¿O sólo tiene está en la posibilidad de consolidarse como un hegemón regional, lo que daría pie a que la hegemonía mundial no esté concentrada en un solo país sino en al menos dos? ¿Cuáles son las condiciones para la sucesión hegemónica?

Aquí pueden consultarse las otras fichas de los textos de este reporte especial de The Economist:

http://let.iiec.unam.mx/node/1344

http://let.iiec.unam.mx/node/1345

http://let.iiec.unam.mx/node/1363