En síntesis
En esta sección se presentan los resultados del trabajo de lectura y fichado del LET.
Las fichas completas se encuentran en la página del LET
La destrucción del ambiente se profundiza
En esta entrega, se presenta un panorama sobre la situación del ambiente a partir de perspectivas transdisciplinarias que aportan medidas acerca de la catástrofe ambiental y trazan los escenarios posibles para el futuro de corto y mediano plazo.
En 2021, se alcanzó un récord histórico de la concentración de partículas de dióxido de carbono en la atmósfera. En su informe, el Grupo II de trabajo del Panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático (IPCC por su sigla en inglés) afirma que, de continuar la presente lógica de crecimiento, para 2100 la temperatura aumentará 4.4°C respecto a los niveles preindustriales http://let.iiec.unam.mx/node/4170.
Por su parte, las corporaciones juegan un papel doble en la política climática: en primer lugar, son los principales agentes en la generación de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en la economía global; en segundo lugar, también se les considera la mejor esperanza para reducir las emisiones a través de la innovación tecnológica. No obstante, las soluciones tecnológicas del capitalismo verde, que prometen desacoplar el crecimiento de las emisiones, son inútiles. Desde 1990 se rebasó la cifra segura de 350 ppm de concentración de partículas de dióxido de carbono en la atmósfera y en 2021 alcanzó 419.13 ppm http://let.iiec.unam.mx/node/4170. En este sentido, el discurso neoliberal plantea que el mercado y las iniciativas de las corporaciones son los únicos medios para lidiar con la crisis; sin embargo, la amenaza de la destrucción del ambiente está conectada de forma directa con la expansión del capitalismo global. Como ejemplo de lo anterior, las corporaciones y la industria fósil producen el agotamiento de los recursos naturales para impulsar la expansión económica, y de esa manera, contribuyen a aumentar las emisiones totales de GEI, que crecieron 2% entre 2008 y 2013 http://let.iiec.unam.mx/node/3724.
A pesar de que el trabajo de los científicos se ha ampliado hacia la investigación de las causas sociales, impactos y riesgos del cambio climático, así como la mejora en la comunicación científica, los gobiernos continúan siendo negligentes ante la evidente urgencia de la acción climática. Esta es la tragedia de la ciencia del cambio climático: la compulsión a seguir investigando cuando se rompe el contrato entre ciencia y sociedad. La tragedia consiste en continuar con la investigación científica, cuando el problema es político http://let.iiec.unam.mx/node/4132. En este sentido, no se puede pasar por alto la responsabilidad diferenciada y la desigualdad en términos de vulnerabilidad. Los países industrializados son más responsables de las emisiones de GEI, y los países en vías de desarrollo son más vulnerables a los riesgos del cambio climático. Entre 2010 y 2020, las sequías, inundaciones y tormentas mataron a 15 veces más personas en los países altamente vulnerables, incluidos los de África y Asia, que en los países más ricos http://let.iiec.unam.mx/node/4110.
Por otro lado, el cambio climático es un problema frecuentemente atribuido al Sur global superpoblado, no obstante, la deuda climática es un caso especial de la justicia ambiental, donde los países industrializados han sobreexplotado su "espacio ambiental" en el pasado, por lo que han tenido que pedir prestado a los países en desarrollo para acumular riqueza y deudas ecológicas como resultado de este consumo excesivo histórico. La deuda climática que el Norte global tiene con el Sur global se debe principalmente a la extracción y consumo insostenibles de combustibles fósiles, actividades exponencialmente potenciadas a partir de la era industrial http://let.iiec.unam.mx/node/2902.
La deuda climática también implica una contraparte crítica, en tanto este concepto legitima y refuerza el discurso climático que asegura que el Sur global es absorbido por una agenda social y ambiental iniciada y controlada por el Norte global. Esta propuesta se resume en términos de seguridad nacional desplegada a través de discursos militaristas http://let.iiec.unam.mx/node/2902. En lo que concierne a la relación crisis climática-conflicto social podemos encontrar que, desde 1973, en la mayoría de las ocasiones las guerras estuvieron determinadas por la explotación de combustibles fósiles (entre 25 y 50% de los conflictos militares desde la crisis de 1973 estuvieron relacionados con el petróleo, y en 2022, 66% de las misiones militares de Unión Europea estuvieron vinculadas a la extracción de combustibles fósiles http://let.iiec.unam.mx/node/4201. Sin embargo, erradicar el uso de energías fósiles es una tarea complicada para los países debido a la militarización apoyada por el capitalismo global en respuesta a la crisis climática. En 2020 el presupuesto mundial para fuerzas armadas fue de mil 981 billones de dólares, del cual Estados Unidos concentró 38% http://let.iiec.unam.mx/node/4202. Dichos recursos garantizan la continuidad del uso de combustibles fósiles en escala global.
En este tenor, la destrucción del ambiente es abordada como asunto de seguridad nacional por Estados Unidos y las principales potencias europeas, como subterfugio para incrementar el militarismo en una época de crisis climática a nivel mundial. Desde 2008, la industria de la seguridad nacional ha crecido 5% anual a pesar de la crisis mundial http://let.iiec.unam.mx/node/1293. Estos presupuestos financiaron respuestas militarizadas, en lugar de permitir la creación de programas de mitigación y resiliencia: el gasto militar de Estados Unidos en 2020 fue de 756 mil millones de dólares; en cambio, el presupuesto federal para eficiencia energética y energía renovable fue de solo 2 mil 700 millones de dólares http://let.iiec.unam.mx/node/3305. En ese sentido, Estados Unidos se interesa en los efectos de la destrucción del ambiente en ciertas regiones del mundo, ya que esta situación reafirma la entrada estratégica de los militares en todos los lugares y espacios: dicha destrucción se construye como omnisciente y enemiga de todos, caracterizada como un multiplicador de conflictos http://let.iiec.unam.mx/node/2902.
Bajo la premisa de que la amenaza del cambio climático tiene el potencial de generar conflictos armados, las agencias de defensa establecen un vínculo directo entre la inestabilidad climática y la inestabilidad política. Estas cuestiones fueron debatidas en el Consejo de seguridad de Naciones Unidas en abril de 2007, con el argumento de que el cambio climático exacerbaría los problemas de seguridad en 6 áreas: disputas fronterizas, migración, suministro de energía, escasez de recursos, estrés social y crisis humanitaria http://let.iiec.unam.mx/node/2539. Cabe resaltar que las estrategias de “seguridad climática” están consiguiendo perpetuar el estado actual de la industria de combustibles fósiles en lugar de combatir el cambio climático y que esto produce un bucle que retroalimenta la militarización y la contaminación. El principal impacto ambiental de las operaciones militares son los materiales altamente tóxicos y contaminantes que usa para la elaboración de explosivos y misiles, como ciclotrimetilentrinitramina, perclorato de amonio, trinitrotolueno; éstos se disuelven fácilmente, por lo que contaminan el agua y la tierra, además de ser tóxicos para los seres vivos http://let.iiec.unam.mx/node/4202
La retórica militarista recurre a una doble falacia. La primera afirma que la crisis climática causa conflictos sociales, y la segunda es que estos conflictos justifican la intervención militar. No obstante, la militarización solo puede perpetuar las condiciones actuales de desigualdad social, crisis climática, falta de democracia y aumento de los conflictos bélicos (http://let.iiec.unam.mx/node/4201. Con base en lo anterior, parece haber una creciente militarización de las respuestas frente al cambio climático y la extensión de “miedo climático” a “terror climático” en el sector de defensa militar. En este tenor, existen escenarios altamente alarmistas en los que la inestabilidad política inducida por el cambio climático se utiliza como pretexto para continuar la guerra contra el terror http://let.iiec.unam.mx/node/2902.
El clima, como una forma de seguridad ambiental, generalmente se ve como un “multiplicador de amenazas”, en lugar de una amenaza básica o fundamental. Se estima que en el mundo la probabilidad de que una persona sea desplazada a causa de problemas ambientales es mayor en comparación a que lo sea por la guerra: de acuerdo con el Centro de monitoreo de desplazamientos internos, entre 2008 y 2015, un promedio de 21.5 millones de personas fueron desplazadas anualmente por el impacto y la amenaza de los peligros relacionados con el ambiente http://let.iiec.unam.mx/node/3305. Bajo el supuesto de que el cambio climático es un multiplicador de amenazas, se afirma que puede exacerbar tensiones existentes entre estados nacionales, y que los estados-nación deben proteger sus fronteras de los refugiados climáticos expulsados de la periferia global http://let.iiec.unam.mx/node/2902.
En suma, el miedo a la destrucción del ambiente, a las crisis económicas, a las migraciones masivas, etc. se traducen en otras tantas justificaciones para la preparación militar. El miedo, por tanto, es la principal estrategia de mercadeo para la industria militar http://let.iiec.unam.mx/node/3616. En el informe del Pentágono “An Abrupt Climate Change Scenario and Its Implications for United States National Security” (2003), se declara que ante la crisis climática “es probable que Estados Unidos y Australia construyan fortalezas defensivas alrededor de sus fronteras” http://let.iiec.unam.mx/node/3305. Aunado a ello, la política del cambio climático es particularmente utilizada por los militares de todo el mundo para ampliar su alcance político http://let.iiec.unam.mx/node/2902. Guatemala, Honduras y El Salvador son caracterizadas como “zonas cero” del cambio climático; es decir, son territorios que presentan altos índices de riesgo y vulnerabilidad ante desastres naturales, pero también son relevantes en ellas, la violencia y la pobreza aguda, circunstancias en las cuales la intervención de Estados Unidos tiene mucho que ver http://let.iiec.unam.mx/node/3305.
Ante la inestabilidad planetaria provocada por la destrucción del ambiente, es urgente que este proceso se entienda como una emergencia global, y no solo como un asunto de seguridad nacional, pues no necesita ser atendido a través de la militarización sino mediante la cooperación y la solidaridad global http://let.iiec.unam.mx/node/3305. La humanidad puede adaptarse mediante la creación de redes complejas de interacciones sociales, que implican un amplio rango de experiencias sociales. Así, dentro de la combinación de las variables que intervienen, el cambio climático es un factor potente para determinar el destino de las sociedades, y en algunos casos, puede servir como una pieza esencial para explicar el conflicto http://let.iiec.unam.mx/node/2539.
1 Estudiante de la licenciatura en ciencias de la Tierra de la Facultad de Ciencias, prestadora de servicio social en LET.